Espíritu Santo Ven
Espíritu de Amor y Paz.
Que yo sea:
una vasija vacía, para que Tú me habites,
con apertura sencilla, para que Tú me llenes,
limpia de manchas, para no ahuyentarte con mi pestilencia,
libre de ruidos, para que solo se escuche tu voz,
sin voluntad propia, que restrinja la tuya,
sin preconceptos, que inhiban tu llegada,
sin pensamientos, que te distorsionen,
sin agujeros, por donde te pierda,
sin errores, que te aparten de mí.
Que tenga:
la paz de ofrecerme como tu instrumento,
un corazón lleno de amor, por compartirte.
Que Tú seas en mí, y yo en ti,
por el santo camino de la Luz y la Vida.
El Espíritu Santo
El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios. Es el Espíritu de Amor, de Paz y de Sabiduría. Es el Espíritu que da Vida, por eso María concibió. Es el Espíritu que regala dones. Es el Espíritu que limpia y consuela. Es el Espíritu que inspira las palabras y acciones oportunas.
Es el Espíritu que Jesús dijo que nos enviaría y que bajó en Pentecostés. Es el Espíritu que acude en cada bautismo y en cada confirmación.
Vasija vacía
Para recibir al Espíritu de Dios tenemos que ser una vasija vacía, para que Él nos habite. Tenemos que ser pobres de espíritu, para poder ser saciados.
Si, teniendo solo de las cosas de este mundo, nos sentimos completos, nos consideramos poderosos, nos creemos sabios, no le estamos haciendo lugar en nuestras vidas, en nuestra alma, en nuestro ser, al Espíritu de Dios.
Tenemos que anhelar al Espíritu de Dios. Tenemos que sentirnos pobres e incompletos sin su presencia. Tenemos que necesitar su ayuda y su consuelo. Tenemos que hacerle lugar en nuestras vidas y en nuestro corazón. Tenemos que invocarlo, que adorarlo, que amarlo. Tenemos que necesitarlo en nuestra vida.
Apertura sencilla
Para recibir al Espíritu de Dios tenemos que tener una apertura sencilla, para que Él nos llene. Tenemos que abrirle nuestro corazón. Tenemos que ser receptivos e inclusivos, espiritual y físicamente, con el Espíritu, con las personas, con las circunstancias de la vida. Tenemos que ser dóciles. Tenemos que aceptar lo que viene, aunque no sea lo que deseamos.
Salvo que sea el mismo Espíritu Santo el que nos guíe a cerrarnos y a rechazar algo en específico.
Limpio de manchas
Para recibir al Espíritu Santo, como los apóstoles lo hicieron, es bueno procurar estar limpios de manchas, para no ahuyentarlo con nuestra pestilencia.
El Espíritu puede bajar en personas con manchas, con pecados, con errores, y transformarlas, limpiarlas, sanarlas. San Pablo, que perseguía a los cristianos, fue transformado con la bajada potente de Dios.
De todas maneras nuestras confesiones, nuestro arrepentimiento, la reconciliación, el seguir los mandamientos, el tener un corazón puro y amoroso, el evitar las ocasiones de pecado, sin duda nos ayudarán a mantenernos limpios y a constituirnos en mejores recipientes para cobijar al Espíritu de Dios.
Libre de ruidos
El Espíritu Santo será mejor escuchado, percibido, sentido, intuido, recibido, si mantenemos nuestra mente sin ruidos, o con poco ruido.
Es cierto que el Espíritu de Dios sopla donde quiere y puede hacerse escuchar allí donde considere. La multitud presente escuchó las palabras: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo complacencia” (Mt 3,16) cuando el Espíritu se fijó sobre Jesús en el Bautismo en el río Jordán.
De todas maneras, si evitamos las preocupaciones excesivas, el parloteo incesante de nuestra mente, si podemos meditar, orar, estar tranquilos, presentes y centrados, podremos atender al Espíritu de Dios con la disposición correcta.
Voluntad de Dios
Para recibir al Espíritu Santo tenemos que priorizar la voluntad de Dios por sobre la nuestra siempre. En caso contrario estaríamos restringiendo la voluntad del Espíritu de Amor y Paz.
Como Jesús, tenemos que decir “Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42). Aunque el trago sea amargo, aunque la cruz sea pesada, aunque nuestros deseos no se cumplan.
Podemos pedirle a Dios, como Jesús le pidió: “Padre, si puedes evítame esta copa” (Lc 22,42), pero a la vez tenemos que aceptar que sea Dios quien elija, quien decida, quien vea realizada siempre su voluntad.
Sin preconceptos
Para recibir al Espíritu Santo no debemos tener preconceptos, que inhiban su llegada. Porque el Espíritu de Dios baja cuando quiere, en la persona que Él quiere, con los dones que considera, con la potencia que gusta, en la forma que cree óptima.
Como la Virgen María, nosotros tenemos que decir: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Como María, tenemos que acogerlo, aunque no sea para nosotros el mejor momento. Nosotros tenemos que estar abiertos para que el Espíritu de Dios venga, baje.
Sin pensamientos
Debemos recibir al Espíritu de Sabiduría y de Vida sin pensamientos que distorsionen su mensaje. De esa manera podremos transmitir su palabra en forma pura y con facilidad.
Jesús les dijo a sus apóstoles que no se preocupasen por lo que iban a decir en los momentos difíciles porque el Espíritu los iba a inspirar, a comunicar las palabras justas que debían transmitir.
Sin agujeros
Para recibir al Espíritu Santo tenemos que ser como una vasija sin agujeros, para evitar perderlo. Porque el Espíritu de Dios puede bajar lleno de pureza y de verdad a nosotros. Pero nosotros podemos perderlo rápidamente, a través de nuestras grietas, o ahuyentándolo con nuestros errores.
¿Cuánto tiempo puede permanecer el Espíritu de Paz en una persona deseosa de hacer la guerra? ¿Cuánto tiempo puede permanecer el Espíritu de Amor en un ser propenso a juzgar, a condenar, a maldecir, a maltratar?
Camino
Cabe aclarar que no es que debamos o tengamos que hacer todo esto dicho. Solo que ese es el camino para recibir al Espíritu de Dios. O sea, que estamos invitados a seguir ese camino, a hacer eso, para que el Espíritu venga a nosotros.
Instrumentos
¡Y cómo no querríamos ser instrumentos del Espíritu de Amor y Paz! Si ofrecernos y entregarnos a la moción del Espíritu, que nos llevará a compartir, a dar, a amar, nos colmará a la vez a nosotros de Paz y Amor.
Invitación
Por eso no hay invitación más bella que la de abrirnos al Espíritu de Dios y a su voluntad, para que nos llene, nos colme y nos haga vivir en Dios, en el Amor.
Y así transitemos, en esta amada, hermosa y bendita Tierra, por el camino de la verdad, de la luz, del respeto, de la abundancia, de la salud y de la vida terrena y eterna.
¡Que la paz sea con todos nosotros!
Fuente
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS – LA BIBLIA. Buenos Aires: Editorial San Pablo, 1981.
Autora: Cecilia Wechsler, redactora de la Gran Hermandad Blanca hermandadblanca.org