Pareja y mística por José María Doria

Jorge Gomez (333)

Cuando tu sentido de la vida es ser útil y servir, uno se pregunta, ¿Es posible estar en pareja? Si la pareja no participa en el mismo punto vocacional, ¿es posible mantenerse en ella?

Lo más probable es que cuando la vocación de servir es vivida como incompatible con el caminar con un compañero de vida, haya algún impedimento adicional a la pura vocación mística. Todos conocemos la historia de grandes iniciados, sacerdotes y monjas santas que eligieron el camino espiritual frente a la relación de pareja. Sin embargo quien siente que la relación será un “enredo” porque nublará la divina entrega a los demás, tal vez esconda también cierto grado de by pass y frustración por flecos pasados de pérdida.

Aún así, este sentimiento de evitar “enredarse” es muy genuino y respetable, y de hecho puede darse sobre todo en etapas maduras de la vida. Etapas en las que se han desprendido capas ilusorias y se ha puesto la mirada allí donde verdaderamente se sirve al propósito del alma.

En realidad durante las fases del vivir en las que se dejó atrás la crianza, sucede que la dedicación al servicio altruista puede convertirse en una de las fuentes más motivadoras de la vida. Es por ello que si de pronto alguien llama a la puerta generando tentaciones de formar de nuevo pareja, se levantarán muchas objeciones internas a tal propuesta. Sucede asimismo que cuando se alcanza un cierto nivel de independencia y consciencia, no se siente la misma atracción ante el tipo de personas que tiempo atrás, encendían y encajaban.

puesta de sol en pareja hombre y mujer

Sucede que tras haber ampliado la visión y vivido relaciones con todas sus luces y sombras, con quien mejor uno se relaciona, es con otros seres que disfrutando de cierta autoconsciencia, encuentran en el servir a la humanidad el sentido profundo de sus vidas. Son tiempos en que las personas se plantean vivir un proyecto en comunidad, y en su caso en pareja junto a otras parejas. Es decir junto a seres afines con los que compartir lo que se descubre, y confirmar cada día un íntimo compromiso con la profundidad y la coherencia.

Una vez descubierto lo que aporta sentido, ¿es un requisito indispensable que nuestra futura pareja haya también descubierto ese mismo “camino”?

No siempre las personas que recorren el camino hacia el encuentro consigo mismas, lo hacen de la misma manera que las que se ejercitan en prácticas meditativas. De hecho nadie olvida que la verdad, la bondad y la belleza viven en todo ser humano, incluidos quienes no se han ejercitado en dinámicas de autoconciencia.

Aún así, es frecuente que los seres humanos implicados en el desarrollo personal que quieran formar pareja, precisen hacerlo con quienes tengan cierto grado de afinidad en la visión ampliada y en el propósito de sus vidas. Es por ello que se sienten atentos a las resonancias evolutivas entre ellos y sus parejas, al tiempo que no dejan de relativizar sus certezas y eludir cualquier forma de vida sectaria.

A veces también sucede que el encuentro de pareja se produce entre seres que aunque no mediten de manera formal, ni lean justo aquellos libros, muestran un corazón abierto y viven en consonancia con los grandes valores de la existencia. Se trata de personas naturalmente refinadas que se observan a sí mismas con el fin de cometer los menos errores posibles y madurar en atención plena.

Y así como en los primeros pasos del camino, por ejemplo quien descubre el yoga, anhelará que su pareja también practique dicho yoga, sucede que conforme se madura en el autodescubrimiento, ya no se requiere a ultranza que dicha pareja practique el mismo tipo de yoga, sino que a menudo bastará con poder compartir el anhelo cotidiano del darse cuenta y vivirse en la inteligencia cardíaca.

Esto quiere decir que conforme se crece y se encuentra la manera de contribuir en el mundo, aparece un nivel de profundidad que demanda horas diarias de silencio y soledad atenta. En realidad en tales estadios se evita todo aquello que en alguna medida despiste del propósito central que da sentido al vivir cada día. El hecho de haber recorrido cierto camino, ha desprendido hábitos viejos y ha dado paso a otro tipo de alimentación, a otra manera de vivir el ocio, a otro tipo de viajes, a otros intereses, a otra manera de pensar y entender las relaciones no solo con los seres humanos, sino con los animales y la propia naturaleza.

En realidad ya no da igual cualquier compañía íntima… En esta fase de la vida sucede que si se produce un movimiento de pareja, se conforma tan sólo entre personas muy comprometidas con lo que despierta y con la mirada afinada a su propia esencia.

¿Acaso compartir el silencio y la mística con la pareja no puede convertirse en algo sectario?

Bien cierto es que toda búsqueda hacia los cielos no escapa a los cambios espirales de los ciclos de vida. Es decir, que tarde o temprano uno vuelve a pasar por ambientes y circunstancias que resuenan con lo que dejó atrás un día. Un regreso que en las tradiciones espirituales se denomina como “vuelta al mercado”, y que de alguna forma señala que el salto evolutivo conlleva la integración de opuestos y su correspondiente trascendencia.

En realidad resulta muy común que en el comienzo de la aventura de la conciencia, aquella persona que antes de su gran crisis se consideraba “mundana”, conforme descubrió los velos internos, se tornó comprometida con su búsqueda e incluso algo fanática. Más tarde, atravesó las ciencias espirituales, y conforme fue profundizando en la cultura del silencio, encontró a esa íntima esencia en su propio corazón y en el de todas las cosas.

Es éste un estado desde el que se tiende a reconocer cualquier lugar como sagrado si éste sirve al descubrimiento de una verdad más profunda. Es un tiempo en el que ya no hay tantas diferencias importantes entre los seres humanos, los buenos y los malos, los dormidos y los despiertos, los que hablan en abstracto y los que parecen de la tierra, sino amor consciente hacia toda criatura. Son tiempos en los que se abre el corazón y desde ahí también una gran compatibilidad con lo que antes era excluido porque no encajaba con el propósito de vida.

Durante este sentir, la posible pareja que aparece, tiene todavía menos aspecto de casual de otras aparecidas en etapas anteriores de mayor inconsciencia. Y es entonces cuando se capta la intención del universo a través de los deseos, intereses y atracciones que fluyen en nuestra persona. Un tiempo en el que se reconoce la sincronía del encuentro con quien nos roza el alma, y aunque desde el resplandor de la llama recién encendida se mire con insistencia al cielo estrellado de la noche, sentimos que pisamos la tierra con madurez y alegría.

Pareja y mística por José María Doria

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