La locura de la guerra, por Radha Burnier

Jorge Gomez (333)

Susociteosofica
Radha Burnier, Presidenta de la Sociedad Teosófica Internacional.

Traducción Sophía, órgano oficial de la Sociedad Teosófica Española, junio de 2003

La sociedad humana ha sufrido tanto la plaga de la guerra que las clases de historia suelen centrarse en las guerras. Se habla de la guerra casi como de un hecho normal y corriente. Realmente hemos oído decir que, antiguamente, los campesinos labraban sus campos y continuaban con sus actividades, sin inmutarse por las encarnizadas batallas de su entorno. Mientras los conquistadores y los señores de la guerra iban y venían de un sitio a otro, la vida de la gente no se veía demasiado afectada.

Hoy en día la escena es totalmente distinta; los efectos de la guerra ya no pueden localizarse en un sitio determinado y tienen repercusiones psicológicas, ecológicas, económicas y espirituales. La guerra ahora significa que morirán o quedarán malheridos incontable número de personas, entre combatientes y civiles. Las bombas nucleares que cayeron en Hiroshima y Nagasaki no son una historia del pasado, porque las víctimas siguen sufriendo sus consecuencias y la salud de las generaciones futuras está en peligro. Las guerras dejan secuelas, no sólo entre los tullidos y los enfermos, sino también con los innumerables huérfanos, que sufren el trauma de la separación de sus padres y parientes, que padecen amputaciones (como en Sierra Leona) y que son utilizados como escudos en las líneas del frente. Son muchísimas las mujeres que han sido violadas y humilladas para demostrar la supremacía de las fuerzas conquistadoras, además de satisfacer la lujuria de los soldados. Se está utilizando la tortura y la violación como armas políticas para someter al adversario. Es imposible describir las desgracias de los refugiados de guerra y la agonía de los millones de personas que tienen que desplazarse. Los hay en los dos lados del conflicto. Los gobernantes dementes, los fabricantes de armas y otras personas con intereses económicos promueven las guerras. El sufrimiento los padecen poblaciones enteras que lo tienen todo para perder y nada que ganar.

Para los que abren su corazón a este enorme sufrimiento que engulle tanto a los combatientes como a los civiles, a las familias niños y mujeres, la pregunta de quién tiene razón y de quién no la tiene es algo secundario. Lo más importante es que en ambos bandos se perpetúan los horribles recuerdos, los miedos, los odios, los deseos de venganza, el endurecimiento del corazón y la deshumanización. Todas las fuerzas armadas tanto en la parte ofensiva como en la defensiva, están entrenadas para la brutalidad y para acostumbrarse al derramamiento de sangre, a la tortura y a otras formas de horror. Aunque algunas naciones afirmen que defienden la paz y los derechos humanos, la guerra se basa en la violencia y en el ataque a los derechos y la dignidad humana.

El Centro Penitenciario de los Estados Unidos en Afganistán es un ejemplo. A los sospechosos se les encerraba en unos «contenedores metálicos de barco protegidos por una triple capa de alambrada» y se les tenía de pie, arrodillados o en posturas dolorosas sin dejarles dormir. Esto es más que una pequeña parte de las técnicas de «stress and duress». Según algunos periodistas del Washington Post, «todos y cada uno de los actuales oficiales nacionales de seguridad, entrevistados para este artículo defendieron el uso de la violencia con los prisioneros como algo justo y necesario». Dicen que este centro penitenciario especial de USA es uno de los varios que tienen en el extranjero, y en los que no se aplica el «juicio justo» de los Estados Unidos. Si el estado que se autoproclama como el mayor defensor de los derechos civiles y de las libertades, según nos dice uno de sus periódicos más prestigiosos, desciende a este nivel horrendo de belicosidad, llamado eufemísticamente «antiterrorismo», ¿que podemos decir de los regímenes en los que ni siquiera se aceptan teóricamente los derechos humanos? La información que nos ofrecieron durante el juicio de Milosevic y de otros déspotas es demasiado fuerte como para poder describirla con palabras. ¿Conseguirán olvidar nunca las familias de las víctimas? ¿Nos puede sorprender que cada guerra genere más odio y más guerras?

Aparte de sus efectos psicológicos, el impacto que tiene la guerra moderna sobre la ecología de la tierra es incalculable y está fuera de todo control. El agua y el aire no están confinados a unas zonas limitadas y una vez envenenados podrían ser una amenaza más para la diversidad de la vida, ya seriamente afectada, incluyendo a las generaciones de seres humanos. Algo como las minas personales plantadas en territorio enemigo son un gran impedimento para que la gente corriente puedan vivir tranquilas y en paz. Nadie puede prever cual será la consecuencia del empleo de armas químicas y bacteriológicas.

Con la globalización y el creciente número de relaciones económicas entre las distintas partes del mundo, la guerra también supondrá un riesgo para la seguridad y estabilidad de enormes poblaciones. El destino de millones de personas que continúan a punto de morirse de hambre será cada vez peor. Los que declaren las guerras desde un país lejano pueden acabar de rematarlos. La India ha gastado muchísimo dinero con el despliegue de tropas en su frontera occidental durante diez meses, mientras que tenemos una necesidad urgente de subvencionar elementos esenciales para el desarrollo del país. Los EE.UU. proponen gastar 200 billones de dólares o más en la guerra contra Irak, mientras 30 millones de personas en África no tienen que comer. Toda guerra es un desperdicio colosal, una forma de locura.

Además de todo lo anterior, pensamos en las consecuencias espirituales que tiene la propagación de la crueldad, del deseo de matar, de la ocupación arbitraria del territorio y de la eliminación de otras personas. Cuando se acepta la guerra, como una norma de la sociedad humana, los seres humanos están negando el propio futuro espiritual que les pertenece. La guerra no debería considerase solamente desde el ángulo político, económico o ecológico, porque es también una regresión espiritual.

The Theosophist, abril 2003

–> Visto en: El Amarna http://www.el-amarna.org/


1 comentario

  1. El comentario de la ilustre Raha Burnier, es la cruel realidad social de una humanidad decadente, pero sobre todo millones de seres humanos domeñados y dirigidos por un grupo de : bárbaros materialistas,dominados por un espíritu de maldad y destrucción, dueños de los grandes emporios fabricantes de armas,políticos de los países más poderos de nuestro mundo,con la consigna malévola de superpotencia mundial.El objetivo primordial para éstos personajes, supuestos dirigentes es la acumulación del dinero y la riquesa, mi pregunta es: como podemos defendernos,la mayoria de de seres humanos, que queremos paz y tranquilidad.

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