El Mito Polar: En busca de la perdida Hiperbórea

Eva Villa

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¿Habéis escuchado hablar del Mito Polar? Según el arquetipo polar, la humanidad se originó en un continente místico situado en las Tierras del Norte. Ese continente se llamaba Hiperbórea y estaba custodiado por semidioses que la protegían tras altos muros de hielo. Hiperbórea desapareció tras un cataclismo, y todos sus habitantes desaparecieron, llevándose con ellos su sabiduría superior. Y sin embargo, la raza humana ha sobrevivido hasta nuestros días. ¿Somos los descendientes de aquellos primeros hombres? ¿O bien el Mito Polar es sólo un cuento de hadas para hacer soñar a los niños?

Vamos a acercarnos al mito siguiendo las directrices de Joscelyn Goldwin y su maravillosa obra.

Según los expertos, existe una escuela de pensamiento que sostiene que los Polos de la Tierra se desplazaron en el pasado con consecuencias significativas para todas las criaturas que los habitaban. También asegura que si la zona ártica no se hubiera desplazado, habría sido apta para el asentamiento humano y es muy posible que así fuera. Entoces, ¿qué tipo de gente habría vivido allí y qué fue de ellos? ¿Por qué desaparecieron, si es que alguna vez existieron?

Gracias a la Ciencia Moderna, sabemos que la Tierra no se mantiene recta en su órbita alrededor del Sol, sino que se inclina en un delicado ángulo desde la perpendicular. Pero existe la creencia generalizada de que una catástrofe causó su estado actual, y que algún día restituirá en la perfeccíón geométrica de su origen. Por tanto, se supone que en tiempos primigenios la Tierra no estaba inclinada, sino que giraba perfectamente erguida, con su ecuador en el mismo plano que la elíptica; es decir, con el eje perpendicular al plano de su órbita alrededor del Sol. En esas circunstancias, la Tierra daría la vuelta alrededor del Sol en 360 días exactamente. No existirían las estaciones de primavera, verano, otoño o invierno; todos los días serían iguales. El clima de cada zona sería uniforme a lo largo del año. Las plantas germinarían, florecerían y morirían obedeciendo solo a sus ritmos interiores. La vegetación característica de cada territorio estaría siempre presente, en cada fase de su ciclo vital, proporcionando alimento todo el año para los habitantes del ecosistema. En el ecuador, el Sol saldría a las seis en punto cada mañana exactamente por el Este, se alzaría en vertical hasta alcanzar el cénit al mediodía y continuaría su trayecto para ponerse justo en el Oeste a las seis de la tarde. Más al Norte o al Sur, se alzaría en un ángulo respecto al horizonte y alcanzaría menos altura en su límite del mediodía. Hacia los Polos su ángulo sería tan angosto que su trayecto de doce horas no lo llevaría más allá de unos cuantos grados por encima del horizonte. Pero los puntos por los que saldría no cambiarían nunca, y la duración del día y de la noche serían invariablemente iguales. Por este motivo, podríamos llamarla una “época de perpetua primavera”, puesto que en la actualidad el día y la noche sólo son iguales en los equinoccios de primavera y otoño.

En los propios Polos se obtendrían unas condiciones celestes poco corrientes. El Sol no saldría ni se pondría, sino que la mitad de su disco sería visible todo el tiempo, trazando un círculo alrededor del horizonte una vez al día. La ausencia de estaciones haría la Tierra habitable, e incluso confortable, hasta latitudes mucho más extremas que en la actualidd. Con calor y frío alternándose diaria pero no anualmente, en las regiones ártica y antártica no habría noches que durasen meses y en las que, como hoy, toda vida quedase aletargada. Con la probable ayuda de las corrientes marinas y el calor interno de la Tierra, doce horas de luz solar posibilitarían la fertilidad hasta altitudes muy altas. Incluso hoy, el sol bajo de la primavera ártica da lugar a una asombrosa variedad de vegetación, insectos y vida animal, mientras que los mares antárticos son un hervidero de criaturas que viven directa o indirectamente de él. Con los ejes erguidos, esto sería la norma durante todo el año. No habría necesidad de gastar energía en migraciones; las crías de animales podrían crecer en cualquier época del año y nunca faltaría alimento para ello. Igual que el resto de la Tierra, con zonas entre templadas y tropicales, disfrutaría sin duda de una Edad de Oro.

Fue en éste entorno dónde la mitología griega situó a la mítica Hiperbórea (la tierra más allá del Viento del Norte), un lugar mágico dónde siempre brillaba el sol, cuyos habitantes, que podían vivir miles de años eran eternamente felices, libres de la vejez, la enfermedad y la guerra.

La legendaria Hiperbórea está estrechamente relacionada con el mito tibetano de Shambhala, el continente perdido de la Atlántida y el reino subterráneo de Aghartha. Todas ellas son santuarios de luz, dónde seres superiores guardan los secretos ancestrales desde el principio de los tiempos.

Las Siete Razas de Blavatsky

Según “La Doctrina Secreta” de Blavatsky, la Humanidad podía dividirse en siete razas que habitaron siete continentes:

1. El primer continente del Manvantara (período de varios millones de años en el que todavía estamos inmersos) fue la imperecedera “Tierra Sacra,” que cubría todo el Polo Norte como una corteza ininterrumpida. Fue el hogar de la Primera Raza de humanos, que no eran seres físicos, sino etéreos. Gozaban del don de la inmortalidad.

2. El segundo continente se extendía al sur y al oeste del Polo Norte. En él apareció la Segunda Raza, formada por seres andróginos y semihumanos. La mayoría fallecieron en el primer cataclismo.

3. El tercer continente se llamó Lemuria y abarcaba desde el océano Índico a Australia. Ésta fue la época de la Tercera Raza, una Edad de Oro en la que los dioses andaban por la tierra y se mezclaban libremente con los mortales. En el trascurso de la era lemuriana, aparecieron las primeras razas verdaderamente humanas que pasaron de ser andróginas, ponedoras de huevos, a tener dos sexos diferenciados.

4. Lemuria quedó destruida y sus supervivientes dieron origen a la Cuarta Raza, que vivió en la Atlántida. Los atlantes desaparecieron en el mar hace unos 850.000 años.

5. La Quinta Raza (aria), de blancos y cobrizos surgió en Asia. Blavatsky escribió en su obra “Isis sin Velo” sobre un vasto mar interior que existió en Asia Central al Norte del Himalaya. En ese mar había una isla de belleza sin igual, a la que no se llegaba por agua, sino por pasadizos subterráneos en todas direcciones. Esta isla fue el hogar del último vestigio de la raza que precedió a la nuestra, y que poseía un perfecto dominio del entorno. Era una raza noble y sabia. Eran los Hijos de Dios, el Elohim de la Biblia, los educadores de la humanidad. Desgraciadamente, los nazis se apropiaron de la idea de Raza aria cómo raza sabia y heroica descendiente del Norte, y se autoproclamaron sus descendientes. Cómo sucedió con muchos otros conocimientos estotéricos, corrompieron y desvirtuaron el concepto para justificar su fanatismo y su barbarie.

6. 7. Otras dos razas más están por llegar antes del fin del Manvantara.

En los puranas hindúes, que son una de las fuentes principales de Blavatsky, la Tierra de Hiperbórea se denomina Svita Dvipa, Isla Blanca, directamente relacionada con la Ciudad de Luz de Shambhala. A éste santuario legendario se refiere Blavatsky cuándo dice:

“La Tierra Sacra es la única cuyo destino es durar desde el inicio hasta el fin del Manvantara”

Por tanto, afirma no sólo que la Primera Raza de Hombres surgió en las tierras polares, sino que éstos primeros ancestros aún sobreviven en un lugar místico, oculto a los ojos del hombre común, más conocido como Hiperbórea. Algunos escritores cómo Julio Verne o H.P. Lovecraft, inmortalizaron el Mito Polar en sus relatos.

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Pero, ¿qué sucedió en realidad?

¿Existió la perdida Hiperbórea? ¿El cataclismo que inclinó el eje de la Tierra provocó que todos sus habitantes desaparecieran? ¿O permanecen todavía ocultos, esperando a que el hombre esté lo suficientemente maduro para compartir su sabiduría?

Quizás Hiperbórea ocupe un espacio geográfico paralelo al nuestro, pero sólo sea perceptible para los Altos Iniciados. Quizás sea un espacio físico inaccesible, o bien un refugio espiritual que únicamente podemos alcanzar elevando nuestra consciencia.

En cualquier caso, el continente perdido de Hiperbórea y el origen polar de la humanidad es uno de los mitos que más ha fascinado al ser humano desde el principio de los tiempos, pues la idea de que descendemos de esa Arcadia desaparecida, dónde no existía la maldad ni el dolor, dice mucho de nuestra divinidad interior y nos acerca un poco más a la Verdad.

AUTORA: Eva Villa

FUENTE: “El Mito Polar. El arquetipo de los Polos en la Ciencia, el Simbolismo y el Ocultismo” de Joscelyn Godwin.

1 comentario

  1. Hay algo que me vino a la mente leyendo la nota, las estaciones por el momento son necesarias, después de la caída (de tipo sexual) de la humanidad, relatada en el Génesis y en diversos mitos e historias alrededor del mundo, perdimos virtudes y valores, y de allí facultades y sentidos internos, aquellos que nos permitían ver lo oculto en la naturaleza, lo eterno, la esencia de las cosas, al no poder ver lo interno entonces nos aferramos a lo externo, a lo que podemos percibir con los 5 sentidos, es decir lo sensual, lo perecedero. El curso de las estaciones aparte de muchas otras razones nos permite ver que la vida en este mundo es temporal, que es un ciclo y que la idea es trascenderlo, si sentimos propósito en la vida nos daremos cuenta que el aprendizaje en la rutina, en los ciclos es limitado, si se hace o se produce lo mismo todo el tiempo no hay aprendizaje, no hay progreso, hay un punto especial donde después de algunos esfuerzos y sufrimientos Conscientes nos damos cuenta que el mundo material tiene un “sin sabor” y algo dentro de nosotros nos dice que hay algo mas allá, algo oculto, un propósito trascendente que no está sujeto a estas leyes mecánicas, pero que se vale de ellas para darse a conocer. Si no hubiera estaciones sería más difícil en nuestro nivel de SER, entender el ciclo de la vida y de la muerte, lo que nace y muere en su tiempo, la temporalidad y la superficialidad. Tengo entendido que humanidades con Conciencia despierta disfrutan de planetas que no tienen estaciones y más bien tienen un agradable clima continuo, hay un equilibrio diferente entre los elementos porque son humanidades equilibradas, lo que tienen en su exterior (como en la mayoría de las cosas ) corresponde o es un reflejo de lo que tienen en su interior, humanidades cuyos individuos tienen conquistado un estado interior Conciente y duradero a voluntad, no como nosotros que ante un detalle nuestro interior pasa de cálido a frio, o de lujurioso a depresivo o ausente y distante por ejemplo, la idea es comprender que el ego cambia nuestro “clima interior” de acuerdo falsos conceptos de manera equivocada y dañina para nosotros y los demás, hasta que no eliminemos el ego no seremos dueños ni capaces de controlar el clima, por eso una humanidad cuyos individuos Concientemente gobiernan su clima interior, que tienen su Sol interior encendido, esos por derecho propio pueden modificar el clima externo a voluntad.

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