Reflexiones: La realidad en la que vivimos

Roberto Mercher

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Siempre he pensado que la realidad en la que vivimos no es tal como creemos y no es porque esta trate de engañarnos al no mostrarse tal como es, sino por la manera como la percibimos, la cual difiere de individuo a individuo, aun cuando se trate de la misma realidad.

Desde mi punto de vista hay dos situaciones que distorsionan o limitan nuestra percepción de lo que consideramos que es la realidad. A la primera la llamo “Vidas Paralelas” y a la segunda “La otra Realidad”. A continuación amplio mi punto de vista sobre estas situaciones.

Vidas paralelas

Creo que algunos de nosotros nos hemos preguntado en algún momento si la realidad ciertamente está allí tal como creemos o si se trata de una construcción de nuestra mente que le permite justificar su existencia.

De lo que he leído sobre el tema no me atrevería a afirmar sin ninguna duda que la realidad existe tal como la percibimos, porque actualmente se habla incluso de la posibilidad que el universo que conocemos no sea más que un holograma o una creación virtual.  Lo que si me atrevería a decir es que la realidad que conocemos no es tal como creemos y para explicarlo los invito a que hagan lo siguiente: Mañana al despertarse, hagan un esfuerzo consciente por percibir al máximo lo que captan a través de sus sentidos. Si lo hacen, se darán cuenta que su cama es más dura o más suave de lo que recuerdan. Al estar frente al espejo, notarán algún detalle en su cara o en su cabello que no habían visto antes. Al desayunar sentirán que el café o el jugo tienen un sabor distinto al que ustedes recuerdan.

Cuando vayan en el trayecto al trabajo o a llevar a sus hijos al colegio, no enciendan la radio, y con seguridad van a escuchar sonidos en su vehículo que siempre estuvieron allí, pero que nunca habían escuchado. Si observan a su alrededor verán negocios que tienen años allí, pero que no recuerdan haberlos visto.

Si nada de eso les pasa, los felicito, porque son de los pocos que se mantienen despiertos ante la realidad y la perciben a plenitud. Pero si algo de eso les ocurre, no es que estén locos, es que están viviendo, como la mayoría, vidas paralelas que a veces coinciden y a veces no.

 

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El ser humano “normal” vive como si tratara de ver dos películas simultáneamente. Una película transcurre “allá afuera”, sin cortes comerciales y es esa realidad que captamos en retazos a través de nuestros sentidos. La otra película rueda “allí adentro”, en nuestra mente y está compuesta por el bombardeo constante de pensamientos que pueden llegar a decenas de miles en un solo día.

Si observamos bien esa película que está en nuestra mente, nos daremos cuenta que, a diferencia de la externa, sí tiene “cortes comerciales” entre el final de un pensamiento y el comienzo del próximo y es en esos breves cortes que podemos ver la otra película tal como llega a nuestros sentidos. Cuando la vemos a través de un pensamiento la percibimos distorsionada y el nivel de distorsión va a depender de la importancia y la intensidad del pensamiento que se atravesó en el camino.

Otra característica importante de la película interna, es que todo ocurre en el pasado o en el futuro, lo cual nos impide aún más conectarnos con la película externa que transcurre en el presente. Allá afuera jamás podremos ver el pasado o el futuro, porque ellos solo existen en nuestra mente, afuera solo podremos ver el presente.

Siendo así, ¿qué podemos hacer para cambiar esa situación?, muchos creen que la manera de hacerlo es deteniendo el flujo de pensamientos que nos invaden, lo cual no es posible y termina frustrando a los que lo intentan. El “truco” es fijar nuestra atención en lo externo, viviendo el presente y eso a su vez bajara el flujo de pensamientos al que dedicamos tanto tiempo.

Sé que algunos se preguntarán que tiene de malo pensar en el pasado para construir un mejor futuro, y ciertamente no tiene nada de malo y, de hecho, debemos dedicar tiempo a eso. Pero debemos estar conscientes que el tiempo que le dediquemos a la película interna se lo estaremos quitando a vivir la externa que no tiene pausas y que finalmente resulta ser la verdadera vida, porque la otra, la interna, no es real, es mental.

La otra realidad

Ciertamente vivir vidas paralelas nos dificulta captar a plenitud esa vida que transcurre fuera de nosotros, por las constantes interrupciones que generan nuestros pensamientos. Sin embargo, ese no es el único motivo por el cual no podemos percibir en su totalidad esa realidad que nos rodea. Nuestros sentidos, que son las ventanas a través de las cuales captamos el mundo, tienen limitaciones importantes que nos impiden conocer en su totalidad el mundo que nos rodea.

Nuestra vista, por ejemplo, que es el sentido a través del cual captamos la mayor parte de lo que percibimos, nos permite ver el espectro electromagnético en el rango de colores que va desde el rojo hasta el violeta, pero antes del rojo (Infrarrojo) y después del violeta (Ultravioleta) hay “colores” que solo podemos ver gracias a las tecnologías que hemos desarrollado para captar esas frecuencias y traducirlas a colores que si podemos percibir. Sin embargo, se ha determinado que hay animales como las abejas y algunos pájaros y peces que si pueden ver los “colores” ultravioleta y hay algunos ofidios que no pueden ver en el sentido estricto de la palabra, pero si captar radiaciones infrarrojas con órganos especializados que les permiten “ver” “colores” de menor frecuencia que el rojo.

Nuestro oído también es muy limitado en el rango de frecuencias que podemos captar, que van desde unos 20 Hz hasta unos 20 KHz, por debajo y por encima de esas frecuencias somos literalmente sordos. Mientras que algunos animales como los perros pueden oír hasta unos 60 KHz y los delfines y ballenas hasta unos 130 KHz.  En las frecuencias por debajo de los 20 Hz, que tampoco podemos oír, encontramos también animales como los elefantes que si las pueden escuchar y seguramente habrá otros que también lo hacen.

 

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Y qué decir de nuestro olfato, cuya capacidad para captar y diferenciar olores es sumamente limitada en comparación con la de otros animales, como algunas orugas y mariposas, que pueden percibir y diferenciar olores a kilómetros de distancia o nuestro “mejor amigo”, el perro, cuyo olfato le permite percibir y sobre todo diferenciar una variedad de olores realmente increíble.

En cuanto al tacto, tampoco somos los mejores dotados de la naturaleza. Hay animales, como algunos insectos, que a través de órganos especializados de su tacto pueden captar vibraciones totalmente imperceptibles para nosotros. Incluso hay algunos como los tiburones y las palomas que pueden percibir variaciones mínimas en los campos electromagnéticos de su entorno y a través de ellas orientarse.

Respecto al gusto, no es mucho lo que se sabe en cuanto a las diferencias entre las percepciones nuestras y las de los animales. Lo que sí es cierto, es que muchos de ellos tienen una mayor cantidad de sensores gustativos que nosotros y que una gran parte de lo que percibimos como sabor realmente lo captamos a través del olfato, lo que induce a pensar que al tener muchos animales un olfato más desarrollado que el nuestro, su gusto también pudiese ser más amplio en cuanto a la cantidad de sabores-olores que pueden percibir.

Todo esto nos permite concluir que la realidad que nos rodea es mucho más amplia y distinta de la que conocemos. Imagínense solo por un instante qué diferente sería el mundo, si además de lo que ya percibimos, pudiésemos verlo como lo hacen los pájaros y las serpientes, oírlo como los delfines y los elefantes, olerlo como las orugas y las mariposas y sentirlo como lo hacen algunos insectos.

Pero pienso que la naturaleza es muy sabia y creo que percibimos el mundo de la manera como lo hacemos porque hemos “sacrificado” toda esa capacidad sensorial, que requeriría de una gran parte de nuestro cerebro para el manejo de esa gran cantidad de información, por el desarrollo de nuestra capacidad intelectual, que más allá de solamente percibir el mundo, nos permite analizarlo, entenderlo y profundizar en sus misterios y secretos.

 

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Autor: Juan José Sequera. Autor de la Hermandad Blanca

 

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