Desde la vida por Maite Barnet Abad

risaVivimos tiempos extraños, tiempos de cambios, sin duda, y muchos son los que quieren alinearse con esa supuesta nueva manera de entender la vida, con prisa, con miedo, con esa urgencia que da el terror a quedarse fuera del tablero y no encajar. Es en esa búsqueda donde algunos se pierden –también yo en su momento me perdí–

Estamos rodeados de “espiritualidad” de supuestas enseñanzas y gurúes, maestros y guías miremos a donde miremos. Mercadear con la espiritualidad es a mí entender mercadear con el miedo. No estoy diciendo que todos los maestros sean falsos ni que nadie deba guiar el camino. No quiero ser mal interpretada. Ciertamente existen seres cuya luz y estado de evolución animan a seguirles y guían el camino en la mejor dirección posible. ¿Pero qué dirección tomar? ¿Cómo saber que el camino es el correcto? Muchas veces nos sentimos extraños, incluso en ocasiones distantes, diferentes de la gente que nos rodea. Buscamos caminos que nos lleven a entendernos y aceptarnos como lo que realmente somos y yo me pregunto ¿Cómo sé cuál es mi verdadero camino?

Corremos el riesgo de caer en manos que nos conducen en direcciones dispares, buscamos ser los mejores, aspiramos a convertirnos en seres humanos perfectos. ¿Qué es la perfección? Para mí la perfección es algo que no podremos alcanzar por más que nos esforcemos en ello. Somos humanos, vivimos la experiencia humana precisamente para experimentar y aprender a través de la imperfección. Aspiramos a ser como otros suponen que debemos ser y el miedo extiende sus zarpas y nos atrapa, y dejamos de ser nosotros mismos con la excusa de encontrarnos, buscándonos donde no debemos de buscarnos. No es en las magias, no es en los rituales, no es en ejercicios repetitivos como alcanzaremos a ser la mejor versión de nosotros mismos, de cada uno en particular, pues todos somos diversos. Ahí es donde caemos fácilmente en la falsa modestia, en esa soberbia espiritual encubierta que nos hace sentirnos mejores, elegidos, superiores y que de alguna manera, incluso sin pretenderlo nos otorga el derecho a juzgar, a controlar y nos mantiene más aislados y separados de la vida en sí misma.

Es en medio de la imperfección donde realmente empieza nuestro camino y nuestra búsqueda, es rodeados de vida, de gente diversa, de caos donde debemos buscar la verdad. Porque la espiritualidad, a mi entender debemos buscarla en la vida, en las cosas cotidianas, en la relación con los demás en todo aquello que revestido de imperfección nos molesta y nos empuja en ocasiones a alejarnos.

La espiritualidad si bien es cierto que es un camino individual no podemos caminarlo solos. Es estando al lado de los otros, compartiendo, tendiendo una mano, abrazando, acompañando, disfrutando incluso de los placeres de la vida… Porque la vida está para ser vivida y disfrutada, para ser compartida y aceptada. No es alejándonos del mundo, no es encerrándonos en nuestro caparazón refugiados y aislados de la vida como podremos llegar a alcanzar nuestro estado de evolución, aquel que a cada uno le corresponda. No es encerrándonos por miedo, aislándonos para no contaminarnos de imperfección, de vida, al fin y al cabo.

Hay que salir al mundo a irradiar esa luz que todos llevamos dentro, a compartir, a sentir la vida en nuestro interior y a nuestro alrededor. No siempre con la mirada positiva de que todo es hermoso, todo está bien y nada debe ser cambiado. Espiritualidad es también posicionarse, tomar partido y moverse pero teniendo los pies en la tierra aunque nuestros ojos miren mas allá.

Vinimos a aprender de la vida, a vivirla a mejorar por supuesto y a compartir. Salir a la vida, ser capaces de sonreír, de respirar, de sentir la grandeza de estar vivos, contagiarnos de vida y contagiarla a los demás. Sentir ilusión interés, entusiasmo, aprender cada día de todo y de todos, es en sí mismo una lección de espiritualidad que todos podemos aprender y practicar.

En ese camino estoy. Es justo decir que todavía sigo buscando, equivocándome, cayendo.

Autor: Maite Barnet Abad

Desde la vida  por Maite Barnet Abad

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