Discurso sobre las dimensiones

20170322 gonzevagonz23596 id123841 El más allá, en representación gráfica - hermandadblanca.org

«Desde que el mundo es mundo, lo invisible de Dios, es decir, Su eterno

poder y Su divinidad, resultan

visibles para el que reflexiona sobre

Sus obras, de modo que no tiene disculpa».

Romanos 1:19-20

– A mí, eso de que existen otros planos u otras dimensiones u otros mundos, o como quieran llamarlo, me parece todo pura palabrería.

– ¿Por qué?

– Porque, puestos a inventar, es posible afirmarlo todo, ¿no?

– Claro. Pero eso tampoco demuestra que no existan, sino que tú no crees en ellos.

– No, por supuesto. Pero, si yo no los veo, pues no existen.

– Ah, ¿si?

– ¡Claro! ¿Tú crees que, porque alguien me diga que ve otra dimensión, yo ya me lo tengo que creer y, consecuentemente, me he de creer que existe todo lo que esa persona asegura ver?

– No. Tú eres libre de creerlo o no.

– Pero, ¿cómo voy a creer una cosa que no me consta? ¿Para qué crees que tengo los cinco sentidos? ¿Y la cabeza?

– ¿Para qué crees tú que tienes la cabeza?

– ¿Qué quieres decir?

– Pues quiero decir que, si bien es cierto que los sentidos, que hemos ido desarrollando en este mundo de tres dimensiones, a lo largo de millones de años, nos dan noticia de cuanto en él existe, por un lado, no sabemos si, más allá de esos sentidos, hay algo que no percibimos y, por otro, la razón nos dice que eso es muy posible que ocurra.

– ¿Eso te lo dice la razón? ¿Cómo?

– Pues, simplemente utilizándola.

– ¿Quieres decir con eso que yo no la estoy utilizando?

– Quiero decir que, en este asunto concretamente, no pareces usarla debidamente.

– ¿Y eso por qué?

– Porque no has estudiado racionalmente el problema y, sin embargo, has sacado conclusiones, por lo que esas conclusiones no pueden ser racionales.

– Yo digo: Tengo cinco sentidos que son mis medios de información sobre el mundo exterior; por tanto, lo que ellos me digan es lo que allí hay. Y me dicen que hay tres dimensiones: Largo, ancho y alto. Luego, si no hay, según mis datos, más que tres dimensiones, no debo aceptar, por ejemplo, una cuarta dimensión, sencillamente porque mis sentidos no me dicen que existe o, mejor dicho, me dicen que no existe. ¿Te parece todo esto poco razonable?

– Hombre, es un razonamiento, digamos, para andar por casa. Para manejarte tú, en ese sentido, basta. Pero para discutir seriamente el tema o para dar una opinión con ciertas garantías, hay que estudiar el asunto y profundizar en él. ¿O no es así?

– ¿Por qué?

– Porque tu propia experiencia te está demostrando continuamente que hay algo más que esas tres dimensiones.

– Ah, ¿sí?

– Sí.

– Ponme un ejemplo.

– No uno. Te puedo poner cientos. Ahí va uno: Tú sientes amor por tus hijos, ¿no?

– Sí, claro.

– Pero, ¿es un amor real o una imaginación tuya?

– Es un amor real.

– ¿Existente?

– Por supuesto.

– ¿Y cuánto mide de largo, de ancho y de alto?

– ¡Hombre!. Eso no se mide así.

– ¿Por qué no?

– Porque se trata de un sentimiento y estamos hablando de cosas físicas.

– Estás hablando tú. Claro, si sólo te fijas en la vista, sólo existe lo que ves; si en el oído, sólo existe lo que oyes, si en el olfato, sólo lo que hueles… ¿no?

– Sí.

– ¿Y lo que otros ven y oyen y huelen no existe?

– Sí, claro.

– Y eso que tú o los otros veis u oís u oléis, ¿qué dimensiones tiene?

– Bueno. Reconozco que me he pasado un poco. Sí. Hay cosas que no tienen tres dimensiones. Mejor dicho, hay cosas que no tienen dimensiones.

– ¿No tienen dimensiones?

– No. ¿Qué dimensiones puede tener un sentimiento o una canción, por ejemplo?

– Usando la mente, tanto podría afirmarse, a primera vista, que no tienen dimensión, como que tienen cuatro o cinco o más ¿no? Porque, lo que está claro es que no son largos ni anchos ni altos.

– Sí. Pero ¿por qué dices “a primera vista”.

– Porque eso es lo que uno ha de concluir al empezar a estudiar un asunto empleando el intelecto.

– ¿Al empezar? ¿Qué más se puede hacer?

– Se puede profundizar.

– ¿Cómo?

– Estudiándolo analógicamente.

– ¿Qué quieres decir con «analógicamente»?

– Te voy a poner otros ejemplos y lo comprenderás.

– De acuerdo.

– Imaginemos que tu mundo estuviera constituido por una línea. Sería un mundo de una dimensión, sólo longitud. A lo largo de millones de años habrías vivido en ese mundo y habrías desarrollado unos sentidos que te informarían fielmente de lo que en él existía.

– Vale.

– ¿Cómo reaccionarías tú si algunos de tus congéneres asegurasen que existe una segunda dimensión, el ancho; que el mundo no es una línea sino un plano y que ese plano tiene dos dimensiones, largo y ancho?

– Pues, como mis sentidos no percibirían más que el largo, en principio negaría la existencia del ancho y, por tanto, la de un mundo bidimensional.

– Pero tú sabes que esa segunda dimensión existe, ¿no?

– Sí.

– Y, sin embargo, tú lo negarías, basado sólo en el testimonio de tus sentidos. ¿Sería una postura racional?

– No. Lo racional, lo reconozco, sería confesar que yo no lo veía, pero que no podía, ni debía negar esa posibilidad.

– ¿Sería una postura racional el decir que estaban locos los que aseguraban ver la segunda dimensión, solamente porque tú no la veías?

– No. Sería totalmente ilógico.

– De acuerdo. Pasemos, pues, a otro mundo o a otra dimensión, como quieras llamarlo: Ahora eres un ser cuyo mundo es un plano y, por tanto, tiene sólo dos dimensiones, largo y ancho. Y, durante millones de años has vivido y evolucionado en él y has desarrollado una serie de sentidos que te informan puntualmente de cuanto en él existe y sucede, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– ¿Podrías percibir y, por tanto, concebir, y consecuentemente admitir, la existencia de una tercera dimensión, «el alto»?

– No. Mis sentidos y mi hábito de fiarme de ellos y sólo de ellos me lo impedirían.

– Pero, esa tercera dimensión existe, ¿no?

– Sí, claro que existe.

– Y tú la negarías.

– Sí.

– ¿Y qué harías si algunos de tus congéneres empezasen a asegurar que existe una tercera dimensión, «el alto», y que, por tanto, el mundo tiene tres dimensiones y que ellos lo percibían así?

– Lo negaría, claro.

– ¿Basado en qué?

– En que mis sentidos no percibirían esa tercera dimensión.

– ¿Y sería la tuya una postura racional?

– No. No lo sería.

– ¿Y cuál sería la postura racional?

– Reconocer que yo no la veía, admitir la posibilidad de su existencia y hacer lo posible por agudizar mis sentidos.

– ¿Cómo?

– Enterándome de qué camino o qué procedimiento habían utilizado los que aseguraban ver esa tercera dimensión y, una vez conocidos, poniéndolos en práctica. Sólo después de eso, lo reconozco, estaría racionalmente autorizado a afirmar si esa tercera dimensión existía o no.

– De acuerdo. Pues vamos a seguir con nuestro razonamiento analógico. Llegamos, precisamente, donde nos encontramos ahora: Al mundo físico, que todos conocemos. Un mundo de tres dimensiones: el largo, el ancho y el alto. Sólo tres, pero siempre tres. Durante millones de años hemos ido desarrollando nuestros cinco sentidos que, a nuestro entender, nos informan cumplidamente de cuanto en nuestro mundo existe y sucede, ¿no?

– Sí.

– Y, sin tener en cuenta que, a pesar de lo dicho, hay ciegos que no ven nada, y sordos que no oyen nada, y gente sin olfato, y daltónicos, y ciegos a colores y, a pesar de haber demostrado la ciencia que los insectos perciben los rayos infrarrojos y los ultravioleta, y que los perros oyen los ultrasonidos, etc., ¿qué ocurrirá, cómo reaccionarás si empieza a haber gente que te dice que existe una cuarta o incluso una quinta dimensión y que ellos las perciben?

– Te comprendo perfectamente. Yo diré, y es lo que hacía al empezar nuestra conversación, que esas dimensiones, que esos mundos no existen, basado sólo en que yo no los percibo.

– ¿Y será una postura racional?

– No. Lo admito. Lo racional sería enterarme exactamente de qué es lo que dicen y por qué lo dicen; luego, averiguar de qué procedimientos se han valido para agudizar de ese modo sus sentidos o para hacer nacer los que sean; después, poner esos métodos en práctica; y, sólo después de eso, estaría en condiciones de poder afirmar, con cierta base y cierta dosis de razón, si esos mundos existen o no.

– Estupendo. Eso es, precisamente lo que yo pretendía que vieras al inicio de nuestro diálogo.

– Reconozco que me has convencido. Pero ahora me surge la pregunta sobre cómo son esos mundos con más dimensiones que el nuestro.

– No puedo ahora describirte todas sus peculiaridades, que han sido y están siendo investigadas por muchas personas que han adquirido la clarividencia suficiente para hacerlo. Te diré, tan sólo que hay una clarividencia etérica, capaz por tanto de ver los éteres y que es parecida a los rayos X, ya que permite ver a través de los cuerpos hasta la profundidad que se desee, como la medicina hace con el escáner, y pueden comprobar si un órgano funciona mal o tiene malformaciones o leer una carta dentro de un sobre o descubrir un tesoro por muy escondido que esté o ver a través de un monte, etc.

– ¡Qué maravilla! ¿Y no lo usan?

– Claro que lo usan. Pero sólo para hacer el bien y nunca en beneficio propio. A esas personas no les interesa la fama ni el poder ni la riqueza. Por eso han alcanzado esa facultad antes que los demás.

– ¿Y cómo se ven los otros mundos?

– El Mundo del Deseo posee cuatro dimensiones, lo cual hace que, cuando se mire un objeto, se vea, a la vez, desde todos sus ángulos y desde dentro hacia afuera. Es una visión completa y de una vez de cada objeto. Y el Mundo del Pensamiento añade una dimensión más.

– ¿Y qué ocurre allí?

– Que, cuando miramos un objeto, como aquél es el mundo de los arquetipos, lo que vemos realmente es el arquetipo de ese objeto y, no sólo lo vemos completamente en todos sus aspecto, sino que el objeto, o sea, el arquetipo, nos expone toda su historia en un segundo. Si miramos el arquetipo de una persona, en el acto la conocemos mucho mejor que ella misma se conoce.

– ¡Es asombroso!

– Sí que lo es. Pero es real. Y cualquiera que se lo proponga y se esfuerce en ese sentido puede comprobarlo por sí mismo.

– No acabo de comprender cómo se sitúan los distintos planos o mundo. ¿Podrías aclarármelo?

– Sí. Verás: Imagina una gran esfera, que es Dios, de materia sutilísima que compenetra a todo lo que hay dentro de ella. E imagina en su interior una serie de capas sucesivas, cada vez más densas, que son las distintas oleadas de vida, que están en todo momento compenetradas por Dios y, por tanto, “en Él viven, se mueven y tienen su ser”. Imagina que, por lo que a nosotros se refiere, estamos en el corazón, en la parte más densa – aunque, al parecer, hay mundos más densos que el nuestro que, de momento no nos interesan – y, por tanto, estamos siendo compenetrados por todos los planos menos densos y sus habitantes. Pero imagina también que cada plano, además de compenetrar al inmediatamente inferior – y a los menos densos – , es más grande que él, ocupa mayor espacio, de modo que, aunque por comodidad y para mejor comprensión, nos referimos a los mundos de arriba y de abajo, la realidad no es exactamente esa. Sería más exacto decir los mundos internos, en cuanto que nos compenetran pero, a la vez, externos, puesto que nos exceden en tamaño. Ése es el problema de pretender abarcar mundos con más de tres dimensiones con un cerebro que ha evolucionado en un mundo de sólo tres.

AUTORA: Eva Villa, redactora en la gran familia hermandadblanca.org

FUENTE: “¿Qué pasa cuándo nos morimos? ¿Y después?” de Francisco Manuel Nácher Lopez.

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