El amor de un abrazo, por Jordi Morella
Una vez, una niña le preguntó a su madre:
– Mamá, ¿por qué aunque la abuela murió, continua viniendo a verme cada noche?
– Hija, es que ella te amaba mucho.
– ¿Y por qué viene a mí y no te viene a ver a ti?
– Por que tú eras la niña de sus ojos.
– ¿Y tú no? – dijo la niña.
– Porque ella siempre me habla de ti.
– ¿Ah, sí? ¿Y que te dice?
– Cosas.
– ¿Qué cosas?
– Me dice cosas que a veces no me gusta oírlas.
– ¿Qué te dice? – insistió la madre.
La niña miró a su madre y encogió los hombros. Al final dijo:
– Adiós, tengo que irme.
Entonces cogió el bocadillo y la manzana y se fue hacia la escuela.
Al día siguiente, cuando la niña se dirigió hacia la mesa para desayunar antes de ir a la escuela, la madre le preguntó:
– ¿Esta noche también te ha venido a ver la abuela?
– Sí.
– ¿Y qué te ha dicho?
La niña continuó con su desayuno como si no quisiera contestarle. Su madre insistió:
– ¿Qué te ha dicho?
– Que estás triste.
– ¿Por qué?
La niña encogió sus hombros.
– ¿Qué más te ha dicho?
– Mamá, ¿por qué haces tantas preguntas?
– ¿Eso te lo ha dicho ella?
– Sí. Me ha dicho que eres como un pequeño ciervo que ha caído en una trampa de cazadores y necesita ser liberado. Y yo te puedo ayudar. (Después de unos instantes de silencio, un poco pensativa, continuó diciendo): ¿Qué ha querido decir con esto?
Su madre se sentó a su lado y le habló con un tono comprensivo y amoroso:
– Desde que murió, papá no está bien. Me hace sufrir al verle como está. No sé que hacer para animarle. Me siento incapaz de ayudarle porque él no se deja. ¿La abuela no te ha dicho nada de cómo ayudarle?
– Sólo me habla de ti.
– ¿Y te ha dicho que no está bien y que tú me puedes ayudar?
– Sí, y también me ha dicho que todo saldrá bien, que no te preocupes.
Entonces la niña se levantó de la silla y le hizo un abrazo a su madre. Esta sintió la seguridad de su hija en relación a las palabras que acababa de decir. Fue como si de ella se liberase un gran peso de su interior.
La niña comprendió las lágrimas manifestadas de su madre. A continuación dijo:
– ¿Crees que si abrazo a papá le ayudará?
La madre emocionada por la actitud de su hija, le contestó:
– Seguro, hija, seguro (dijo llorando)
Al día siguiente, la niña se levantó de la cama, se aseó y mientras se sentaba en la mesa de la cocina dijo:
– Esta noche he abrazado a papá.
A su madre se le puso la piel de gallina al oír estas palabras, porque su marido se había despertado mucho más animado que otras veces.
– Y le ha ido muy bien que lo hicieras – le respondió la madre.
– Sí, ya lo sé – dijo con seguridad conforme así era.
– ¿Hoy también te ha venido a ver la abuela?
– Sí, y también ha abrazado a papá.
– ¿Y?
– Papá se ha puesto a llorar, pero porqué estaba contento.
La mujer todavía se emocionó más, porque siendo todavía de noche, su pareja se inquietó y se puso a llorar. Parecía estar dormido y soñando.
– La abuela me ha vuelto a decir que todo iría bien, que no nos preocupásemos.
La madre callaba y escuchaba toda emocionada las palabras de su amada hija. Entonces le dijo:
– ¿Me haces otro abrazo como el de ayer? Lo necesito. Ayer me fue muy bien.
La madre se acercó más a ella y los respectivos brazos se abrazaron al cuerpo de la otra. Parecían un solo cuerpo.
En cinco días, aquel padre recuperó la sonrisa y las ganas de trabajar. Decía que mientras dormía, su madre y su hija venían a abrazarlo y estaban unos instantes todos juntos abrazados. Desde aquel hecho, cada día, el padre, la madre y la niña dedican unos momentos a abrazarse y cuando alguien de los tres lo necesitaba, lo decía y todos le abrazaban. Fue un gesto que adquirieron como parte de su comunicación y relación.
Aquella familia, desde entonces, no ha tenido ni un despistado catarro.
Escrito por Jordi Morella
Muy interesante y bastante de reflexionar.
Felicitaciones