El apego y la ansiedad de perder al otro
¿El amor que sientes hacia otra persona vive acompañado de ansiedad? ¿Vives con permanente miedo de perder a la persona a la que amas? Nuestro amor ha estado mediado por el miedo. El amar ha sido muchas veces un intercambio de beneficios y deberes que nos ha llevado a actuar de determinadas maneras para mantener al ser amado. Desde la crianza de nuestros padres que temerosos de que nos suceda algo no nos permiten explorar, que esperan que nos quedemos con ellos toda la vida o por lo menos hasta que encontremos una persona que “valga la pena” para compartir nuestra vida, pasando por la falta de autoestima, siguiendo con los estereotipos culturales que han creado ideologías de un amor viciado. Todo lo anterior nos genera inseguridades y miedo a perder algo, entonces vamos por la vida entregando amor desde ese mismo miedo. Ese miedo a perder nos obsesiona y finalmente nos lleva a la adicción.
Más peligroso que el consumo de sustancias psicoactivas, cigarrillos o alcohol, es la adicción a otra persona. Cuando vemos a una persona consumir alguna de estas sustancias en exceso sabemos que tiene una adicción, que esa sustancia puede generar consecuencias en el organismo de la persona, sabemos que existen centros de ayuda, etc., pero cuando vemos a una persona adicta al “amor” no somos capaces de reconocerla, simplemente porque su comportamiento nos parece natural, incluso al punto de creer cosas como “¡vaya! Qué capacidad de amar (sacrificio) tiene esta persona”, “Qué persona tan entregada”. Llegamos al punto de ver estos comportamientos como virtudes cuando en realidad la persona está perdiendo su autorespeto, su esencia, hasta dejar de ser ella misma.
Adicción a las personas
Indudablemente el apego más visto es el de la pareja pero esto no quiere decir que sea el único, existen apegos hacia nuestras familias, padres, hijos, amigos, jefes, etc. La simbiosis que se genera es tan extrema que se genera una despersonalización, mis necesidades desaparecen para dar solución a las necesidades del otro. En los medios de comunicación observamos estos comportamientos como algo natural que todos sentimos, esto nos identifica. Para tomar un ejemplo, estas son algunas de las canciones que cantamos creyendo que es normal sentir que nuestra vida no tiene sentido sin esa otra persona:
“lo dejaría todo porque te quedaras
mi credo, mi pasado, mi religión
…mi piel también la dejaría,
mi nombre, mi fuerza
hasta mi propia vida
y qué más da perder
si te llevas del todo mi fe”
(Chayanne, Lo dejaría todo)
“Por ti, por ti, por ti
he dejado todo sin mirar atrás
aposte la vida y me deje ganar”
(Ricky Martin, Te extraño, te olvido, te amo)
“Vivir Sin Ella es estar,
Encadenado a ese cuerpo,
Que yo amo es temerle
a la soledad”
(Gilberto Santa Rosa, Vivir sin ella)
El apego surge porque tenemos miedo de perder a otro cuando en realidad ya hemos perdido a la persona más importante en nuestras vidas: a nosotros mismos. Nuestro miedo a la soledad es en realidad un miedo a vernos a nosotros mismos sin máscaras. Miedo a entablar una relación con nosotros. En el silencio y la soledad somos capaces de vernos escucharnos y reconocernos, conocer los demonios que habitan en nuestro interior, ser capaces de volvernos sinceros con nosotros mismos y aceptar nuestra sombra. Conocer esa sombra asusta y más cuando nuestra autoestima no es muy buena. Pero si permanecemos un poco más en medio de ese silencio y soledad también seremos capaces de ver nuestra luz, conocer las herramientas y fortalezas con que contamos, conocer esa luz que se encuentra oculta tras el ruido y el transcurrir de nuestra cotidianidad.
El apego es una adicción. La adicción comienza con un acto que hasta el momento es natural, pero que fue una situación placentera. Compartir con una persona que te produjo alegría mientras estabas con ella, es un acto consciente. Pero luego decides verla nuevamente y experimentar nuevamente esa misma satisfacción. Entonces tu cerebro genera endorfinas (hormonas de la felicidad) y asocias esa felicidad a la situación de compartir tiempo con esa persona, las endorfinas tienen un efecto analgésico en nuestro cuerpo y dan una sensación de paz. Poco a poco sientes que compartir con esta persona llena un vacío, lo conviertes en un hábito. Se genera un condicionamiento en donde se asocia la sensación de felicidad a la compañía de la persona. Al pasar el tiempo se desarrolla tolerancia hacia las endorfinas que segrega nuestro cerebro. La tolerancia es entendida como un desequilibrio en el cual con la misma cantidad de una sustancia ya no se genera el mismo efecto, por lo que es necesario aumentar la dosis o la frecuencia para sentir la misma sensación. Entonces esa necesidad de obtener la misma sensación se convierte en una obsesión por tener a esa persona. Cuando no tienes a esa persona surge el síndrome de abstinencia y entonces haces lo necesario por conseguir a la persona a costa de lo que sea.
Estamos condicionados desde pequeños. Y cuando llega una persona a nuestra vida que creemos nos va a dar lo que esperamos nos aferramos a ella. Cuando esa persona se intenta alejar nos entra el terror y la ansiedad y hacemos cualquier cosa para retenerla aunque esto implique someternos. Cuando volvemos a obtener el «amor» de esta persona sentimos una falsa tranquilidad porque en el fondo tenemos miedo de que vuelva a intentar irse y al menor cambio en el otro vuelve la desesperación y terminamos envueltos en un juego sin fin porque el otro aprende la forma de manipularnos y nosotros a hacer lo necesario para no perder ese amor. Nos convertimos en ratas de laboratorio con las que juegan todo el tiempo sin que nos demos cuenta.
Lo anterior no quiere decir que no debamos sentir satisfacción, placer o alegría en el encuentro con el otro, pero debemos ser conscientes de que esa alegría que me produce el compartir con otras personas no es la solución a nuestros vacíos. Sufrimos porque creemos que en el otro vamos a encontrar el amor que somos incapaces de darnos. Nos han dicho que debemos amar a otros como nos amamos a nosotros mismos. Pero si no somos capaces de darnos ese amor, ¿qué vamos a dar a otros?, solo podemos dar lo que hay dentro de cada uno.
Hemos tratado al amor como un canje para satisfacer una necesidad. El amor no se compra ni es una transacción. Solo se queda con uno quien desde su corazón está dispuesto a hacerlo. El que se queda con reproches y manipulaciones queda resentido, sintiendo que perdió su libertad. Para salir de ese ciclo de adicción debemos encontrarnos a nosotros mismos, tener una relación con nosotros basada en el amor, aceptarnos con nuestras virtudes y defectos. Al final la única persona con la que debemos vivir toda la vida es con nosotros mismos, entonces ¿por qué no hacerlo con amor y compasión?
Autor: JP Ben Avid
Redactora de la hermandadblanca.org