El niño dorado / La leyenda de la ayahuaska por Abjini Shamanik
Todas las plantas tienen un deva, o un espíritu que anima la planta, porque todo tiene espíritu.
Algunas plantas tienen devas que se dedican a la creación de belleza, son maestros de un programa de belleza que corre a todas escalas del universo, por ejemplo hay devas expertos en crear la forma de una flor basados en geometría, siguiendo el gran programa de creación estética.
Y allí no termina la cosa, son tan sensibles que precipitan el nectar, el amrita divino, y lo convierten en el alimento de los seres mas sutiles como son las mariposas y los colibríes.
Y por si fuera poco algunos también manejan la sutilidad del aroma, convierten la armonía en la fragancia afín a esa armonía, una rosa es una rosa y el aroma de una rosa tiene una signatura, una huella digital, un sello.
Otros devas se han especializado en la medicina de la consciencia, así transforman la geometría en visión trascendente, así el deva del bejuco de la selva (Banisteriopsis caapi) de donde se extrae parte del vino de la ayahuaska, claramente se basa en el patrón de la Flor de la Vida que crece en el interior de ese bejuco en forma de serpiente enroscada que surge hacia lo alto.
Pero para que la magia suceda, y la frecuencia vibratoria de la forma geométrica del bejuco de la ayahuaska se active, se necesita otro ingrediente, un pequeño arbusto llamado chacruna (Psychotria viridis), cuyas hojas verde intenso contienen un alto porcentaje de dymetiltryptamina, el alcaloide necesario para despertar a otras dimensiones de la consciencia.
Esta planta la chacruna que puede pasar desapercibida por su modestia, guarda el poder de la consciencia en su interior y al unirse al bejuco d ella ayahuaska propicia el viaje visionario.
El deva de la ayahuaska y el de la chacruna tienen un acuerdo milenario, una leyenda perdida en la memoria cuenta que después del diluvio cuando se secaron las aguas y comenzaron a retoñar los grandes árboles para retejer la red biológica de la vida, así dejaron que todo creciera según los programas geométricos originales.
Un reseteo había sucedido en la Tierra, Gaia estaba comenzando un ciclo, era una gran oportunidad para comenzar de nuevo, desde cero.
Los grandes árboles a través de sus redes de comunicación hicieron un acuerdo para conservar la variedad de la vida, en ese acuerdo se estableció también la protección de estas dos plantas para un futuro despertar de los humanos.
Los devas de ambas plantas sabían que su destino era la colaboración, sus espíritus complementarios se necesitaban uno al otro para activar la luz del corazón, a partir de ese amor se unieron guardando la receta para cuando existiera una raza que se compenetrara tanto con la Selva y la amara como ellas, una raza que pudieran reconocerla y develarla.
Pasaron muchos eones y esa raza la roja, apareció sobre la tierra, venían de las estrellas a proteger la diversidad que estaba surgiendo en Gaia. Dice la leyenda que bajaron en una canoa dorada que venía del Sol, mientras vivían se recordaron de que el Sol les había prometido una bebida mágica que los iba a reconectar con los ancestros celestiales.
En una ocasión de la canoa dorada bajo una mujer que dio a luz en la selva, un niño que irradiaba luz dorada, al parirlo su cordón umbilical se convirtió en la planta la ayahuaska, al limpiarlo lo hizo con hojas de chacruna, trayendo la memoria, los devas se reconocieron, se había materializado la formula y así lo reconocieron los hombres que estaban en círculo visionando el cumplimiento de la promesa del Sol.
Ese niño de luz partido por la Gran Madre es el amor entre la ayahuaska y la chacruna, la fórmula ancestral para sanar el corazón colectivo.
Un respeto a estas dos plantas sagradas es necesario para que la luz se active verdaderamente y ese canal de comunicación entre los humanos y los ancestros celestiales se abra.
Si por alguna razón te llama la atención la experiencia, cuida de que sea con alguien de tu entera confianza, que te sepa guiar por el camino de las estrellas a nivel muy elevado.
Abjini Shamanik
Fuente: http://www.portalterraluz.com/
Abjini Arráiz