El Gozo Místico por Marc Torra
La Experiencia de lo inefable
Para relatar una experiencia en el plano físico utilizamos los cinco sentidos. Hablamos de lo que escuchamos, palpamos, vimos, degustamos u olimos. Pero ¿cómo pueden esos mismos sentidos describirnos aquello que acontece más allá del plano de la materia tangible? Para ello existen otros cinco sentidos, a los que llamamos extrasensoriales. Sus funciones son similares, pero en vez de mostrarnos lo físico, perciben lo sutil. Disponemos así de un oído, tacto, vista, gusto y olfato extrasensoriales. Tales sentidos están conectados a nuestro cuerpo sutil, a aquella cobertura de nuestro Ser a la que también llamamos alma.
Tales sentidos logran percibir la experiencia del gozo místico, pero de refilón, cuando ya estamos de regreso. Veamos cómo:
El que percibe, la percepción y lo percibido
LLAMAMOS EXPERIENCIA AL acto de sentir, conocer o presenciar algo. Sienten los sentidos. Conoce la mente. Pero para realmente presenciar algo necesitamos al Ser, aquel quien realmente somos. Otras formas de significar lo mismo es mediante las palabras Consciencia o Espíritu. De ahí que la experiencia del gozo místico sea muy real para aquel quien la vivió, más real incluso que la vida misma. El problema, pues, no estriba en la ambigüedad de la experiencia, sino en la necesidad de describirla.
Describir significa representar algo por medio del lenguaje y el lenguaje es una creación de la mente. Pero dado que la mente solo la experimenta de refilón, a medida despierta y el gozo se disipa, dejando que el velo ilusorio vuelva a cubrir nuestro Ser, es difícil pedirle a la mente que nos narre aquello de la que no fue testigo. Pero ¿qué es la mente?
La mente constituye el órgano principal del alma. Corresponde al cerebro, pero no del cuerpo físico sino del alma. La mente no emerge del cerebro, como la ciencia occidental afirma. Muy al contrario, aquella realidad a la que llamamos material constituye una proyección de la mente y el cerebro no es más que la manifestación física de esa mente. Pensar que la mente emerge del cerebro equivale a creer que el software de un ordenador emergió espontáneamente de su chip o microprocesador o como resultado del proceso evolutivo del silicio.
Ello significa que el alma engloba la mente y más. Intentemos pues comprender qué es el alma. A diferencia del Espíritu, el cual es inmutable y por ello inmaterial, el alma vibra, y ese movimiento es justamente aquello que la dota de materialidad. Pero al vibrar a una frecuencia más alta a la del cuerpo físico, su consistencia es más sutil, más sutil incluso que el espacio-tiempo en el que se manifiesta la realidad física. Es por ello que el alma no puede ser percibida por ninguno de los cinco sentidos del cuerpo físico, ni tan siquiera el oído, pero si por los cinco sentidos extrasensoriales.
Comprendida mente y alma, debemos tener en cuenta que si la mente proyecta la realidad física que nos rodea, fue justamente el hecho de que esa misma mente estuviera ausente lo que nos permitió vivir la experiencia del gozo místico, pues de haber estado presente, el ruido por ella generado nos hubiera privado de presenciarla. En ello justamente estriba la dificultad, en cómo describir con palabras una experiencia en la que la mente estuvo ausente, si las palabras constituyen justamente creaciones mentales. De ahí que lo único capaz de comunicarnos qué se siente durante el estado de gozo místico sea la idea de «inefable». Inefable se refiere a aquello que no puede ser comunicado con meras palabras, aquello que el poeta comunica mediante la metáfora y el filósofo a partir de la analogía.
A pesar de todas esas limitaciones, podemos describir lo que la mente escuchó de refilón, palpó momentáneamente o vislumbró por un instante cuando, despertando, nos conducía de regreso a la realidad física por ella proyectada. Intentemos pues describir con el lenguaje de la mente ese camino de regreso, desde el estado supraconsciente del gozo místico, hacia el estado consciente.
Para ello, recordemos primero lo que dijo Karl Jung, quien en una ocasión afirmó:
«el que mira hacia afuera sueña,
el que mira hacia adentro despierta»
Mirar hacia afuera nos lleva a vivir en el estado consciente de vigilia, estado que paradójicamente podríamos equiparar al de estar ‘soñando’ la realidad material que la mente nos proyecta. Mientras que el mirar hacia adentro nos permite alcanzar ese estado supraconsciente desde el que finalmente despertamos. Vayamos pues hacia adentro, a intentar escuchar, palpar, ver, degustar y oler aquello que encontramos.
Cuando la mente duerme
CUANDO NOS HALLAMOS inmersos en el estado de gozo místico, la mente está ausente y con ella los cinco sentidos tanto físicos como extrasensoriales. Cuando nuestra mente está ausente, nos podemos hallar en dos estados de la consciencia: el supraconsciente o el inconsciente.
Alcanzaremos el estado supraconsciente cuando hayamos logrado trascender los tres estados de la mente ― consciente, subconsciente e inconsciente ― e identificarnos con el Ser, Consciencia o Espíritu. Es decir, cuando reconozcamos que no somos la mente en ninguno de sus tres estados, sino que somos aquello que es inmutable y omnipresente. Inmutable por no cambiar en el tiempo. Omnipresente por estar en todo y todo serlo.
Sin embargo, cuatro siglos de racionalismo occidental han causado que la mayoría de nosotros nos hayamos identificado con la mente y no con el Ser inmutable. Ello se lo debemos agradecer a filósofos como Descartes, quien nos hizo creer que el pensar era la causa de la existencia cuando afirmó «cogito ergo sum“ (pienso, por lo tanto existo). Tal hipótesis se convirtió en el pilar del racionalismo occidental. Con ella se equiparó nuestra existencia al acto de pensar, sin concebir que pudiera haber algo más allá del pensamiento ni de la mente que lo proyecta.
Tal fue el estado de confusión que se creó que en la lengua materna de Descartes se decidió prescindir de la palabra proto-indo-europea méntis (pensar) para utilizar en vez de ella esprit (espíritu), la cual viene del verbo latín spirare (soplar). La lengua francesa equiparó así el principio existencial (Espíritu) con el principio pensante (mente), para referirlos a ambos a partir del mismo vocablo. Como resultado tenemos que dicho idioma define el ser ‘espiritual’ diciendo: “que proviene del dominio del pensamiento, de la mente”.
El siguiente logro del racionalismo hubiera sido eliminar también la palabra esprit, entendida a la vez como mente y Espíritu, para substituirla por la manifestación física de esa mente: el cerebro. Así en vez de decir “acabo de tener una experiencia espiritual” diríamos “he tenido una experiencia cerebral”. Ello es lo que acabaría sucediendo si la ‘creencia’ científica de que la mente emerge del cerebro acabara por imponerse. Por suerte, el racionalismo está en retroceso pues ha demostrado que en vez de acercarnos a lo ‘real’ nos ha alejado aun más de ello.
¡Qué no nos extrañe pues que cuando ese principio pensante que es la mente se vaya a dormir, caigamos en un estado inconsciente en el que no haya testigo! Y es que la mente también duerme, al igual que el cuerpo, pero menos rato. El cuerpo necesita dormir de 6 a 9 horas diarias. Cuando éste cae dormido la mente se zambulle en el mundo de los sueños. Después de divagar por ese mundo subconsciente durante unos minutos, la mente también acabará por irse a dormir, haciendo que nos adentremos en el estado de sueño profundo. Será entonces que el Ser o Espíritu recupere su estado natural. Sin mente que fragmente la Totalidad, nos reintegramos con el Absoluto del cual venimos y el cual somos. Después de unos pocos minutos en el gozo, la mente despertará, llevándonos de nuevo al mundo onírico de los sueños. Ello sucede en ciclos de aproximadamente 90 minutos.
Intentemos pues describir esa experiencia de gozo que vivimos cada noche cuando la mente duerme, pero que sólo recuerdan aquellos que la viven desde el estado supraconsciente.
El Despertar de los Sentidos
CUANDO LA MENTE empieza a despertar y la experiencia del gozo místico a disiparse, esa misma mente nos traerá de regreso al mundo subconsciente del astral primero, para finalmente hacernos aterrizar en la realidad que llamamos consciente pero que de todas es la que está más alejada de la Consciencia plena. Constituye un viaje de regreso de lo sutil a lo denso.
Dado que el objetivo de este artículo es describir ese viaje de regreso a partir de los sentidos, ello nos pide empezar analizando cuál de los cinco sentidos despierta primero. Despertará primero aquel que sea más sutil y último el más denso. Veamos pues cómo podemos ordenar esos cinco sentidos por orden descendente de sutileza.
La filosofía Samkhya de la India nos dice que de los cinco el más sutil es el oído, por ser el único que percibe el Éter Lumínico (Akasha), aquella realidad tan sutil que no es ni palpable por el tacto, ni visualizable por la vista, ni puede ser degustada u olida. El Éter es aquello que al vibrar manifiesta la realidad fenoménica. Utilizando una terminología más científica diremos que Éter es aquello que Einstein llamó espacio-tiempo, mientras que los alquimistas de la edad media lo llamaron quintaesencia.
A medida que ese espacio-tiempo se condensa, primero se manifestará como gas. Las culturas ancestrales llamaron Aire a dicho estado de condensación de la materia. La filosofía Samkhya nos razona que así como el Éter (Akasha) sólo puede ser percibido por el oído, a Aire también lo percibe el tacto. De ahí que el tacto ocupe la segunda posición en orden de sutileza de los cinco sentidos. Traducido al lenguaje científico diremos que un gas inodoro y transparente no puede ser percibido ni por la vista ni por el olfato ni por el gusto, pero si está en movimiento, como el viento, tanto oído como tacto siempre podrán percibirlo.
El siguiente sentido en orden de sutileza es la vista, la cual estaría vinculada al elemento Fuego. La ciencia llama a Fuego plasma. Un plasma posee una densidad ligeramente mayor a la de un gas, así como también posee la capacidad de irradiar luz. De ahí que los plasmas no sólo puedan ser escuchados y palpados sino también visualizados. Ejemplos de plasmas serían el sol, la aurora boreal, un televisor de plasma o una bombilla de neón.
El siguiente en orden de sutileza es el gusto, sentido vinculado al elemento Agua y al estado líquido. Y finalmente vendría el olfato, vinculado al elemento Tierra y al estado sólido.
Será en dicho orden de densidad que los cinco sentidos del alma se vayan despertando, a medida que regresemos de la experiencia del éxtasis místico. Veamos pues cómo se da dicho regreso de lo sutil a lo denso, y cómo las distintas culturas nos lo han comunicado.
El Sonido de lo Trascendental
LAS ESCRITURAS DE los Vedas afirman que el Universo se creó a partir del suspiro de Paramatman, la realidad suprema, manifestada como sonido. Ese suspiro es el Nada Brahma o voz del absoluto, es el OM o mantra sin principio ni fin.
En el idioma sánscrito se lo llama Anahata Nada o sonido producido sin que intermedie golpe alguno. Es el tono transcendental que se esconde tras toda expresión de la creación, la corriente de luz llamada Ain Soph Aur por el cabalista o primera emanación en la teosofía. Es la mónada de los pitagóricos, el verbo o logos del nuevo testamento, mientras que en el viejo constituye aquel momento del Génesis en el que Dios dijo “Que se haga la luz”. No es la luz, la cual vino después, sino la palabra, el acto de proclamar que se hiciera la luz.
En la China milenaria se lo llamó Huang Chung o la campana amarilla pues suele ir acompañado de una catarata de luz de dicho color. Los sufies lo llaman Sawt-e-sarmad, el sonido que inunda todo el espacio y les brinda el éxtasis místico. Para el jainismo es la corriente de sonido divino. Para el sijismo es el Ek-Onkar. Para los zoroastras es Sraosha. En el shivaísmo de Cachemira es el Spanda, descrito como la pulsación primordial. Para los pueblos andinos es el Noccan Kani.
Es el Amen de judíos y cristianos y el Amin del islam. Representa el Alif de las lenguas semíticas, el Alfa de los griegos, la primera letra del alfabeto y aquella que las incluye todas. Es el Fa sostenido que entonan las flautas de los pobladores originarios de America del Norte, el Aloha de la filosofía huna de las islas Hawaii y el Aluna de los mamos de Sierra Nevada, al norte de Colombia. Simboliza la nota fundamental de un didgeridoo vibrando desde el desierto australiano, el eco de la flauta mágica, la sinfonía cósmica, la vibración divina y el sonido abstracto.
Todas dichas palabras parecen querer describir lo mismo: la experiencia del estado de exaltación místico tal la percibe el oído del alma. Constituye un sonido que permea todo nuestro Ser, hasta hacer que nos fundamos con el mismo. Un sonido que inunda todo el espacio, permitiéndonos disfrutar de la experiencia de la omnipresencia. Y sin embargo por ser sonido, es vibración, es movimiento, por lo que no nos permite disfrutar la experiencia de la inmutabilidad. Nos conecta al Ser omnipresente ― al número 1 ― pero no nos permite alcanzar al Ser inmutable, no manifestado, también llamado vacío. No nos conecta con su causa, con el 0 que antecedió a ese 1, que antecedió a la Totalidad omnipresente que ahora percibimos como sonido trascendental.
Recordemos que estamos emprendiendo el camino de regreso, del vació en el que no hay percepción (0), hacia la multiplicidad (n) de la realidad fenoménica que nos manifiesta la mente. Y en ese viaje de regreso, la primera parada que puede ser narrada por la mente es la del estado de unidad con la Creación (1) en la que nos proyectamos como aquel sonido trascendental del que emana el Uni·verso. Nos convertimos en ese único tono creador del cual procede la palabra Universo (Uni- como único y verso como tono creador). Y esa primera parada sólo puede ser percibida por nuestro oído extrasensorial.
El Tacto de lo Trascendental
POR ORDEN DE densidad. el siguiente sentido extrasensorial en manifestarse será el del tacto. El tacto percibe la experiencia como gozo supremo. En dicho estadio de mayor densidad dejamos de vivir en la realidad de la unidad (1) para hacerlo en la realidad de la complementariedad (2). Es la complementariedad existente entre nosotros, como expresión de la consciencia suprema, y la Creación que nos acaricia y envuelve. Será en dicho instante que habremos entrado en el dominio del elemento Aire.
La filosofía tántrica lo describe a partir de la complementariedad entre Shivá, la realidad suprema, y Shakti, la Creación. Nosotros somos Shivá, como manifestaciones de esa realidad suprema. Mientras que Shakti, como Creación, nos envuelve con su dulzura y el gozo de sus caricias. Muchas culturas originales llaman a esa misma complementariedad Padre Cielo y Madre Tierra.
Dicho estadio también es alcanzable cuando haciendo el amor, compartimos la experiencia del orgasmo con nuestra pareja. Eso si, para lograrlo deberemos ser capaces de dirigir la energía hacia arriba, en vez de hacerlo hacia abajo. Cuando la proyectemos hacia abajo estará sucediendo una de las siguientes dos cosas: que la disipemos, o que la utilicemos para concebir un nuevo cuerpo físico, un hijo, en el que otra alma pueda reencarnarse y vivir la experiencia de la materialidad. Vivirla para aprender a partir de las limitaciones que ésta nos impone.
La Visión de lo Trascendental
EL SIGUIENTE SENTIDO que se manifiesta es la vista. Será entonces que se nos abra el tercer ojo, ubicado en el entrecejo, permitiéndonos visualizar la Creación entera. Con la apertura de ese ojo central estaremos entrado en el dominio del elemento Fuego y del número 3.
Dicho estadio se diferencia del anterior en que la Creación ya no nos envuelve, ya no nos acaricia. Ahora nos vemos separados de ella por ese tercer elemento llamado Fuego, el cual si bien ya no nos permite tocarla, si la dotó de luz y color. De ahí que los plasmas constituyan el estado de la materia más abundante del Universo. Vivimos en un universo que irradia luz y la luz debe ser observada a una cierta distancia si no queremos que nos cause ceguera.
Son múltiples las culturas que nos han dejado referencias de esa visión de la Creación, proyectada como un todo luminoso frente nuestro. Por ejemplo, de la filosofía tántrica nos llega la imagen del Sri Yantra.
De la cultura andina la Chakana:
De los Huicholes, en el actual Mexico, los nierikas:
De las culturas que proliferaron entorno a los grandes lagos de Norteamérica, los atrapasueños:
Son distintas formas de manifestar lo mismo: la visión del Absoluto.
Observamos pues cómo a medida que descendemos por esa escalera de Jacob que nos describen los sentidos, del más sutil al más denso, éstos nos van separando cada vez más de aquello que somos. Así, el oído nos permite fundirnos con el Absoluto. El tacto ya no nos funde pero si nos permite ser acariciados por esa Totalidad. La vista hace que nos separemos de la Creación, pero si nos brinda la oportunidad de contemplarla en su inmensidad. Veamos pues cómo los dos últimos sentidos aun crean un mayor distanciamiento, una mayor fragmentación del Ser.
El Sabor de lo Trascendental
LLAMADO AMRITA O soma en los Vedas, dutsi entre los tibetanos, ambrosia por los antiguos griegos, elixir de la vida entre los alquimistas, melocotones de la inmortalidad en la Antigua China. Todos dichos nombres se están refiriendo a los mismo―al sabor de lo trascendental o néctar de la vida eterna.
Cuando sentimos el sabor de una gota de elixir en las profundidades de nuestra lengua, cerca de la garganta, es que ya estamos de regreso.
Dicen los textos tántricos que el amrita lo produce Bindu Chakra, centro energético ubicado allí donde los brahmines se dejan crecer la coletilla. Tales textos afirman que dicho centro energético o chakra representa la manifestación de la creación a través de la Consciencia.[2. Swami Satyananda Saraswati “Kundalini Tantra”, Bihar School of Yoga, Munger. India pg 143]
Pero notaremos la mencionada gota de néctar en la garganta solo si la Consciencia está despierta. Allí se ubica el chakra de la garganta (vishuddha), vinculado al elemento Éter (Akasha). De no estar despierta la Consciencia, es decir, de no estar experimentando el estado supraconsciente, la gota de néctar seguirá descendiendo para ser consumida en el chakra del ombligo (manipura), causando el deterioro físico del cuerpo. Es por ello que las distintas tradiciones del saber siempre relacionaron dicho néctar con la inmortalidad, pues lo percibe sólo aquel que pudo atraparlo antes de que siguiera descendiendo para ser consumido en el fuego del chakra del ombligo.
Los textos clásicos del yoga nos aportan una técnica para lograr atrapar esa gota. Afirman que el practicante de yoga puede evitar el envejecimiento del cuerpo si logra capturarla con la lengua, en vez de dejar que siga su curso. Para ello curvan la lengua por arriba y hacia atrás (khechari mudra) hasta lograr que se introduzca en la garganta. En concreto la obra Hatha Yoga Pradipika, en su verso 3:42 nos dice:
Los Siddhas (visionarios) han concebido Khechari Mudra para que ambos, mente y lengua, puedan alcanzar Akasha con su práctica.
Que la lengua alcance Akasha (Éter o espacio-tiempo) significa que llega a tocar el chakra de la garganta (Vishuddha) dado que éste está vinculado a dicho elemento. Que lo alcance la mente significa que ésta se sumerge en un espacio mental sin turbación, aquel que definíamos como únicamente perceptible por el oído extrasensorial y que vinculábamos al número 1.
Cuando habiendo alcanzado momentáneamente el estado supraconsciente notamos el dulce sabor del néctar en la garganta es que ya estamos de regreso, pues una mente realmente establecida en el vació mental (chitta akasha) solo dispone de un sentido activo: el oído. Si percibe el néctar es que su gusto extrasensorial también se activó, junto con el tacto y la vista, haciendo que su mente haya dejado de vibrar al nivel del elemento más sutil, el Éter mental para condensarse al nivel del Agua.
Cuando digo Agua no me refiero al agua física sino a su equivalente al nivel mental. Los elementos deben ser interpretados como notas musicales. Las mismas se repiten en cada octava, en cada plano de la consciencia, como un Do, Re, Mi, Fa. Sol de la Creación. Agua es el Re de la octava mental. De hecho, el espectro mental no abarca únicamente una octava sino muchas, por lo que me estoy refiriendo en concreto a la mente sensorial. La sensorial es aquella parte de la mente cuya función es la de analizar la información procedente de los sentidos, sea de los sentidos del cuerpo físico (estado consciente de vigilia), del cuerpo astral (estado subconsciente del sueño) o del cuerpo causal (estado supraconsciente de gozo).
El Aroma de lo Trascendental
CUANDO PERCIBAMOS EL suave aroma como de jazmín es que ya hemos aterrizado en el plano físico de la materia. Una vez reincorporados en el cuerpo físico y con los cinco sentidos ya despiertos, notaremos esa agradable fragancia que ni las flores más selectas logran emanar. Al principio buscaremos de dónde proviene, convencidos de que procede del recinto en el que nos hallamos, pero luego comprenderemos que lo trajimos con nosotros desde el lugar visitado. Es la esencia del gozo, la fragancia del éxtasis, que la Naturaleza casi logró replicar a través de las flores.
El Otro Camino de Regreso
TAL ES LA experiencia que suelen vivir aquellos que habiendo alcanzado por un instante el estado supraconsciente, regresan para contarnos lo vivido. A dicha experiencia momentánea los textos sagrados del hinduismo la llaman Savikalpa Samadhi.
Los hay, en cambio, que siempre viven en ese estado, del que nunca regresaron. Ellos pueden estar aquí y a la vez allí, dado que su Ser logró establecerse en el estado supraconsciente, logró despertar o iluminarse. Esos mismos textos sagrados del hinduismo llaman a dicha otra experiencia Nirvikalpa Samadhi.
Nirvikalpa Samadhi constituye la absorción plena sin que haya conciencia de uno mismo. Implica la reintegración de la actividad mental en el Ser hasta tal punto, o de tal forma, que se disuelven las fronteras que separan aquel que percibe, del acto de percibir y del objeto percibido. Se disuelven como olas en el agua o como la espuma en el mar. A diferencia de los otros estados de gozo (samadhis), en dicho caso no se produce un regreso a estados inferiores de la conciencia. De ahí que constituya el único y verdadero despertar.[3. Traducido por el autor del original en inglés de Zimmer, Heinrich (1951), Philosophies of India (Ninth Bollingen Paperback, 1989 ed.), Princeton: Princeton University Press. El original dice: “Nirvikalpa samādhi, on the other hand, absorption without self-consciousness, is a mergence of the mental activity (cittavṛtti) in the Self, to such a degree, or in such a way, that the distinction (vikalpa) of knower, act of knowing, and object known becomes dissolved — as waves vanish in water, and as foam vanishes into the sea.[3] The difference to the other samadhis is that there is no return from this samadhi into lower states of consciousness. Therefore this is the only true final Enlightenment.”]
Tristemente la inmensa mayoría no vivimos ni lo uno ni lo otro, sino que nos toca contentarnos con el gozo vivido como experiencia inconsciente, bien sea cada noche, durante la fase de sueño profundo, o en aquel periodo de entre vidas que muchas religiones llaman el Paraíso. Esa mayoría experimentaremos el regreso de manera muy distinta. A medida que la mente sensorial empieza a despertar, ésta se conecta primero a los órganos sensoriales del cuerpo astral. Del éxtasis inconsciente pasaremos al sueño subconsciente. Y dado que al despertar apenas solemos recordar esos sueños, mucho menos recordaremos el gozo que sentimos durante aquel breve instante en el que la mente se fue a dormir. Pero con el fin del Kali Yuga, de la Era de la Ignorancia en la que llevamos ya varios milenios inmersos, tal experiencia empezará a ser más y más común. Es nuestro derecho inalienable el vivirla como mínimo una vez al día, pero depende de nosotros que la podamos vivir de forma supraconsciente o inconsciente.
Marc Torra para mastay.info