Conversaciones con Dios: ¿Cómo puedo resolver los problemas de salud que tengo?

Rosa (Editora)

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¿Cómo puedo resolver los problemas de salud que tengo? He sufrido bastantes problemas crónicos en las tres últimas vidas. ¿Por qué los sigo teniendo ahora, en esta vida?

En primer lugar, vamos a dejar clara una cosa: tú amas esos problemas: o, en cualquier caso, la mayoría de ellos. Los has utilizado admirablemente para compadecerte de ti mismo y atraer la atención de los demás hacia ti mismo.

En las pocas ocasiones en que no ha sido así, ha sido sólo porque han ido demasiado lejos. Más lejos de lo que tú pensabas que irían cuando los creaste.

Debes entender algo que probablemente ya sabes: toda enfermedad es creación de uno mismo. Incluso los médicos más convencionales están empezando a ver que la gente crea sus propias enfermedades.

La mayoría de las personas lo hacen de un modo totalmente inconsciente (ni siquiera saben que lo hacen). Así, cuando caen enfermos, no saben qué les pasa. Parece como si algo les aconteciera, en lugar de haberse hecho ellos algo a sí mismos.

Esto ocurre por que la mayoría de las personas van por la vida inconscientemente, y no sólo en lo que se refiere a la salud y sus consecuencias.

Fuman, y luego se sorprenden porque tienen cáncer.

Ingieren animales y grasa, y luego se sorprenden porque tienen las arterias obstruidas.

Se pasan la vida enfadándose, y luego se sorprenden porque tienen infartos.

Compiten con los demás – despiadadamente, y bajo un estrés increíble -, y luego se sorprenden porque tienen apoplejías.

La verdad que se oculta tras todo esto es que ala mayoría de las personas les preocupa su muerte.

La preocupación es precisamente la peor forma de actividad mental que hay después del odio, y resulta profundamente autodestructiva. La preocupación no tiene sentido. Es malgastar la energía mental. Además, crea reacciones bioquímicas que dañan el cuerpo, produciendo un sinfín de problemas que van desde una simple indigestión hasta una parada cardíaca.

La salud mejorará casi en el mismo momento en que cese la preocupación.

La preocupación es la actividad de una mente que no entiende su vinculación conmigo.

El odio es la enfermedad que resulta más gravemente perjudicial para la mente. Envenena el cuerpo, y sus efectos son prácticamente irreversibles.

El temor es lo más opuesto a todo lo que sois, y, en consecuencia, ejerce un efecto de oposición en vuestra salud física y mental. El temor es la preocupación llevada al extremo.

La preocupación, el odio y el temor – junto con sus vástagos: la ansiedad, la amargura, la impaciencia, la avaricia, la crueldad, la severidad y la condena -, todo ello ataca el nivel celular del cuerpo. En estas condiciones, resulta imposible tener un cuerpo sano.

Del mismo modo – aunque en un grado algo inferior -, la presunción, la falta de moderación y la gula producen malestar físico, o falta de bienestar.

Toda enfermedad ha sido creada antes en la mente.

 

¿Cómo puede ser? ¿Y que hay de la enfermedades contraídas por contagio, como los resfriados o el SIDA?

Nada ocurre en vuestra vida – nada – sin que primero haya sido un pensamiento. Los pensamientos son como imanes, que atraen sus efectos sobre uno. Puede que el pensamiento no siempre sea evidente – y, en consecuencia claramente casual -, tal como: “Voy a contraer una terrible enfermedad”. Es posible que sea (y normalmente es) mucho más sutil que eso: “No merezco vivir”; “Mi vida es un lío”; “Soy un perdedor”; “Dios va a castigarme”; “Estoy hasta la coronilla de mi vida”.

Estos pensamientos constituyen una forma de energía muy sutil, pero sumamente poderosa. Las palabras son menos sutiles, más densas. Las acciones constituyen la forma más densa de las tres. La acción es energía en una forma física fuerte, con un movimiento potente. Cuando piensas, hablas y actúas según un concepto negativo tal como “Yo soy un perdedor”, pones una enorme cantidad de energía en movimiento. No es de extrañar que cojas un resfriado; y aún eso sería lo de menos.

Resulta muy difícil invertir los efectos del pensamiento negativo una vez que estos han adquirido forma física. No es imposible, pero sí muy difícil. Se requiere un acto de fe excepcional. Se requiere una extraordinaria confianza en la fuerza positiva del universo, llámese Dios, Diosa, Motor Inmóvil, Fuerza Primera, Causa Primera, o lo que sea.

Los sanadores poseen precisamente esta fe. Es una fe que penetra en el Conocimiento Absoluto. Saben que estás preparado para ser completo y perfecto en este mismo momento. Ese conocimiento es también un pensamiento, y muy poderoso. Tiene el poder de mover montañas, por no hablar de las moléculas de tu cuerpo. Así es como los sanadores pueden curar, incluso a distancia.

El pensamiento no conoce distancias. Viaja alrededor del mundo y atraviesa el universo en menos tiempo del que tardas en pronunciar la palabra.

“Mándalo de palabra, y quede sano mi criado.” Y así fue, en ese mismísimo momento, incluso antes de que acabara la frase. Tal era la fe del centurión.

Pero todos vosotros sois leprosos mentales. Vuestra mente está corroída por pensamientos negativos. Algunos de ellos os los han metido. Muchos de ellos realmente los inventáis – los conjuráis – vosotros mismos, y luego les dais abrigo y cobijo durante horas, días, semanas, meses, e incluso años.

… y os sorprendéis por que caéis enfermos.

Puedes “resolver algunos de tus problemas de salud”, como dices, si resuelves los problemas de tu pensamiento. Efectivamente, puedes curar algunas de las enfermedades que ya has contraído (que te has dado a ti mismo), además de prevenir nuevos e importantes problemas en fase de desarrollo. Y todo esto puedes hacerlo cambiando tu pensamiento.

Y también – y odio decir esto, pues parece demasiado mundano para venir de Dios -, ¡por el amor de Dios!, cuida más de ti mismo.

Cuidas pésimamente tu cuerpo, prestándole muy poca atención hasta que no sospechas que algo anda mal. No haces precisamente nada en el sentido de un mantenimiento preventivo. Cuidas más a tu coche que a tu cuerpo, y no exagero.

No sólo no previenes posibles problemas realizando chequeos médicos anuales, y utilizando las terapias y medicinas de que dispones (¿por qué vas al médico, le pides ayuda, y luego no tomas las medicinas que te receta?, ¿puedes responderme a eso?); también maltratas a tu cuerpo terriblemente entre estas visitas respecto a las que no haces nada.

No lo ejercitas, de modo que se vuelve flojo y, lo que es peor, débil por falta de uso.

No lo alimentas adecuadamente, con lo cual aún se debilita más.

Luego lo llenas de toxinas y venenos, y de las más absurdas sustancias que hacéis pasar por comida. Y aún así, ese maravilloso motor funciona; aún así, sigue adelante, haciendo frente a este ataque.

¡Es horrible! Las condiciones bajo las cuales le pides a vuestro cuerpo que sobreviva son horribles. Pero poco o nada harás al respecto. Leerás esto, moverás la cabeza afirmativamente, mostrando arrepentimiento, y continuarás con el maltrato. ¿Y sabes por qué?

 

Tengo miedo de preguntártelo.

Porque no tienes ninguna voluntad de vivir.

 

Me parece una acusación muy dura.

No pretende ser dura, ni tampoco pretende ser una acusación. “Dura” es un término relativo, un juicio que has aplicado a unas palabras. “Acusación” connota culpa, y “culpa” connota delito. Aquí no hay ningún delito; por lo tanto, no hay ninguna culpa ni ninguna acusación.

He hecho una simple afirmación de una verdad. Al igual que todas las afirmaciones de verdad, posee la cualidad de despertarte. Pero a algunas personas no les gusta que les despierten. A la mayoría. Prefieren seguir dormidas.

El mundo se halla en el estado en que se halla porque está lleno de sonámbulos.

Respecto a mi afirmación, ¿qué es lo que te parece falso? No tienes ninguna voluntad de vivir. Al menos, no la has tenido hasta ahora.

Si me dices que has experimentado una “conversión instantánea”, revisaré mi predicción de lo que vas a hacer. Reconozco que tal predicción se basa en una experiencia pasada.

… al mismo tiempo, pretendía despertarte. A veces, cuando una persona está profundamente dormida, hay que sacudirla un poco.

He visto que en tu pasado has tenido muy poca voluntad de vivir. Ahora puedes negarlo, pero en este caso tus actos hablan más fuerte que tus palabras.

Si has encendido un solo cigarrillo en tu vida – mucho más si has fumado un paquete diario durante veinte años, como tú has hecho -, es que tienes muy poca voluntad de vivir. No te importa lo que haces a tu cuerpo.

 

¡Pero dejé de fumar hace ya unos diez años!

 

Después de veinte de duro castigo físico…

Y si una sola vez has introducido alcohol en tu cuerpo, es que tienes muy poca voluntad de vivir.

 

Bebo con mucha moderación.

El cuerpo no está hecho para ingerir alcohol; perjudica a la mente.

 

¡Pero Jesús tomo alcohol! ¡Fue a la boda y convirtió el agua en vino!

 

¿Quién ha dicho que Jesús fuera perfecto?

¡Por el amor de Dios!

Dime, ¿estoy empezando a fastidiarte?

¡Nada más lejos de mí que Dios esté empezando a fastidiarme! Eso sería un poco presuntuoso, ¿no? Pero pienso que no debemos pasarnos de la raya con todo esto. Mi padre me enseño la norma de que “todo con moderación”. Creo que la he seguido por lo que al alcohol se refiere.

El cuerpo puede recuperarse más fácilmente de un abuso moderado. Por lo tanto, el dicho resulta útil. Sin embargo, mantengo mi afirmación: el cuerpo no está hecho para ingerir alcohol.

Sin embargo, ¡incluso algunas medicinas contienen alcohol!

Yo no tengo ningún control sobre lo que vosotros llamáis medicinas. Mantengo mi afirmación.

Eres inflexible, ¿sabes?

Mira, la verdad es la verdad. Ahora bien, si alguien dice: “Un poco de alcohol no va a hacerte daño”, y sitúa esta afirmación en el contexto de una vida tal como la vivís en este momento, tendría que estar de acuerdo con él. Pero eso no cambia la verdad de lo que he dicho. Simplemente te permite ignorarla.

Sin embargo, considera esto. Vosotros los humanos agotáis vuestros cuerpos, normalmente, entre los cincuenta y los ochenta años. Algunos duran más, pero no mucho. Otros dejan de funcionar antes, pero tampoco son mayoría. ¿Estamos de acuerdo en esto?

Sí, de acuerdo.

Bueno, pues tenemos un buen punto de partida. Ahora bien, cuando he dicho que podía estar de acuerdo con la afirmación: “Un poco de alcohol no va a hacerte daño”, he matizado añadiendo: “en el contexto de una vida tal como la vivís en este momento”. Fíjate: la gente parece satisfecha con la vida tal como la vive. Pero la vida – y puede ser que te sorprenda saberlo – se hizo para ser vivida de un modo totalmente distinto. Y vuestro cuerpo se concibió para durar mucho más tiempo.

¿Sí?

Sí.

 

¿Cuánto tiempo más?

Infinitamente más.

 

¿Qué significa eso?

Significa, hijo Mío, que vuestro cuerpo se concibió para durar siempre.

 

¿Siempre?

Sí. Léelo bien: “para siempre jamás”.

 

¿Quieres decir que se supone que no íbamos(o que no vamos) a morir nunca?

No morís nunca. La vida es eterna. Sois inmortales. Nunca morís. Simplemente cambiáis de forma. Nunca habéis tenido por qué hacerlo. Vosotros decidisteis hacerlo, no Yo. Yo hice vuestros cuerpos para durar siempre. ¿Realmente crees que lo mejor que podía hacer Dios, lo mejor que Yo podía proponer, era un cuerpo que durara sesenta, setenta o quizás ochenta años, antes de caer en pedazos? ¿Piensas acaso que ese es el límite de mi capacidad?

 

Nunca pense en plantearlo de ese modo…

¡Yo concebí vuestro magnífico cuerpo para durar siempre! Y los primeros de entre vosotros vivieron en el cuerpo prácticamente sin experimentar dolor, y sin temer a lo que ahora llamáis muerte.

En vuestra mitología religiosa, simbolizáis vuestra memoria celular de aquella primera versión de seres humanos llamándoles Adán y Eva. En realidad, obviamente, fueron más de dos.

Al principio, la idea era que vuestras maravillosas almas tuvieran la oportunidad de conocerse a Sí mismas como Quienes Realmente Son a través de las experiencias ganadas en el cuerpo físico, en el mundo relativo, como ya he explicado repetidamente aquí.

Esto se hizo reduciendo la indescriptible velocidad de toda vibración (en forma de pensamiento) para producir materia, incluida esa materia que llamáis el cuerpo físico.

La vida evolucionó a través de una serie de etapas, en un abrir y cerrar de ojos que para vosotros equivale a millones de años. Y en ese instante sagrado vinisteis vosotros, surgidos del mar, el agua de la vida, a la tierra y en la forma que ahora tenéis.

 

¡Entonces lo que dicen los evolucionistas es correcto!

Encuentro divertido – en realidad, una fuente de continua diversión – que vosotros los humanos tengáis esa necesidad de descomponerlo todo en correcto y equivocado. Nunca se os ocurre que habéis inventado esas etiquetas para ayudaros a definir lo material, y a vuestro Yo.

Nunca se os ocurre (excepto a aquellos de entre vosotros dotados de las mentes más agudas) que algo pueda ser ala vez correcto y equivocado; que sólo en el mundo de lo relativo las cosas son o lo uno o lo otro. En el mundo de lo absoluto, del tiempo sin tiempo, todas las cosas lo son todo.

No hay ni macho ni hembra, no hay ni antes ni después, no hay ni rápido ni lento, ni aquí ni allí, ni arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha; ni correcto ni equivocado.

Vuestros astronautas y cosmonautas salieron ganando en este sentido. Se vieron a sí mismos propulsados hacia arriba para salir al espacio exterior, sólo para encontrarse con que, una vez allí, tenían que mirar hacia arriba para ver la Tierra. ¿O no? Tal ves estuvieran mirando hacia abajo. Pero entonces, ¿Dónde estaba el sol? ¿arriba? ¿Abajo? ¡No! Allí, a la izquierda. Así, de repente, una cosa ya no estaba ni arriba ni abajo; estaba a un lado… y, por lo tanto, todas las definiciones desaparecían.

Así es Mi mundo, nuestro mundo, nuestro verdadero reino. Todas las definiciones desaparecen, haciendo difícil incluso hablar de dicho reino en términos definitorios.

La religión constituye vuestro intento de hablar de lo inefable. No realiza una función demasiado buena.

No, hijo Mío, lo que dicen los evolucionistas no es correcto. Yo lo creé todo, todo, en un abrir y cerrar de ojos; en un instante sagrado, tal como afirmaron los creacionistas. Y… tuvo lugar un proceso de evolución que duró millones y millones de lo que vosotros llamáis años, tal como afirman los evolucionistas.

Lo que dicen ambos es “correcto”. Tal como descubrieron los cosmonautas, todo depende de cómo lo mires.

Pero la verdadera pregunta es: un instante sagrado o millones de años, ¿qué diferencia hay? ¿Puedes aceptar simplemente que en algunas de las cuestiones de la vida el misterio es demasiado grande para que podáis resolverlo? ¿Por qué no mantener el misterio como algo sagrado? ¿Y por qué no permitir que lo sagrado sea sagrado, y dejarlo así?

 

Supongo que tenemos una insaciable necesidad de saber.

¡Pero es que ya sabéis! ¡Ya te lo he dicho! Lo que ocurre es que no queréis saber la Verdad, sino que queréis saber la verdad tal como vosotros la entendéis. Este es el mayor obstáculo para vuestra iluminación. ¡Creéis que ya sabéis la verdad! Creéis que ya entendéis cómo es. Así, estáis de acuerdo con todo aquello que veis, oís o leéis que coincida con el paradigma de vuestros conocimientos, y rechazáis todo aquello que no coincida. Y a esto lo llamáis aprender. A esto lo llamáis estar dispuesto a aprender. Desgraciadamente, no podéis en absoluto estar dispuestos a aprender mientras rechacéis todo lo que no sea vuestra propia verdad.

Así, algunos tildarán este mismo libro de blasfemo, de obra del diablo.

Pero quién tenga oídos para oír, que oiga. Te lo aseguro: No fuisteis hechos para morir nunca. Vuestra forma física fue creada como una magnífica posibilidad, una maravillosa herramienta, un glorioso medio que os permite experimentar la realidad que habéis creado con vuestra mente, conoce el Yo que habéis creado en vuestra alma.

El alma concibe, la mente crea, el cuerpo experimenta. Así, el círculo queda completo. El alma, pues, se conoce a sí misma en su propia experiencia. Si no le gusta lo que experimenta (siente), o desea una experiencia diferente por alguna razón, simplemente concibe una nueva experiencia del Yo, y – literalmente – cambia su mente.

Pronto el cuerpo se halla inmerso en una nueva experiencia. (“Yo soy la resurrección y la Vida” fue un magnífico ejemplo de ello. ¿Cómo crees que Jesús lo hizo? ¿O acaso crees que ni siquiera ocurrió? ¡Créelo pues ocurrió!)

El caso es que el alma nunca prescindirá del cuerpo o de la mente. Yo os creé como tres seres en uno, hechos a imagen y semejanza mía.

Los tres aspectos del Yo son totalmente equiparables entre sí. Cada uno tiene su función, pero ninguna función es mayor que las otras; ni, en realidad, hay ninguna función que preceda a las demás. Todas se hallan interrelacionadas de manera exactamente igual.

Concebir, crear, experimentar. Lo que concebís, lo creáis; lo que creáis, lo experimentáis; lo que experimentáis, lo concebís.

He aquí por qué se dice que, si puedes hacer que tu cuerpo experimente algo (la abundancia por ejemplo), pronto albergarás ese sentimiento en tu alma, la cual a su vez lo concebirá de una nueva manera ( a saber, abundante), ofreciendo a tu mente un nuevo pensamiento al respecto. De este nuevo pensamiento surge más experiencia, y el cuerpo empieza a vivir una nueva realidad como un estado permanente del ser.

Tu cuerpo, tu mente y tu alma (espíritu) son uno. En este sentido eres, en microcosmos, como Yo, el Todo Divino, el Todo Sagrado, la Suma y la Sustancia. Así, soy el principio y el fin de todo, la Alfa y la Omega.

Ahora te explicaré el misterio último: vuestra exacta y verdadera relación conmigo.

VOSOTROS SOIS MI CUERPO.

Lo que vuestro cuerpo es respecto a vuestra mente y a vuestra alma, lo sois vosotros respecto a Mi mente y Mi alma. Por lo tanto: Todo lo que Yo experimento, lo experimento a través vuestro.

Así como vuestro cuerpo, vuestra mente y vuestra alma son uno, así también lo son Mi cuerpo, Mi mente y Mi alma.

Así Jesús de Nazaret – entre otros muchos que entendieron este misterio -, afirmó una verdad inmutable cuando dijo: “El Padre y Yo somos Uno”.

Pero te diré que hay verdades mucho mayores que esta, de las que algún día te enterarás; pues, del mismo modo que vosotros sois Mi cuerpo, Yo soy el cuerpo de otro.

 

¿Quieres decir que no eres Dios?

Sí, soy Dios, según vuestro concepto de Él; y soy Diosa, según vuestro concepto de Ella. Soy el Hacedor y el Creador de todo lo que conocéis y experimentáis, y vosotros sois Mis hijos… igual que Yo soy el hijo de otro.

 

¿Estás intentando decirme que incluso Dios tiene un Dios?

Te estoy diciendo que vuestra percepción de la realidad última es más limitada de lo que creéis, y que la Verdad es más i-limitada de lo que podéis imaginar.

Te estoy dejando entrever algo de la infinidad, y del amor infinito. (Si te dejara ver mucho más, no podrías encajarlo en tu realidad; de hecho, apenas puedes encajar esto.)

 

¡Espera un momento! ¿Quieres decir que en realidad no estoy hablando con Dios en este momento?

Ya te he dicho que, si concibes a Dios como tu señor y creador, del mismo modo que tu eres señor y creador de tu propio cuerpo, Yo soy el Dios de esa interpretación. Y, ciertamente, estás hablando conmigo. Ha sido una conversación deliciosa, ¿no?

 

Deliciosa o no, creía que estaba hablando con el auténtico Dios. El Dios de Dioses. Ya sabes: el gran jefe.

Y estás hablando con él. Puedes creerme.

 

Sin embargo, dices que hay alguien por encima de Ti en el orden jerárquico de las cosas.

Estamos intentando hacer algo imposible: hablar de lo inefable. Como ya he dicho, eso es lo que trata de hacer la religión. Déjame ver si puedo encontrar una manera de resumirlo.

Para siempre es más tiempo del que conocéis. Eterno es más tiempo que para siempre. Dios es más de lo que imagináis. Dios es la energía que llamáis imaginación. Dios es creación. Dios es el primer pensamiento. Y Dios es la última experiencia. Y Dios es todo lo que hay entre lo uno y lo otro.

¿Has mirado alguna vez a través de un microscopio de gran potencia, o visto dibujos o películas animadas sobre moléculas, y has dicho: “¡Cielo santo, hay todo un universo ahí abajo! ¡Y para ese universo, Yo, el observador, debo parecer a Dios!”? ¿Has dicho eso alguna vez, o tenido una experiencia de ese tipo?

 

Sí, y diría que cualquier persona que piense.

En efecto. Pues en ese caso tú mismo has vislumbrado lo que te estoy exponiendo aquí.

¿Y qué harías si te dijera que esa realidad que has vislumbrado no tiene fin?

 

Querría que me lo explicaras.

Coge la parte del universo más pequeña que puedas imaginar. Imagina esa partícula de materia extraordinariamente minúscula.

 

De acuerdo.

Ahora pártela por la mitad.

 

Vale.

¿Qué tienes?

 

Dos mitades más pequeñas.

Exactamente. Ahora pártelas por la mitad. ¿Qué tienes ahora?

 

Mitades más pequeñas.

Correcto. Hazlo de nuevo, una vez, y otra, y otra… ¿Qué te queda?

 

Partículas más y más pequeñas.

Sí, pero ¿cuándo tendrás que parar? ¿Cuántas veces puedes dividir la materia hasta que ésta deje de existir?

 

No lo sé. Supongo que nunca deja de existir.

¿Quieres decir que nunca podrás destruirla por completo? ¿Qué todo lo que puedes hacer es cambiar su forma?

 

Eso parece.

Pues déjame que te diga que acabas de aprender el secreto de todo lo que vive y de penetrar en la infinidad.

Ahora tengo que hacerte una pregunta.

 

De acuerdo…

¿Hay algo que te haga pensar que la infinidad se da únicamente en una dirección?

 

De modo que… igual que no hay límite por abajo, no lo hay por arriba…

No hay arriba ni abajo, pero entiendo lo que quieres decir.

 

Si no hay límite para lo pequeño, es que tampoco lo hay para lo grande…

Correcto.

 

Si no hay límite para lo grande, es que no hay nada que sea lo más grande. Eso significa, en último término, que ¡no hay ningún Dios!

O, tal vez, que todo es Dios, y no hay nada que no lo sea.

 

Te lo aseguro: YO SOY EL QUE SOY.

 

Y TÚ ERES EL QUE ERES. No puedes no ser. Puedes cambiar de forma todo lo que quieras, pero no puedes dejar de ser. Pero puedes dejar de saber Quién Eres; y, de ese modo, experimentarlo sólo a medias.

 

Eso sería el infierno.

Exactamente. Pero no estáis condenados a él. No estáis relegados a él para siempre. Todo lo que hace falta para salir del infierno – para salir del no “saber” – es saber de nuevo.

Hay muchas maneras y muchos lugares (dimensiones) donde poder hacerlo.

En este momento, vosotros estáis en una de esas dimensiones. Según vuestra interpretación, es la llamada tercera dimensión.

 

¿Hay muchas más?

¿No te he dicho ya que en Mi Reino hay muchos palacios? Si no fuera así, no te lo habría dicho.

 

Entonces, no hay infierno; al menos no realmente. Quiero decir: ¡no hay ningún lugar o dimensión al que seamos condenados eternamente!

¿Qué objetivo tendría?

Sin embargo, tu límite es tu propia consciencia, puesto que tú – nosotros – eres un ser auto-creado.

No puedes ser aquello que no sabes que es tu Yo.

He ahí por qué se te ha dado esta vida: para que puedas conocerte a ti mismo en tu propia experiencia. Luego podrás concebirte a ti mismo como Quien Realmente Eres, y crearte a ti mismo de ese modo en tu experiencia, con lo que el círculo se completa de nuevo… aunque cada vez es mayor.

Así, estás en proceso de crecimiento; o, tal como ya he indicado a lo largo de este libro, de llegar a ser.

No hay ningún límite para lo que puedas llegar a ser.

 

¿Quieres decir que incluso puedo llegar a ser – ¿me atreveré a decirlo? – un Dios… como Tú?

¿ que crees?

 

No lo sé.

Mientras no lo sepas, no puedes. Recuerda el triángulo, la Santísima Trinidad: espíritu-mente-cuerpo. Concebir-crear-experimentar. Recuerda, utilizando vuestra simbología:

 

ESPÍRITU SANTO = INSPIRACIÓN = CONCEBIR

PADRE = ORIGEN = CREAR

HIJO = DESCENDENCIA = EXPERIMENTAR

 

El Hijo experimenta la creación del pensamiento del Padre, el cual es concebido por el Espíritu Santo.

¿Puedes concebirte a ti mismo como siendo un Dios algún día?

 

En mis momentos de mayor locura.

Bien, pues te aseguro que ya eres un Dios. Lo que ocurre sencillamente es que no lo sabes.

¿No he Dicho Yo: “Vosotros sois Dioses”?

Extracto del libro: Conversaciones con Dios de Neale Donald Walsch

Capítulo 13

 

 

Conversaciones con Dios: ¿Cómo puedo resolver los problemas de salud que tengo?

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