JETSUN MILAREPA: El Plenamente Iluminado

Marisa García

Jetsun Milarepa
Jetsun Milarepa

(1)Gran yogui tibetano, reverenciado como héroe nacional y venerado como «El Plenamente Iluminado» por otros países asiáticos. Es la heroica historia de un hombre capaz de transformarse, desde ser practicante de magia negra hasta la supremacía de un poderoso yogui, señalando el camino hacia el autoconocimiento y la liberación, consagrándose a la consecución del dharma. El Sendero de la iluminación. Milarepa experimentó con los elementos de la conciencia más que ningún otro yogui budista.

(2)El bisabuelo del abuelo de Milarepa fue un poderoso Yogui Nyigma. Su abuelo paterno desperdició los bienes familiares en juegos de dados. Afortunadamente él y su padre lograron amasar una buena fortuna a través de los negocios y la familia adquirió una granja fértil con tres grandes casas en el valle de Kya Ngatsa en Gungthang, Tíbet. Inspirados por su éxito, relativamente distantes, un tío y una tía paternos se mudaron cerca de la próspera y feliz familia. Fue aquí en el año de 1052, cuando Mila «Buenas Noticias» nació.

 

A la edad de 7 años su gentil padre contrajo una enfermedad de la que claramente se observaba que no iba a recuperarse. Antes de que el padre muriera delegó la propiedad a su hijo una vez que se hiciera mayor. Hasta entonces encomendó el cuidado de su esposa, hijo y joven hija así como de toda su propiedad a su tío y su tía. Este par demostró ser bastante severo con los herederos de estas propiedades privándolos de toda comodidad que no fuera necesaria para la subsistencia mínima. La madre y sus hijos se volvieron los sirvientes dependientes de los repentinamente prósperos e ingratos familiares.

 

Después de ocho años de humillación, trabajo duro y pobreza, el día de la redención finalmente llegó. Para el quinceavo cumpleaños de Milarepa su madre organizó una gran fiesta a la que invitó a su tío y su tía, así como a otros familiares y amigos, para llevar a cabo el tan esperado momento de su liberación. La granja sería legalmente suya de nuevo. Sin embargo el tío y la tía desafiantemente negaron la existencia de deseo alguno de devolver las propiedades del padre de Mila a su hijo. Ellos declararon que ellos mismos habían sido los herederos correctos y legales de los bienes del padre. Fue sólo, según ellos, la bondad de sus corazones lo que aseguró la supervivencia de la desgraciada madre, hijo e hija.

 

Tíbet en aquel entonces no contaba con recursos judiciales, así que había pocas maneras de resolver el conflicto, excepto por la violencia. El sentido común negaba sus afirmaciones, pero a pesar de eso el tío y la tía mantuvieron el desafío. «Si ustedes son muchos hágannos la guerra, si son pocos, hagan brujería».

 

Un profundo odio se estableció en el corazón de la madre de Milarepa. Ella sabiamente envió a su hijo a aprender a leer y escribir con un Lama Nyigma.

 

(1)Milarepa llegó un día borracho a la casa, por lo que se disculpó ante su madre, prometiéndole hacer cuanto ella quisiera. Entonces su madre le pidió que buscase un mago que le enseñara la hechicería necesaria para vengarse de sus primos.


Milarepa conoció a un adepto de la magia negra llamado Lama Yungtun?Trogyal, «El iracundo y victorioso maestro del mal», que supuestamente podía dar muerte a distancia y enviar tempestades para arruinar las cosechas. Tras haber aprendido las artes negras, Milarepa destruyó la casa en que se estaba celebrando la boda de uno de sus primos. Un testigo dijo haber visto la casa llena de gusanos, y un gigantesco escorpión del tamaño de un yak derribar la columna central de la misma. Treinta y cinco personas muertas fue el saldo, pero Milarepa les salvó la vida a sus tíos para que éstos padecieran dolor y miseria. Sin embargo, la destrucción de la casa no fue bastante para satisfacer a su madre, quien pidió a Milarepa que  enviara tormentas de granizo sobre sus cosechas. Así lo hizo Milarepa, conjurando una terrible tormenta de granizo, intensas lluvias y fuertes vientos.

Milarepa se lamentó después de sus actos, aunque siguió al servicio del hechicero y hasta alcanzó una formidable reputación, pero nunca más volvió a ver a su familia. Finalmente, a la edad de 38 años, se arrepintió, y con la bendición de su maestro se entregó a la consecución del dharma. Para ello se convirtió en discípulo de Marpa, fundador de la escuela de budismo tibetano Kargyut?pa, introductor de la «Senda Corta a la Iluminación», que incluye la práctica intensa del yoga y el desarrollo de los siddhis o potencias psíquicas.


Milarepa permaneció con Marpa durante seis años, período durante el cual se dedicó a intensas disciplinas espirituales, empezando por el sometimiento de la voluntad, que es la entrega total de la persona a un ideal, en cuerpo y alma. Marpa eliminó implacablemente la voluntad de Milarepa sometiéndolo a frecuentes palizas. Hizo que Milarepa construyera una casa de piedra sólo para ordenarle enseguida que la echara abajo, repitiendo el proceso varias veces. Tras muchas dificultades, Marpa y Milarepa salvaron numerosas escrituras budistas del saqueo de los musulmanes que invadieron el norte de la India. Gracias a sus esfuerzos, la literatura tibetana es hoy la más abundante de todas las literaturas budistas.


A los 44 años, y habiendo expiado ya sus actos de hechicería, Milarepa fue finalmente iniciado por Marpa. Una noche Milarepa soñó que su casa estaba en ruinas y que su madre había muerto. Marchó a su casa y descubrió que todo había sucedido tal como lo había soñado. Entonces recogió los huesos de su madre y, según una versión, los introdujo en un saco que usó como almohada el resto de sus días. Según otra versión, sin embargo, Milarepa siguió la tradición y convirtió los huesos de su madre en tsha?tshas, o relicarios diminutos, que colocó sobre la stupa o túmulo funerario. Después juró que viviría como un asceta, entregado a la meditación, aunque sin entrar en el nirvana, o liberación final de la existencia material, hasta que todos los demás seres sensibles hubieran obtenido la salvación. Su santidad personal redimiría a sus padres.


Milarepa se retiró entonces a una cueva, «La Cueva Blanca del Diente de Caballo», situada en un lugar tan elevado e inaccesible que nadie se molestaría en buscarlo, satisfaciendo así su deseo de no ser distraído de sus meditaciones. No obstante, fue visitado por su principal discípulo Rechung Dorje?Tagpa, y por Dzze?se, una muchacha con la que había estado comprometido de niño, pero con la que nunca llegó a casarse. La única comida de Milarepa era caldo de ortigas, por lo que adelgazó mucho. El pelo y el cuerpo se le pusieron verdes como la planta cuyo caldo ingería. El calor psíquico le ayudaba a soportar el riguroso frío en su fino manto de algodón. Finalmente llegó a un estado de iluminación intelectual pura, y entonces pudo subsistir comiendo amritsa, la ambrosía de los dioses. Durante sus años de eremita, Milarepa supuestamente desarrolló poderes psíquicos aún más increíbles. Fue visto volando, y viajaba fuera de su cuerpo no sólo a cualquier parte de la Tierra, sino también a otros planos y otros mundos, donde sostenía discusiones con maestros espirituales; podía asimismo trasformarse en una llama, un pajarillo o una corriente de agua. Estos poderes atrajeron sobre él la atención desfavorable de quienes estaban interesados en usarlos para obtener ventajas materiales, así que Milarepa abandonó su cueva y se marchó a un área cercana al monte Everest, deteniéndose en Lap?chi, en un lugar conocido como Entre Ríos.


Una vez allí, un lama celoso de sus poderes y de nombre Tsaphuwa, envió una de sus concubinas a Milarepa para que le ofrecieran cuajada envenenada. Gracias a su clarividencia, Milarepa supo del plan, pero a pesar de ello comió lo que le era ofrecido. Explicó a la concubina que el veneno no podía hacerle daño, aunque de todas maneras él estaba listo para dejar la vida. Citó a todos sus discípulos y durante muchos días les predicó sobre la Verdad Real y la ley del karma, mientras entonaba innumerables himnos. El cielo y la tierra se llenaron de deidades que venían a escucharlo al son de una delicada música celestial.


Finalmente, Milarepa cayó enfermo y se hundió en samadhi, el preludio del nirvana. Tenía ya 84 años. En la pira funeraria reanimó su cadáver, y después resucitó en el Cuerpo Indestructible, que es la fusión del cuerpo espiritual con el cuerpo fenoménico. Las llamas se elevaron en torno a la pira funeraria y Milarepa entonó un último himno antes de hundirse en trance en la Clara Luz, parte de la primera etapa del Bardo?Thodól («Entre Dos»), el estado posterior ala muerte. La cremación se vio acompañada de toda suerte de misteriosos y maravillosos sonidos y luces. Según se informa, el cielo se convirtió en un mandala que dejaba caer flores mientras brillantes cometas lo cruzaban.


Tras extinguirse el fuego, los discípulos se sintieron hondamente frustrados al descubrir que las dakinis («caminantes celestiales’, encarnaciones femeninas de la total sabiduría de Buda), se habían llevado todos los huesos y las cenizas. A fin de calmarlos, las dakinis les ofrecieron la última y magnífica visión de un gran chaitya (relicario), en el que proyectaron la imagen de Milarepa antes de llevárselo hacia el este con el acompañamiento de suspiros y de música celestial.


Los cánticos e himnos que Milarepa compuso a lo largo de su vida siguen siendo interpretados en el Tibet actual, donde también se veneran los lugares en que se dice que estuvo.


(3)El Canto de las Siete Verdades

 

A ti, Marpa el Traductor, mi reverencia;

te ruego incrementes en mí la mente-bodhi.

Sea cual fuere la belleza de un canto,

será solamente un sonido para aquellos

que no captan la verdad.

Si una parábola no está acorde con la enseñanza del Buda,

a pesar de la mucha elocuencia que pueda tener

no pasará de ser sólo un simple eco.

Si uno no practica el dharma,

aunque

se proclame muy erudito en la doctrina,

sólo será un autoengañado.

Vivir en soledad es aprisionarse a sí mismo,

si uno no practica la instrucción de la Transmisión Oral.

Trabajar en el campo no es sino un castigo,

si uno descuida la enseñanza del Buda.

Para aquellos que no guardan su moral,

las oraciones son sólo deseos.

Para quienes no practican lo que predican,

la oratoria es una pérfida mentira.

Evitar las malas acciones amengua en sí los pecados;

hacer buenas obras es ganar méritos.

Permanezcan en soledad y mediten a solas.

El mucho hablar no es de ningún provecho.

¡Sigan mi canto y practiquen el dharma!

A diferencia de los líderes religiosos, Milarepa nunca intentó construir un templo ni formar una secta, ni organizar ninguna clase de orden. Su vida fue la de un yogui mendicante que vivió en las más remotas montañas, vagando de uno a otro sitio como un santo trovador que predicaba el santo dharma a quien quisiera escucharlo. Aunque en su tiempo fue ridiculizado por los eruditos budistas que lo tildaban de ermitaño ignorante, la historia ha comprobado que sus enseñanzas han sido superiores y de mayor alcance que la de aquellos letrados.

RECOPILADO POR KIKO MIRROR

Fuentes:

(1)

(2)

(3)The Hundred Thousand Songs of Milarepa («Los Cien Mil Cantos de Milarepa»),

Aquí una página sobre su película:

Y aquí un pequeño fragmento de ella en chino con subtitulos en inglés:

 

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