Mística cristiana
Introducción
Muchos cristianos ya han transitado el camino místico, siguiendo los pasos indicados por Jesús y relatando las experiencias vividas. Tal es el caso de San Juan Apóstol y Evangelista (siglo I), de Hildegarda Von Bingen (1098-1179), de San Francisco de Asís (1181-1226), de Santa Teresa de Ávila (1515-1582), de San Juan de la Cruz (1542-1591), de Pio de Pietrelcina (1887-1968) y de muchos otros.
En este breve artículo destaco aquellos aspectos de la vía mística que considero más relevantes y sobresalientes. Con el deseo de que el andar de los místicos sea comprendido, respetado e imitado. En este mundo donde conviven diversidad de huellas y opciones, algunas de éxito profesional, otras de crecimiento económico, otras de familia, porque no hacerles un lugar también a quienes desean transitar el camino de la pasión por Dios.
El Papa Francisco ha llevado recientemente (febrero 2016) el cadáver del padre Pio de Pietrelcina a la Basílica de San Pedro en el Vaticano, donde ha sido venerado. ¡Qué hermoso gesto para indicar que los místicos son bienvenidos en la Iglesia del Señor!
En este documento abundan las citas de la Biblia y de los comentarios al “Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz. Este sacerdote nació en 1542 en Ávila, España y fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1926. Él nos aclaró que “esta mística teología es infusión de sabiduría de Dios secreta y misteriosa. En ella, Dios, sin palabras y sin intervención de sentidos corporales o espirituales, silenciosamente y en quietud, ilumina al alma sin ella saber cómo” (En: Martí B.: 2014: p.304).Y el alma emprende el camino espiritual purgativo, iluminativo y unitivo, por el cual llega al matrimonio espiritual con Dios.
“La sabiduría mística, aunque no se entiende perfectamente, puede encender el amor en el alma; pues sucede con ella como con la fe, que por ella amamos a Dios sin entenderle” (En: Martí B.: 2014: p.30).
Invitados por Dios
“Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10).
El fundamento del camino místico cristiano se encuentra en Jesús: en su vida encarnada, en la institución de la eucaristía, en su transfiguración, en sus palabras, en sus milagros y especialmente en su pasión, muerte y resurrección. En toda su vida, pero especialmente en esos momentos, Él nos invitó a entrar en comunión y a presenciar su gloria.
La unión con Dios que lleva al alma a experimentar la Vida eterna está claramente vinculada al pan vivo bajado del Cielo del cual dijo Cristo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera el que me come vivirá por mí” (Jn 6,53-58).
Si creemos en Jesús tenemos el “poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12) y de recibir su Espíritu (Jn 7,38). Cristo dijo que está a la puerta de nuestra casa llamando, y que si le abrimos entrará en nuestra “casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20). Que si lo amamos, seremos amados por su Padre y por Él, y que se nos manifestarán (Jn 14,21). Esto, lo anunciado, es lo que ocurre en la unión mística. Dios entra en nuestra casa, se nos manifiesta, nos ama y nos hace sus hijos. Solo por creerle, solo por amarlo.
Ya en la transfiguración Jesús mostró como “su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz” (Mt 17,1-3).
La oración que elevó Jesús por todos los que creen en Él antes de ser arrestado declara la invitación maravillosa y gloriosa que nuestro amigo eterno nos hiso. Él dijo:
“No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos” (Jn 17,20-26).
Juan de Yepes remarca que es en la “Cruz donde el Hijo de Dios redimió y desposó con Él la humana naturaleza y, por tanto, a cada alma en particular” (En: Martí B.: 2014: p. 187). Con su pasión y su muerte nos dio su mano misericordiosa, nos dio la vida eterna.
Dios dio a todas las criaturas el ser natural y “también, con solo la figura de su Hijo, las dejó vestidas de hermosura dándoles el ser sobrenatural. Lo cual hizo cuando su Hijo se hizo hombre, elevando al hombre a la hermosura de Dios y con Él a todas las criaturas por haberse unido en el hombre con la naturaleza de todas ellas. “Cuando me levanten de la tierra, tiraré de todos hacia mí” (Jn 12,32). En este tirar de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su resurrección dejó a todas las criaturas vestidas de hermosura y dignidad” (En: Martí B.: 2014: p.82).
Búsqueda interior
El camino místico comienza con la búsqueda. Jesús dijo “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt 7,7).
Se ha de buscar en el interior del alma, donde Dios está escondido. “¡Oh alma hermosísima más que todas las criaturas! Ya sabes el lugar que deseas. ¡Ya sabes donde se encuentra el Amado para buscarle y unirte con Él! Tú misma eres su morada. Tú misma el escondite donde está escondido. ¡Alegría grande debe darte saber que todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti que está en ti misma! No puedes tú estar sin Él: “Mirad, ¡dentro de vosotros está el reino de Dios!” (Lc 17,21); porque nosotros somos “templo de dios vivo” (2Cor.6,16) (En: Martí B.: 2014: p.50).
“Para buscar a Dios se requiere un corazón desnudo y fuerte y libre” (En: Martí B.: 2014: p.70). Un corazón que sabe vivir en soledad, que sabe desapegarse del mundo, que sabe transitar caminos difíciles y angostos. Un corazón enamorado de la Verdad y de la Luz. Un corazón valiente, que no teme perder todo por encontrar a Dios. Un corazón independiente de lo que no sea amor. Un corazón apasionado por Dios, que no teme manifestar su anhelo de unirse a Él, su deseo de Él.
Aclara San Juan de la Cruz que Dios está presente en el alma de tres maneras. Por esencia está en todas las criaturas, dándoles el ser y la vida. Por gracia vive Dios en el alma contento y satisfecho de ella. Y por presencia de amor “Dios se manifiesta a muchas almas espirituales para recrearlas, deleitarlas y alegrarlas” (En: Martí B.: 2014: p.108).
Por esta bella verdad debemos escuchar y obedecer a Isaías cuando nos dice “¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!” (Is 12,6).
Abrazo al alma
El abrazo de Dios al alma es cuando se vivencia la maravilla de la unión íntima con Él, cuando se realiza el desposorio, cuando el alma tiene la alegría de recibir este sublime regalo del Cielo. Es un abrazo que nunca podrá ser descripto suficientemente con palabras, porque está más allá de las palabras y del tiempo.
Unión con Dios
La unión con Dios es indescriptible e inconmensurable. Dios te abraza, te expande, te inunda de amor, te llena de paz, te saca del tiempo. Es como que te disuelves en Dios, dejan de haber límites entre Dios y el alma. ¿Es todo Él? ¿Es Él en ti? ¿Eres tú en Él? ¿O tú no eres?
La unión es ser uno, es comunión, es abrazo. Un abrazo del que participa la naturaleza: las montañas, los ríos y tú, que eres tierra también. “Al unirse el alma con Dios siente que todas las cosas son Dios: “Lo que fue hecho en Él era vida” (Jn 1,4) (En: Martí B.: 2014: p.134).
En este abrazo el alma sale del cuerpo y el cuerpo se queda sin sentido. “En esta unión divina el alma ve y saborea abundancia y riquezas inestimables. Encuentra allí todo el descanso y todo el recreo que desea. Comprende misteriosos secretos e inteligencias de Dios, que es uno de los manjares que más le apetecen. Siente que en Dios existe un poder enorme y una fuerza que anula cualquier otro poder y fuerza. Gusta allí suavidad y deleites admirables. Encuentra allí sosiego verdadero y luz divina. Saborea exquisitamente la sabiduría de Dios que reluce en la armonía de las criaturas y en sus obras. Se siente rebosante de bienes y lejos y libre de males. Y, sobre todo, comprende y goza un inestimable alimento de amor que la confirma en amor” (En: Martí B.: 2014: p.133).
“En la unión y transformación de amor el uno se entrega al otro y cada uno se deja y cambia por el otro, y el uno es el otro, y los dos son uno por transformación de amor. Cuando San Pablo decía: “Ya no vivo yo, vive en mí Cristo” (Gál 2,20), estaba demostrando que, aunque vivía él, su vida no era suya, porque estaba transformado en Cristo” (En: Martí B.: 2014: p.118).
En la unión divina los “bienes de Dios pasan a ser del alma porque Él se los comunica compartiéndolos con ella graciosa y generosamente” (En: Martí B.: 2014: p.144).
Louis Cattiaux, alquimista y artista cristiano, dice que todos los misterios se reducen a la “admirable realidad de Dios en nosotros, nosotros en Dios”. El discípulo amado dijo: “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1Jn 4,16).
Fray Luis de León dice que el “fin del cristiano es hacerse uno con Cristo, esto es, tener a Cristo en sí, transformándose en Él” (En: Martí B.: 2014: p.74).
El desposorio
El desposorio es la promesa mutua de contraer matrimonio que se hacen Dios y el alma en la unión mística. Es una promesa irrompible, hecha con fidelidad de una vez y para siempre. En la tierra habrá de pasar un tiempo entre el desposorio, la boda y las bodas de oro. Pero en la unión íntima, que se da más allá de la tierra y el tiempo, la promesa y el matrimonio se dan al unísono, y eso las convierte en inseparables.
La promesa se realiza “en el interior del alma, donde la Esposa siente que el Esposo está allí, como en su propio lecho, donde ella se ofrece a sí misma, a la vez que le ofrece a Él las virtudes, como el mayor servicio que puede hacer al Amado” (En: Martí B.: 2014: p.144).
En el “Cántico Espiritual” se recrea este momento en la siguiente estrofa:
“Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa;
allí le prometí de ser su esposa”.
Regalo del Cielo
El abrazo de Dios al alma es un regalo del Cielo. Dios lo da cuando quiere, Dios lo da a quien quiere. Humanamente lo que hagamos será insuficiente. Podemos vivir una vida ascética, orar, meditar, comulgar, ayunar, servir. Todo eso puede ayudar, pero no nos asegura que el Padre venga, nos visite y nos ame de forma infinita, de forma eterna, de forma total. Podemos ser pecadores, y aun así ser elegidos por el Padre para entrar en su Cielo, en su Reino, en su Hogar.
Jesús vino a convivir con pecadores, con los enfermos que necesitan recuperar la salud y el bienestar gracias a sus palabras de vida eterna y a su toque de salvación.
Se suele describir a este regalo del Cielo como infundido, implantado por Dios; extraordinario, dado que el intelecto funciona de una manera diferente; y pasivo, ya que el alma se limita a entregarse a Dios en forma consciente.
“Al darse cuenta el alma de lo que han obrado en ella, sin méritos propios, levantándola a amor tan alto y concediéndole dones y virtudes tan nobles, se lo atribuye todo a Dios” (En: Martí B.: 2014: p.252). Es que hasta su fe, amor y alabanza se debe a la gracia que recibió del Amado y que la llevan a “hacer cosas dignas de Él” (En: Martí B.: 2014: p.254).
El alma ve “con inmensa claridad que en sí misma no existe ningún mérito para que Dios la haya mirado y engrandecido; y que sólo Dios la ha elegido por su bella gracia y pura voluntad; y que suya es su miseria, y del Amado todos los bienes que posee” (En: Martí B.: 2014: p.258).
Jesús ya había aclarado que la salvación es imposible de lograr por los hombres, pero que “para Dios todo es posible” (Mt 19,26).
Dice Fray Luis de León que Cristo “se forja los amigos y les pone en el corazón el amor en la manera que él quiere. Y cuánto de hecho quiere ser amado de los suyos, tanto los suyos le aman” (En: Martí B.: 2014: p.220). Porque “el amor solamente busca y solamente desea amor” (En: Martí B.: 2014: p.220).
Por eso explica el evangelista Juan que “este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero” (1 Jn 4,10).
Aniquilamiento
El abrazo puede ser descripto como un aniquilamiento del ser, ya que ninguno de los aspectos personales permanece cuando el Amado está totalmente presente. Es normal que así sea. ¿Por qué que podría uno, simple humano, aportar en la belleza de la música celestial? ¿Con que podría contribuir en un Reino que todo tiene y en el cual nada falta?
Aunque se pierda todo lo que caracterizaba al hombre viejo, como dijo San Pablo, morir por Cristo es ganancia (Flp 1,21). Queda “anulado el hombre viejo, según el cual antes vivía. Todo su saber primero se aniquila. Todo le parece nada. Su vida vieja y sus imperfecciones se aniquilan también. Renace un hombre nuevo” (En: Martí B.: 2014: p. 213).
El alma, fascinada con Dios, se entrega completamente porque quiere “estar al servicio de Dios, aunque eso le exigió aborrecer todo lo que no es de Dios; ¿y qué es lo que no es de Dios? Todo lo demás, incluido el propio yo. A todo renunció y todo lo perdió. Así obra el que está enamorado de veras. Sólo le importa lo que ama” (En: Martí B.: 2014: p.233).
El místico: testigo de Dios
Desde el día en que el alma vivencia la unión íntima se convierte en un testigo de Dios. Porque lo ha sentido, experimentado, conocido. Un testigo, al igual que las personas que vivieron con Jesús en Tierra Santa y supieron escucharlo y pudieron creerle.
Ese día nace el hombre nuevo, el cual, por el camino purgativo, va perdiendo sus imperfecciones, y por asimilación e imitación de Cristo va cimentando sus virtudes y dones celestiales.
El místico no es especial, no es grandioso, no es perfecto. El místico no es único, porque hay muchos místicos. El místico tan solo es un afortunado. Es un afortunadísimo ser que ha recibido el invalorable regalo de ser visitado por Dios, de unirse a Dios. No por sus méritos, sino solo por la inmensa bondad de Dios.
Quizás sea afortunado porque el místico tiene una sed insaciable de Dios. Porque pese a sus innumerables errores tiene la valentía de correr hacia su Amado, sin reparos, sin cálculos, sin reflexión. Quizás sea afortunado por su desenfrenada pasión por unirse a la fuente de eternidad, de paz, de amor. Quizás sea afortunado por creer en Jesucristo con todo su corazón.
Un alma en pena
La noche oscura del alma es la llaga que queda el día después del abrazo infinito. Es el día en que parece que Dios no está y el alma se queda paralizada y angustiada después de haber perdido al Amado. El alma se da cuenta que la distancia que separa su terrenal existencia, pobre, conflictuada y de poco valor, con la gloria eterna de Dios, es inmensa. Y el alma ya nada quiere en este mundo, salvo estar en los brazos de Dios. Se siente abandonada por el Padre, que se fue tras su visita. Y no sabe cómo hacer para recuperarlo.
A un alma en semejante estado le cuesta vivir. Deprimida y sabedora de que no ha hecho nada para merecer la visita y el abrazo de Dios, tampoco sabe cómo recuperarlo. Pero sabe que eso es todo lo que quiere.
Así puede estar el alma afligida, acongojada, inmóvil, por años. Dijo San Pablo “Incluso nosotros, que poseemos el Espíritu como primicia, gemimos en lo íntimo a la espera de la plena condición de hijos” (Rom 8,23).
San Juan de la Cruz, quien acuñó la expresión poética de la “noche oscura del alma”, explica: “donde hiera el amor, allí está el gemido de la herida siempre clamando en el dolor de la ausencia, sobre todo si el alma llegó a saborear alguna dulce y sabrosa comunicación del Esposo y Él después se ausentó y, de repente, la dejó sola y en aridez” (En: Martí B.: 2014: p.55).
“Dios visita al alma de muchas maneras y en estas visitas la enciende de amor y la llaga de amor” (p.57). “Es tan profunda y enorme la pena de la ausencia de Dios en los que van alcanzando la perfección cuando ya han sido heridos con tales heridas divinas, que si Dios no los sostuviera, les causaría la muerte la inmensa pena” (En: Martí B.: 2014: p.58).
“Esta alma vive muriendo hasta que el amor la mate haciéndola vivir vida de amor, transformándola en amor. Morir de amor causado en el alma por un toque de altísimo conocimiento de la Divinidad. (…) Este toque no puede ser continuado ni muy intenso, porque, si lo fuera, el hombre moriría. Pasa rápidamente. Pero tras este toque queda el alma muriendo de amor y, como no muere, más se muere” (En: Martí B.: 2014: p.88).
“Viendo el alma que está muriendo de amor y que no se acaba de morir para poder gozar con libertad del amor, se queja de que dure tanto la vida terrena y de que se le retrase la vida eterna” (En: Martí B.: 2014: p.93).
“El alma que ama a Dios vive más en la otra vida que en ésta, porque el alma vive más donde ama que donde anima. Por eso aprecia poco esta vida temporal y puede decir: Máteme tu vista y hermosura” (En: Martí B.: 2014: p. 112).
“Querer morir es una imperfección” (En: Martí B.: 2014: p.110) porque Dios es vida y nos ha traído a la tierra a vivir con un propósito. Pero el alma padece dolor hasta que se transforma, se transfigura, y es capaz de amar más completa, perfecta y plenamente. “Quien no tiene dolencia de amor es o porque no ama, o porque ya tiene amor perfecto” (En: Martí B.: 2014: p.114).
Hasta llegar a esta plenitud de amor habrán de pasar largos, penosos y solitarios años. Pero años fructíferos, en las que el espíritu con su sufrimiento se va purificando, purgando y madurando. El alma se va entregando cada vez más completamente a Dios, y con esta donación de sí misma, la desolación se hace más pequeña.
Transformación espiritual
Amor a Dios
Jesús nos enseñó que el mandamiento más importante es amar a Dios, con todo el corazón y con toda el alma, con todo el espíritu y con todas las fuerzas (Mc 12,28).
“Y esta es la garantía que le permite al alma conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón no estará centrado en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y sus intereses. Se dedicará por completo a buscar la honra y la gloria de Dios y a darle gusto a Él”. (En: Martí B.: 2014: p.98). Porque el “amante no está satisfecho si no experimenta que ama como es amado” (En: Martí B.: 2014: p.291). Y aunque no pueda amar tanto como Dios lo ama, al menos lo imitará con las fuerzas y la pureza con que sea capaz. Buscando dar algo semejante a aquel perfecto amor que ha recibido.
El amante quiere ver a su Amado, por eso Moisés le pidió a Dios que le enseñe su gloria. El amante quiere hablar de su Amor. El amante quiere hacer aquello que alegra a su Esposo, y por eso está deseoso de conocer y cumplir sus mandamientos.
Amar es hacer la voluntad de Dios, sea esta dulce o agria, alegre o triste. Amar a Dios es hacerlo todo con Él, con su ayuda; por Él, por su amor y alegría; y en Él, en su abrazo.
Temor de Dios
“Cuando el alma llega a tener en perfección el espíritu de temor, tiene también el de amor, pues el temor, el último de los siete dones (del Espíritu Santo), es filial. El temor perfecto de hijo nace de amor perfecto de padre. Y así, en la Escritura, al que goza caridad perfecta se le llama temeroso de Dios. Isaías, profetizando la perfección de Cristo, dice: Sobre él se posará el espíritu de temor del Señor” (Is 111,2) (En: Martí B.: 2014: p.205).
El alma no quiere defraudar a Dios, su mayor bien. No quiere perder a Dios, su tesoro. Es sumamente consciente de que el camino al Cielo es estrecho y angosto, que en él no hay cabida para impurezas, para pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión. Por eso se esfuerza en transitarlo con equilibrio y esmero. Sabe también, que ante la posibilidad del error, está la mano de su Amigo y Salvador para que se vuelva a levantar. Pero prefiere darle a su eterno Amigo un vaso de agua y una sonrisa, ya que tantas veces antes Él le ha dado su mano, al igual que los ángeles.
El alma con temor de Dios es básicamente un alma deseosa del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Voluntad de Dios
El alma entregada a Dios “está satisfecha con esta unión de Dios cuanto puede estarlo en esta vida, nada espera del mundo ni nada desea de lo espiritual, ya que se ve y se siente llena de las riquezas de Dios. De tal manera que, tanto si vive como si muere, está conforme y conformada con la voluntad de Dios y dice con verdad su sentido y su espíritu: “Hágase tu voluntad”, sin ímpetu de otro deseo. E incluso el deseo de ver a Dios es un deseo sin sufrimiento” (En: Martí B.: 2014: p.174).
“Ha salido ya ella de todas las cosas y vive en su Dios, donde goza de toda paz, gusta de toda suavidad y se deleita en todo deleite en la medida en que en esta vida se puede” (En: Martí B.: 2014: p.176). “El verdadero amor acepta todo lo que el Amado le envía, sea próspero o adverso” (En: Martí B.: 2014: p.111).
El alma se ha unido a Dios y transformado con su abrazo, por eso le pierde el gusto a las cosas del mundo y su deseo más íntimo pasa a ser que se haga la voluntad del Padre. Ahora ya puede rezar la oración que Jesús nos enseñó, el “Padre Nuestro”, con el corazón y de verdad.
La “transformación en Dios la asemeja a la sencillez y pureza de Dios y la deja limpia, pura y vacía; purificada e iluminada en sencilla contemplación” (En: Martí B.: 2014: p.213).
Sabiduría
Al ser consciente el alma de la unión intrínseca existente entre Dios y ella, y entre Dios y cada ser vivo; al percatarse de que Dios está en esencia en cada criatura que ha sido creada por Él; comprende un aspecto de la sabiduría establecido por Jesús como el segundo mandamiento en grado de importancia. Entiende la importancia de amar al prójimo como así mismo, de respetarlo, de valorarlo.
Al experimentar la Unidad, entiende porque Cristo dijo: “les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo” (Mt 25,40) y con “la medida que midáis, se os medirá” (Mt 7,2).
Sabe que dañar al hermano es dañarse a sí mismo, es ofender a Dios. Sabe también que el Padre es omnisciente, todo lo ve, todo lo sabe. Sabe que ningún pecado puede ser escondido y que por eso la salida del error está en la alianza con el Salvador, en el arrepentimiento, en la confesión, en el pedido de perdón.
Entiende que la maldad, la mentira, el asesinato, el robo, el insulto y la violación, son ante todo actos estúpidos realizados por quienes no comprenden el secreto de la Unidad y el poder de Dios, quien es digno de toda gloria y alabanza.
San Juan de la Cruz dijo que hay una “puerta para entrar a gozar las riquezas de la sabiduría de Dios: la cruz” (En: Martí B.: 2014: p.282). Por eso los cristianos de corazón no reniegan de los problemas y las dificultades, sino que los abrazan y los toman como el camino para hacerse más sabios y amorosos.
Las armas
La Virgen María recuerda en forma permanente las armas que tenemos a nuestro alcance para luchar contra el mal: la oración, la comunión, la alabanza, la adoración, el ayuno, la confesión, la reconciliación, la meditación, la lectio divina, la castidad, los sacramentos, el diálogo, el pedido de perdón, el servicio, la ayuda al prójimo.
Armas para luchar contra el mal dentro y fuera de nosotros mismos. Armas para vencer las tentaciones y para seguir el camino estrecho que lleva al Cielo, al Hogar del Padre.
Matrimonio místico
“¡Aleluya! Porque el Señor, nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido su Reino. Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque han llegado las bodas del Cordero: su esposa ya se ha preparado, y la han vestido con lino fino de blancura resplandeciente” (Ap 19,6-8).
“Para llegar al matrimonio espiritual, que es lo que el alma pretende (…) ha de haber alcanzado el grado de pureza, fortaleza y amor imprescindible” (En: Martí B.: 2014: p.166).
La Esposa ha de ser abertura “por donde entrará el Esposo cuando ella tenga abierta la puerta de su voluntad para Él en un sí de amor auténtico y total. Y este sí es el mismo que ya dio en el desposorio que preparaba el matrimonio espiritual” (En: Martí B.: 2014: p.167).
“Cuando el alma tiene perfecto amor se llama esposa del Hijo de Dios, porque el amor crea igualdad entre el Esposo y la Esposa. Crea amistad. Y en la amistad no hay tuyo ni mío, sino que todo es de los dos amigos, como lo dijo el Esposo a sus discípulos: les “llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15,15) (En: Martí B.: 2014: p.220).
“Cuando el alma llega a confirmarse en la quietud del único amor solitario de su Esposo, se realiza tan sabroso reposo de amor en Dios y descanso de Dios en ella que ya no necesita intermediarios ni maestros que la encaminen a Dios, porque Dios es ya su guía y su luz” (En: Martí B.: 2014: p. 69).
“Al servicio de su Esposo ha entregado su cuerpo y su alma, su entendimiento, su voluntad y todos sus talentos y capacidades” (En: Martí B.: 2014: p.222). “Todo lo emplea en Dios, o como Dios quiere. Su gozo es Dios, sólo a Dios, teme, su esperanza la tiene puesta en Dios y sólo por Dios sufre. Y toda su fuerza y empeño los pone en Dios. Y tiene tan dedicado y dirigido a Dios todo el dinamismo de su alma que, aun sin darse cuenta y como instintivamente y por reflejos, siempre tiende a hacer las cosas en Dios y por Dios” (En: Martí B.: 2014: p.223).
Antes “tenía el prurito de causar buena impresión y se esforzaba por dar gusto a la gente con sus maneras y modales (…) Ahora ha perdido estos oficios. Ahora todas sus palabras, sus pensamientos y sus obras son de Dios y a Él orientadas” (En: Martí B.: 2014: p.224). Por eso Jesús se digna a tirar las mesas de los vendedores del Templo.
Casado con el Cordero el alma da gloria al Amado, hace que Dios brille en sí mismo. Se convierte en una copa blanca y pura que recibe a Dios y derrama sus atributos. “Esto es ser el alma semejante a Dios. Y para que pudiera llegar a esta meta, Dios la crió a su imagen y semejanza” (En: Martí B.: 2014: p.299).
Palabras de cierre
“Por mucho que hayan descubierto los Doctores, por mucho que hayan entendido los Santos en este estado de vida esponsal, les quedó más por decir y por entender. Hay mucho que profundizar en Cristo. Cristo es una opulenta mina con infinitas cavernas de tesoros. Ya podéis ahondar, que nunca se acaban” (En: Martí B.: 2014: p.285).
La Esposa del Hijo de Dios quiere “pasar del matrimonio divino al que Dios la ha querido levantar en la Iglesia militante, al matrimonio glorioso de la triunfante” (En: Martí B.: 2014: p.310). Quiere transitar el camino angosto hasta llegar a la Nueva Jerusalén, a la Iglesia Celestial.
Quiere darle gloria y honor a Dios, y a su Hijo, en la tierra y luego, en forma aún más plena, en el Cielo. Donde podrá alabarlo junto a los ancianos, los ángeles y los santos.
Fuentes y Bibliografía
- EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS – LA BIBLIA. Buenos Aires: Editorial San Pablo, 1981.
- Martí Ballester, Jesús. Una nueva lectura del cántico espiritual: de San Juan de la Cruz. -1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Santa María, 2014.
Autora: Cecilia Wechsler, redactora de la gran familia de hermandadblanca.org