La vida del monje trapense

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Monje Trapense. CW.

Aquí estoy, en un monasterio de monjas trapenses, que han abierto las puertas de su hogar y me han dado la oportunidad de compartir unos días de oración y silencio junto a ellas. Al decir “unos días”, estoy manifestando  que no soy una gran conocedora de la riqueza de su vida, sino que tan solo quiero contarles a ustedes que bella es la vida monástica y lo que he podido aprender en estos pocos días.

Vida de oración

La vida de las monjas es vida de oración. Su rutina diaria manifiesta que lo más importante es adorar y amar a Dios sobre todas las cosas, con toda el alma y con todo el corazón. Ya a las 4:00 a.m., en plena noche, están despiertan para comenzar el día recitando las Vigilias. A las 6:30 es la hora de Laudes y de la Misa. Luego siguen con Tercia (8:15), Sexta (12:00) y Nona (14:15). Por la tarde son las Vísperas (17:50) y después de cenar Completas (19:20).

O sea que durante el día, como máximo están tres horas fuera de la Iglesia, trabajando (en la huerta, cocinando, haciendo artesanías…) y dedicando su trabajo a Dios mientras repiten alguna jaculatoria, alguna breve oración, como por ejemplo “Ven Espíritu Santo”.

Cantan la liturgia de las horas, con dulces voces dadas por Dios para hacer que los momentos en que es adorado en la tierra suenen maravillosamente. Al decir “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo” se inclinan con tal reverencia que su espalda queda paralela al suelo. Cada día cantan varios salmos. Les lleva dos semanas recitar los 150 salmos de la Biblia, y cuando finalizan vuelven a comenzar.

He hablado con la monja hospedera, quien me ha recibido generosamente y me ayudado a descifrar el libro “Liturgia de las horas para los fieles” que tenía hace un tiempo en casa y no sabía bien cómo utilizarlo. Me explicó que la liturgia que siguen las monjas es más completa, ya que ellas rezan siete veces por día. Este libro está destinado a que los fieles puedan rezar tres veces al día: laudes, vísperas y completas. Es un libro sumamente recomendado.

Con las otras monjas casi no he hablado. Por suerte, este es de los pocos lugares del mundo en que, aunque estemos varias personas juntas, puede reinar el silencio. Dijo San Rafael Arnaiz Barón, monje cisterciense y trapense de comienzos del siglo XX: “¡Qué hermoso es el silencio!…estoy convencido, el silencio ayuda mucho para no perder la presencia de Dios” (Feliz, 2006, p.15). Tiene razón, ¡qué hermoso y necesario es el silencio para estar con Dios!

En el silencio se percibe la alegría, la humildad y la generosidad de estas monjas trapenses cistercienses que reciben a los huéspedes en su hogar, su Iglesia, su oasis de paz y alabanza que han sabido crear con miles de horas de oración dirigidas llenas de amor al Rey del Cielo y de la Tierra, a nuestro Salvador.

 

Dejarlo todo

Pero antes de quedarse para siempre en el monasterio, antes de convertirse en monjas trapenses, estas mujeres tuvieron que “morir al mundo” y dejarlo todo. Dejar familias, trabajos, apellidos…

Si nos detenemos a meditar profundamente en esta realidad  vislumbraremos la grandeza de su entrega a Dios. ¡Qué difícil tener que dejar a una familia y a unos amigos amados! Dejar los paseos, las andanzas, las diversiones, las aventuras. Dejar naciones, tierras,  idiomas y costumbres. Dejar la vanagloria, las extensas charlas, el parloteo de la mente. Dejar los sueños, deseos e ilusiones basados en el propio ego.

Entregarse por entero a la voluntad de Dios. Entregarse a una vida de humildad y adoración. Entregarse al silencio y al orden. Entregar el cuerpo y todas las horas del día. Vigilar por las noches.  ¡Qué valiente entrega! ¿Quién puede realizarla? Ellas, que se dejan guiar por la Regla de San Benito.

Hermosa manera de seguir a Jesús. Él dijo: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierde su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿Qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su propia vida?”(Marcos 8:34-36).

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 Monjes Trapenses

Comunión con Dios

Aunque sea un paso difícil de dar, el de dejarlo todo, el de negarse a sí mismo, no hay duda que la recompensa para los valientes es infinita. Eso se vislumbra en las monjas y los monjes: la paz, la alegría, el amor, la verdad que viene de Dios e inunda el alma.

¡Que hay mejor que dejarse abrazar por Dios! ¡Qué mejor que ser todo de Dios, en Él, para Él, con Él! Jesús rogó por sus discípulos en la última cena diciendo: “Padre Santo, guarda en tu Nombre los que me has dado, para que sean, como nosotros, una sola cosa” (Juan 17:11). También dijo: “digo estas cosas estando aun en el mundo, para que tengan en sí mismos la plenitud de mi gozo” (Juan 17:13). Así, unidos a Jesús, por haber entregado el cuerpo y el alma a su alabanza, estamos unidos a Él como Él quiso, y al estarlo nuestro gozo, nuestra alegría es total.

Este es el estado ideal para dejar este mundo y entregar el cuerpo a la tierra. El estado ideal para comenzar a vivir la vida eterna y celestial.

Muchas gracias a las monjas y los monjes que mantienen la tradición de la verdadera alabanza a Dios viva y que nos abren las puertas de su hogar para que vivenciemos su existencia que ya no tiene los pies metidos en el barro y las tentaciones de este mundo y que sí tiene el corazón firmemente agarrado al de su Señor.

 

Fuentes y bibliografía:

  • EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS – LA BIBLIA. Buenos Aires: Editorial San Pablo, 1981.
  • Liturgia de las horas para los fieles. Laudes, Vísperas y Completas. Presentado por Pedro Farnés Scherer, Pbro. Versión litúrgica oficial. Bilbao: Desclée De Brouwer S.A., 2014.
  • Testigos cistercienses de nuestro tiempo. El Beato Rafael Arnáiz Barón. Alberico Feliz.  Vitorchiano (VT): Trappiste, 2006.

 

 Autora: Cecilia Wechsler, integrante de la Gran Hermandad Blanca hermandadblanca.org

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