El cielo y la Tierra, por Josephus Lusitanus
En el principio era Brahma, con El cual estaba la Palabra y la Palabra es Brahma.
Los Vedas
En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.
Evangelio de San Juan
Cuán extraordinaria se nos revela esta concordancia fundamental entre las sagradas escrituras de Oriente y Occidente. Por intermedio del sonido, de una emanación vibratoria plena de consciencia, ambas atribuyen la creación del Universo a la voluntad de un Ser Divino. Tal creencia primordial no se restringe a las tradiciones hindú y cristiana; por el contrario, con sorprendente regularidad, la teoría consmogenética de una vibración divina se encuentra diseminada por diversas culturas de la más remota antigüedad.
Chinos y celtas, egipcios y mayas, sumerios y hebreos, todos estos pueblos se refieren, mitológica o simbólicamente a un fenómeno primordial semejante. Se trata de un Sonido Cósmico, eterno y universal, reconocido como verdadera esencia de vida y de consciencia, de substancia y de sentido, al mismo tiempo principio sensible e inteligible. El sonido acústico que reverbera en el mundo, fundamento real de la música y del lenguaje, sería entonces reflejo perceptible y manifestación física por excelencia de una actividad vibratoria superior y transcendente. Así también surgió el estudio de la astrología en las culturas primigenias, como el conocimiento de un zodiaco de signos tímbricos y la interpretación de sus influencias en la esfera terrestre.
La noción mística del “OM” en Oriente.
Existen muchos nombres por los que fue designada e invocada la Palabra creadora –v.g. AUM, AMEN, OMEN, IAM, HU, YAHWEH. En el registro védico, el texto sagrado más antiguo del que hay conocimiento, el monosílabo OM expresa el sonido o el concepto de esta vibración original en su forma más pura (una e indiferenciada). Todos los seres, todos los fenómenos materiales o energéticos de la Naturaleza están imbuidos del poder vibratorio del OM, que progresivamente se va diferenciando y combinando entre sí, a medida que baja de frecuencia y desciende del reino espiritual.
Son siete las emanaciones vibratorias o los aspectos tonales en que se diferencia primeramente el OM, una gama arquetípica de cualidades sonoras individuales cuyo poder soberano garantiza armonía y orden en el Universo. Íntimamente asociados a los planetas principales, estos sonidos celestiales tienen obvia correspondencia en la estructura elemental del mundo físico tal y como lo percibimos; así tenemos en la escala diatónica siete notas musicales; en el espectro cromático, siete colores fundamentales, y en la semana, siete ciclos naturales.
Vocalizada en la meditación yóguica, o tan solo sentida como audición interior, la sílaba OM promueve la sintonización de la consciencia humana con el orden cósmico, con la imperceptible Voz Divina. Este sonido interior podrá ser vivenciado a través de la meditación profunda.
En sánscrito, curiosamente el sonido acústico perceptible (ahata) y el sonido espiritual omnipresente (anahata) tienen una raíz etimológica común. Hay que señalar que el termino “anahata” designa igualmente el chakra del corazón, el más importante de los siete centros espirituales que en el Hombre captan y emiten energía, y donde se encuentra asentada la Palabra.
En el misticismo védico del sonido, la música y la voz humana son de esta manera un vehículo sensible para la manifestación de las energías del Sonido Cósmico. Los Vedas además son himnos sagrados que están destinados a ser entonados y cantados, en vez de leídos y estudiados. La reflexión favorece la meditación, el acceso a estados superiores de conciencia a través de co-vibración y de armonía plena con el Sonido más intimo de lo que Es eternamente.
El concepto metafísico del Logos en Occidente
Es también por la Palabra Divina que, en el lenguaje alegórico del Génesis, se manifiesta la suprema voluntad creadora. “Dios dijo: ¡Hágase la Luz! Y la luz fue hecha… Sobrevino la tarde y después la mañana; fue el primer día. “Dios dijo…” es la Voz reiterada que así representa los sucesivos momentos de creación en la historia bíblica original. Si allí la luz aparece como la primera manifestación de vida, la mas intensa vibración de todo lo que existe en el plano físico –como la mañana del mundo, conforme a la visión e imagen veterotestamentaria- es en verdad el Sonido todopoderoso quien la invoca y le confiere primacía. La voz calla finalmente, consumado el impulso creador: “…habiendo Dios terminado en el séptimo día la obra que había hecho, descansó de su trabajo.”. Y así se cumple esta nueva métrica septenaria con una interrupción rítmica para el reposo sabático, que corresponde a un tiempo final de pausa y de silencio. También aquí, en la tradición judaica, tal quietud es la piedra de toque para quien interiormente escucha y se dispone a poner en práctica la Palabra de Dios revelada al Ser Humano.
Razón del mundo y guía de la consciencia humana, la Palabra Divina será expresada por el concepto de Logos en griego neotestamentario; en los escritos juaninos en particular, representa Dios hecho hombre, el Verbo encarnado, el Espíritu impregnado en la materia. Es este el misterio fundamental de la doble naturaleza de Cristo –divino y humano, eterno y contingente- del Hijo unigénito y consustancial al Padre, que de Él recibe Su hablar y hacer, cuando del bautismo en el río Jordán descendió el Logos Divino sobre Jesús y en Él entró, convirtiéndose en ejemplo vivo de pura sabiduría y de amor sublime en el Hombre. Se transluce en ello, en la infusión crística de la Palabra en la revelación amorosa de la Verdad, una patente afinidad con el misticismo védico del sonido: solo purificando y expandiendo el chakra del corazón (o anahata) podrá el músico- yogui expresar los sonidos celestiales, la Palabra Universal.
Es de hecho la experiencia del sentir, el pensar del corazón, lo que primero se manifiesta en el Hombre como percepción vibrante (o audición interior). Recuérdese la conmovedora imagen bíblica del Maestro y su discípulo predilecto en la Ultima Cena, en que Juan “estaba en la mesa reclinado sobre el pecho de Jesús”, como bebiendo directamente de la fuerte el testimonio de vida. Hay que realzar también la denominación de Hijo como Verbo o Logos en la doctrina cristiana, y la de Vishnu como Voz o Gran Cantor, en las escrituras hindúes; ambos constituyen además la Segunda Persona de las respectivas teologías trinitarias, el hilo de unión entre el Cielo y la Tierra.
Característico del ser racional en la reflexión filosófica griega, en oposición al anterior estado místico, el Logos humano permite igualmente articular el mundo inteligible y el mundo sensible. Como pensamiento conceptual y lenguaje, permite descifrar el hieroglifo que es el ser humano en la relación que establece con su origen espiritual y con el ambiente natural. Como discurso inteligente y expresivo, acompaña “pari passu” la evolución de la consciencia individual.
En realidad la naturaleza de la palabra humana –interior y exterior- es esencialmente doble, uniendo sonido y sentido en un todo creador. Analícese el ejemplo de Sócrates, cuyo sabio magisterio se explayó en una oralidad vibrante: podían los discípulos oír y sentir el profundo impacto de la palabra del maestro, aunque no verlo, como si fuera la voz de un oráculo. En consonancia con la tradición religiosa y mitológica de los dioses olímpicos, que carecía de libros sagrados, la filosofía socrática habría de influir e impactar directamente, de viva voz.
También en la música es necesario percibir la idea, el concepto, la Palabra, no solo la sonoridad. Si esta no reverbera íntimamente en nosotros como lenguaje del alma y del espíritu, como expresión y sentido, no podrá en rigor considerarse como música.
El concepto de Logos tiene aun otro elemento semántico fundamental, de carácter esencialmente cuantificativo, otro modo de expresar la inteligibilidad del mundo: más allá del discurso y la razón, significa medida y proporción; más allá de palabra y gramática, aparece el número y la matemática. A Pitágoras se debe el desarrollo de una metafísica basada en el número, síntesis de razón y religión, que realza el valor de penetrar científicamente los misterios de la naturaleza para alcanzar la unión del alma humana con el cosmos divino. No solo objeto del pensamiento, los átomos son considerados también como verdaderos átomos del universo, cuya combinación forma toda la realidad. Se basa tal concepción precisamente en el descubrimiento del origen matemático de los intervalos musicales –cual revelación religiosa- en correspondencia entre la consonancia armónica y la proporción aritmética, entre la combinación eufónica de los sonidos y la tensión de las cuerdas que lo producen.
Para los pitagóricos, que veían la Creación a partir de una mónada numéricamente indiferenciada, todo el Universo estaría regido por principios esotéricos de armonía –configuraciones matemáticas que expresan la música celestial, la Armonía de las Esferas-. Curiosamente esta cosmogonía se refleja de una acepción particular que el termino “logos” tomo en el lenguaje musical griego, al designar la medida de la cítara o de la lira (i.e. los trastos y los travesaños) donde la cuerda debía ser pisada de manera que produjera una nota definida. Puede por tanto el Hombre redimir la materia inerte, la substancia mineral, haciéndola vibrar armoniosamente como instrumento musical, y así hablar el lenguaje de los dioses.
Epílogo
En plena era contemporánea de la razón científica, ¿Qué relevancia finalmente podrán tener todos estos misticismos y metafísicas ancestrales del sonido, al afirmar el origen insustancial, vibrante de la materia?
Ciertamente nunca, hasta la Física atómica y de partículas de nuestros días, había sido la materia de nuevo descrita como energía en estado de oscilación, en donde todos los átomos reaccionan y se comportan como imbuidos de una exótica resonancia, como si fueran notas musicales. Los datos de la investigación científica más reciente sugieren que en la base del universo entero está el fenómeno de la vibración y los diversos modos de la armonía recurrente. Fruto de este renovado interés por el principio de resonancia, que abarca el Cielo y la Tierra, tal vez estemos ya hoy en el buen camino para descubrir y comprender la verdadera naturaleza, la quintaesencia de la materia.
En el umbral del siglo XX dos figuras mayores del renacimiento espiritual en curso vinieron a aclarar y corroborar esta convergencia fundamental entre las tradiciones milenarias de Oriente y Occidente: Helena Blavatsky primero, explicó que “los átomos son denominados como vibraciones en el ocultismo”; Rudolf Steiner después, reafirmó que, “todos los objetos tienen un sonido espiritual en la fundación de su ser”.
Cabe ahora a cada uno de nosotros descubrir ese sonido y a través de él afirmar su destino, sentir y vibrar, escuchar y discernir –en suma, ser interpretes de su propia música, tocar de oído la música de la vida-.
Una pregunta siempre debería acompañarnos: ¿El sonido que oímos dentro de nosotros y que íntimamente nos hace vibrar es la voz de un oráculo o el canto de una sirena?
Josephus Lusitanus