Nuestra Relación con el Dolor Físico: Cómo recuperar nuestro Poder por Jeff Foster

Rosa (Editora)

mujer con dolor - oscuridad sufrimiento

Estás experimentando dolor en tu cuerpo. Es intenso e incómodo. Has visitado todo tipo de doctores, sanadores, terapeutas y expertos en auto-ayuda. Has probado la medicina occidental, terapias alternativas, energías sanadoras, meditación, cantos, cambio de dieta, medicamentos, experiencias espirituales alucinantes, transmisiones de gurús, rezos, retiros, hipnosis. Has probado tener un pensamiento positivo, anestesiar el dolor, ignorarlo, decirle ‘no’; has intentado ser ‘pura presencia consciente’ o un ‘testigo libre de apegos’… Pero el dolor sigue aquí, y parece que nadie puede ayudarte en este momento. ¿Qué puedes hacer?

 ¿Seguirás buscando alguna solución, una terapia que funcione? ¿Depositarás tus esperanzas en un futuro que podría o no llegar a ser? ¿O te darás por vencido ahora, simplemente aceptando que no hay nada que pueda hacerse?

Puede ser que la respuesta se encuentre justo en el medio, como lo hacen la mayoría de las respuestas reales.

Verás, tal vez tu dolor tenga algo que mostrarte, algo que el placer, o la ausencia de dolor, o incluso el hecho de ‘conseguir lo que quieres’ jamás podría mostrarte. Tal vez la razón del dolor que hay aquí sea para revelar tu verdadero camino. No para destruirte, sino para centrarte. Para revelar el coraje, la compasión y la ecuanimidad en ti que jamás imaginaste posible. Para hacerte más humilde, para conducirte a un lugar de gratitud, y calma, y verdad. Entonces, se replantea la pregunta de ‘¿Cómo puedo estar libre de dolor ahora?’, a ‘¿Hay inteligencia en este dolor? ¿Hay alguna invitación más profunda aquí? ¿Hay alguna lección enterrada en lo profundo de mi dolor? ¿Hay algo que desea ser tomado en cuenta? ¿Algo hasta ahora oculto que quiere darse a conocer? ‘

¿Qué es peor, el dolor mismo, o tu exigencia de estar libre de dolor en este momento? ¿Las sensaciones del cuerpo que se dan momento-a-momento, o tu guerra contra ellas? ¿El dolor, o tu frustración y desesperación ante el hecho de que ‘siga allí’ y ‘que no haya desaparecido aún’? ¿El dolor, o el sentimiento de que estás atrapado dentro de tu cuerpo, que tu organismo te ha traicionado? ¿El dolor mismo, o tus sueños y esperanzas rotos?

Quizás quieras explorar qué es lo que realmente está causando la mayor parte de tu estrés, depresión y miedo. ¿Es el dolor mismo, o tu actitud hacia él? Podrás descubrir que hay un mundo de diferencia entre el dolor corporal y el sufrimiento y la tristeza que rodean ese dolor. Podrás descubrir que te sientes realmente mucho peor cuando piensas acerca de tu dolor, cuando lo rumias, cuando te preocupas y te obsesionas con él. Cuando piensas acerca del dolor de ayer o la ausencia de éste, cuando imaginas un dolor en el futuro, cuando fantaseas acerca de que el dolor jamás desaparecerá, imaginando que terminará matándote; cuando piensas acerca de todas las cosas que hiciste ‘mal’ – eso es sufrimiento, y es la parte innecesaria. Todo ello son pensamientos, imágenes, ideas, visiones, perspectivas, obsesiones, recuerdos, fantasías – no la realidad viva del momento presente.

 Cuando te desconectas del momento presente, y te involucras en la historia acerca de tu dolor, podrás descubrir que se empiezan a formar sentimientos de frustración, miedo e ira que incluso llegan a ser abrumadores. Empiezas a enfocarte en tantas cosas que dejas de tener un control directo sobre este instante. Sueñas con el pasado, cuando te sentías libre de dolor y anhelas volver allí (no puedes). Todo estaba tan bien, en ese entonces. Piensas una y otra vez cómo tu dolor evita que hagas lo que te gusta, cómo es que no te está permitiendo vivir la vida que habías planeado. Imaginas un futuro lleno de dolor y desconexión. Y comienzas a sentirte impotente, y terriblemente decepcionado, e incluso lleno de rabia contra la vida, el universo y todo. Esta no es la vida que habías deseado o imaginado, la vida que se te había prometido. Te concentras en todo lo que ya no puedes hacer, en lo que no eres, en lo que has perdido, en lo que jamás ha de volver. Culpas a tu dolor por arruinarte la vida. Te sientes tan alejado del sanar, del amor, de tu verdadera vida; tan desconectado de tu cuerpo, tan aislado, tan solo.

 Has probado todo, todo, excepto lo obvio: aceptar tu dolor, estar presente para él, hoy.

 Ahora, seamos claros en esto: aceptar no significa renunciar a la posibilidad de que el dolor disminuya o incluso desaparezca mañana, o la siguiente semana, o el siguiente año. Sólo significa que tu paz no depende de si esto se da o no.

 Estás reclamando, recuperando tu felicidad, hoy, independientemente de lo que traiga el futuro.

 Aceptar tu dolor no significa que te abandones a tu suerte ni que te conviertas una víctima de la vida. ¡Todo lo contrario! Significa salirte de todas tus fastidiosas y aterradoras historias del pasado y futuro, y alinearte con el punto en donde te encuentras hoy. Significa que te hagas aliado de este día, no su víctima. Significa decir SÍ a cómo te encuentras en este momento, incluso si ‘donde te encuentras’ no es lo que habías esperado. Significa estar en contacto profundo con este momento, con este cuerpo y con su potencial para sanar, con el suelo en donde te encuentras parado, con el universo entero mientras danza. Significa admitir que no tienes el control de este antiguo cosmos, que hay una profunda inteligencia operando aquí, infinitamente más sabia que el ego humano. Significa admitir que no puedes saber cómo lucirá la próxima escena de tu vida. Significa salirte de la historia del tiempo y el espacio. Significa confiar y actuar desde la confianza. Significa aprovechar la creatividad de cada momento; estar abierto a conexiones, soluciones, respuestas, y sí, alegrías completamente inesperadas.

Cuando luchas con tu dolor, cuando huyes de él, te conviertes en su víctima, porque le estás permitiendo que tenga poder sobre ti, estás permitiendo que tu alegría se vea disminuida por él. Estás dotando de poder al dolor a través de tu resistencia, a través de tu esfuerzo por deshacerte de él, al tratar de escapar, incluso al intentar ‘sanarlo’. Ahí hay violencia. Y como te habrás dado cuenta, tu intento de deshacerte de él, hasta este momento, ha fracasado; tu resistencia no te ha llevado hacia una verdadera cura. Sólo te ha separado más y más de tu cuerpo, de tu presencia, de tu paz, de la gente que quieres, de la gratitud, de la inteligencia del momento – la fuente de la verdadera sanación. Y ha terminado agotándote, consumiendo tus reservas de energía. Piensa en toda la energía que se ha invertido en esa lucha – energía que podría utilizarse para nutrirte a ti mismo. Cuando caes en el punto de la aceptación, ves el dolor como un aliado, una guía, un maestro, no una amenaza para tu vida o tu camino. El SÍ es el reclamo, la recuperación de tu poder, no tu pasividad. Estás liberando algo innecesario, sin convertirte en una víctima o tolerar algo que no deseas.

Te sales de la historia que crea el pensamiento: ‘el dolor debería haber desaparecido ya’ (no puedes saberlo) o ‘el dolor jamás desaparecerá’ (no puedes saberlo). Todo eso es un pensar basado en el pasado y en el futuro, pesadillas y sueños. Dejas de comparar cómo te encuentras ahora con cómo quieres estar, dejas de enfocarte en la distancia cada vez mayor entre ambas situaciones. Dejas de crear la imagen de ‘libre de dolor’, y dejas de comparar este momento con esa imagen. Sueltas la historia de ‘Debí haber vivido de una manera diferente – yo generé este dolor – soy culpable’. Eso es querer rebobinar la película de tu vida, y tampoco tienes ningún poder en esa dirección. Eliminas la carga del tiempo al hacerte presente para este momento. La Presencia es tu verdadera fuente de poder – y en ultima instancia, tu sanar.

 Dejas de enfocarte en todo lo que no puedes hacer en este momento, en todo lo que no eres. El enfoque en la carencia o en ‘lo que no está aquí’ sólo te hará sentir más deprimido, impotente y desconectado. Vuelves tu enfoque hacia lo que sí puedes hacer, a lo que eres, a lo que está presente, a lo que no ha sido perdido, a lo que aún es posible, a los regalos de hoy, a todo lo que el dolor no puede tocar. A todas las cosas que hacen que valga la pena vivir. A todo lo que, quizás, finalmente, el dolor te ha hecho recordar. Tal vez todo esto sea un llamado a la simplicidad radical.

 Te vuelves curioso por conocer este momento – ésta presente escena en la película de tu vida. Te sientes fascinado con este momento, con todo lo que está vivo aquí. Este aliento. Esas sensaciones. La sensación de la tierra bajo tus pies. El sonido de un pájaro cantando. Un auto sonando la bocina. Y el dolor también está aquí – ves todo eso, sin juicio, y tampoco juzgas ningún juicio que llegue a surgir. Adviertes en ti el deseo de que desaparezca el dolor – pero tampoco haces de eso tu enemigo. Notas la profunda urgencia de estar libre de dolor, de escapar a cualquier otro tiempo o lugar. Notas una frustración, una decepción por el hecho de que el dolor sigue estando allí, que aún no se ha evaporado. No luchas contra esos pensamientos o sentimientos, sino que te mantienes curioso, conectado con el momento. Comienzas a aceptar esos sentimientos dentro de ti. Aceptas, incluso, sentimientos de no-aceptación; aceptas movimientos de no-aceptación. Te sales de tu mente y te alineas con tu cuerpo. Sientes el aliento, su movimiento, el ritmo, su inmediatez, su presencia. Sientes cómo se eleva y cae como una ola en el inmenso océano. Sientes cómo se expande y se contrae tu vientre. Sabes que estás (eres) aquí, en este momento. Firme, vivo. Un valiente explorador. Dispuesto a investigar, y sin prisa por sacar conclusiones.

 Sales de la historia de tu dolor, del relato del dolor de ayer y del de mañana, del recuerdo del dolor pasado y la anticipación del dolor futuro. Toda esa historia resulta ser muy desagradable. Dejas de pensar acerca de tu dolor en este momento, y te comprometes a entrar en comunión con él en este momento presente. Vuelves a poner atención a las sensaciones en el cuerpo. Por un momento, haces a un lado la palabra ‘dolor’ (una palabra sumamente pesada y sólida que proviene del pasado) y exploras y sientes directamente las crudas sensaciones que constituyen tu experiencia presente de dolor. ¿Se sienten tensas, contraídas, suaves? ¿Pesadas, calientes, frías, punzantes, sordas? Ahora, deja de lado incluso esas palabras y vuelve a poner atención a las sensaciones reales, sin etiquetarlas, con un espíritu curioso y abierto.

 Recuerda, no estás tratando de deshacerte de esas sensaciones, ni interrumpirlas, o desaparecerlas o incluso sanarlas. Te estás manteniendo muy cerca, ofreciendo tu amorosa atención y la calidez de tu presencia a esa parte del cuerpo que pide a gritos tu atención. Continúa explorando. ¿Puedes identificar un ‘centro’ en tu dolor? ¿Tu dolor tienen algún contorno? ¿Palpita, late, vibra? Experimenta tratando de cambiar tu atención hacia el punto central de tu dolor. Si las sensaciones comienzan a moverse, síguelas a través de tu cuerpo. Si se intensifican, está bien – mantén tu curiosidad. Si comienzan a desvanecerse, a expandirse, a suavizarse, maravilloso – mantente cerca. No esperes ningún resultado en particular, pero permite que surja cualquier expectativa y obsérvala. Cualquier expectativa mantenida demasiado tiempo puede conducir a la decepción a la hora de ver la realidad. Advierte eso también. Cualquier cosa que aparezca, acógela – incluso acoge tu incapacidad de acoger la realidad.

Si lo deseas, puedes jugar a experimentar con la respiración. Conforme inhalas, siente o imagina el aliento fluyendo hacia el área en donde se siente la molestia, imbuyéndola de vida y oxígeno. Estarás dignificando esa parte sensible en ti. Recordarás que eso tiene derecho a estar allí, también; el derecho de ser incluido en la respiración y en el cuerpo, y no ser excluido. Resulta muy amoroso brindar un aliento al dolor, evaporar la división ilusoria. En lugar de generar contracción alrededor del dolor, contraerte tú alrededor de él, le ofreces un aliento, imbuyéndolo de amor, de inspiración y vida. Estarás honrando la presencia del dolor en este momento, en lugar de esperar su desaparición en el tiempo. Estarás recordando una profunda aprobación en el corazón de la experiencia. No estarás tratando de que el dolor desaparezca, sino explorando la naturaleza de su aparición.

Podrás comenzar a notar que, como todo en la vida, el dolor no es sólido, sino una amorfa masa de sensaciones que bailan, cambiando momento-a-momento. A veces descubrirás que el dolor no está realmente ahí. A veces, con una gentil y amorosa atención, un dolor intenso se suavizará, se disipará, se relajará, se hará menos punzante, más difuso. Algunas veces el dolor podrá tomar más fuerza. Algunas otras veces te concentrarás en otros asuntos – una pieza musical, una conversación, una caminata al aire libre, una meditación, o en una hermosa ensoñación – que te hará olvidar que el dolor estaba allí. (¿Está el dolor presente cuando no estás consciente de él?). Podrás aprender a valorar esos momentos. Tu experiencia real de dolor está cambiando constantemente, evolucionando, modificándose, nunca es la misma. La historia ‘siento dolor’ o ‘el dolor es constante’ a menudo no es capaz ni de comenzar a describir la realidad del dolor: completamente viva, de momento-a-momento. Recuerda, desde el punto de vista del momento presente, no hay tal cosa como ‘siempre’, ‘nunca’, ni siquiera un ‘constante’. No hay ayer, no hay mañana. Sólo hay Ahora. El Ahora es con lo único que estás tratando.

 Puedes ver tu dolor como un enemigo, esencialmente ‘malo’ o ‘erróneo’ o como un ‘error’, o puedes verlo como un aliado en tu valiente exploración de la vida. Muchos han despertado del sueño del sufrimiento no a pesar del dolor, sino debido al dolor. El dolor les ha enseñado a bajar su ritmo, a prestar atención a partes de sí mismos que de otra manera no habrían sido atendidas. Les ha enseñado a salir de las historias del pasado y futuro, y confiar, descansar en el momento. Les ha enseñado a respirar, a explorar, a sentirse agradecidos por las cosas más simples. A suavizarse pero adquiriendo un gran poder. A enfocarse en lo que realmente importa en la vida. A valorar y apreciar el día, descubrir lo precioso de cada encuentro, de cada momento de alegría, de cada momento de tristeza, de hacer amistad con todo – incluso con sus decepciones, miedos, y momentos de desesperación. Soltar los sueños de ‘lo que pudo haber sido’, y despertar a la realidad de ‘lo que es’. Para muchos, el dolor les ha enseñado la humildad; les ha penetrado el ego, ha roto en mil pedazos sus viejos sueños de espiritualidad y los ha llevado a un lugar de entrega y amor. Los ha forzado a tomar su verdadero camino, a patadas y gritos. Irónicamente, les ha enseñado el verdadero significado del sanar.

 Si tan sólo dejaras de compararte, amigo, podrías encontrar regalos y enseñanzas escondidas en tu extraordinaria experiencia de dolor. Y tu intención podría cambiar – del intento de deshacerte del dolor, a escucharlo, estando presente a su apariencia, preguntándote qué es lo que está pidiendo. Te podrías mover de la violencia y la desesperación hacia la gentileza, la aceptación, la calma y la paciencia. Podrías iniciar una conversación amistosa con tu dolor.

El dolor puede destruirte o puede centrarte. Puede sumergirte en el sueño y la depresión, o puede despertarte. Te puede convertir en una víctima, o puede ayudarte a sentir más poderoso, más alineado, más conectado que nunca con tu vida verdadera.

 No estoy diciendo que debas intentar que te guste tu dolor. Eso es poco realista. No estoy diciendo que te conviertas en un masoquista o en un intrépido guerrero. Eso es innecesario. No estoy diciendo, incluso, que debas dejar de ir con el doctor o con el sanador, con el terapeuta o con algún amigo que pueda ayudarte, que te ofrezca otro punto de vista con respecto a la razón de tu dolor. Te estoy pidiendo – que por mientras, por lo menos por hoy – escuches tu dolor para encontrar la inteligencia que hay allí. Que salgas de todas esas complicadas historias basadas en el miedo que envuelven tu dolor. Que dejes de pensar tanto en tu dolor, y optes por un poco de dulzura, y exploración. La aceptación no puede hacer que tu dolor empeore. Sólo te puede llevar hacia lo más profundo del inmenso misterio del sanar.

Y algún día, no muy lejano, podrás ver en retrospectiva y agradecer a tu dolor por haber tenido la capacidad de mantenerte firme, curioso, abierto. Podrás darte cuenta que tu dolor no era un obstáculo en tu camino – que era realmente tu camino, y tu más grande maestro.

Fuente:

Nuestra Relación con el Dolor Físico: Cómo recuperar nuestro Poder por Jeff Foster

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