Dharma “Filosofia De La Conducta”, de Annie Besant

Rosa (Editora)

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CAPITULO 1

LAS DIFERENCIAS

 

Al hacer nacer, sucesivamente, las naciones sobre la tierra, Dios da a cada una -una palabra especial- la palabra que debe decir al mundo, la palabra particular que viene de lo Eterno y que cada una debe pronunciar. Echando una ojeada a la historia de las naciones, podemos sentir resonar esta palabra, saliendo de la boca colectiva del pueblo, pronunciada en sus actos, contribución de este pueblo a la humanidad ideal y perfecta. Para el antiguo Egipto, la pa­labra fue Religión; para la Persia, la palabra fue Pureza; para la Caldea, la palabra fue Cien­cia; para la Grecia, fue Belleza; para Roma, Ley; para la India en fin, la mayor de todas, el Eterno da una palabra que resume todas las de­más -la palabra DHARMA.- He aquí lo que la India debe decir al mundo. Pero no podemos pronunciar esta palabra tan significativa, tan grande por la potencia que encierra, sin inclinarnos a los pies de aquel que es la más alta personificación del Dharma que el mundo haya visto jamás; sin inclinarnos ante Bhishma, el hijo de Ganga, la más valiente encarnación del Deber. Retroceded conmigo por un momento cinco mil años atrás y ved a este héroe, acostado en su lecho de flechas sobre el campo de batalla de Kurukshetra. Allí el tiene a la Muerte en jaque hasta el momento en que suene la hora favorable. Allí encontramos mon­tones de guerreros degollados, montañas de ele­fantes y caballos muertos. En nuestro camino tropezamos con piras funerarias y gran canti­dad de armas y carros destrozados. Llegamos hasta el héroe extendido en su lecho de flechas, traspasado por centenares de ellas y reposando su cabeza sobre una almohada de flechas, por­ que él ha rehusado los cojines de suave plu­món para no aceptar más que la almohada de flechas preparada por Arjuna. Bhishma, cum­plidor del Dharma, siendo muy joven todavía, por el amor a su padre, por amor al deber filial, había hecho un gran voto: el de renunciar a la vida de familia y a la corona por cumplir la voluntad de su padre y satisfacer el Corazón paternal y Shantanu, con su bendición, le ha­bía otorgado una favor maravilloso: que la muerte no podría venir a él más que a su lla­mamiento y a la hora en que él consintiere en morir. Cuando Bhishma cayó, el sol estaba en su declinación austral y la estación no era pro­picia para la muerte de un hombre que no debía volver. Usó por tanto, el poder que le había dado su padre y rechazó la muerte hasta que el sol viniese a abrirle el camino de la paz eterna y de la liberación. Extendido ahí du­rante muchos y largos días, martirizado por sus heridas, torturado por las angustias del inútil cuerpo que le servía de vestidura, vio venir hacia él con numerosos Rishis, a los últimos reyes arios. Shri Krishna vino también para ver al fiel guerrero. Allí vinieron los cinco príncipes, hijos de Pandu, los vencedores de la gran guerra. Bañados todos en lágrimas rodea­ron a Bhishma y le adoraron, llenos del deseo de recibir sus enseñanzas. A este héroe sumido en tan crueles angustias vino a hablar Aquel cuyos labios eran los de Dios. Él lo libró de la fiebre, le concedió el reposo del cuerpo, la lu­cidez del espíritu y la calma interior y después le ordenó enseñar al mundo la significación del Dharma, a él que durante su vida, lo había en­señado siempre, que nunca se había separado del camino del justo, que como hijo, príncipe u hombre de Estado, había seguido siempre el sendero estrecho. Los que le rodeaban solici­taron sus lecciones y Vasudeva le pidió que les hablara del Dharma, puesto que Bhishma era digno de enseñarlo (Mahabarata, Shanti Parva, § 54). Entonces se aproximaron a él los hijos de Pandu, teniendo a su cabeza a su hermano ma­yor Yudhisthira, jefe de los guerreros que ha­bían herido a Bhishma a golpes mortales. Yu­dhisthira temía acercarse y hacer preguntas, pensando que siendo en realidad suyas las fle­chas disparadas por tal causa el era responsable de la sangre de su primogénito y que no era conveniente solicitar sus enseñanzas. Viéndole vacilar, Bhishma, que con espíritu equilibra­do, había seguido siempre el sendero difícil del deber sin separarse a derecha ni izquier­da, pronunció estas memorables palabras: «Si el deber de los Brahmanes es practicar la caridad, el estudio y la penitencia, el deber de los Kchatriyas es sacrificar su cuerpo en los combates. Un Kchatriya debe inmolar a sus padres, abuelos, hermanos, preceptores, pa­rientes y aliados que vinieren a presentarle batalla por una causa injusta. Tal es el deber marcado, oh Keshava. Un Kchatriya que sepa su deber, inmole en el combate hasta a sus mismos preceptores si estos apareciesen llenos de pecado y concupiscencia y olvidados de sus juramentos. Interrógame, hijo, sin ningún «temor». Entonces, lo mismo que Vasudeva, hablando a Bhishma, le había reconocido el derecho de hablar como maestro, éste, dirigiéndose a su vez a los príncipes, expuso las cualidades nece­sarias a los que quieren pedir aclaraciones sobre el problema del Dharma. Que el hijo de Pándu, dotado de inteligencia, dueño de si mismo, pronto a perdonar, justo de espíritu, vigoroso y enérgico, me haga preguntas. Que el hijo de Pándu, que siempre, por sus buenos oficios, honra las personas de su familia, sus huéspedes, sus servidores y los que dependen de él, me haga preguntas. Que el hijo de Pándu en quien están la verdad, la caridad, las penitencias, el heroísmo, la dul­zura, la destreza y la intrepidez, me haga pre­guntas» (Ibíd. § 55.) Estos son algunos de los trazos que caracte­rizan al hombre que quisiera comprender los misterios del Dharma. Estas son las cualidades que vosotros y yo debemos tratar de desenvolver en nosotros para poder comprender las en­señanzas, para ser dignos de solicitarlas. Entonces comenzó aquel discurso maravilloso, sin igual entre los discursos de la tierra. Ex­puso los deberes de los reyes y de los vasallos, los de cada categoría de hombres, deberes distintos y correspondientes a cada período de la evolución. Todos vosotros deberíais conocer este grandioso discurso y estudiarlo no por su be­lleza literaria, sino por su sublimidad moral. Si solamente pudiéramos seguir el camino que Bhishma nos ha trazado ¡cuanto se aceleraría nuestra evolución! ¡ Como vería la India apro­ximarse la aurora de su redención! La moralidad, asunto relacionado estrecha­mente con el Dharma y que no se puede com­prender sin saber lo que significa el Dharma­ es, para algunos, una cosa muy simple. Esto es cierto visto a grandes rasgos. El bien y el mal, en las acciones ordinarias de la vida, están de­lineados de una manera clara, simple y recta. Para el hombre poco desenvuelto, para el de inteligencia estrecha, para el poco instruido, la moralidad parece bastante fácil de definir. Pero para aquellos de profundo saber y de elevada inteligencia, para los que evolucionan hacia los niveles superiores de la raza humana, para los que deseen comprender los misterios, la mora­lidad es cosa muy difícil. «La moralidad es muy sutil» decía el prín­cipe Yudhisthira, llamado a resolver el proble­ma del matrimonio de Krishna con los cinco hijos de Pandu. Una autoridad más alta que el príncipe había hablado de esta dificultad. Shri Krishna, el Avatar, en su discurso pronunciado sobre el campo de batalla de Kurukshetra, ha­bía hablado precisamente de la dificultad que tenía para saber actuar. He aquí sus palabras:

«¿Qué es la acción? ¿Qué es la inacción? Sobre este punto los mismos sabios están perplejos. Es preciso distinguir la acción -distinguir la acción ilícita- distinguir la inacción. Misterioso es el sendero de la acción» (Bhagavad Gita, IV, 16-17.) Misterioso es el sendero de la acción. Mis­terioso, porque la moralidad no es como creen los espíritus simples, una e invariable para todos, puesto que cambia con el Dharma de cada uno. Lo que para uno es bueno, para otro es malo y viceversa. La moralidad es una cosa individual; depende del Dharma del hom­bre que actúa y no de lo que a veces se llama el bien y el mal absolutos. Nada hay absoluto en un universo sometido a condiciones variables. El bien y el mal son relativos y deben ser juzgados relativamente al individuo y a sus deberes. Por eso el más grande de todos los Maestros ha dicho con respecto al Dharma ­y esto nos guiará en nuestra errante marcha: Más vale el Dharma propio, aun desprovisto de mérito, que el Dharma de otro, aunque se cumpla bien. Vale más la muerte que se encuentra al cumplir el Dharma propio. El Dharma de otro está colmado de peligros (Ibid, III, 35.) Él repite este pensamiento al final de su in­mortal discurso y entonces dice, cambiando los términos de manera de arrojar nueva luz sobre el asunto: Vale más el Dharma propio, aun desprovisto de mérito, que el Dharma de otro bien cumplido. Aquel que se amolda al Karma indicado por su propia naturaleza, no se ex­pone a pecar (Ibid, XVIII, 47), – Desen­vuelve más aquí estas enseñanzas y determina para nosotros sucesivamente el Dharma de las cuatro grandes castas. Los mismos términos que él emplea nos dan la significación de esta pa­labra que tan pronto se traduce por el Deber, como por la Ley o la Religión. Ella significa todo esto y mucho más aun, por que su sig­nificación es mucho más profunda y más vasta que todo lo que esas palabras expresan. Veamos las palabras de Shri Krishna concerniente al Dharma de las cuatro castas: los Karmas de los Brahmanes de los Kchatriyas, de los Vaish­yas y de los Shudras. ¡oh Parantapa,! han sido «distribuidos según los gunas nacidos de sus diferentes naturalezas». La serenidad, el im­perio sobre si mismo, la austeridad, la pureza, la prontitud al perdón, lo mismo que la rec­titud, la sabiduría, el conocimiento, la creen­cia en Dios, Son el Karma del Brahman, na­cido de su propia naturaleza. El valor, el es­plendor, la firmeza, la destreza, la temeridad que en el combate hace desconocer la fuga, la generosidad, las cualidades del dominador son el Karma del Kchatriya. nacido de su propia naturaleza. La agricultura, el pastoreo y el comercio son el Karma del Vashya, nacido de su propia naturaleza. Actuar como servidor es el Karma del Shudra, nacido de su propia naturaleza. El hombre alcanza la perfección por la aplicación de cada uno a su propio Karma. Dice enseguida: Es mejor el Dharma propio, aun sin mérito, que el Dharma de otro bien cumplido. Aquel que se amolda al Karma indicado por su propia naturaleza no se expone a pecar. Ved como las dos palabras Dharma y Karma son tomadas la una por la otra. Ellas nos dan la clave que nos servirá para resolver nuestro problema. Permitidme primero daros una de­finición parcial del Dharma. No puedo daros claramente, de una vez, la definición completa. Os daré la primera mitad y me referiré a la segunda en su oportunidad. La primera mitad es esta: El Dharma es la naturaleza interior que ha alcanzado, en cada hombre un cierto «grado de desarrollo y florecimiento». Esta naturaleza interior es la que modela la vida exterior, la que se expresa por los pensamien­tos, palabras y acciones y a la que el nacimiento físico ha colocado en un medio favorable a su crecimiento. Lo primero que hay que compren­der bien es que el Dharma no es una cosa ex­terior como la ley, la virtud, la religión o la justicia. Es la ley de la vida que se desarrolla y modela a su propia imagen todo lo que le es exterior. Para tratar de elucidar este tema difícil y abstruso, lo dividiré en tres partes principales. Primera, las diferencias, porque los hombres tienen Dharmas diferentes. En el pasaje antes citado ya se hace mención de cuatro grandes clases. Un examen más atento nos demuestra que cada individuo tiene su propio Dharma. ¿Cómo comprender lo que este debe ser? A me­nos de comprender hasta cierto punto la natu­raleza de las diferencias, lo que las ha produ­cido, su razón de ser, el sentido que nosotros demos a la palabra diferencias; a menos de comprender como cada hombre muestra por sus pensamientos, palabras y acciones el nivel que ha alcanzado; a menos de comprender todo esto, nosotros, no podemos comprender el Dharma. ­En segundo lugar, vamos a hablar de la evolución porque necesitamos seguir estas diferen­cias en su evolución. Por último, debemos abor­dar el problema del bien y del mal porque nuestro estudio nos lleva a responder a esta pregunta: ¿Cómo debe conducirse un hombre en la vida? Seria inútil pediros seguirme en pensamientos de una naturaleza difícil si, en consecuencia, no debemos poner en práctica los conocimientos adquiridos y esforzarnos en vivir de acuerdo con el Dharma, mostrando así al mundo lo que la India ha tenido la misión de enseñar.

CAPITULO 2

LAS DIFERENCIAS (2da parte)

¿En que consiste la perfección de un Uni­verso? Tomemos la idea Universo y pregunté­mosnos lo que entendemos por esta palabra. Llegamos a definirlo así: es un número inmenso de objetos separados trabajando en conjunto con más o menos armonía. La variedad es la nota «tónica» del universo, e igualmente la unidad es la del No – Manifestado, del No ­Condicional, del Único que no tiene igual. La Diversidad es la «tónica» de lo manifestado y condicional, es el resultado de la voluntad de multiplicar. Cuando un Universo debe comenzar a existir se dice, que la Causa Primera, Eterna, Inconcebible, Imposible de discernir y Sutil, hace radiar su luz hacia fuera en virtud de su propia Voluntad. Lo que esta radiación significa para Ella misma, nadie se atrevería a conjeturarlo; pero lo que significa, estudiada en la fase que nos presenta, podemos concebirlo hasta cierto punto. Ishvara aparece. Pero al aparecer, Él se muestra envuelto con el velo de Máya. Tales son los dos aspectos del Supremo Manifestado. Muchas palabras han sido empleadas para ex­presar esta unión fundamental de opuestos: Ishvara y Máya, Sat y Asat, Realidad e Irrealidad, Espíritu y Materia, Vida y Forma. He aquí las palabras de que nos servimos en nuestro insuficiente lenguaje para expresar lo que nues­tro pensamiento puede apenas comprender. Solo podemos decir: «Esta es la enseñanza de los Sabios y la repetimos humildemente». Ishvara y Máya. ¿Qué debe ser el Universo? – La imagen de Ishvara reflejada en Maya, ­la imagen fiel que le plugo presentar a este universo particular cuya hora de nacer ha so­nado. Su imagen, pero limitada, sometida a condiciones, por Él mismo, es lo que el universo debe manifestar perfectamente. Pero ¿cómo lo que es limitado y parcial, puede ofrecer la ima­gen de Ishvara? Por la multiplicidad de las partes reuniendo su trabajo en un todo armo­nioso. La infinita variedad de las diferencias y sus condiciones múltiples, expresarán la ley del pensamiento divino, hasta que este pensa­miento encuentre su fórmula en la totalidad del Universo hecho perfecto. Debéis tratar de en­trever lo que esto puede significar. Busquemos juntos para comprender. Ishvara piensa en la Belleza. Inmediatamente su formidable energía, omnipotente y fecunda, viene a tocar a Maya y la transforma en mi­ríadas de formas que llamamos bellas. Toca la materia maleable, el agua, por ejemplo y el agua reviste un millón de formas de belleza. Vemos una de ellas en la vasta superficie del Océano calmado y tranquilo que ningún viento agita y cuyo seno profundo refleja al cielo. Otra forma de Belleza se nos ofrece cuando al impulso del viento, las olas suceden a las olas, los abismos a los abismos, hasta que toda la masa de agua se presenta terrible en su cólera y en su majestad. Después aparece una nueva forma de Belleza. Las furiosas y espumantes aguas se han apaciguado, y el Océano presenta ahora miríadas de ondulaciones que brillan y juguetean a la luz de la luna, de la que quiebran y refractan los rayos en millares de chispas y esto también nos da una idea de lo que signi­fica la Belleza. Después contemplamos el Océa­no cuyo horizonte no limita tierra alguna y cuya inmensa extensión nada interrumpe, o bien en la orilla vemos las olas que vienen a nuestros pies. Cada vez que el mar cambia de humor, sus ondas expresan un nuevo pensamiento de Belleza expresada por el lago alpestre en la inmovilidad y serenidad de su apacible super­ficie; por el arroyuelo que salta de roca en roca; por el torrente que se deshace en millares de gotas que refractan la luz del sol con todos los tonos del arco-iris. Del agua bajo todos sus aspectos y todas sus formas desde el agitado Océano hasta el témpano de hielo; desde las nieblas y turbonadas hasta las nubes de brillan­tes colores se desprende el pensamiento de belleza que en ella imprimió Ishvara cuando la palabra salió de Él. Si dejamos el agua, encontramos otros pensamientos de Belleza en la delicada planta trepadora y los brillantes colo­res que reúne en si, en las plantas: más fuertes, en la robusta encina y en el bosque de obscuras profundidades. Nuevos pensamientos de Belleza llegan a nosotros desde las cimas de las mon­tañas, de la sábana ondulada por innumerables valles en que la tierra parece solicitada por nue­vas posibilidades de existencia, de las arenas del desierto, de la vegetación de los prados. ­¿No separamos de la tierra? El telescopio presenta a nuestra vista la belleza de miríadas de soles, que se lanzan y gravitan a través de las profundidades del espacio. El microscopio a su vez, descubre a nuestras miradas asombra­das, las bellezas de lo infinitamente pequeño como el telescopio nos revela las de lo infinita­mente grande. Una nueva puerta se abre así para nosotros y nos deja contemplar la Belleza. En torno nuestro hay millones y millones de objetos que todos tienen su belleza. La gracia del animal, la fuerza del hombre, la suave be­lleza de la mujer, los hoyuelos del riente niño, todo esto nos da una idea de lo que es el pensamiento de la Belleza en el espíritu de Ishvara. De esta manera podemos comprender hasta cierto punto como su pensamiento hace nacer el esplendor en miríadas de formas cuando Él habla en belleza al mundo. Será lo mismo para la Fuerza, la Energía, la Armonía, la Música, etc. etc. Ahora comprendéis porqué la variedad es necesaria: porque ningún objeto limitado puede expresar por completo lo que Él es, porque nin­guna forma limitada es suficiente para expre­sarla. Pero a medida que cada forma llega a la perfección en su género, todas ellas llegan, en conjunto, a revelarle parcialmente. La perfección del Universo es, pues, la perfección en la variedad y en la armonía de las partes. Comprendido esto, empezamos a ver que el Universo no puede alcanzar la perfección sin que cada parte juegue su papel especial y desen­vuelva de una manera completa la parte de vida que le es propia. Si el bosque pretendiera imi­tar al agua o a la tierra, los unos perderían sus bellezas sin obtener las de los otros. La perfec­ción del cuerpo no resulta de que cada célula lleve la misión de otra célula, sino que cada una cumpla perfectamente sus propias funcio­nes. Nosotros tenemos un cerebro, pulmones, un corazón, órganos digestivos. Si el cerebro tratase de hacer el trabajo del corazón, o si los pulmones ensayaren digerir los alimentos, el cuerpo quedaría seguramente en un triste es­tado. La salud corporal está asegurada por el hecho de que cada órgano ejerce sus propias funciones. Comprendemos así que, en el desenvolvimiento del universo, cada parte debe se­guir el camino que le está trazado por la ley que gobierna su propia vida. La imagen de Ishvara en la naturaleza no será perfecta, mientras cada parte no esté completa en si misma y en sus relaciones con las demás. ¿Cómo nacen estas innumerables diferencias? ¿Cómo llegan a existir? ¿Cuáles son las relaciones del Universo, evolucionando como un todo con las partes, si evoluciona cada una siguiendo una línea particular? Se ha dicho que Ishavara, expresándose bajo su aspecto de Pra­kriti, manifiesta tres cualidades: Sattva, Rajas y Tamas. Estas palabras no tienen equivalente en inglés. No pueden traducirse de una manera satisfactoria. Podría sin embargo, por el mo­mento, traducir Tamas por la inercia, la cuali­dad que, opuesta al movimiento, da la estabi­lidad. Rajas es la cualidad de la energía y del movimiento. La palabra que mejor idea da de Sattva, es armonía, la cualidad de lo que causa placer, teniendo éste su origen en la armonía y siendo solo ella quien puede darlo. Vemos enseguida que estos tres Gunas se modifican de siete maneras diferentes, siguiendo en cierta for­ma siete grandes, direcciones y dando nacimiento a innumerables combinaciones. Cada religión menciona esta división séptuple y proclama su existencia. En la religión hindú está represen­tada por los cinco grandes elementos y los dos superiores, siendo los siete Purushas de que habla Manú. Los tres Gunas se combinan y se dividen, constituyendo sie
te grandes grupos, de donde nacen por combinaciones variadas, una infini­dad de cosas. Recordad que en cada una de ellas, está representada cada una de las cuali­dades en un grado variable sometida a una de las siete grandes clases de modificaciones. Esta diferencia inicial, transmitida por un Universo pasado porque un mundo se rela­ciona a otro mundo y un Universo a otro Universo nos lleva a comprobar que el torrente de la vida es dividido y subdividido al caer en la materia, hasta que, encontrando la circunferencia del enorme círculo, retrocede sobre si mismo. La evolución comienza, cuan­do cambiando de dirección, la ola de vida empieza a retornar a Ishvara. El periodo prece­dente ha sido el de la involución, durante el cual la vida se mezcla, con la materia. En la evo­lución, la vida desenvuelve las facultades que están en ella. Para citar a Manú, podemos decir que Ishvara ha colocado Su semilla en las grandes aguas. La vida dada por Ishvara no era una vida desarrollada, sino una vida sus­ceptible de desarrollo. Todo comienza por exis­tir en germen. El padre da su vida por engen­drar al hijo. Esta semilla de vida se desenvuelve a través de mil combinaciones hasta que llega el nacimiento; después, los años se suceden -a través de la infancia, la juventud y la virilidad hasta alcanzar la edad madura y que la imagen del padre se encuentra en el hijo. Igual­mente el Padre Eterno da la vida cuando co­loca la semilla en el seno de la materia; pero esta es una vida que no está todavía evolucio­nada. El germen comienza ahora su ascensión, pasando por las fases sucesivas de la existen­cia que llega gradualmente a expresar. Al estudiar el Universo, vemos que las va­riedades que en él se encuentran, son consti­tuidas por diferencias de edad. Este es un pun­to que interesa a nuestro problema. El mundo ha sido traído a su condición actual por la virtud de una palabra creadora. Ha sido lenta y gra­dualmente y por una prolongada meditación como Brahma hizo el mundo. Las formas vi­vientes aparecieron unas después de otras. Una tras otra fueron sembradas las simientes de vida. Tomad un Universo cualquiera, en un momento determinado y veréis que tal Universo, tiene por factor principal el Tiempo. La edad del germen en curso de desarrollo determinará el grado alcanzado por el germen. En un Universo existen, simultáneamente gérmenes de diversas edades y desigualmente desarrollados. Hay gér­menes más jóvenes que los minerales, consti­tuyendo lo que se llama reinos elementales. Los gérmenes en vías de desarrollo llamado reino  mineral, son más viejos que aquellos. Los que evolucionan en el reino vegetal, son a su vez más antiguos que los del mineral; es decir, tie­nen tras de sí un pasado de evolución más largo. Los animales son gérmenes de un pasado ma­yor aún y los gérmenes que llamamos humani­dad tienen un pasado mayor que todos los demás. Cada gran clase se distingue, por su anti­güedad. Lo mismo en un hombre, la vida se­parada e individual (entiéndase, no la vida esen­cial, sino la vida individual y separada) difiere de la de otro hombre. Diferimos por la edad de nuestras existencias individuales, como dife­rimos por la edad de nuestros cuerpos físicos. La vida es una, una en todo, pero ha sido invo­lucionada en épocas diferentes, si se tiene en cuenta el punto de partida dado al germen que crece. Es necesario comprender bien esta idea. Cuando un universo toca a su fin, se encuen­tran en él entidades que han alcanzado diversos grados de desenvolvimiento. Ya he dicho que un mundo se relacionaba a otro mundo y un Universo a otro Universo. Ciertas unidades se encontrarán al principio en un período de evo­lución poco avanzado; otras, muy cerca del mo­mento en que su conciencia se extenderá hasta Dios. En este Universo habrá cuando su periodo de existencia llegue a su fin, todas las diferen­cias de crecimiento resultantes de las diferencias de edad. No hay más que una vida en todos; pero el grado de desenvolvimiento de una vida particular depende del tiempo desde que ha co­menzado a evolucionar separadamente. Tocamos aquí a la misma raíz de nuestro problema, una sola vida inmortal, eterna, infinita por su origen y por su fin. Solamente que esta vida se manifiesta siguiendo diferentes grados de evolución, diferentes periodos de desenvolvimiento. Las facultades inherentes se manifiestan más o menos y proporcionalmente a la edad de la vida separada. Tales son los dos puntos que hay que comprender y enseguida podréis abordar la segunda parte de la definición del Dharma. Podemos ahora definirlo Como: «la natura­leza interior de una casa en un momento dado de la evolución y la ley que rige al periodo próximo en que entrará su desenvolvimiento», la naturaleza en el punto alcanzado por el desenvolvimiento, más la ley conducente al periodo de desenvolvimiento que va a seguir. La naturaleza misma determina el grado de evolución alcanzado. Después vienen las condiciones a que están subordinados los progresos ulteriores de su evolución. Poned estas dos ideas en con­tacto y comprenderéis porqué nuestro propio Dharma es el único camino que lleva a la per­fección. Mi Dharma es el grado de evolución alcanzado por mi naturaleza en el desenvolvimiento de la semilla divina que está en mi misma, mas la ley de vida que determina la manera de que yo debo elevarme al grado siguiente. El pertenece al yo separado. Es pre­ciso que yo conozca el grado de mi desenvolvi­miento y que conozca también la ley que me permite llevarlo más lejos. Entonces yo conoceré mi Dharma y siguiéndole iré hacia la perfección. Realizando el sentido de lo que precede, ve­mos claramente la razón por la cual es preciso estudiar esta condición presente y este período que va a seguir. Si no conocemos el grado alcanzado actualmente, forzosamente ignoraremos el grado siguiente que debe ser nuestro obje­tivo y por lo tanto actuamos contra nuestro Dharma y retardamos nuestra evolución. En cambio, conociendo una y otro podemos tra­bajar de una manera conforme a nuestro Dharma y apresurar nuestra evolución. Aquí se pre­senta un escollo peligroso. Vemos que una cosa es buena, elevada y grande y aspiramos a reali­zarla. ¿Es este nuestro próximo grado de evo­lución? ¿Es esto lo que exige la ley de nuestro desenvolvimiento vital para asegurar el armo­nioso florecimiento de nuestra vida? Nuestro objetivo inmediato no es aquello que es lo mejor en sí, sino aquello que es lo mejor según el grado actualmente alcanzado por nosotros, aque­llo que nos haga dar un paso de avance. He aquí una criatura. Sí es una niña, es inútil decir que tiene ante sí un porvenir más noble, más elevado y más vasto que el momento actual en que ella juega a las mu­ñecas. Por que el ideal femenino perfecto es la madre con su hijo. Pero aunque este sea el ideal de la mujer perfecta, tomar este ideal an­tes de tiempo no es un bien, sino un mal. Todo debe venir en su tiempo y lugar. Si esta madre debe alcanzar el desenvolvimiento perfecto de la mujer y llegar a ser una madre de familia bien dispuesta, fuerte y capaz de soportar la presión de la gran ola vital, entonces es nece­sario un período en que la niña debe jugar con su muñeca, debe aprender sus lecciones, debe desenvolver su cuerpo. Pero si con la idea de que la maternidad es una cosa más elevada y más noble que el juego, esta maternidad es impuesta muy temprano y un niño nace de una niña, el hijo, la madre y la nación sufren y esto sucede porque no se ha tenido en cuenta el mo­mento y la ley del desenvolvimiento de la vida ha sido violada. Es ir al encuentro de toda clase de sufrimientos coger el fruto antes de que esté maduro. He puesto este ejemplo por que es llama­tivo. El os hará comprender porque nuestro propio Dharma vale más para nosotros que el Dharma bien ejecutado de otro, pero que no entra en el dominio de nuestro desenvolvimiento vital. Podemos esperar una posición elevada en el porvenir, pero es preciso que el momento lle­gue y que el fruto madure. Recogedle antes de su madurez y os hará rechinar los dientes. De­jad
le en el árbol, obedeciendo así a la ley del tiempo y del orden evolutivo y el alma crecerá bajo el impulso de una vida sin fin. Esto nos da una nueva solución al pro­blema: la función está en razón directa del po­der. Ejercer la función antes del desarrollo del poder es extremadamente pernicioso para el organismo. Aprendamos, pues, a tener paciencia y a conformamos con la Buena Ley. Se puede juzgar de los progresos de un hombre por la buena voluntad que emplea en trabajar con la naturaleza y en someterse a la ley. He aquí porque al Dharma se le llama ley o deber indis­tintamente, porque estas dos ideas tienen por raíz común el principio de que el Dharma es la naturaleza interior, en un momento dado de la evolución y la ley del período de desenvolvi­miento que va a seguir. Esto explica porqué la moralidad es una cosa relativa, porqué el deber debe ser diferente para cada alma según su grado de evolución. Si aplicamos esto a las disquisiciones del bien y del mal, veremos que nos será posible resolver algunos de los problemas de más sutil moralidad considerándolos según este principio. En un Universo condicional, el bien y el mal absolutos no son encontrados nunca, sino solamente el bien y el mal relativos. Lo absoluto no existe más que en Ishvara, donde se le encontrará eternamente. Las diferencias son, pues, necesarias a nues­tra existencia condicional. Nosotros pensamos, sentimos y sabemos por diferencias. Solo por ellas sabemos que somos hombres vivientes y pensantes. La unidad no hace ninguna impre­sión sobre la conciencia. Las diferencias y la diversidad son las que hacen posible el desen­volvimiento de la conciencia. La conciencia no condicional escapa a nuestra comprensión. No podemos pensar más que dentro de los límites de lo que es separado y condicional. Ahora tenemos la posibilidad de ver como las diferencias se manifiestan en la naturaleza, como interviene el factor tiempo y como (por más que todos tengan la misma naturaleza y de­ben alcanzar el mismo fin) hay diferencias en los grados de la evolución y por consiguiente, hay leyes apropiadas a cada grado. Esto es lo que tenemos que comprender esta tarde antes de tratar del complejo problema de: ¿cómo se desenvuelve esta naturaleza interior? El asunto es realmente difícil. Sin embargo, los misterios del sendero de la acción podrán aclararse para nosotros si comprendemos la ley subyacente y reconocemos el principio de la vida evolucio­nante, Pueda Aquel que ha dado a la India por nota «tónica» el Dharma, iluminar, por Su vida ascendente e inmortal, por Su luz resplandeciente e inalterable, nuestras obscuras inteligencias que buscan a tientas Su ley. Porque sola Su bendición descendiendo sobre el suplicante que busca, permitirá que Su ley sea comprendida por nuestra inteligencia, que Su ley se grabe en nuestros corazones.

CAPITULO 3

LA EVOLUCIÓN

Vamos a estudiar esta tarde la segunda parte del asunto tratado ayer. Recordareis que, para mayor facilidad lo considero dividido en tres partes: las Diferencias, la Evolución y el Pro­blema del Bien y del Mal. Ayer hemos estudiado las Diferencias y la razón por la cual hombres diferentes tienen Dharmas diferentes. Me permito recordaros la definición que hemos adop­tado del Dharma: el Dharma significa la natu­raleza interior caracterizada por el grado de evolución alcanzado, más la ley determinante del crecimiento en el período evolutivo que va a seguir. Os ruego que no perdáis de vista esta definición, porque, sin ella, no podríais aplicar el Dharma a lo que hemos de estudiar con el tercer título de nuestro asunto. Con el título de «la Evolución» estudiaremos; como el germen vital viene a ser, por la evolu­ción, la imagen perfecta de Dios. Recordemos que hemos visto que la única representación po­sible de Dios está en la totalidad de los numero­sos objetos que constituyen por sus detalles el universo y que el individuo no alcanzará la per­fección más que desempeñando de una manera completa su papel particular en el formidable conjunto. Antes de poder comprender la Evolución es necesario encontrar su origen y su razón: una vida que se inmerge en la materia antes de desenvolver toda clase de organismos compli­cados. Partimos del principio que todo viene de Dios y que todo está en Él. Nada en el Uni­verso puede ser excluido de Él. No hay vida que no sea Su vida, ni fuerza que no sea Su fuerza, ni energía que no sea Su energía, ni formas que no sean Sus formas; todo es el resultado de Sus pensamientos. Esta es nuestra base. Este es el principio de que debemos par­tir, osando aceptar todo lo que él implica, osan­do admitir todas sus consecuencias. «La semilla de todos los seres», dice Shri Krishna, hablando como supremo Ishvara, he aquí lo que Yo soy, oh Arjuna y nada hay animado o inanimado que pueda existir pri­vado de Mi» (Bhagavad Gita, X, 39). No temamos tomar esta posición central. No vaci­lemos, con el pretexto de que las vidas en curso de evolución son imperfectas, en admitir alguna de las conclusiones a que pudiera conducirnos esta verdad. En otra sloka Él dice: «Yo soy el fraude del truhan. Yo soy también el esplendor de las cosas espléndidas» (X. 36). ¿Cual es el sentido de estas palabras que parecen tan ex­trañas? ¿Cómo explicar esta frase que parece casi profana? No solamente encontramos enun­ciado en este párrafo nuestro principio fun­damental, sino que vemos que Manú enseña exactamente la misma verdad: «De su propia Substancia Él hace nacer el universo». La vida, emanando del Supremo, reviste velo tras velo de Maya, bajo los cuales debe desenvolver por la evolución todas las perfecciones latentes en ella. Pero se nos dirá: ¿Esta vida que emana de Ishvara no contiene desde el principio en si misma, todas las cosas ya desenvueltas, toda potencia manifestada, toda posibilidad actual­mente realizada? La respuesta a esto, dada mu­chas veces en símbolos, en alegorías y en tér­minos precisos, es «No». La vida contiene todo potencialmente, pero nada manifestado de an­temano. Contiene todo en germen, pero nada como organismo desenvuelto. La semilla es lo que está colocado en las olas inmensas de la materia. El germen solo es dado por la Vida del Mundo. Estos gérmenes venidos de la vida de Ishvara, desenvuelven paso a paso, fase tras fase, sobre cada escalón sucesivamente, todas las potencias presentes en el Padre generador, nombre que se da Ishvara en el Gita, Él lo declara: «Mi matriz es Mahat – Brahma; en ella coloco yo el germen, tal es el origen de todos los seres. ¡Oh Bhárata! Cualquiera que sea la matriz donde se formen los mortales, ¡Oh, Kaunteya!. Mahat Brahmá es su matriz y yo soy su Padre generador» (XIV, 3-4). De esta semilla, de este germen conteniendo todas las cosas en el estado de posibilidad, pero nada todavía manifestado, debe evolucionar una vida, elevándose de nivel en nivel, de más en más alto, hasta que se forme un centro conciente capaz de alcanzar, aumentándose, la misma con­ciencia de Ishvara, pero quedando siempre como un centro susceptible de llegar a ser un nuevo Logos o Ishvara, con objeto de producir un nuevo universo. Consideremos en detalle este universo con­junto. Nuestro punto de partida es la vida que se mezcla a la materia. Estos gérmenes de vida, estas miríadas de simientes, o, para emplear la expresión de los Upanishads, estas innume­rables chispas, emanan todas de la Llama única, que es el Supremo Bráhman. Es necesario que en estas simientes se despierten las cualidades. Estas cualidades son fuerzas, pero fuerzas ma­nifestadas a través de la materia. Una tras otra aparecen las fuerzas. Ellas constituyen la vida de Ishvara velada en Maya. El crecimiento en los primeros periodos es lento y oculto, como el grano está oculto en la tierra, cuando su­merge su raíz hacia abajo y envía hacia la su­perficie su tierno tallo para permitir la futura aparición del arbolillo. Germina silenciosa la se­milla divina y los comienzos remotos están ocul­tos en las tinieblas como las raíces bajo la tierra. Esta fuerza inherente a la vida, o más bien, estas fuerzas innumerables que manifiesta Ishvara para permitir la existencia del uni­verso, no aparecen en el germen todas al prin­cipio. No hay ningún signo de su inmenso porvenir, ningún presagio de lo que vendrá a ser más tarde. Relativamente a esta manifestación en la materia se ha dicha una palabra que da mucha luz sobre el asunto, sí llegamos a com­prender el sentido interno y sutil; Shri Krishna, hablando de Su Prakriti, o manifestación infe­rior, dice: «La tierra, el agua, el fuego, el aire, el éter, Manas, Buddhi y Ahankara, tales son los ocho elementos de Mi Prakriti. Esta es la inferior. Después define Su Prakriti superior diciendo: «Conoce Mi otra Prakriti, la superior, el elemento vital, Oh potente guerrero, que mantiene el universo» (VII, 4, 5). – Después algo más adelante, pero separado de las pala­bras anteriores por numerosas Slokas, tanto que frecuentemente el lazo que las une escapa al lector, se dicen otras frases: «Esta divina Maya, que es la Mía, formada por los Gunas, es difícil de percibir. Solo aquellos que vienen a Mi pueden penetrar esta Maya» (VII, 14.). Este Yoga-Maya es, en verdad, difícil de percibir. Muchos no llegan a descubrir Lo bajo de su envoltura de Maya, tan difícil es de pene­trar. «Aquellos que están desprovistos de Bud­dhi Me consideran, a Mi, el no manifestado, como manifestado, e ignoran Mi naturaleza Su­prema, imperecedera, muy excelente”. “No me descubren todos bajo el velo de Mi Yoga-Maya». (VII, 24, 25).-EI declara enseguida que es Su vida no manifestada la que impregna el uni­verso. El elemento de vida, o Prakriti superior es no-manifestado y la Prakriti inferior es ma­nifestada. Dice entonces: Del no manifestado, salen, al nacimiento del día, la oleada de objetos manifestados. Cuando llega la noche, ellos se disuelven de nuevo en Lo que se llama el no manifestado. (VII, 18). Esto se repite in­definidamente. Más lejos nos dice: «También existe, en verdad, más allá del no manifestado, otro no-manifestado eterno. Cuando todos los seres son destruidos, él no es destruido». (VII, 20) Hay una sutil distinción entre Ishvara y Su imagen que Él envía hacia fuera. La imagen es el reflejo del no-manifestado pero Él mismo es el no-manifestado superior, el eterno que jamás es destruido. Comprendido esto, llegamos a la elaboración de las facultades. Aquí comenzamos verdaderamente nuestra evolución. El flujo vital se ha mezclado a la materia con objeto de que la si­miente se encuentre colocada en un medio ma­terial, haciendo posible la evolución. Cuando llegamos al principio de la germinación es cuando comienza la dificultad. Es necesario, en efecto, remontarnos por el pensamiento, al tiem­po en que no existía en este yo embrionario ni razón, ni facultad imaginativa, ni memoria, ni juicio, ninguna, en fin, de las facultades men­tales condicionales qu
e nosotros conocemos; al tiempo en que la vida manifestada era la que encontramos en el reino mineral, colocada en las más bajas condiciones de conciencia. Los mi­nerales dan pruebas de su conciencia por sus atracciones y repulsiones, por la cohesión de sus partículas, por sus afinidades y antipatías, pero no presentan nada de esta conciencia que se puede llamar el sentimiento del «yo» y del «no yo». En cada una de estas formas primitivas del reino mineral comienza a desenvolverse la vida de Ishvara. No solamente existe aquí la evo­lución del germen de vida, sino que Él mismo, en toda Su fuerza y en toda Su potencia está aquí, presente en cada átomo de Su universo. Suya es la vida en movimiento que hace inevi­table la evolución, Suya la fuerza que dilata dulcemente las paredes de la materia con una inmensa paciencia y un amor vigilante, impi­diendo que se quiebren bajo tal tensión. Dios, que es Él mismo, el Padre de la vida, encierra en Si mismo esta vida, como una Madre, desarrollando la simiente a Su semejanza. Jamás demuestra impaciencia ni precipitación. Él quiere conceder sobre los siglos sin número todo el tiempo que puede necesitar el pequeño ger­men. El tiempo es nada para Ishvara porque Él es eterno y para Él todo ES. Lo que Él quiere es una manifestación perfecta, sin ninguna pre­cipitación en su trabajo. Más adelante veremos como se ejerce esta paciencia infinita. El hom­bre, destinado a ser la imagen de su Padre re­fleja en si mismo el Yo con el cual es uno y del cual emana. Es preciso que la vida se despierte. Pero ¿cómo? Los golpes, las vibraciones traerán a hacerse activa la esencia interior. La vida es excitada a la acción al contacto de las vibra­ciones exteriores. Estas miríadas de semillas de vida, todavía inconscientes, envueltas en la materia, son lanzadas unas contra otras por la naturaleza, por los innumerables medios de que ésta se sirve. Pero «la naturaleza» no es más que la vestimenta de Dios, Su manifestación más baja en el plano material. Las formas se entrechocan y quebrantan así las envolturas materiales exteriores que recubren la vida y esta responde al golpe por un estremecimiento. Poco importa la naturaleza del golpe. Lo que es preciso ante todo es que sea violento Toda experiencia es útil. Todo lo que toca la envoltura con bastante energía para despertar en esta vida un estremecimiento, basta para comenzar. Es preciso que la vida, desde adentro, empiece a estremecerse y esto será el despertar de una facultad naciente. Al principio solo habrá un estremecimiento interior sin acción sobre la envoltura exterior. Pero, a medida que los golpes suceden a los golpes, que vibración tras vi­bración producen sus sacudidas cual temblores de tierra, la vida interior envía hacia fuera, a través de su propia envoltura, un estremeci­miento que es una respuesta que el golpe ha provocado. Así se ha alcanzado un grado más: la respuesta emitida por la vida oculta atra­vesando la envoltura. Estas experiencias se su­ceden en el reino mineral y en el reino vegetal. En este último, las respuestas a las vibraciones nacidas del contacto comienzan a mostrar que la vida posee una nueva facultad: La sensación. La vida comienza a probar lo que nosotros lla­mamos «impresiones». Dicho de otra manera, ella responde de un modo diferente al placer y al sufrimiento. La esencia del placer es la ar­monía. Todo lo que procura placer es armónico. Todo lo que hace sufrir es una disonancia. Pen­sad en la música. Las notas armónicas, tocadas en un mismo acorde, dan al oído una sensación agradable, pero si herís las cuerdas sin ocuparos de las notas, produciréis una disonancia que hace sufrir al oído. Lo que es cierto en música es cierto en todo. La salud es armonía, la enfer­medad una disonancia; la fuerza, la belleza, son armonías, la debilidad, la fealdad, son disonan­cias. En todo, en la naturaleza, el placer significa la respuesta de un ser dotado de sensación a vibraciones armónicas y rítmicas y el sufri­miento significa la respuesta a vibraciones di­sonantes y no rítmicas. Las vibraciones armónicas abren un canal que se presta a la expan­sión de la vida y la corriente que viene de fuera constituye «el placer». Las vibraciones no ar­mónicas cierran las avenidas impidiendo produ­cirse la corriente y este impedimento consti­tuye el sufrimiento [1]. La corriente de vida que viene de fuera hacia los objetos constituye lo que llamamos «el deseo». Por consiguiente, el placer es la satisfacción del deseo. Esta di­ferencia comienza a hacerse notar en el reino vegetal. Sobreviene un golpe armónico. La vida responde a estas vibraciones armónicas, se di­lata y en esta dilatación siente «placer». Sobre­viene  otro golpe, el cual es disonante. La vida le responde con una disonancia siendo recha­zada sobre si misma y en esta retención encuen­tra una causa de «sufrimiento». Los golpes se suceden sin tregua ni reposo y solamente después de haberse repetido un infinito núme­ro de veces, despiertan en esta vida cautiva el sentimiento de la distinción entre el placer y el dolor. Establecer las distinciones es la única manera que tiene nuestra conciencia, por el momento al menos, para llegar a distinguir los objetos entre ellos. Tomemos un ejemplo muy familiar. Si colocáis una moneda en la palma de la mano y apretáis los dedos sobre ella, la sentís; pero a medida que la presión se prolonga, sin nada que la modifique, el sentimiento del contacto desaparece de la mano y no sabéis de­cir si vuestra mano está o no vacía. Removed un dedo y sentiréis la moneda y dejad la mano inmóvil y la sensación desaparece. La concien­cia no puede, pues, conocer los objetos más que por las diferencias y cuando estas desaparecen, la conciencia cesa de responder. Llegamos a la facultad siguiente manifestada en la evolución de la vida en el reino animal. La sensibilidad al placer y al dolor es grande en este caso y aparece en germen la facultad de establecer relaciones entre los objetos y las sensaciones; nosotros la llamamos «la percep­ción» ¿Qué significa esta palabra? Significa; que la vida llega a poder establecer un lazo entre el objeto que la impresiona y la sensación por la cual ella responde a este objeto. Cuando esta vida naciente al contacto de un objeto exterior, reconoce en él algo que produce placer o dolor, decimos nosotros que este objeto es percibido y que la facultad de percibir o establecer lazos entre los mundos exterior e interior está evolu­cionada. Cuando este progreso es realizado, la facultad mental comienza a germinar y a cre­cer en el organismo. La encontramos entre los animales superiores. Tomemos el salvaje, el cual nos permitirá pasar más rápidamente sobre estos primero períodos. En él encontramos el sentimiento del «yo» y del «no-yo» surgiendo lentamente y marchando a la par. El «no-yo» le toca y el «yo» lo siente; el «no-yo» le es agradable y el «yo» lo sabe; el «no-yo» le hace sufrir y el «yo» experimenta dolor. Entonces queda esta­blecida una distinción entre el sentimiento que se mira como el «yo» y todas las causas que se consideran como el «no-yo». Aquí nace la inte­ligencia, y la raíz de la propia conciencia comienza a desenvolverse. Dicho en otra forma, se crea un centro hacia el cual todo converge desde fuera y desde el cual todo diverge hacia el exterior. He dicho que las vibraciones se repetían. Esta repetición produce ahora resultados más rápidos. Conduce a percibir los objetos agra­dables y por ello, permite alcanzar el grado siguiente: la esperanza del placer antes de que el contacto tenga lugar. Se reconoce en el objeto lo que ya ha dado placer y se espera la repeti­ción del mismo. Esta esperanza es el primer signo de la memoria y el comienzo de la ima­ginación. El intelecto y el deseo se entrelazan y la esperanza, conduce a una nueva cualidad mental a manifestarse en germen. Cuando exis­ten el reconocimiento del objeto y la esperanza del placer que debe acompañar la vuelta de este objeto, el progreso siguiente es formar y animar una imagen mental el objeto, s
u recuer­do; de aquí nace una oleada de deseo, del deseo de tener este objeto, una aspiración hacia él y finalmente, la búsqueda de tal objeto que pro­cura impresiones agradables. De este modo mul­tiplica el hombre en sí los deseos activos. Él desea el placer e impulsado por el intelecto, se dedica a su búsqueda. Durante largo tiempo el había permanecido en el período animal, du­rante el cual jamás buscaba un objeto sin una sensación interna precisa inspirándole una ne­cesidad que solamente el mundo exterior podía satisfacer. Volvamos, solo por un instante, al animal. ¿Qué es lo que le impulsa a la acción? El deseo imperioso de librarse de una sensa­ción desagradable. Siente hambre, desea ali­mento y se dedica a buscarlo. Siente sed, desea apaciguarla y va en busca de agua. Siempre busca el objeto que puede satisfacer su deseo y una vez satisfecho, permanecerá en reposo. En el animal no hay movimiento espontáneo; la impulsión debe venir de fuera. El hambre, cier­tamente, es sentida por el cuerpo interiormente, pero esto es exterior con relación al centro de la conciencia. El grado de evolución de la con­ciencia puede establecerse por la relación exis­tente entre las influencias determinantes exte­riores y los móviles espontáneos. La conciencia inferior es impulsada a la acción por influen­cias exteriores a ella misma. La conciencia su­perior es impulsada a la acción por móviles que provienen de adentro. Así, estudiando al salvaje, vemos que la sa­tisfacción del deseo es la ley de su progreso. ¡Cuán extraño parecerá esto a muchos de vo­sotros! Manú ha dicho: «Tratar de librarse de los deseos satisfaciéndolos, es pretender extin­guir el fuego, con manteca derretida. Es preciso humillar y dominar el deseo. Es preciso sofocar en absoluto el deseo». Esto es muy realmente verdadero, pero solamente cuando el hombre alcanza un cierto grado de evolución. En las primeras fases la satisfacción de los deseos es la ley de la evolución. Si el hombre no satisface sus deseos, no hay para él progreso posible. Necesario es comprender que, en este período, no existe nada que pueda llamarse moralidad. No hay distinción entre el bien y el mal. Todo deseo debe ser satisfecho. Cuando este centro consciente que acaba de nacer trata de satisfa­cer sus deseos, entonces solamente, puede desen­volverse. Durante esta fase primitiva, el Dharma del salvaje, o del animal superior le es im­puesto. No hay elección. Su naturaleza interior, que distingue el desenvolvimiento del deseo, pide ser satisfecha. La satisfacción de este de­seo es la ley de su progreso. El Dharma del salvaje es pues el satisfacer todos sus deseos y no encontraréis en él el más débil sentimiento del bien y del mal, ni la más vaga noción de que la satisfacción de los deseos pueda estar prohibida por una ley superior. Sin la satisfacción de los deseos no hay de­senvolvimiento posible y éste debe preceder al despertar de la razón y del juicio y a la ad­quisición de las facultades más altas de la me­moria y de la imaginación. Todo esto debe te­ner nacimiento en la satisfacción del deseo. La experiencia es la ley de la vida y del progreso. Sin acumular experiencias de todas clases, el hombre no puede saber que vive en un mun­do sometido a la Ley. Esta tiene dos maneras de hablar al hombre: el placer, cuando ella es ob­servada; el dolor cuando es violada. Si en esta fase poco avanzada los hombres no efectuasen toda clase de experiencias, ¿cómo conocerían la existencia de la Ley? ¿Cómo llegarían a establecer una distinción entre el bien y el mal sin haber tenido la experiencia del bien y del mal? Solo los opuestos hacen posible la existencia de un universo. Estos opuestos se presentan a la conciencia en un momento dado bajo la forma de bien y mal. No podréis reconocer la luz sin la oscuridad, el movimiento sin el reposo, el placer sin el dolor. Igualmente, no podéis conocer el bien que es la armonía con la Ley, sin conocer el mal que es el desacuerdo con la Ley. El bien y el mal son opuestos que carac­terizan un período más avanzado de la evolu­ción humana y el hombre no puede llegar a apreciar lo que les distingue sin haber pasado por las experiencias de uno y otro y ahora se produce un cambio. El hombre ha llegado a un cierto grado de discernimiento. Abandonado a sí mismo de un modo absoluto, el llegará con el tiempo, a reconocer que ciertas cosas le son favorables, le fortifican, exaltan su vida mientras que otras le debilitan, dismi­nuyen su vida. La experiencia le enseñará todo esto. Con ella por solo maestro, llegará a dis­tinguir el bien del mal, identificará el senti­miento agradable, que exalta la vida, con el bien y el sentimiento doloroso, que la dismi­nuye, con el mal y así llegará a concluir que toda felicidad y todo progreso tienen su origen en la obediencia a la Ley. Pero esta inteligencia naciente necesita mucho tiempo para comparar entre si las experiencias agradables y dolorosas y estas experiencias, difíciles de comprender en cuanto que lo que primero ha dado placer, llega, por el exceso, a causar dolor y de aquí deducir el principio de la Ley. Mucho tiempo ha de pa­sar para que ella pueda reunir innumerables experiencias y deducir de ellas la idea de que esto es bueno y aquello es malo. Pero a esta deducción no llega por sus  solos medios. De mundos pasados vienen ciertas Inteligencias de una evolución más alta que la suya, Maestros que vienen a ayudar su desarrollo, a llevar de la mano su crecimiento, a enseñarle la exis­tencia de una ley que impone las condiciones de su evolución y que aumentará su bienestar, su inteligencia y su fuerza. En realidad la Revelación que proviene de la boca de un Maestro apresura la evolución, en lugar de quedar en­tregada a las lentas enseñanzas de la experiencia y el hombre encuentra en las palabras de un superior y en su expresión de la ley una ayuda a su desenvolvimiento. El Maestro dice a esta inteligencia naciente: «Si matas a este hombre, cometerás una acción que yo prohíbo por autoridad divina; esta ac­ción es mala y te hará desgraciado». El Maestro dice: «Es bueno socorrer a los que mueren de hambre; este hambriento es tu hermano, alimén­talo, no lo dejes morir de hambre, comparte con él lo que tú posees; esta acción es buena y si tú obedeces a esta ley, te encontrarás bien». Las recompensas se ofrecen para atraer la inte­ligencia naciente hacia el bien y los castigos y amenazas para separarlos del mal. La prospe­ridad terrestre está asociada a la obediencia de la Ley y el infortunio terrestre a su trasgre­sión. Esta declaración de la ley, de que la des­gracia es la consecuencia de lo que la ley pro­híbe y la dicha es la consecuencia de lo que la ley ordena, estimula a la inteligencia naciente. Ella desobedece a la ley y al venir el castigo, sufre y después se dice: «El Maestro me había advertido». El recuerdo de una orden confir­mada por la experiencia hace sobre la concien­cia una impresión mucho más fuerte y más rá­pida que la experiencia sola sin la revelación de la ley. Esta declaración de lo que los sabios califican de principios fundamentales de la mo­ralidad a saber, que ciertos géneros de ac­ción retardan la evolución y otros la aceleran­, es para la inteligencia, un inmenso estimulante. ¿Rehúsa el hombre obedecer la ley? Queda entonces entregado a las duras lecciones de la experiencia, El dice: «Yo quiero este objeto, por más que la ley lo prohíba» y queda enton­ces entregado a las severas enseñanzas del do­lor y el látigo del sufrimiento le enseña la lec­ción que no ha querido aprender de los labios del Amor. ¡Cuán frecuente es esto en nuestros días! ¡Cuántas veces un joven razonador e infatuado rehúsa escuchar la ley, rehúsa escuchar la experiencia y no tiene en cuenta las enseñanzas del pasado! El deseo supera en él a la inteli­gencia. Su padre tiene el corazón destrozado. «Mi hijo, dice, está sumido en el vicio; mi hijo se deja arrastrar al mal. Yo le he enseñado a obrar bien y he aquí que se ha vuelto un em­bustero. Tengo el corazón destroz
ado por su conducta». Pero Ishvara, Padre más tierno que ningún padre terrestre, permanece paciente. Porque él está en el hijo lo mismo que en el pa­dre. Está en él y le instruye de la única ma­nera que esta alma consiente en aceptar. El joven no ha querido escuchar la autoridad ni el ejemplo. Es necesario a toda costa que el mal principio que retarda su evolución sea arran­cado de él. Si rehúsa instruirse por la dulzura, que se instruya por el dolor, que se instruya por la experiencia. Que se sumerja en el vicio para experimentar enseguida el amargo dolor que sobreviene por haber pisoteado la ley. No hay prisa. Si la lección es penosa de aprender, al menos la aprenderá seguramente. Dios está en él y por tanto le deja marchar a su gusto. ¡Qué digo! Hasta le facilita el camino. A la demanda del joven, Dios responde: Hijo mío, si rehúsas escuchar, haz lo que deseas y se instruido por tu dolor abrasador y la amargura de tu degradación. Yo estoy junto a ti, te vigilo a ti y a tus acciones, porque Yo cumplo la ley y soy el Padre de tu vida. Tú aprenderás a desear en el fango y la degradación, lección que no has querido recibir de la sabiduría y del amor». He aquí porque Él dice en el Gita: «Yo soy el fraude del truhan». Porque siempre pa­ciente, Él trabaja por el fin glorioso y nos hace emprender caminos dolorosos cuando no que­remos seguir los caminos llanos. Nosotros, inca­paces de comprender esta compasión infinita, interpretamos mal sus intenciones: pero Él pro­sigue su obra con la paciencia de la eternidad, para llegar a que el deseo sea completamente extirpado y que su hijo pueda ser perfecto como su Padre que está en los Cielos es perfecto. Abordemos el periodo siguiente. Hay en él ciertas grandes leyes de desenvolvimiento que son generales. Hemos aprendido a atribuir a ciertas cosas el carácter de bien y a otras el de mal. Cada nación se forma una idea especial de la moralidad. Muy pocos saben como esta idea se ha formado y cuales son sus puntos dé­biles. Para lo corriente de la vida ella es su­ficiente. La experiencia de la raza guiada por la ley, le ha enseñado que ciertas acciones re­tardan la evolución mientras que otras la aceleran. La gran ley de la evolución metódica subsecuente a las fases iniciales es la que go­bierna los cuatro pasos sucesivos del desenvol­vimiento siguiente del hombre y se afirma cuan­do este ha alcanzado un punto determinado, cuando su enseñanza preliminar ha concluido. Esta ley existe en todas las naciones cuya evolución ha alcanzado cierto nivel, pero ha sido proclamada por la India antigua como la ley definida de la vida evolucionante, como la pro­gresión que sigue el alma en su crecimiento, como el principio subyacente que permite com­prender el Dharma y conformarse a él. El Dharma, recordadlo, comprende dos elementos: la naturaleza interior en el punto a que ha llegado y la ley que determina su desenvolvi­miento en el período que se va a abrir ante ella. El Dharma debe ser proclamado por cada uno. El primer Dharma es el del servicio. Cualquiera que sea el país en que las almas sean nacidas, desde el momento en que han dejado tras ellas los períodos preliminares, su naturaleza interior exige que sean sometidas a la disciplina del servicio y que adquieran, sirviendo, las cualidades necesarias para su crecimiento en el pe­riodo que comienza. La facultad de actuar con independencia queda ahora muy restringida. En este período relativamente poco avanzado, hay más tendencia a ceder a las impulsiones exteriores que a manifestar un juicio formado tomando un partido determinado emanado del interior. En ésta clase vemos a todos aquellos que se relacionan al tipo del sirviente. Recor­dad las sabias palabras de Bhishma: Si los ca­racteres distintos del Brahman se encuentran en un Shudra y faltan en un Brahman, entonces el Brahman no es Brahman y el Shudra no es Shudra. En otras palabras, los rasgos distintos de la naturaleza interior determinan el grado de desenvolvimiento de esta alma y le imprimen el sello de una de las grandes divisiones na­turales. Cuando la facultad de iniciación es débil, la razón pobre y poco desenvuelta, el Yo inconsciente de sus altos destinos e influen­ciado sobre todo por los deseos, cuando él to­davía tiene que desarrollarse satisfaciendo la mayor parte si no la totalidad de sus deseos, entonces el Dharma de este hombre es servir y solamente por el cumplimiento de este Dhar­ma puede conformarse a la ley evolutiva que lo llevará a la perfección. Un hombre tal es un Shudra, cualquiera que sea el nombre que se le de en los diferentes países. En la India anti­gua, las almas que presentaban los caracteres distintivos de este tipo nacían en las clases que convenían a sus necesidades, porque los Devas guiaban sus nacimientos. En nuestros días reina la confusión. ¿Cual es en este periodo la ley de crecimiento? La obediencia, la devoción, la fidelidad. La obediencia, porque el juicio no está desarrollado. El hombre que tiene por Dharma el servicio, debe obedecer ciegamente a quien sirve. No le corresponde discutir las órdenes de su superior, ni examinar si las acciones que de él se exigen son sabias. Ha recibido una orden y su Drama es obedecer. Tal es para él la única manera de instruirse. Se vacila en admitir esta doctrina, pero es verdadera. Voy a presentar un ejemplo que parecerá claro, el de un ejército y un sim­ple soldado a las órdenes de su capitán. Si cada soldado sometiese a su juicio personal las órdenes del general y dijera: «Esto no está bien, porque, a mi modo de ver, hay otro lugar donde yo seria más útil», ¿qué vendría a ser el ejér­cito? El soldado es fusilado cuando desobedece, porque su deber es la obediencia. ¿Vuestro jui­cio es débil? Estáis dominado por las influencias exteriores? ¿No podéis ser dichosos más que rodeados de ruido, de tumulto? Entonces vues­tro Dharma es servir, cualquiera que sea el lu­gar de vuestro nacimiento y seréis afortunados si vuestro Karma os coloca en una posición en que la disciplina pueda formaros. El hombre aprende, pues, a prepararse para el grado siguiente. El deber de todos aquellos cuya posición les confiere autoridad es recordar que el Dharma de un Shudra queda cumplido cuando él es obediente y fiel a su señor y no esperar que un hombre llegado a este grado de evolución manifieste virtudes más altas. Pedirle serenidad en los sufrimientos, pureza de pensamiento y el poder de soportar las priva­ciones sin murmurar, sería exigirle demasiado. Si en nosotros mismo estas cualidades están con frecuencia ausentes, ¿cómo esperar encontrar­las en lo que llamamos clases inferiores? El de­ber del superior es manifestar virtudes superio­res; pero de ningún modo tiene derecho de exigirlas a sus inferiores. Si el servidor da prue­bas de fidelidad y obediencia, su Dharma está perfectamente cumplido y sus otras faltas de­berán ser no castigadas, sino indicadas con dul­zura por el superior, porque haciéndolo así ins­truye a esta alma más joven. Un alma-niño de­berá ser guiada con dulzura por el sendero. Su desarrollo no debe ser detenido por nuestras durezas, como sucede generalmente. El alma, habiendo aprendido esta lección en muchos nacimientos, se ha conformado a la ley de su crecimiento y fiel a su Dharma, se va aproximando al período siguiente, durante el cual debe aprender a ejercer por primera vez el poder para la adquisición de la riqueza. El Dharma de esta alma es ya desenvolver todas las cualidades maduras ahora para el desenvol­vimiento y que florecerán llevando el género de vida exigido por la naturaleza interior, es decir, adoptando una de las ocupaciones reque­ridas en el período siguiente, en el que adquirir riquezas es un mérito. Porque el Dharma de un Vaishya, en todos los países del mundo, es desenvolver en sí mis­mo ciertas facultades definidas. El espíritu de justicia, la equidad en sus relaciones con otro, la facultad de no dejarse desviar de su objeto por simples razones de sentimiento, el desen­volvimiento de cualidades como la astucia y la perspicacia, sabiendo mantener en equ
ilibrio la balanza entre los deberes contradictorios, el há­bito de pagar lealmente en los asuntos legales, un espíritu penetrante, la frugalidad, la ausen­cia de despilfarro y de prodigalidad, la regla de exigir a cada servidor el servicio que debe prestar y pagarle su salario justo, pero nada de más; tales son los rasgos más salientes que preparan para un desarrollo más avanzado. Es un mérito en el Vaishya el ser frugal, el rehusar pagar más de lo que debe, el exigir en las tran­sacciones la rectitud y la exactitud. Todo esto hace nacer las cualidades necesarias que contribuirán a la perfección futura. Al principio estas cualidades son a veces poco simpáticas, pero consideradas desde un punto de vista más elevado, se ve que constituyen el Dharma de este hombre y si este Dharma no se cumple, los puntos débiles subsistirán en su carácter, se manifestarán más tarde y perjudicarán su evo­lución. La liberalidad es seguramente la ley de su desenvolvimiento ulterior, pero no la libe­ralidad del hombre negligente o que paga más de lo que debe. El debe acumular riquezas por la práctica de la frugalidad y de la exactitud y después emplearlas en nobles adquisiciones, o en pensiones a los sabios, o bien consagrarlas a empresas serias y cuidadosamente estudiadas que tengan por objeto el bien público. Acumu­lar con energía y gastar con cuidado, discerni­miento y liberalidad, tal es el Dharma de un Vaishya, la manera como se manifiesta su na­turaleza y la ley de su crecimiento ulterior.

Esto nos lleva al grado siguiente, el de los reyes y guerreros, de las batallas y las luchas, en que la naturaleza interior es combativa, agre­siva, batalladora, sabiendo mantenerse en su puesto y pronta a defender a cada uno en el ejercicio de sus derechos. El valor, la intrepidez, la generosidad magnífica, el sacrificio de la vida en la defensa de los débiles y el cumplimiento de los deberes personales tal es el Dharma del Kshatriya. Su deber es proteger lo que le está confiado contra toda agresión exterior. Esto puede costarle la vida, pero poco importa. Debe cumplir con su deber. Su trabajo es proteger, guardar. Su fuerza debe servir de barrera en­tre el débil y el opresor, entre el ser indefenso y los que quieren pisotearlo. Tiene razón en hacer la guerra y en luchar en las selvas con las bestias feroces. No comprendiendo lo que es la evolución, ni lo que es la ley del creci­miento, vosotros os espantáis de los horrores de la guerra. Pero los grandes Rishis, que lo han querido así, saben que un alma débil jamás puede alcanzar la perfección. No podéis adqui­rir la fuerza sin el valer. Ni la firmeza ni el valor pueden adquirirse sin afrontar el peligro, sin estar dispuesto a renunciar a la vida cuando el deber exige tal sacrificio. Sentimental e impresionable, el pseudo moralista retrocede ante esta doctrina, pero olvida que en todas las na­ciones hay almas que tienen necesidad de esta escuela y cuya evolución interior depende de la, manera de que se aprovechen de ella. De nuevo apelo a Bhishma, encarnación del Dharma y recuerdo sus palabras: «Es el deber del Kshatriya inmolar a sus enemigos a millares, si su deber de protector se lo impone». La gue­rra es terrible, los combates son espantosos, hacen estremecer de horror nuestros corazones y las torturas de los cuerpos mutilados y desgarrados nos hacen temblar. Esto proviene en gran parte de que la ilusión de la forma nos domina completamente. El cuerpo está desti­nado solamente a ayudar la evolución de la vida interior. ¿Esta ha aprendido todo lo que el cuerpo podía darle? Pues que este cuerpo desaparezca y que el alma quede libre para volver a tomar otro cuerpo nuevo que le per­mita manifestar más altas facultades. Nosotros no sabríamos percibir la Maya del Señor. Nues­tros cuerpos, que vemos aquí, pueden perecer periódicamente, pero cada muerte es una re­surrección a una vida superior. El cuerpo en sí no es más que una vestidura en que el alma se envuelve. ¿Qué sabio desearía que su cuerpo fuera eterno? Nosotros damos a nuestros niños un pequeño vestido y se los cambiamos a me­dida que crecen. ¿Haríais un vestido de hierro para impedir su crecimiento? Así, este cuerpo es nuestro vestido. ¿Será de hierro para ser im­perecedero? ¿El alma no tiene necesidad de un cuerpo nuevo para alcanzar un grado de desen­volvimiento más avanzado? Entonces, que el cuerpo desaparezca. Tal es la difícil lección que aprende el Kshatriya. El hace el abandono de su vida física y en este abandono, su alma ad­quiere el espíritu de renunciación; así aprende a sufrir, a tener confianza en sí, la consagra­ción a un ideal, la fidelidad a una causa y el Kshatriya da alegremente su cuerpo como pre­cio de esas virtudes y su alma inmortal se eleva triunfante para prepararse a una vida más her­mosa. Viene por fin el último período: el de la enseñanza. Aquí el Dharma es enseñar. El alma debe haber asimilado todas las experiencias in­feriores antes de poder enseñar. Si ella no hu­biese atravesado todos estos períodos anteriores y obtenido la sabiduría por la obediencia, el es­fuerzo y la lucha ¿cómo podría enseñar? El hombre ha llegado a este grado de evolución en que la expansión natural de su naturaleza interior le impulsa a instruir a sus hermanos más ignorantes. Estas cualidades no son artificiales. Son naturales e innatas y se manifiestan donde quiera que existan. Un Brahman no es un Brahman si, por su Dharma, no ha nacido ins­tructor. ¿Ha adquirido conocimiento y un na­cimiento favorable? Esto es para ser instructor. La ley de su desenvolvimiento es el conoci­miento, la piedad, el perdón de las ofensas, la simpatía por toda criatura. ¡Qué Dharma tan diferente! Pero ¿cómo el Brahman podría sen­tir simpatía por toda criatura si no hubiese aprendido a sacrificar su existencia a la voz del deber? Las mismas batallas han enseñado al Kshatriya a ser más tarde el amigo de toda cria­tura. ¿ Cuál es para el Brahman, la ley de su desarrollo? No debe perder jamás el imperio sobre sí mismo. Jamás debe ser arrastrado. Siempre debe dar prueba de dulzura. De otra manera, falta a su Dharma. Debe ser absoluta­mente puro. Jamás deberá llevar una vida in­digna. Debe desprenderse de los objetos terres­tres si ejercen alguna acción sobre él. ¿Es esto un ideal imposible? Yo no hago más que enun­ciar la ley que los Grandes Seres han enunciado antes. Mis palabras solo son un débil eco de las suyas. La ley nos ha dado este modelo. ¿Quién se atreverá a modificarlo? Si el mismo Shri Krishna ha proclamado este ideal, como el Dharma del Brahman, es que tal debe ser la ley de su desenvolvimiento: y el objeto de este es la liberación. La liberación le espera, pero so­lamente si él manifiesta las cualidades que debe haber adquirido y si se conforma al modelo sublime que es su Dharma. Solo con estas con­diciones tiene derecho al nombre de Brahman. El ideal es tan bello, que todos los hombres serios y reflexivos aspiran a él. Pero la sabi­duría interviene y dice: «Si, él te pertenecerá, pero es preciso ganarlo. Es preciso crecer y trabajar. Este ideal es verdaderamente para tí, pero no antes de que hayas pagado su precio». Es importante comprender para nuestro propio crecimiento y para el de las naciones, que esta distinción entre los Dharmas depende del grado de evolución y de saber reconocer nuestro pro­pio Dharma en los trazos distintivos que encontramos en nuestra naturaleza. Si presenta­mos a un alma que no está preparada, un ideal tan elevado que no se sienta conmovida, impedimos su evolución. Si le presentáis a un hom­bre vulgar el ideal de un Brahman, le ofreceréis un ideal imposible de perseguir y por consi­guiente, no hará nada. Si dirigís a un hombre palabras que no están a su alcance, creerá que no tenéis razón, porque le impulsáis a hacer algo de que no es capaz. Vuestra locura le ha presentado móviles que no le atañen. Eran más sabios los maestros de antaño, que daban a los niños golosinas y después lecciones más avan­zadas. Nosotros, en nuestra habilidad, hacemos valer a los ojos del más abyecto pecador, mó­viles que corresponden a un gran santo y así, en lugar de ayudar su evolución, la retardamos. Colocad vuestro propio ideal tan alto como sea posible, pero no lo impongáis a vuestro her­mano, pues la ley de su crecimiento puede ser enteramente diferente de la vuestra. Aprended la tolerancia que ayuda a cada hombre a hacer, donde quiera que esté, lo que para él es bueno hacer y lo que su naturaleza le impulsa a realizar. Dejándolo en su sitio, ayudadlo. Apren­ded esta tolerancia, que no siente alejamiento por nadie, ni aún por los pecadores, que ve una divinidad trabajando en cada hombre y está cer­ca de el para ayudarle. En vez de permanecer apartado a causa de un pique espiritual y de predicar a este hombre una doctrina de renun­ciamiento que es superior a él, haced, para ins­truir su joven alma, que su egoísmo superior sir­va para destruir su egoísmo inferior. No digáis al hombre vulgar que si no es trabajador traiciona su ideal. Decidle más bien: He aquí vuestra mujer a quien amáis y se muere de hambre. Trabajad para mantenerla, al hacer, valer este móvil, seguramente egoísta, haréis más por el avance de este hombre, que disertando ante él sobre Brahman, lo no condicionado y lo inmani­festado. Aprended el significado del Dharrna y podréis ser útiles al mundo. Yo no quiero rebajar en una línea vuestro propio ideal. No sabrías, picar muy alto. El solo hecho de que podáis concebido os permitirá alcanzarlo,
pero no por eso ha de ser el ideal de vuestro hermano menos desarrollado y más joven. Tomad por objetivo aquello que podáis imaginar de más sublime en el pensamiento y en el amor; pero al tomar este objetivo tened en cuenta los medios, lo mismo que el fin, vues­tras fuerzas y vuestras aspiraciones. Si éstas son elevadas, serán para vuestra próxima existencia los gérmenes de nuevas facultades. Man­teniendo siempre un ideal elevado, os aproxi­mas a él y lo que hoy deseáis con ardor, lo se­réis en lo porvenir. Pero es necesario tener la tolerancia del que sabe y la paciencia que es divina. Todo lo que está en su lugar está en buen lugar. A medida que la naturaleza supe­rior se desenvuelve, va siendo posible atraer cualidades tales como la abnegación, la pu­reza, la devoción absoluta y la voluntad fuer­temente dirigida hacia Dios.. Este es el ideal por realizar para los hombres más avanzados. Elevémonos gradualmente hacia ti, no sea que faltemos completamente a nuestro fin.


[1] El estudiante debería tratar de deducir todas las aplicaciones de este principio fundamental, lo que le serviría para fijar sus ideas.

Dharma “Filosofia De La Conducta”, de Annie Besant

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