Cómo contactar con Maestros en la vigilia y en los estados oníricos

Hector

Mucho se ha hablado en esoterismo acerca de la capacidad que todos tenemos de llegar a contactar con entidades mejores o superiores a nosotros en algún sentido, como ser Maestros o Seres Angelicales.

En verdad, esta comprensión del contacto especial no nació con el esoterismo actual que algunos llaman New Age, sino que, lejos de eso, es un conocimiento que viene de largo antiguo. Se trata de un conocimiento que se pierde en los anales de la historia, y que ha tenido distintas interpretaciones y formas en entenderlo a través de los milenios.

En nuestra época moderna, debido a que no se ve al contacto con un Maestro o Guía como algo que todos deberíamos tener, sino mas bien como algo un tanto extraño, muchas personas no prestan atención a esta posibilidad.

Si bien nuestro tiempo recibió de la tradición milenaria la conciencia de la necesidad de recibir educación, y de que ésta educación sea impartida por personas que tienen una formación especial para hacerlo, esa noción ha quedado más bien limitada a la esfera intelectual. Es decir, tendemos a aceptar que para adquirir o acceder a nuevos conocimientos intelectuales precisamos un profesor o guía que nos lleve a esa meta, pero cuando se trata de los bienes del alma, de los conocimientos esenciales que precisamos para vivir, tendemos a creer que eso no tiene que ver con maestros. Que podemos procurarnos a nosotros mismos todo lo que necesitemos, sin ayuda de nadie.

 

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Si miramos con cuidado esa realidad de nuestro comportamiento moderno, veremos que contiene una falacia. Lo que afirmamos con esa actitud, es que por ejemplo, para aprender la tabla de multiplicar números, ecuaciones de segundo grado y los algoritmos que se diseñan para un computador, precisamos maestros y profesores que nos enseñen. Pero junto con eso, solemos creer que para lidiar con los múltiples desafíos del amor, de la dedicación a la familia y la sociedad, de las complejas relaciones laborales y las sofisticadas formas de vinculación que necesita todo progreso humano, será suficiente con actuar según nuestro propio parecer individual nos lo dicte. Y que ante todo error siempre habrá oportunidad de corregirlo, así tengamos que volver a ensayar nuestras experiencias decenas de veces.

Toda la esfera de las realizaciones intelectuales tales como la matemática, la literatura, la pintura, la escultura, la ingeniería y tantos otros aprendizajes mentales, son apenas áreas fragmentadas del total de la complejidad de la vida, que supera todas esas cosas y dice todavía muchísimas más. Mal podría entonces nuestro antojo, o nuestra sensación subjetiva de cómo accionar, acertar en las acciones que debemos tomar cada día para caminar en este mundo que, verdaderamente, nos sitúa a cada momento entre riesgos y desafíos.

Lo que sucede, la dificultad que se nos presenta, es que sencillamente, no nos gusta que otro nos diga lo que tenemos que hacer. Eso es lo que pasa cuando se trata de tomar decisiones acerca de las cuestiones que sentimos más nuestras, que sentimos como nuestras vivencias más íntimas.

En cambio la realidad es distinta. Ningún verdadero Maestro espiritual pretende que los seres humanos sencillos que necesitan de su saber, lo obedezcan como robots, o como perros enjaulados. La tradición universal siempre respetó el libre albedrío del Discípulo, y así como el profesor de matemáticas no nos encierra en una habitación hasta que aprendamos las ecuaciones de segundo grado, tampoco los Maestros necesitan que nuestra obediencia hacia ellos tenga rasgos de sometimiento moral.

 

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Sin embargo, algo nos hace temer esa posibilidad. Algo nos ha dañado como colectividad humana, sobre todo en Occidente, a este respecto. Se han sucedido muchos años, incluso siglos, en que la presencia de los Maestros costó captarla o entenderla. Por eso, muchas veces éstos fueron substituidos por charlatanes que, al seguirlos, sus supuestos aprendices pagaron el precio de ese desliz, a veces a un precio muy alto.

En épocas de oscuridad como la que se dio con la Edad Media europea, de diez siglos de duración, y también en otras partes del mundo como América y Asia que también tuvieron las suyas incluso antes de la era cristiana, sucedieron muchas cosas infortunadas.

Una de ellas fue la pérdida de contacto entre el ser humano y su realidad esencial más profunda, su yo espiritual a develar. Su auténtico sí mismo, que cuando comienza a hallar, se refleja inmediatamente en una o más personas especiales del mundo exterior, que representan como en un espejo las necesidades del yo interior. Estos seres exteriores son los Maestros, y muchas veces los hemos olvidado.

 

El libre albedrío en el discípulo

Mas en verdad, si nos hemos extraviado a veces en ese intento de ubicarnos apropiadamente en el vínculo con el Saber, el error sin duda estuvo primero en la primera parte de esa acción, es decir la que se acaba de decir: no nos hemos buscado interiormente.

Cuando el ser humano se desentiende de respetar su intimidad más profunda, su yo más verdadero que trasciende los gustos y lo intelectual, empieza a dejar de ser humano, empieza a brutalizarse. Entonces, en ese momento, todo Maestro que podría llegar a guiarnos, no tiene como acercarse a nosotros. No puede hacerlo precisamente porque debe respetar nuestro libre albedrío, nuestra decisión de no querer escuchar nuestro ser más íntimo.

Es irónico que a pesar de todo el contacto que hemos perdido con ellos porque aceptaron nuestro libre albedrío, eso no haya servido para mostrar que nos respetan. Miles de personas siguen diciendo que obedecer a un Maestro espiritual es perder la libertad, incluso después de que ellos mismos no llegaron a aprender siquiera la lectura de una revista sin haber recibido ayuda pedagógica primero.
Cuando de aprendizaje intelectual se trata, si la propuesta es de recibir honras y prestigio, entonces no plantean ninguna discrepancia con la enseñanza. En ese caso son capaces de gastar millones en entrenamientos especiales, acceso a universidades famosas, y mudanzas a sitios cercanos a las instituciones más respetadas.
Pero cuando se trata de tomar las decisiones más básicas, plantearse el conocer verdaderamente las motivaciones de las cosas que nos impulsan desde niños hasta viejos y determinan todas nuestras otras decisiones, entonces, ah!!, «eso no es de prestigio, eso es mi intimidad, eso debe estar guiado solamente por mi propio parecer», se dicen continuamente, y marchan ciegos llevándose por delante los muros de karma que el mundo les coloca en el camino de aprendizaje sufrido que eligieron.

Quienes se adentran cuando menos levemente en un camino espiritual, incipientemente, perciben algo diferente a todo eso. Cuando nos aventuramos, cuando nos atrevemos a retomar el contacto con nuestra esencia productora de nuestras vidas, entonces nuestra situación cambia. Nos viene entre otras cosas, el recuerdo de que todo el prestigio del mundo, todo el éxito de las universidades, todo los logros de la ciencia y de la cultura moderna, han llegado porque los Maestros los han heredado a sus Discípulos generación tras generación, y sin ellos nada bueno habría sido posible. No hay un sólo logro de la química que no haya tenido su antecedente en los ocultos alquimistas que nos antecedieron, ni un solo logro de la física que no estuviese ya contemplado en las enigmáticas construcciones de las primeras civilizaciones humanas, tal como la arqueología y la antropología lo han comprobado. Ni tampoco un solo logro de la matemática, de la biología, ni de las artes, que no haya tenido sus divinos predecesores históricos.

Evidentemente, si se nos ha presentado toda esta dificultad, debemos intentar aprender a superarla. Es la principal lección que la historia nos enseña. Debemos aprender a buscarnos, a hallarnos, y a identificar nuestros maestros interiores y exteriores.

Mas, cómo lograrlo? ¿cómo no volver a tropezar otra vez con la piedra del desconcierto, la confusión y la toma de decisiones erradas? He aquí una pregunta que todas las generaciones, de un modo u otro, se han hecho en algún momento.

Como nos enseñaron Gautama Buda, Cristo, Krishna y tantos otros Maestros, no tenemos un destino garantizado en esa dirección. No encontraremos un camino sin obstáculos. La ausencia de obstáculos no es lo que nos han prometido. Sin embargo, nos prometieron algo que tal vez sea incluso mejor: que cualesquiera sean nuestras acciones en ese camino, el resultado será siempre justo. Recibiremos siempre, únicamente, lo que de verdad merecemos.

Tengamos fé, esperanza y alegría, nos dicen, porque siempre, pase lo que pase, allí donde hayamos sembrado una acción amorosa y justa, esa acción tendrá su consecuencia acorde para el futuro.

 

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Viéndolos a ellos, observando sus portentosos logros, sus monumentales obras literarias escritas por sus discípulos, sus religiones de miles de millones de seguidores, nos parece a veces que esa palabra que nos llega de estos Maestros, excede en mucho nuestra capacidad de darles respuesta.
Tantos han sido los pesares, tantas las desventuras medievales y los momentos de tristeza, que cuando captamos algo de toda esa gloria de los divinos que nos precedieron, a veces, en lugar de alegrarnos, nos parece que pertenecemos a un mundo diferente al de ellos.

Mas es nuestro deber atender cuidadosamente a lo que nos dicen y nos piden. En ninguna parte vamos a encontrar que nos aconsejen o recomienden «fundar una religión», o «edificar portentosas obras». Muy por el contrario, sus enseñanzas son sencillas; sus reclamos, a nuestro acceso.

Lejos de pedirnos que hagamos grandes puentes y caminos, enormes edificios e impactantes logros médicos como los que realiza la ciencia moderna, los Maestros sólo nos piden que no descuidemos esa realidad interior nuestra. Nos piden que no seamos acelerados, ni ansiosos, pero a la vez nos piden que seamos constantes en la auto-observación, en la percepción ordenada de nuestra personalidad, en darle un sentido auténtico a nuestras vidas.

Dicho así, parece un logro demasiado pequeño. Parece que con eso no fuéramos a llegar a ningún sitio, que se tratara más de un juego que de un trabajo verdadero. Pero ellos insisten. Nos dicen, que todos los logros del mundo que hayan valido la pena, vinieron de la mano de esa actitud, de ese comportamiento que ellos nos recomiendan, y de ningún otro.

 

La vigilia y la vida onírica

Apenas nos aventuramos a ese comportamiento, a esa Obediencia Sana, no ciega, a Aquellos que Saben, encontramos que se trata de una tarea no tan fácil como podía parecer al principio.
Nos piden que cuidemos las dos importantísimas áreas de nuestra vida: la de vigilia y la del sueño. La suma de las dos, conforman todos los días de nuestra existencia, de nuestro tiempo de encarnación.

La primera de esas áreas, la vigilia, conforma dos tercios de nuestra existencia diaria, mientras la segunda, un tercio. Es decir, la vigilia toma cada día aproximadamente 16 horas, y el sueño aproximadamente 8. A veces el sueño toma menos horas, pero se lo compensa con pequeños sueños durante el día, por ejemplo una siesta. Así que esa es la proporción respectiva entre estas dos partes, de dos a uno.

Uno de los errores a los que nos ha llevado el extravío en el camino espiritual, es a no conocer correctamente la importancia de cada una de esas franjas de horas diarias.

Se ha tendido a creer, que las horas del sueño son un desperdicio, un mal necesario para poder sostener las horas de vigilia, que serían las únicas que importan. A la vez, paradójicamente, muchos reconocen que se sienten más felices durmiendo, que estando conscientes durante la vigilia.

En verdad, ambas franjas diarias de horas son igual de importantes.

Se creyó que las horas de vigilia son más importantes, porque en ellas nos parece estar verdaderamente conscientes, verdaderamente atentos a la realidad. Esto es una creencia errada. Prueba de que no somos verdaderos atendientes ni comprendedores de la realidad, es que no sabemos la causa de por qué nos suceden las cosas más básicas. No sabemos por qué es imprescindible alimentarnos, no sabemos por qué queremos formar familias, no sabemos por qué nos enamoramos, ni por qué nos gusta que nuestros hijos se nos parezcan, ni por qué queremos destacar…. más que seres conscientes, somos como criaturas que deambulan autómatamente, con una consciencia que pocas veces actúa visiblemente.

Cuando observamos la vida de personas que han tenido logros de desarrollo espiritual, de personajes históricos que han alcanzado algún avance verdadero, nos enteramos de que estos Hermanos del Camino suelen hablar de la importancia de los estados oníricos, de las horas de sueño, a la par de hablar de la importancia de las horas de vigilia.

Tenemos por ejemplo a Artemidoro, quien el siglo II d.C. aseguró que los sueños son únicos para el individuo, y que la vida de vigilia de una persona afectará los símbolos en sus sueños.

También al romano Cicerón, que en su descripción del sueño en que «Escipión el Africano el Viejo se aparece a su nieto adoptivo, Escipión Emiliano», le revela su destino futuro y el de su país, explica las recompensas que aguardan a la virtud en la otra vida y describe el universo y el lugar de la Tierra y el hombre dentro del universo. Es decir, Cicerón dice que un sueño puede contener una enseñanza. Este sueño será posteriormente comentado por Macrobio, lo cual le dará gran repercusión en el pensamiento cristiano que atravesará la Edad Media.

 

Una de las primeras cosas que vamos descubriendo, a medida que nos adentramos en el estudio de los sueños desde la mirada del Esoterismo, es que existe una continuidad que une las horas de vigilia a las horas oníricas, haciendo que la existencia humana sea una totalidad, y no una fragmentación. En tanto creemos que el sueño es irrelevante, es verdad que llevamos una vida fragmentada porque así lo hemos querido. Pero cuando empezamos a comprender la importancia de las horas oníricas, nuestra existencia y nuestro ser individual tiende a unificarse, a unirse al Ser Eterno que siempre hemos sido y que habíamos olvidado.

Si además nos adentramos un poco en conocimientos más ocultos, y sólo un poco ya que el propio Esoterismo (es decir el Ocultismo) no divulga todos sus secretos para que no puedan ser degradados, encontramos que personas más evolucionadas que nosotros, han logrado cierto grado de conciencia durante las horas del sueño, que no tiene ninguna diferencia con la conciencia de las horas de vigilia. Estas personas, aunque sea un poco extraño decirlo así, viven permanentemente, las 24 horas del día. Y la sorpresa no termina allí, ya que nos dicen esas enseñanzas que cuando estas almas desencarnan, o sea lo que se le llama «cuando mueren», no mueren sino que siguen conscientes. Sus cuerpos físicos desaparecen pero sus consciencias siguen activas, como cuando dormían. Se trata nada menos que de la vida eterna de la cual han hablado grandes religiones.

Esto último quizá ya nos suene a pura fantasía, pero si lo estudiamos con cuidado, veremos que tiene sentido. Los antiguos griegos decían que el sueño provenía del dios Hipnos, y la muerte provenía de Tánatos, y que ambos eran hermanos gemelos. No solamente hermanos, sino además gemelos. Estaban tratando de decirnos algo, y este algo tiene que ver con que, si vencemos el sueño, si nos adueñamos de él, entonces también venceremos la muerte y nos adueñaremos de ella.

 

Necesidad de reposo del cuerpo físico

Y ahora, aunque pueda parecer innecesario tener que hacer este aviso, será mejor advertir que hay que tener cuidado con la interpretación del último párrafo recién dicho. Avanzar consiste en vencer la inconsciencia durante el sueño, pero no se trata de que debemos intentar no dormir. Eso sería un absoluto disparate. El insomnio en ninguna situación se trata de un avance espiritual, en todos los casos es tan sólo una enfermedad.

Nuestro cuerpo físico invariablemente necesita su tercio de día de permanecer horizontal, esto es parte de su naturaleza, de su esencia a través de la cual fue creado y sólo puede funcionar de esa manera. Además de la posición horizontal, durante esas horas el sistema nervioso debe encontrar un máximo de relajación, y no activarse como si estuviera en la vigilia, para que las neuronas en su aspecto físico, puedan encontrar la reparación que todo cuerpo vivo necesita.

Lo que hace el Iniciado, o la Iniciada, en estos Misterios, es dejar su cuerpo físico horizontal y descansando (incluso a veces lo hacen descansar más y mejor de lo que lo hacemos los simples profanos!) mientras que su conciencia la sitúan en el plano Astral, que es completamente distinto al plano Físico, y tan sólo mantiene un puente de comunicación con éste, puente que tampoco es físico. Allí, en su cuerpo Astral, el Iniciado Clarividente vive y se mueve tal como lo haría con el cuerpo físico, e incluso mejor. Allí hace su trabajo: lee, se traslada, conoce, se reúne con otros Iniciados y Maestros, todo a una velocidad colosal, porque así lo permite la realidad elástica de ese plano de existencia.

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Tanto más interesante es vivir en ese plano que en nuestro pobre plano físico, que muchos Maestros Evolucionados, dejaron de encarnar entre nosotros para vivir durante un período largo solamente en ese plano, durante varias encarnaciones astrales, ya que allí pueden hacer muchas más y mejores cosas que estando aquí.

Si nos cuesta entender este concepto, pensemos por ejemplo en nuestros logros cuando situamos nuestra conciencia en un plano elevado, como ser el mental. Si estamos viajando en el éter de internet, que comparado al plano físico es de un nivel más abstracto, o estudiando libros, solemos poder hacer muchas más cosas que si solamente nos movemos en el plano físico. Seguimos necesitando el plano físico porque aún no hemos aprendido todo lo que debemos adquirir de él, pero a medida que como sociedad avanzamos, cada vez nos apoyamos más en lo etéreo y abstracto, y cada vez menos en lo denso de lo material.

 

Aparición natural de los Maestros

Toda esta enseñanza nos la han dado y nos la siguen aportando los mejores Maestros. Y añaden también que no debemos apurarnos por conquistar esos estados del futuro, pues llegarán cuando haya sonado la hora que el Universo tiene prevista para nosotros. Nos dicen que todas las etapas tienen su felicidad propia que no debemos saltear, y que esa felicidad no la volveremos a encontrar en las etapas siguientes, pues esas etapas tienen otra felicidad distinta, que tampoco deberá saltearse cuando sea su turno.

Acceder a estas verdades no requiere de un largo entrenamiento, o haber recorrido muchas bibliotecas. La naturaleza en su sabiduría ha hecho dificultoso el camino de encontrar estas verdades para aquellos que no las valoran o las desprecian, pero asequible para quien empieza a enamorarse de su realidad interior, de la riqueza de la presencia del Espíritu. Recordemos que el significado en griego antiguo de «amar las verdades», es la famosa y trascendente palabra Filosofía.

Es más, lo trascendente no es recopilar frases importantes, ya que toda frase o texto que pueda tener relevancia, se encuentra primero, antes que en los libros, en un lugar de nuestro corazón. Luego de que allí lo veamos, en nuestro pequeño rincón interior, nos será fácilmente asequible también en el mundo material, en ese universo externo visible colosal y gigantesco, pero que se pone a nuestra disposición cuando nos reconocemos a nosotros mismos.

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Seguramente al principio no tengamos un Maestro en toda la regla, con presencia física y orientándonos «personalizadamente», pero nos irán apareciendo los Maestros que para nuestro grado evolutivo corresponda. Por ejemplo, iremos sabiendo interpretar correctamente los textos antiguos de genios como Sócrates, Plotino, Hipatia, cosa que no es para nada pequeña. Esto es algo que muchas personas aún no pueden hacer. No es tarea fácil porque el transcurso de los cientos de años a partir de cuando fueron escritos, los hace difíciles de comprender, incluso estando bien traducidos.
¿Cómo se produce este «milagro»? No hay tal milagro, lo que sucede es que los Maestros no escriben para la masa humana, escriben solamente para sus seguidores, que siempre son una minoría. Como son una minoría, saben cuáles características psicológicas tienen, que tipo de comprensión van a desarrollar, y por lo tanto les dirigen la palabra bajo esas características de comprensión.
Es como cuando tomamos una radio y sintonizamos una estación. Mientras estamos desatentos, incomprendiendo nuestra realidad esencial propia, con la mente dispersa y el corazón confundido, la sintonía con los Maestros no llega. Pero cuando sentimos una llama en nuestro interior, una luz íntima a la cual seguir, y la avivamos y la alimentamos con un esfuerzo tranquilo y constante, entonces un día el «dial» de esta «radio» se corre de sitio, y lo que parecía imposible de entender, se vuelve fuente de dulzura refrescante para el alma. A partir de allí, nos pueden de pronto sorprender devorando un libro de Platón, que antes nos resultaba como de otro mundo.

En ese proceso de aprendizaje espiritual, los mensajes oníricos empiezan a parecerse a los vigílicos, es decir, los sueños se vuelven menos desordenados, y su contenido se parece cada vez más a las cosas que nos importan durante la vigilia. El sueño empieza a transformarse en un aportador de informaciones complementarias de lo que aprendemos estando despiertos,…o, si prefiere vérselo de otro modo, también a la inversa: la vigilia empieza a volverse una corroboración de las cosas importantes que vamos descubriendo en los sueños.

Nos dice una sabia de la historia reciente, Helena Blavatsky, que debemos confiar en ese proceso, ya que manteniéndonos en él sin pausa y sin prisa, la calidad de nuestra vigilia y nuestros sueños seguirá mejorando sin límite. Luego de una etapa de claridad mental que puede durar más de una encarnación, vendrá otra donde comienzan a desarrollarse nuevas facultades psíquicas. Eso en cuanto a la vigilia, y en cuanto a los sueños, continúan su proceso de irse asemejando a la realidad hasta hacerse vívidos, y finalmente constituírse en auténticos viajes astrales.

El gran aporte que nos hace toda esta enseñanza, es el saber que no necesitamos de eventos especiales para ser felices. Solamente necesitamos salir a buscar nuestra propia esencia interior, la reflexión profunda que nos ubicará en nuestro propósito de existencia.
Cuando llegemos a las etapas mas avanzadas, nos maravillaremos de las cosas que hallaremos, pero también nos maravillaremos hoy, en nuestra presente encarnación, a medida que avancemos. Esto no necesitará de logros espectaculares, tan sólo de volvernos mejores personas, más unidas a las virtudes de luz y pureza que caracteriza a todos los guías protectores de la humanidad.

AUTOR: Hector, redactor en la gran familia de hermandablanca.org

 

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