Yo sí dejo llorar a mis hijos (porque quiero que sean niños equilibrados)

Eva Martín Garcia

niño llorando¿Dejarles llorar o no dejarles llorar? Esta es la gran pregunta cuando uno habla de sus hijos. Antiguamente, al hablar de bebés, era habitual que te dijeran que lo recomendable era dejarles llorar: «así sabrá que no puede tenerse todo en la vida», «así aprende a calmarse solo», «así aprende a dormir sin necesitar a sus padres», «así no se acostumbra a los brazos» o «así se le ensanchan los pulmones«, decían.

De un tiempo a esta parte el discurso está cambiando y ahora se recomienda todo lo contrario, que no les dejemos llorar, que les atendamos, que les ayudemos a calmarse, que les demos contención, cariño, paz… para que tengan un correcto desarrollo y para que nos acostumbremos a ese tipo de cuidados, a atenderles, a crear ese vínculo que debe ser bidireccional, que el bebé quiera que le cuidemos y que nosotros queramos cuidarle (no hablamos de amor, los padres aman a sus hijos, pero muchos les dejan llorar porque les han dicho que es bueno, y se crea una ruptura entre la demanda de ayuda y la respuesta de los padres que no debería existir).

Ahora bien, cuando hablamos de niños más mayores, ¿qué pasa? Porque los niños más mayores también lloran, pero lo habitual entonces es evitar que lo hagan, censurarlos, decirles que dejen de llorar. ¿Y qué hago yo? Pues lo que he hecho siempre, ir al contrario del mundo, al parecer, porque yo, como padre, sí dejo llorar a mis hijos.

Bueno, no dejarles llorar sin hacer nada por ellos… no me refiero a eso. Hablo de permitir que expresen su malestar, su llanto, sus tristezas, sus problemas. Yo sí les dejo que lloren y muestren así sus sentimientos.

A los bebés no hay que dejarles llorar

Por si hay algún equívoco, que nadie se eche las manos a la cabeza: a los bebés no hay que dejarles llorar. Con esto no quiero decir que pase algo si lloran, porque llorar lo van a hacer, pues es su único modo de comunicarse y pedir lo que necesitan. Lo que quiero decir es que si un bebé llora, hay que atenderle. Darle alimento, darle cariño, cambiarle el pañal, mirar si lo hemos abrigado demasiado o demasiado poco, ayudarle si le duele algo o se encuentra mal, etc. Ellos esperan que les atiendas y es lo que hay que hacer.

Mucha gente les deja llorar porque sienten o piensan que el bebé les controla, que les manipula. Nada más lejos de la realidad, los bebés no son capaces de manipular a sus padres, porque no son capaces de pensar en sus actos y sus consecuencias. Ellos solo piden lo que creen que necesitan.

Lo hacen porque están programados para sobrevivir, y cualquier cosa que les haga sentir en peligro, o cualquier malestar, provocará el llanto para resolver esa situación. Y ahí es cuando llegamos nosotros para calmarles, pues los efectos del llanto no son en realidad deseables.

Que si te tienes que duchar y el niño llora, pues mira, es lo que hay… sales, te secas, haces lo que puedes y le coges «ven, cariño, que ya estoy contigo». Pero si puedes estar por el bebé y le dejas llorar deliberadamente cuando podrías atenderle entonces tenemos un problema, por lo que he comentado antes: el bebé no recibe la atención que necesita y los padres se desconectan de sus llamadas de ayuda.

A los niños sí hay que dejarles llorar

 Lo habitual en nuestra sociedad, al menos hasta hace poco, es que se diga que a los bebés hay que dejarles llorar y que a los niños más mayores no se les deje llorar. Esta cambio se realiza en base al raciocinio de los niños: cuando ya consideramos que son capaces de pensar, hablar, manipular, hacer y deshacer, entonces su llanto nos molesta, porque consideramos que ya son lo suficientemente mayores como para no llorar demasiado. Digamos que sería algo así como «llora de pequeño para crecer rápido y no llorar después», como si el cerebro fuera un músculo que hay que entrenar para moldear rápido el carácter y que sea una persona autónoma, independiente y lo suficientemente madura como para aprender cuanto antes que la vida es dura y que los que soportan cualquier cosa son los que saldrán victoriosos.

El problema es que los niños no funcionan así. Necesitan mucho más para llegar a ser quienes esperamos que sean y por eso no tiene sentido y es contraproducente abusar del «deja de llorar», «venga, que no te has hecho nada», «va, hombre, no te quejes tanto» o los «como sigas llorando te castigo», «si sigues quejándote no te lo compro» y el «no ha sido para tanto».

Son frases, todas, que tratan de aplacar el llanto cuanto antes, los quejidos. Nos molesta que un niño que ya sabe hablar llore, porque sentimos que es débil en comparación con otros niños, o débil en comparación con el niño que creemos que es, o debería ser. «No llores«, le decimos de uno u otro modo. No llores, sé fuerte, no demuestres debilidad, no muestres fisuras, endurécete, haz de tu corazón piedra, deja de lamer las cicatrices y conviértete en una persona recta, rígida, valiente e impenetrable.

Pero ser así, tener ese carácter, no es algo que los niños tengan que hacer de pequeños. Una persona se transforma en eso (o no) con el paso del tiempo. Y son muy pocos los que lo consiguen de verdad. De hecho, probablemente ni siquiera sea positivo que alguien se convierta en un ser tan rocoso, porque llegar a ese extremo puede perjudicar en otras facetas de la vida: ¿Dónde queda el equilibrio? ¿Dónde el amor, el cariño, el romanticismo? ¿Dónde la empatía? ¿No puede pasar que una persona tan fuerte acabe por no entender el sufrimiento de los demás?

adulto tristeSon pocos, como digo, los que llegan a eso, porque la mayoría solo lo figuran. Actúan. Disimulan. Hacen creer a los demás que lo son, pero por dentro están llenos de miedos e inseguridades, llenos de dolor y llenos de ansiedad reprimida, de cicatrices mal curadas. Una personalidad creada con naipes. Un gran castillo de naipes recubierto de piedra, que es lo que se ve desde fuera. Una carcasa dura, difícil de franquear, en la que las personas se escudan para mantener su frágil existencia en equilibrio. ¿Y qué pasa cuando eres así y te encuentras con una persona sin tales inseguridades, de esas capaces de captar los miedos y la oscuridad de tu ser sólo con mirarte? Que te pone en jaque, te pone nervioso y que, si le dejas, si le permites hablar, si le permites quererte, si le dejas acercarse, puede llegar a abrir esa dura carcasa. Algo que en realidad deseas que pase con todo tu alma, pero que temes con todo tu ser.

Pero ojo, puede hacerlo alguien que te ame o alguien que te quiera destruir. Cualquiera de las dos. Porque si alguien que te odia logra romper tu primera barrera todo saldrá a la luz, tu verdadero y pequeñito yo, ese que se tambalea y corre riesgo de acabar seriamente herido porque desde siempre, desde que eras pequeño, alguien te dijo que no podías llorar, que no podías quejarte, que debías sufrir en silencio, que tú solo debías lidiar con tus miedos, tus inseguridades, tus complejos y tus dudas.

Esa pelota que se hace más grande, por culpa de los adultos

Seguro que habéis usado esta frase más de una vez: «deja salir tus sentimientos, porque si no los expresas, si te callas, la pelota se hará cada vez más grande y llegará un momento en que será mucho peor, pues explotarás». Pues eso es precisamente lo que hacemos con los niños, pero al revés, al decirles, desde pequeños, que lo que tienen que hacer es lo contrario, que no tienen que llorar, que no tienen que quejarse y que lo que sienten, en realidad, no está bien. Que no tienen que tener miedo y que, si lo tienen, tienen que callarse. Que no tienen que llorar o estar tristes, y que si lo están, tienen que callarse. Y así llevamos generaciones creando niños con sus «pelotas» llenas de ansiedad, tormentos, miedos y tristeza, todo problemas no resueltos que habitan en su interior. Problemas que les hace en realidad débiles, cuando la idea era precisamente la contraria.

niño llorandoDébiles. Los adultos somos débiles. Lo somos porque no toleramos el llanto de los niños. No es que ellos sean débiles y por eso no queramos que lloren, es que lo somos nosotros, incapaces de oír sus sufrimientos, de tolerar sus frustraciones y sus problemas. ¿Acaso no nos molesta cuando los adultos lloran? La mayoría no sabemos cómo actuar, qué hacer, cómo consolarles. De hecho, somos tan inútiles la mayoría, que a menudo ni siquiera tratamos de hacerlo. En todo caso, para conseguirlo, tratamos de hacer pequeño el problema, como hemos comentado días atrás con los abortos: «eres joven», «estás a tiempo de tener más», «le pasa a todo el mundo«, «mejor ahora que después». Todo frases que tratan de convencer a la mujer de que no tiene razón real para llorar tanto o sufrir mucho, porque su problema es mucho menor de lo que cree. No es que lo sea, es que queremos que lo sea. Queremos que sea pequeño, queremos que vuelva su sonrisa, queremos que deje de quejarse.

Con los niños hacemos igual. Si se caen y hacen daño les decimos que «no ha sido nada«. Si lloran por algo nimio para nosotros, les decimos que «estás montando un drama por una tontería». Todo se basa en evitar el sufrimiento ajeno porque somos tan poca cosa que ni siquiera somos capaces de lidiar con esas situaciones ajenas.

Por eso yo a mis hijos sí les dejo llorar y decirme de ese modo, o como lo sientan, que están mal, y si yo lo paso mal con ello, me fastidio. Yo soy el débil. Yo soy el que tiene que aprender a controlarse y el que tiene que empezar a comprender las emociones. ¿Acaso no son pequeños los problemas de los niños? No para ellos. A mí pueden parecerme una tontería, pero a ellos no. Los peores momentos que recuerdo de la infancia son absolutas chorradas comparadas con los problemas que puedo tener ahora, pero recuerdo que para mí, por entonces, eran importantes, recuerdo el dolor que sentía por no ser capaz de solucionarlas entonces y recuerdo el dolor de la incomprensión de los adultos. «¿Por qué no me hacen caso? ¿Por qué no me entienden?».

Y esto mismo es lo que siente una mujer cuando sufre un aborto, o alguien que pierde a su pareja, o que pierde el trabajo o que pierde… y que sufre. Incomprensión hacia los demás. Incomprensión hacia quienes no le comprenden. Pero tampoco dicen nada, porque estamos todos acostumbrados a no mostrar los sentimientos negativos, y así nos va.

Tan sentimiento y tan emoción es la alegría y la risa como la tristeza y el llanto, y esto es lo que debemos transmitir: «llora hijo, si el cuerpo te lo pide. Ven, que te abrazo, y si quieres, cuéntame qué te pasa. Quizás yo no tenga la solución a tu problema, pero te voy a escuchar, siempre, porque solo escucharte, solo que sepas que me importa lo que te pase, sea bueno o sea malo, te hará sentir que tienes mi apoyo, que estaré ahí, a tu lado, siempre que me necesites».

No siempre vamos a tener la solución, quizás hasta ellos sean capaces de hallarla antes que nosotros, pero es que en el fondo da igual. Lo importante al final no es el problema y cómo se resuelve, sino poder expresar lo que sientes y que alguien lo dé por válido, que alguien entienda por qué te sientes así y que te escuche.

Los mejores amigos no son los que tienen todas las respuestas, sino los que saben escucharte, incluso cuando no responden.

AUTOR: Desconocido.

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