Omraam M. Aivanhov – El ámbito del zodiaco.

Rosa (Editora)

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La Ciencia iniciática enseña que vivimos sumergidos en un océano fluídico, al que ha llamado luz astral. Este fluido es tan sensible que todo queda inscrito en él: el más insignificante de nuestros actos, la más tenue de nuestras emociones, el más fugaz de nuestros pensamientos. Según la tradición esotérica, esta luz astral está compuesta de una materia extremadamente sutil que desprenden todas las criaturas: los seres humanos, los animales, las plantas, e incluso las estrellas. A este fluido, Hermes Trismegisto lo llamó Telesma, y refiriéndose a él, dijo: «El sol es su padre, la luna es su madre, el viento lo ha transportado a su vientre y la tierra es su nodriza. Evidentemente no hay que concebir el sol (fuego), la luna (agua), el viento (aire) y la tierra únicamente como los cuatro elementos materiales conocidos, sino como los principios cósmicos básicos a partir de los cuales se ha constituido la materia.

Los hindús denominan akasha a esta materia fluídica. Pero, en realidad, poco importa los nombres que se le den: electricidad cósmica, serpiente original, fuerza Fohat… Dado que cada criatura que piensa, siente y se mueve le imprime nuevas vibraciones, es imposible determinar y nombrar todas sus formas desde la creación del mundo. Su naturaleza es extremadamente misteriosa y todo lo que puede decirse sobre ella es, a la vez, verdadero y falso. Este akasha tiene, pues, la propiedad de registrar todo lo que sucede en el universo. Y, por otra parte, la prueba de que todo queda registrado está en que los clarividentes pueden leer sobre un objeto los acontecimientos que sucedieron a su alrededor, e incluso el destino de una persona que tuvo este objeto entre sus manos durante uno o dos minutos. Hablo, evidentemente, de los verdaderos clarividentes. La existencia de esta clarividencia es un argumento extraordinario: si los sabios materialistas la tuvieran en cuenta, se verían obligados a modificar sus puntos de vista sobre la naturaleza de la materia.

Este fluido, este akasha en donde todo se imprime, en donde todo se refleja, se extiende hasta los confines del Universo, que son para nosotros los límites del zodíaco, pues el círculo del zodíaco representa, simbólicamente, el espacio que Dios delimitó para crear el mundo. Por^ otra partev según la Ciencia iniciática, la sucesión de los 12 signos del zodíaco (Aries q , Tauro w , Géminis e, Cáncer r, Leo t, Virgo y, Libra u, Escorpio i, Sagitario o, Capricornio p, Acuario [, Piscis / revela las diferentes etapas de la creación.

Aries da el impulso, es la fuerza indomable que brota y quiere manifestarse, cueste lo que cueste, como los brotes en primavera. A esta fuerza bruta Tauro aporta la materia, pero esta materia no está aún organizada, no es más que una masa informe de elementos indiferenciados. Cuando veáis que se está preparando una obra para la construcción de una casa, se trata de la etapa de Tauro. Pero, con estos elementos, es preciso realizar algo.

Es por esto que Géminis comienza a establecer una red de comunicaciones, para que el trabajo pueda hacerse: las carretillas, las poleas, las grúas que transportarán los materiales de un extremo a otro de la obra.

Cuando Cáncer llega, establece los cimientos, una base sólida de « hormigón armado » en la naturaleza ; esta base es el germen, el núcleo hacia el cual van a converger diversos elementos que contribuirán a su desarrollo. Sobre este núcleo Leo comienza entonces a trabajar, introduciendo una fuerza centrífuga. Aumenta el calor, así como la intensidad del movimiento. Se produce entonces una explosión y la masa comienza a brillar y a proyectar rayos en el espacio. Cuando llega Virgo, declarará que es preciso introducir orden y organización en este conjunto. Se pone, pues, a trabajar y cada cosa se coloca en su lugar. Pero el orden es insuficiente, falta un elemento de estética, de armonía, y Libra aporta este elemento. Es el séptimo día (el séptimo signo) y el trabajo se interrumpe para que los obreros puedan descansar y divertirse. En este clima de regocijo, ciertos obreros se olvidan del trabajo y se dejan llevar por la pereza y la desidia. Así es como comienzan a introducirse elementos de disgregación : Escorpio produciéndose desavenencias y hostilidades. Entonces suena la hora de Sagitario, que posee el don de reconciliar a los seres entre sí y de vincularlos al Cielo. Cuando aparece, canaliza este exceso de energías ardientes, orientándolas (el arco y la flecha que sostiene el Centauro), y poniéndolas al servicio de una actividad superior. Ahora, este mundo bien ordenado, cuyas ruedas funcionan perfectamente, tiende a cristalizarse y a cuajar bajo la influencia de Capricornio, y la vida comienza a alejarse. Entonces, para que no sea destruido por el materialismo, Acuario pone en acción las corrientes poderosas del espíritu. Cuando llega, Piscis proyecta la paz sobre el mundo. En esta paz y en esta armonía universales, la vida se vuelve pura, sutil, hasta que todo se funde y regresa al Océano de los orígenes.

Todos los que penetran en el ámbito del zodíaco quedan sometidos a los imperativos del tiempo (períodos, ciclos) y del espacio (localización dentro del ámbito). Sólo los espíritus puros son libres: no están encadenados por el tiempo ni por el espacio. Pero desde que se encarnan, entran en el ámbito del zodíaco y son atrapados en el círculo mágico del implacable destino que encadena incluso a los seres más luminosos, a los grandes hijos de Dios.

Por otra parte, con su cuerpo físico, el ser humano representa el círculo del zodíaco, en cuyo interior su espíritu permanece cautivo. A cada signo, corresponde una parte del cuerpo:

Aries – la cabeza

Tauro – el cuello

Géminis – los brazos y los pulmones

Cáncer – el estómago

Leo – el corazón

Virgo – los intestinos y el plexo solar

Libra – los riñones

Escorpio – los órganos genitales

Sagitario – los muslos

Capricornio – las rodillas

Acuario – las pantorrillas

Piscis – los pies

Para escapar de esta Serpiente que le aprieta con sus anillos, el hombre debe salir del círculo de las reencarnaciones.

En el momento del nacimiento, el cuerpo etérico del niño, que aún es como una cera blanda y virgen, recibe la huella de las influencias astrales.

Una vez enfriada la cera, la forma no puede ser modificada. Cuando el niño lanza su primer grito, el cielo estampa su sello sobre su cuerpo etérico y fija su horóscopo, en el cual se inscribe su destino. EL único medio que existe para el hombre liberarse de las limitaciones que le imponen los astros es el de trabajar para restablecer conscientemente el lazo con Dios; es así como escapa a la ley de la necesidad, y entra en la ley de la gracia. Pero esta libertad, a la cual aspiramos todos, es la última cosa que obtendremos. Por eso la libertad es considerada como la corona de la espiritualidad; esta corona es un círculo de luz que el Iniciado lleva encima de la cabeza para mostrar que ha superado el círculo de las limitaciones terrestres.

Estudiemos ahora las consecuencias prácticas para nuestra vida cotidiana de la existencia del círculo zodiacal. Suponed que paseándoos por la montaña, os divertís hablando en voz alta o chillando ¿qué sucede? Que la montaña os la devuelve. El sonido, las palabras tropiezan con un obstáculo y vuelven. Cuando echáis una pelota al suelo ocurre lo mismo: rebota… o contra una pared: vuelve y os golpea. Son leyes físicas y las leyes físicas son un reflejo de las leyes espirituales. Si exclamáis :«Os amo», por todas partes el eco repite «Os amo, os amo, os amo». Y si gritáis «os detesto, os detesto,», por todas partes el eco repite «os detesto, os

detesto…».

Debéis comprender que en la vida todo se repite sin cesar; el hombre, mediante sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos emite ininterrumpidamente ondas benéficas o maléficas; estas ondas viajan por el espacio, hasta que encuentran una pared, la cual las devuelve y aquél recibe premios o castigos. Sí, es como un bumerán. Los que conocen esta ley se esfuerzan en enviar por todas partes luz, amor, bondad, pureza, calor, y un día u otro reciben necesariamente, a su vez, las mismas bendiciones; se sienten felices, alegres, consiguen éxitos. Se dicen: «¡ Es el buen Dios que me ha recompensado!». Pero no es así; el Señor ni siquiera lo sabe. Tiene otros quehaceres que el de observarnos incesantemente y anotar todas nuestras acciones para recompensarnos o castigarnos. Él estableció leyes dentro y fuera de nosotros, y son estas leyes las que nos castigan o recompensan.

El círculo con un punto central es la estructura que se encuentra por todas partes en el universo. Coged cualquier organismo, una célula, por ejemplo: veis un núcleo, un protoplasma, y alrededor una película, la membrana. Coged un fruto; en el centro encontraréis el núcleo, después la pulpa, la carne jugosa que se come y, por último, la piel o corteza. Así pues, todo organismo vivo tiene un centro, después un espacio por donde circula la vida y, finalmente, la piel que sirve de frontera, de límite, gracias a lo cual la ley del eco puede aplicarse. Ahora bien, puede ocurrir que siendo muy grande la distancia del centro a la periferia, la voz llegue muy, muy lejos, y que sólo unos años después se encuentre con la pared que la devolverá.

Pero aunque el bumerán se haga esperar, ello no significa que no se vaya a producir nada; sí, se producirá, pero más tarde, quizás en otra reencarnación, puesto que la frontera (o aún la periferia, la pared) está muy alejada. Y es así como se explica el destino inscrito en nuestro tema natal: es la consecuencia de nuestras acciones pasadas.

El átomo y el sistema solar poseen una estructura idéntica: un círculo con un punto central. Y el espacio que rodea este punto representa la materia; sin espacio la materia no existiría. Mientras que el espíritu no tiene necesidad de espacio; su poder se debe a que, siendo un punto ínfimo, actúa en todas partes al mismo tiempo. Es, pues, en los límites de este espacio ocupado por la materia, donde todo choca y después regresa a su punto de partida.

Así, a través de la materia, todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, vuelve hacia nosotros después de haber recorrido el espacio. Es la materia la que vuelve a enviar el eco, no es el espíritu. El espíritu actúa y la materia reacciona, responde al impulso. Su papel es hacer frente al espíritu, oponerse a él, limitarlo, aprisionarlo incluso. Y el zodíaco es este límite que circunda nuestro universo, así como la serpiente de la materia circunda el espíritu.

Extracto de: El zodíaco, clave del hombre y del universo

Omraam Mikhael Aivanhov

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