Hijos de Dios por el Bautismo
Cruzar el umbral. Atravesar la frontera.
Un antes y un después.
Pasar, de una vieja vida material, a una nueva vida espiritual.
Dejar el hombre viejo y transformarse en un hombre nuevo.
Comenzar a ser hijos de Dios Padre.
Convertirse en miembros de Cristo.
Recibir al Espíritu Santo y ser su templo.
Tener una familia, ser parte de la Iglesia.
Padre
Estamos invitados a ser hijos de Dios en el Hijo Único y amado. ¿Pero queremos?
¿Queremos de Padre al Todopoderoso Creador del Cielo y de la Tierra?
¿Queremos de Padre a quien es “Bondadoso y Compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia” (Salmo 103)?
¿Queremos vivir bajo el amparo del Altísimo que nos protege de las asechanzas del enemigo?
¿Queremos que no se haga nuestra voluntad sino la del Padre que está en los Cielos?
¿Queremos ser escuchados por quien todo ve y todo sabe?
El Padre escuchó a su Hijo amado y le dio pan y pescados en abundancia, salud para los enfermos, liberación para los endemoniados. Le dio el Cielo de hogar y a su derecha de trono.
Jesucristo, el Hijo muy amado
¿Queremos aprender del Maestro que enseñó a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo?
¿Queremos pertenecer a Cristo y ser marcados con un sello espiritual indeleble?
¿Queremos unirnos a Cristo que es la Verdad, la Vida, la Alegría, el Amor y la Paz?
¿Queremos imitar a aquel que sirvió y lavó los pies de sus seguidores?
¿Queremos morir con Cristo Cordero y resucitar con Cristo Glorioso?
¿Queremos de amigo al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo?
¿Queremos ser salvados por el Redentor?
¿Queremos tener acceso a la Vida eterna que Jesús nos regala?
¿Creemos en Jesús, en su Evangelio, en la Palabra de Dios?
Espíritu Santo y agua
El agua bautismal es consagrada mediante una oración de epíclesis. “La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella nazcan del agua y del Espíritu” (CIC 1238).
¿Queremos nacer del agua y del Espíritu Santo sin el cual “nadie puede entrar en el Reino de Dios”? (Jn 3,5).
¿Queremos recibir el don del Espíritu Santo mediante la unción con el santo crisma (óleo consagrado por el obispo)?
¿Queremos ser lavados y purificados de todos nuestros pecados?
¿Queremos darnos un baño regenerativo y sepultar nuestro pecado en el agua?
¿Queremos, como Noé, atravesar el agua del diluvio y comenzar una vida nueva basada en la santidad?
¿Queremos ser templos, recipientes, del Espíritu de Dios que nos favorece con sus dones, nos susurra la palabra justa y sopla donde quiere?
Exorcismo
¿Renunciamos a Satanás y al pecado?
¿Queremos liberarnos de su influencia de odio, soberbia y muerte?
Bautismo
Cuando vayamos a nuestro bautismo, o como representantes al bautismo de nuestros hijos y ahijados, o cuando renovemos nuestras promesas bautismales cada año en la noche pascual, sepamos que estamos respondiendo a estas preguntas aquí presentadas. Estamos eligiendo, de una vez y para siempre, a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso, cuando nos acostemos a la noche podremos dormir en Paz, sabiendo que el Altísimo nos vigila y protege en cada uno de nuestros pasos. Y que la Madre María nos cubre con su manto, nos consuela en la angustia y nos abraza con su amor.
Cristo Resucitado dijo a sus apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20).
En el Bautismo el ministro dice “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y derrama tres veces agua sobre la cabeza del candidato. Desde ese momento seamos conscientes de que ya hemos respondido afirmativamente a todas las preguntas aquí explicitadas. Lo principal, la recepción del Sacramento, ya ha sido consumado. A lo largo de nuestra vida nos tocará manifestar la plenitud de este sí con todo su poder, para que cuando la gente nos vea caminar por la calle pueda decir “ahí va un hijo de Dios”, “mira al ungido por el Espíritu Santo”. Y nosotros mismos podamos decir “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2:20). Y de esta manera tendremos la certeza de que nuestra vida se prolongará en la Vida eterna que Cristo nos regaló.
Fuentes y bibliografía
La Biblia
Catecismo de la Iglesia Católica –1ª ed.– Buenos Aires. Conferencia Episcopal Argentina. Oficina del Libro, 2005.
Redactora: Cecilia Wechsler, colaboradora de la Gran Hermandad Blanca hermandadblanca.org
Dios te bendice
Muchas gracias Carmen. Que Dios te bendiga a ti también.