Discurso de Amma: Acabando con la esclavitud moderna
Este es el discurso completo que Amma ofreció en el Vaticano, el martes, 2 de diciembre del 2014, en la reunión interconfesional de líderes religiosos para acabar con la esclavitud moderna:
Discurso sobre el tráfico de personas y la esclavitud moderna
Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano, 2 de diciembre del 2014.
Vuestra Santidad y otros honorables invitados, me gustaría comenzar expresando mi sentido agradecimiento por poder participar en una reunión histórica como ésta. Aprovecho la oportunidad para expresar mi gratitud por la determinación y el compromiso social Su Santidad. Y al canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias, el honorable obispo Marcelo Sánchez Sorondo, que ha trabajado muchísimo para que esta reunión sea una realidad.
El tráfico de personas es una de las peores maldiciones que plagan la sociedad; no solo en este siglo, sino desde el principio de los tiempos. Cuanto más intentamos erradicar la esclavitud y el trabajo forzado parece que repunten duplicando su intensidad. Son como un fantasma diabólico que nos acecha. Como Su Santidad ha dicho: “El tráfico de personas es una herida abierta en el cuerpo de la sociedad contemporánea. Es un delito contra la humanidad”.
Cada país tiene la responsabilidad de implementar leyes que se ocupen y trabajen para erradicar este crimen sumamente cruel e inmoral, y para liberar y proteger a las víctimas de ese destino. Cada ciudadano que esté comprometido con la justicia y el bienestar social tiene esa responsabilidad moral. Sin embargo, todos somos conscientes de la amarga realidad de que no es un problema que pueda resolverse fácilmente porque la herida del tráfico lleva abierta muchos siglos y está profundamente enraizada.
El tráfico de personas desgarra la vida de niños inocentes e indefensos que abrazan la vida con un corazón lleno de dulces sueños de futuro y que al final acaban destrozados y relegados al olvido.
Se nos ha concedido la bendición de la vida por la compasión de Dios. Esta vida es para hacer buenas acciones en ofrecimiento a Dios. Destrozar la vida de otra persona es usar mal el regalo de Dios. Todos los seres vivos son instrumentos en manos de la Divinidad.
La ley del tribunal de Dios es la virtud o el dharma. Cada uno de nosotros debemos respetar e intentar cumplir esa ley. El tráfico de personas es amoral.
Todos los líderes religiosos tienen la responsabilidad de ayudar tanto a los que atrapan a sus semejantes en la red de la esclavitud humana como a las víctimas que se quedan atrapadas en esa red, guiándoles al camino correcto. Los líderes religiosos deben estar dispuestos a librar esa batalla para mantener la virtud. No es una guerra para matar a nadie; debemos estar dispuestos a librar una guerra para salvar a los indefensos de las garras de las mentes malignas. No queremos una respuesta que nazca de la venganza porque se perciban diferencias de casta, credo, religión, etc. Debemos desarrollar, en cambio, la empatía, conscientes de la divinidad de cada persona.
La mente humana ha creado muchas divisiones en forma de religión, casta, idioma y fronteras internacionales. Debemos tender un puente de amor puro que todo lo abarque para romper esos muros de creación propia. Cualquier corazón endurecido se suavizará con el amor. El amor puede irradiar luz en la oscuridad más densa. El amor desinteresado transforma la mente: de un demonio que nos esclaviza a un instrumento que nos libera. Los que trafican y esclavizan a otros seres humanos son víctimas de una mente negativa. Sin ningún motivo oculto, los líderes religiosos deben crear un plan de rehabilitación que se base en el servicio desinteresado y la espiritualidad, que es la esencia de todas las creencias.
Quedarse callado ante la injusticia es en sí mismo perverso. Los gobiernos y los líderes deben establecer leyes en las que no haya lagunas jurídicas que permitan escapar a los culpables, y esas leyes deben aplicarse rigurosamente. En muchos países, el gobierno y varias ONGs luchan contra el tráfico de personas; pero el poder y los enormes beneficios económicos que obtienen los que negocian usando a seres vivos como meros objetos, que finalmente desechan, todavía no ha empezado a reducirse. El número de víctimas de este negocio crece rápidamente. Como las raíces de un árbol enorme, las raíces de esta tragedia están penetrando cada vez más profundamente en la sociedad. Si no conseguimos hacer algo efectivo contra esta injusticia que pasa frente a nuestros ojos, será una burla para las generaciones futuras.
Las víctimas del tráfico de personas pierden el respecto por sí mismas y caen en un pozo de desesperanza. Los terroristas las suelen usar como mulas para el transporte de drogas, en ataques suicidas y en muchas otras actividades ilegales. Algunos de los alimentos que consumimos a diario los producen niños a los que se les obliga a trabajar día y noche. Los riñones y otros órganos de las víctimas son mercancías que se venden en el mercado. Cuando esas víctimas han dejado de ser útiles y han contraído enfermedades incurables como el SIDA, así como otros problemas psicológicos debido al abuso, se deshacen de ellas en las calles.
He visto y he escuchado personalmente miles y miles de ejemplos del tráfico de personas. Una vez una mujer vino a ver a Amma y se echó a llorar. Le contó:
— Amma, tengo SIDA. Lo único que deseo es ver a mi hija antes de morir. Por favor, ayúdame.
Cuando Amma le preguntó qué había pasado, le dijo:
— Con nueve años trabajaba de niñera para una familia. Allí conocí a un hombre mayor. Me dijo que me pagaría más y me prometió muchas otras cosas. Como mi familia tenía muchísimos problemas económicos, me fui con él. Cuando llegamos al nuevo sitio, vi que allí había muchas más chicas. No me permitieron hablar con nadie. Finalmente, me di cuenta de que estaba en un burdel. Los hombres empezaron a violarme regularmente. Al principio, me enfadaba y me sentía culpable por lo que me obligaban a hacer. Pero, con el tiempo, perdí todo sentido de amor propio e incluso empecé a disfrutar de mi trabajo. Después de cinco años, di a luz a una niña. Me dejaron darle de mamar un mes y entonces se la llevaron. Unos años más tarde, me diagnosticaron SIDA. Cuando me puse muy enferma, me dijeron que me llevarían al hospital, pero me abandonaron. Les supliqué que me dejaran ver a mi hija una sola vez más, pero no lo hicieron. Ni siquiera me llevaron al burdel. Las personas a las que les he pedido ayuda me han tratado con repugnancia y aversión. Lo único que no hacen es tirarme piedras. Me han cerrado todas las puertas. No puedo vivir más en este mundo. Solo quiero ver a mi hija una vez más antes de morir. ¿Le inyectarán hormonas para hacerla parecer mayor como hicieron conmigo y al final la echarán?
Al escuchar esta terrible historia, Amma envió a algunas personas a buscar a su hija, pero se encontraron con muchas dificultades.
Otras mujeres también le contaron su horrible historia a Amma:
— Un hombre solía visitarnos regularmente. Nos ayudaba con lo que nos hacía falta, y nos sentíamos muy cómodas con él. Pasado un tiempo, se ofreció a llevarse a nuestras hijas a trabajar al extranjero, en la empresa de su amigo. Nos prometió que nos enviaría grandes sumas de dinero cada mes. Incluso nos dio un adelanto de mil rupias a cada una. Se llevó a nuestras hijas. No las hemos visto desde entonces. No estamos seguras de dónde están; pero oímos decir que se las llevaron a un burdel. Cuando un grupo fue a buscarlas, les dijeron que ya se las habían llevado de allí para traficar con ellas”. Al contarlo, se echaron a llorar.
En la actualidad, el precio de las cosas ha subido. Los hombres venden su esperma y las mujeres su óvulos por muchísimo dinero. Pero, irónicamente, en muchos países se puede comprar un niño para prostituirle o forzarle a trabajar por una suma patética de diez o veinte dólares.
El tráfico de personas es un problema muy complejo. Por eso, la solución también debe abarcar muchos aspectos. Debemos ocuparnos de la virtud, del apremiante aspecto de la pobreza, de las implicaciones jurídicas, etc. El servicio social y las campañas de concienciación también tienen un papel enorme que desempeñar en ese proceso. Solo podremos mejorar la situación con un enfoque de colaboración y considerando todos sus elementos.
El nivel de azúcar de un diabético subirá si sigue comiendo dulces, aunque se tome las medicinas con regularidad. Controlar la dieta y cambiar el estilo de vida es más importante que tomar medicinas. La situación no mejorará solo con dinero en el caso de niños empobrecidos que no pueden acceder a una educación adecuada porque los colegios escasean. Muchos lo dejan antes de cumplir ocho años. Debemos ofrecerle a la nueva generación, así como a las víctimas del tráfico de personas, una educación práctica que les ayude a ser más conscientes. Debemos despertar su valentía y su autoestima interior para ayudarles a elevarse. Deben darse cuenta de que no están indefensos ni son vulnerables como gatitos; son cachorros de león, valientes y poderosos. Tenemos que ayudarles a elevar su mente.
Hay dos tipos de educación: la educación para la vida y la educación por un sustento. Cuando estudiamos en la universidad, esforzándonos para ser médicos, abogados o ingenieros, eso es educación por un sustento. Por otra parte, la educación para la vida requiere comprender los principios esenciales de la espiritualidad. El verdadero objetivo de la educación no es crear personas que puedan entender solo el lenguaje de las máquinas, sino impartir una cultura del corazón; una cultura que se base en valores permanentes.
Cuando los devotos de Amma viajan a las aldeas a enseñar formación profesional, también les ofrecen a las mujeres educación sexual y educación para el enriquecimiento vital. Como resultado, muchas jóvenes han podido salvarse de personas que intentaban venderlas para ejercer la prostitución; algunas veces eran sus propios padres. Amma ha podido ayudar al 80% de las mujeres que fueron forzadas a prostituirse y que le pidieron ayuda. Se les dio formación profesional y ahora son autosuficientes. Pero el otro 20% sigue llevando el mismo estilo de vida. No quieren cambiar y Amma tampoco ha intentado obligarles a hacerlo.
La lujuria es una especie de hambre. Aunque tengamos hambre, no devoramos todo lo que cae en nuestras manos. Cuando vamos a un restaurante y pedimos comida, quizás nos demos cuenta de que las personas que están a nuestro alrededor han pedido otros platos. Puede que pensemos “ojalá yo hubiera pedido eso”, pero nos controlaremos. Así, debemos ejercer el autocontrol en todo en la vida, especialmente, en relación con la lujuria.
Los valores espirituales tienen que inculcarse a una edad temprana. Cuando Amma era niña, su madre le decía: “No hagas pis nunca en el río. El río es la Madre Divina”. Cuando nadábamos en las rías, aunque el agua estuviera fría, nos controlábamos al recordar las palabras de nuestra madre. Si desarrollamos una actitud de reverencia por un río, nunca lo ensuciaremos. Nuestro respeto por el río nos ayudaba a mantenerlo limpio, y un río limpio beneficia al final a todos los que se bañan en él. Lo importante no es debatir si Dios existe o no. Lo importante es que la devoción y la fe en Dios nos ayuden a mantener buenos valores y la virtud en la sociedad. Debemos ver a la Divinidad en todos, y en todo lo que nos apoya y nos nutre, y desarrollar gratitud y compasión por la creación de Dios.
Las carreteras se han hecho para que los vehículos conduzcan; pero si dijésemos “conduzco como quiero” podríamos acabar teniendo un accidente. Las normas de tráfico nos ayudan a estar seguros, tanto a nosotros como a los demás. Hay normas similares para todo en la vida. Los valores espirituales nos ayudan a vivir según esas normas.
Muchas personas trabajan muchísimo para acabar con el trabajo infantil. Pero no seremos capaces de resolver el problema solo con prohibiciones. Una vez un hombre trajo a un niño de diez años a Amma. Quería que Amma criase al niño en el áshram y le contó la historia de cómo se había quedado huérfano. Su padre había muerto dos años antes. Así que su madre y su hermana se pusieron a trabajar en una fábrica de velas que había cerca de casa. A su madre le diagnosticaron pronto una enfermedad renal crónica y no podía trabajar porque estaba prostrada en la cama. Aunque su hermana ganaba poco, bastaba para cubrir los gastos. Pasado un tiempo, se aprobaron leyes que prohibían el trabajo infantil. El propietario de la fábrica de velas fue arrestado y la empresa cerró. Dejaron ir a todos los niños que trabajaban allí. Consternada por la pérdida de su única fuente de ingresos, la madre envió a su hijo al colegio esa mañana y se envenenó junto a su hija.
Es correcto cerrar esas fábricas, pero se olvida a las familias de los niños que dependen de ellas para vivir. Si solo consideramos un aspecto del problema, las personas que no tengan nadie a quien poder recurrir experimentará las consecuencias de nuestros intentos de resolverlo. Antes de tomar medidas drásticas para acabar con el trabajo infantil y al tráfico de personas debemos crear una base para que esas familias sean autosuficientes y garantizarles un futuro.
La espiritualidad empieza y culmina en la compasión. Si pudiéramos transformar la compasión de una mera palabra a un camino de acción, podríamos resolver el 90% de los problemas humanitarios del mundo. Hay dos clases de pobreza en el mundo. La primera se debe a la falta de alimentos, ropa y cobijo. La segunda es la pobreza del amor y la compasión. Debemos ocuparnos primero de esta última porque si sentimos amor y compasión, serviremos y ayudaremos de corazón a los que no tengan comida, ropa o cobijo.
Según el Bhagavad Gita, el Creador y la creación son solo uno, igual que las olas y el océano son uno. Aunque veamos miles de soles reflejados en mil recipientes con agua, solo hay un sol. Del mismo modo, la conciencia que hay dentro de todos nosotros es la misma. Igual que una mano va a consolar a la otra cuando nos duele, que todos consolemos y apoyemos a los demás como lo haríamos si fuéramos nosotros mismos.
Personas de todas las naciones y todas las religiones son víctimas de los efectos devastadores del tráfico d personas y experimentan abuso y sufrimiento extremos. Ese dolor físico y mental no distingue entre idiomas, razas o color de piel. Esas víctimas son solo personas que luchan contra las garras de un sufrimiento interminable y contra la represión emocional.
Las pomadas que llevan antibiótico ayudan a curar las heridas externas. De manera similar, hay muchas clases de medicinas para tratar nuestros órganos internos. Pero solo hay una medicina que pueda curar las heridas de nuestra mente. Esa medicina es el Amor puro. Para curar las heridas que se les han infringido a las víctimas del tráfico de personas debemos cuidarles con amor desinteresado. Eso les devolverá a la luz de una vida en libertad, lejos de la oscuridad que se les impuso a la fuerza en el pasado. Debemos crear un grupo grande de trabajadores sociales que lleven a cabo esa misión sagrada. Solo los líderes religiosos y espirituales pueden reunir un grupo de trabajo como ese.
Que la compasión inherente a todos los seres vivos se despierte. Que todos desarrollemos el discernimiento para amar y respetar la vida y a todos los que viven a nuestro alrededor. No somos islas aisladas, sino eslabones interconectados de la cadena de la creación de Dios. Que nos demos cuenta de esa gran verdad. Que el dolor de los demás sea nuestro dolor y su felicidad, nuestra felicidad. Que nos olvidemos de todo el dolor y el sufrimiento del pasado y perdonemos todo el daño que hemos sufrido. Que nos inclinemos en reverencia ante toda la bondad del mundo, y encontremos la felicidad eterna.