El lado negativo de acelerar a los niños

Rosa (Editora)

niño escribiendo con cara tristeLos niños que aprenden a leer a los cuatro años no muestran ventajas en términos académicos comparados con aquellos que lo hacen a los siete. Los pequeños impulsados a leer precozmente muestran deficiencias en creatividad o curiosidad.
Joan Almon y Edward Miller*

Aunque diversas investigaciones demuestran la efectividad de la educación basada en el juego y el aprendizaje por la acción, todavía son muchos los que siguen ignorando esta realidad y, en cambio, insisten en justificar un tipo de enseñanza formal, que sólo muestra resultados cortoplacistas, pero que a largo plazo puede tener efectos desastrosos para muchos niños.

Este deseo de forzar prematuramente el aprendizaje en los pequeños no es un tema nuevo, en todo caso. Cuando el psicólogo suizo Jean Piaget –quien murió en 1980- estudiaba las etapas del desarrollo cognitivo en la infancia, se encontraba muy frecuentemente con lo que denominó “la pregunta”: ¿Cómo podemos acelerar el proceso de desarrollo en los niños?

Pese a ello, no existe ninguna investigación que demuestre que los pequeños que leen a los cinco años se desempeñan mejor en el largo plazo que aquellos que aprendieron a los seis o siete. Y no sólo eso: se ha visto además que la presión que experimentan los niños por aprender en forma precoz ha traído consecuencias negativas. Los educadores y los médicos dan cuenta de un número creciente de incidentes de comportamiento agresivo y extremo en los  jardines infantiles y colegios, vinculándolos a estas exigencias antes de tiempo.

“ No existe ninguna investigación que demuestre que los pequeños que leen a los cinco años se desempeñan mejor en el largo plazo que aquellos que aprendieron a los seis o siete.”

Cuando Walter Gilliam, director del Centro de Estudios sobre la Infancia, en la Universidad de Yale (Child Study Center), encuestó a unos 4.000 profesores pertenecientes a jardines infantiles financiados por el Estado, descubrió que los niños de tres y cuatro años eran expulsados en una proporción tres veces mayor en comparación con la tasa nacional, para los estudiantes de educación pública. Además, los varones expulsados del jardín infantil eran 4,5 veces más que las niñas.

Los datos de Gilliam mostraron que había una correlación entre la cantidad de juego en el jardín infantil y las tasas de expulsión: cuanto menos juego, más expulsiones. Otros investigadores estudian actualmente los crecientes índices de agresividad en las salas de clases de pre-kinder y kínder. El documento sobre crisis en el jardín infantil  (Crisis in the kindergarten), de la ONG Alianza para la Infancia, entrega muchos más ejemplos al respecto.

En el estado de Connecticut, el periódico virtual Hartford Courant informó que el comportamiento de los estudiantes en los años preescolares representa cada día más una amenaza física para sí mismos y los demás. En el año 2012, las escuelas de esta ciudad suspendieron o expulsaron a 901 alumnos de jardines infantiles por peleas, actitudes desafiantes o berrinches; cifra que representa casi el doble de lo ocurrido en 2010.

Una autoridad escolar de New Haven (ciudad de Connecticut) atribuyó el incremento de la violencia de los niños pequeños al creciente énfasis en las pruebas sistemáticas y a la eliminación del tiempo de recreo, de gimnasia y de otras instancias para jugar. “Ya no es como cuando nosotros éramos niños, cuando podíamos contar con una hora o más diariamente para jugar y explorar”, señala la autoridad. “Ese tipo de tiempo ya no existe más.”

Por su parte, Stephen Hinshaw, profesor de psicología en la Universidad de California, Berkeley, y experto en trastornos de hiperactividad, se refirió a la necesidad de un enfoque más amplio del jardín infantil: “Más importante que la lectura temprana es el aprendizaje de habilidades para jugar, que conforman las bases de las habilidades cognitivas.”  También recordó que en Europa, a menudo a los pequeños no se les enseña a leer hasta los siete años. Y advirtió: “la insistencia para que lean antes de los cinco años genera una presión innecesaria en el niño”.

Es tiempo de desacelerar el proceso: evidencia internacional

En la década de los 70, Alemania también se embarcó en un plan para acelerar el aprendizaje preescolar, convirtiendo sus jardines infantiles en centros de logro cognitivo. Sin embargo, un estudio comparó 50 clases basadas en el juego con 50 centros de aprendizaje temprano y descubrió que “a los diez años, los niños que habían jugado sobresalían de muchas maneras con respecto a los otros niños. Estaban más avanzados en lectura y matemáticas y se adaptaban mejor social y emocionalmente al colegio. Además, sobresalían en creatividad e inteligencia, expresión oral e ‘industria’. Como resultado de este estudio, los jardines infantiles alemanes volvieron a ser espacios dedicados al juego.

Una reciente investigación de Sebastian Suggate, de la Universidad de Otago, Nueva Zelandia, no descubrió ventajas a largo plazo de enseñar a leer a los niños de cinco años en comparación con hacerlo a los siete. Suggate realizó este estudio porque no encontró ningún estudio anglófono que confirmara si los lectores tardíos estaban en ventaja o en desventaja. Sólo halló un trabajo metodológicamente débil, de 1974, pero nada más a partir de esa fecha. A pesar de ello, la gente insiste normalmente en que la lectura temprana es parte integral del logro y el éxito posterior del niño. El investigador admite estar sorprendido, por lo tanto, de haber descubierto que las cosas no son tan así.

Suggate llevó a cabo tres estudios muy diferentes, pero complementarios, entre sí. En el primero analizó nuevamente la información recopilada como parte del Informe PISA 2006 “y descubrió que a los 15 años no se evidencian ventajas de haber aprendido a leer antes de los cinco años.

“ El deseo de conseguir un camino rápido hacia el “éxito”, junto con la presión ejercida por estándares complejos y pruebas de rendimiento, han construido una nueva ‘supercarretera’ sin límites de velocidad ni vallas de contención: un lugar muy peligroso para los niños.”

Luego comparó 54 niños de colegios Waldorf –donde la enseñanza de la lectura comenzó a los siete años- con 50 niños que asistieron a colegios donde la lectura empezó a enseñarse a los cinco años. Todos fueron sometidos a la misma prueba a los doce años. El estudio (que también tuvo en cuenta el ambiente de alfabetización y nivel socioeconómico familiar, la educación de los padres y aspectos de etnicidad y género) no detectó ninguna diferencia a los doce años en la fluidez y comprensión de lectura entre ambos grupos.

El tercer estudio de Suggate analizó la lectura desde el inicio hasta el final de la educación básica, tanto en escuelas Waldorf como en escuelas estatales. Y su conclusión es que un comienzo temprano no conduce a una ventaja posterior. Además, determinó que los factores tempranos más importantes para una buena lectura posterior son las experiencias de lenguaje y aprendizaje logradas sin una instrucción formal de lectura. Debido a que los lectores tardíos siguen aprendiendo a través del juego, del lenguaje y la interacción con adultos, su aprendizaje a largo plazo no se ve afectado. Al contrario, estas actividades los preparan muy bien para un posterior desarrollo de la lectura. La investigación entonces plantea la interrogante: si no existen ventajas de aprender a leer a los cinco años, ¿habría desventajas asociadas a empezar a leer antes?

El lado negativo de la aceleración

El deseo de conseguir un camino rápido hacia el “éxito”, junto con la presión ejercida por estándares complejos y pruebas de rendimiento, han construido una nueva ‘supercarretera’ sin límites de velocidad ni vallas de contención: un lugar muy peligroso para los niños.

Creemos que, en lugar de someter a los preescolares a test de rendimientos o a mediciones de habilidades específicas (como saber las letras, sumar o restar), los educadores debiéramos evaluar de manera más amplia y flexible el desarrollo infantil, considerando lo cognitivo, pero también lo socioemocional, lo físico y aspectos como la creatividad, entre otras cualidades esenciales de la vida humana.

Los estudios muestran que las consecuencias a largo plazo de una educación parvularia inapropiada son nefastas. El Estudio de Comparación de Currículo Preescolar (PCCS) de la ONG High/Scope, también conocido como Estudio Preescolar Perry de High/Scope, podría ser el ejemplo más sorprendente.

Los resultados son claros: entregar una educación parvularia inapropiada a niños en riesgo social tiene un efecto negativo permanente. Millones de preescolares han sido sujetos de una escolaridad que exige mucho en muy poco tiempo. Lejos de reducir la brecha de aprendizaje con estos métodos, se están intensificando los problemas. Por eso, es tiempo que los educadores y los legisladores adopten la regla que guía a la comunidad médica: En primer lugar; no hacer daño.

¿Qué hemos perdido?

Mientras las escuelas se enfocan en inculcar habilidades matemáticas y de alfabetización en los más pequeños, unos pocos investigadores se preocupan de estudiar qué se está perdiendo como consecuencia de estos aprendizajes acelerados. La creatividad es una de estas pérdidas. El Test de Pensamiento Creativo de Torrance, aplicado millones de veces, por más de cinco décadas en 50 idiomas, es un mejor indicador que el CI para saber qué estudiantes se convertirán en innovadores exitosos en una gran variedad de profesiones.

En 2010, Kyung Hee Kim, sicóloga del William and Mary College (Estados Unidos) reveló a la revista Newsweek los resultados de una investigación que analizó casi 300 mil puntajes Torrance de niños y adultos, comprobando que los puntajes de creatividad habían ido aumentado constantemente, al igual que los puntajes de CI, hasta 1990. Pero desde entonces, los puntajes de creatividad han ido disminuyendo poco a poco. “Es muy claro y la reducción es muy significativa”, recalcó Kim. Esta disminución es más grave en los más pequeños, entre el nivel de jardín infantil hasta el 6° básico (11-12 años).

La curiosidad es otra de las habilidades que se ha ido perdiendo. Susan Engel, catedrática en psicología y directora del Programa sobre Enseñanza en el William & Mary College, diseñó una investigación para estudiar la curiosidad en la sala de clases. Sin embargo, durante una serie de visitas a colegios, observó tan pocos ejemplos de niños haciendo preguntas y expresando curiosidad, que tuvo que suspender el estudio.

“ Más importante que la lectura temprana es el aprendizaje de habilidades para jugar, que conforman las bases de las habilidades cognitivas.”
La pérdida de curiosidad tiene profundas implicancias para la educación. Los educadores de ciencias y de matemáticas hablan cada vez más de la necesidad de un aprendizaje por indagación; es decir, enfocarse en el aprendizaje construido por el alumno en oposición a la información transmitida por el profesor. Irónicamente, el aprendizaje iniciado por el estudiante es exactamente la forma en que los niños pequeños aprenden cuando se les permite jugar e involucrarse en el descubrimiento por la acción. Lamentablemente, muchos enfoques actuales de educación preescolar reprimen, de forma involuntaria, la curiosidad y el aprendizaje vivencial en los niños pequeños, lo que dificulta la enseñanza de ciencias y matemáticas avanzadas en cursos posteriores.

Urge tomar cartas en el asunto

Teniendo en cuenta esta realidad, es esencial que los educadores unan fuerzas con los padres, los pediatras, los expertos en desarrollo infantil y los legisladores bien informados para cambiar el curso de las cosas a favor de una infancia sana y creativa para todos los niños. Solo una acción concertada y transversal de los especialistas en las disciplinas de aprendizaje, salud y bienestar infantil podrá generar una conciencia más amplia de esta situación. Es tiempo de dar inicio a una década de la infancia, que restablezca y preserve la educación parvularia basada  en el juego.

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(*)Traducción y adaptación del texto de Joan Almon y Edward Miller: The Crisis in Early Education, A Research-Based Case for More Play and Less Pressure.

fuente:

El lado negativo de acelerar a los niños

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