El culto a la delgadez del cuerpo como derivado de las energías negativas de la tierra

Kikio

 

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El culto a la delgadez está destruyendo la energía creadora de las mujeres

Todos nos hemos visto enfrentados alguna vez con la imagen que la publicidad, las revistas y los medios en general nos proyectan. Según este universo ficticio, las personas del mundo son de una delgadez absoluta, bronceadas y caucásicas en su mayoría. Y entonces miramos nuestro cuerpo. Y nos sentimos insuficientes. Si somos mujeres, nos sentimos abominablemente feas.

Las energías negativas del mundo tienen muchos trucos para atacar al ser de luz interior de cada persona, haciéndola sentir miserable y poca cosa.

Ya hemos visto, en entradas anteriores, cómo se supone que debe ser la vida ideal según la mercadotecnia. Y cómo ésta se aleja diametralmente de lo que una persona realmente debe buscar para su crecimiento espiritual.

Una vez que se establece que gran parte de los mensajes que la industria de la imagen y la moda responden di-rec-ta-men-te a las necesidades del poder heteropatriarcal en turno de mantener a las personas alienadas, podemos ir analizando uno de los requerimientos sobre los cuerpos -sobre todo los cuerpos femeninos- más imperantes de la modernidad; la delgadez.

«Sigue esta rutina 7 días para lucir un abdomen plano». «El régimen que te hará olvidar esos kilos de más en dos semanas». «trucos para lucir más esbelta usando los estampados de la ropa a tu favor». Son sólo algunos de los artículos que podemos encontrar en cada revista orientada al público femenino. No estoy especulando. Tengo esas revistas frente a mí, justo ahora.  Independientemente del atributo de «inmediatez» para lograr la meta de la delgadez, -que sólo demuestra que las personas están ávidas de cambiar pero no de esforzarse- me atemoriza esta constante, imparable e irrenunciable adicción por someter el cuerpo a la lija ideológica de la esbeltez cadavérica.

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El canon de belleza ha cambiado con los años y las épocas

Analizo a detalle a la chica que aparece en la portada de la revista que tengo en la mano. No piensen mal, queridos lectores de Hermandad, las he comprado justo para escribirles este artículo. Es una joven que ronda los veinte años. Tiene las manos en las caderas (si es que a eso podemos llamar caderas). Mira directo a la cámara con un rostro maquillado ex profeso para acentuar los pómulos y los rasgos flacos. Usa un conjunto de una marca de renombre, que seguro también le entraría bien a una niña de doce años. !Veo huesos por todos lados! En sus clavículas, en sus costillas, en su pelvis….Imagino el estado famélico y desamparado de su diosa interior, y !me dan ganas de llorar por ella!

¿Quién? ¿Cómo? ¿Qué llevó a esta niña a considerarse tan indigna del mundo que debió someter a su cuerpo a semejante suplicio? ¿Por qué se considera valiosa sólo por entrar en un modelito hecho para mujeres esclavas de la moda? ¿En dónde está su amor hacia sí misma? Imagino su historia. Desconozco su tuvo una infancia feliz, o una infancia triste

Lo que sí sé, es que de un modo u otro, el estereotipo femenino arraigó tan profundo en su alma que pasó la adolescencia convirtiéndose a sí misma en eso.

Me pregunto si habrá puesto atención en sus clases de historia o de antropología. No, seguramente estaba muy distraída contando calorías. Porque si no lo hubiera estado, tal vez sabría que las representaciones prehistóricas de la belleza femenina eran inmensas donis de arcilla. Con carne desparramada por todos lados. Tal vez, si hubiera puesto atención, sabría que el arte del renacimiento enaltecía los depósitos de grasa en el cuerpo.

Y también sabría que hace tan sólo cincuenta años, lo que hoy se considera una talla extra, era una mediana perfectamente aceptable. En fin, que tendría los conocimientos necesarios para entender que las exigencias de la estética mutan con las épocas a capricho del poder.

Y que, más allá de estas imposiciones arbitrarias, su cuerpo es hermoso. Por el simple y mero hecho de ser una humana con todas las potencialidades espirituales del mundo. Por la simple razón de ser ella misma. Tal como sea. Mida lo que mida. Se ponga lo que se ponga.

Esto es algo que ni ella, ni la mayoría de las mujeres comprenden. Hoy, en un mundo occidental caracterizado por la sobreabundancia de comida chatarra y llena de calorías (que, dicho sea de paso, también hay que evitar a toda costa por puro amor propio), lo que cuesta mucho dinero es mantener una dieta con la cuál pueda una verse así. Sin un gramo de grasa. Vegana, de preferencia. Ni hablemos de los carbohidratos y del gluten. Adicionemos las clases de yoga sin ideología para tonificar y ¡claro! un par de sesiones de bronceado. Nada de eso es barato. Ni de lejos.

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La publicidad nos muestra una cara irreal del cuerpo femenino

Una mujer con presupuesto normal no puede permitirse verse así. Y eso está bien. No se supone que debamos vernos así. Quien se empeñe en repetirlo, está repitiendo una mentira putrefacta y nauseabunda. ¡Despertemos!  Creernos el cuento de querer estar delgadas por salud también es un autoengaño. La salud es una consecuencia de amarnos a nosotros mismos. Quien se ama a sí mismo lo bastante no se ve orillado a excesos ni alimentándose de más,  ni dejando de hacerlo. La delgadez es algo que, estando sanas, vendrá con algunas cargas genéticas. Con otras no. Tenemos que aceptar, por mucho que la gordofobia se escandalice, que existen mujeres de estructura robusta. Punto.  Hermosas mujeres con bellísimas carnes rozagantes.  Y no menos hermosas diosas interiores. Que, para finalizar, es lo que importa.

Es mera vanidad. Una vanidad que nos ha traído sufriendo por generaciones.

Pongámonos a pensar. ¿Cuánto tiempo de nuestras vidas hemos tirado a la basura sintiéndonos mal con nosotras mismas? Tal vez seas de las afortunadas que “solo” se siente mal un par de veces al día. Bueno. Haciendo cuentas, todo ese tiempo equivale a un mes de vacaciones, tal vez a una carrera universitaria…al aprendizaje de un instrumento. Y una gastándolo en ser infeliz porque no entra en el canon de belleza.

Recordemos que esta vida es una, y es única. Independientemente de que creas en la reencarnación, o en las vidas futuras. Es imperdonable para ti misma gastar un segundo más sintiéndote miserable por no ser lo que tu opresor busca que seas. Una verdadera guerrera de luz, una verdadera revolucionaria de las energías de Gaía, lo sabe. Que nada ni nadie venga a decirte una vez más que no eres lo bastante “agraciada”. “Bonita”. “Esbelta”. Mucho menos te lo digas a ti misma. Tú eres mucho más que una marioneta abnegada del sistema heteropatriarcal que te quiere frágil y enajenada.

Tus manos están llenas de luz y de amor. Tu cuerpo va más allá de su imagen. Es tu instrumento para viajar, trabajar, sentir placer, evolucionar, darte cuenta de que estás viva.

 

Hermana blanca, no te juzgues a ti misma a través de ojos que no sean los del amos. Hermano blanco, aprende y reconoce que la belleza verdadera viene en todas las tallas, colores y formas. Hermana, toca tu cuerpo. El placer que sientes es el mismo que puede sentir un “cuerpo perfecto”. Ama. El amor que sientes es el mismo que siente un “cuerpo perfecto”. Haz el bien, llena el mundo de luz.  La luz de tu alma es la misma. Es la luz que trascenderá tu cuerpo, porque es lo que verdaderamente te hace tú.

AUTOR: Kikio, redactora de la gran familia hermandadblanca.org

Para saber más:

 

 

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