La Dama de Paititi
Una entidad de luz custodia las selvas del Manú y habla
del sentido de conectar con un Retiro de la Hermandad Blanca
En agosto de 2000 llevé a cabo mi tercera expedición a las selvas del Paititi. Fue la última vez que visité ese lugar sagrado. Como casi todas las expediciones que se dirigen a este enclave en la selva sur oriental del Perú, esperábamos aproximarnos a la entrada secreta de la Hermandad Blanca. No hallamos esa entrada física, ni esa ciudad oculta bajo la selva, a pesar que sabemos muy bien de su existencia. Todas las expediciones que han partido, hasta la fecha, no lo han podido lograr. Y quizá haya una explicación espiritual a ello.
Desde que en 1996 conocí en Pusharo a Alcir, el guardián intraterreno del Disco Solar, me he ocupado en profundizar el misterio de Paititi, la presunta ciudad perdida inca.
En el artículo ECIS de este mes, compartiré un extracto del relato de nuestro viaje de agosto de 2000. Siento que tiene relación con la verdadera naturaleza de los viajes a la selva y el mensaje de sus poderosos custodios. Y podría tener alguna conexión con la convocatoria del año 2012.
Espero que ese mensaje les llegue con la misma fuerza como me tocó a mí.
Ricardo González
EL mensaje de Cecea al otro lado del Mecanto
(Publicado originalmente en el libro “El Legado Cósmico”, de Ricardo González).
Así llegó la noche, y cerca de las 7:00 p.m. nos dispusimos a realizar una meditación para conectarnos con la Hermandad Blanca. Nimer se ofreció a dirigirla, pidiéndonos acostarnos sobre los plásticos, y de esta forma facilitar la relajación. Realmente lo que Nimer deseaba era llevar una práctica de viaje astral, lo cual hizo pero sin decir lo que se proponía.
De un momento a otro me vi abandonando el cuerpo en una proyección totalmente consciente. Era como si alguien me estuviese “jalando”, encontrándome flotando sobre mis compañeros y luego atravesando la jungla en dirección a las nacientes del Sinkibenia, el lugar donde se cree está Paititi. Luego, recuerdo que llegaba a una gran cascada que caía con fuerza desde gran altura. La atravesé y allí observé a una mujer joven y hermosísima, con un velo blanco y cabellos canos, brillante, y parecía mezclarse con el agua de la cascada. Era impactante observarla.
—¿Qué buscas Nordac? —me habló la mujer con una voz dulce y maternal, llamándome por mi nombre cósmico.
—Respuestas —contesté firme, sintiendo al mismo tiempo cómo su mirada me envolvía en una indescriptible sensación de paz.
—Las respuestas están en todas partes… —respondió despacio y sonriente.
—Bueno, me refiero a las respuestas que necesita el grupo —repuse.
—Entonces búscalas en el grupo…
—Sí… Lo que ocurre es que quisiéramos saber cuál es nuestro siguiente paso luego de llegar aquí —intervine reflexivo.
—El siguiente paso es retornar… Ya llegaron y han cumplido el objetivo…
—¿Cumplido el objetivo? —Inquirí, mientras la observaba confundido levitar sobre una gran roca.
—Cuando tomaron la decisión de abandonar todo lo que los ataba al mundo de afuera por acceder al nuestro y contribuir con ello al cumplimiento de la Misión, sellaron con creces vuestra parte.
—Pero, ¿no teníamos que llegar más allá de lo que se había hecho en los viajes anteriores?
—Amados, en verdad les decimos que nunca antes en la Misión alguien llegó tan lejos como ustedes… ¿Comprendes?
Cecea era quien me hablaba. Entonces comprendí que no podíamos evaluar un viaje como éste por las distancias físicas, como si se tratase de una carrera de aventura donde luego se confronta quién se internó más en la selva, o quién vivió mejores experiencias. En realidad se buscaba otra cosa…
—Lo que dijo Alcir era un acertijo, un juego de palabras para probarnos, ¿verdad? —consulté.
—No exactamente. Alcir les habló con verdad y ustedes despertaron. Ahora retornarán al mundo, pero sin pertenecer a él…
—¿Y que sucedió con la información que nos entregarían? —preguntaba en relación a los diferentes mensajes que afirmaban la recepción de un importante archivo que custodia la Hermandad Blanca del Paititi.
—La poseen. Hemos depositado siete esferas de energía que contiene información relativa al Plan Cósmico y el programa de contacto en cada uno de ustedes. En Pusharo comprobarán lo que han recibido y empezarán a entender. Deben saber que ahora vuelven con la luz en vuestros corazones y nuestro total apoyo en su misión. Ya pueden regresar…
Luego de escucharla quedé muy contento, pero con cierta preocupación del mensaje recibido, ya que haría añicos nuevamente el esquema mental del grupo.
—¿Deseas una corroboración? —intervino Cecea, interceptando mis pensamientos—. Vuelve, y al abrir los ojos verás la nave que materializaremos sobre ustedes, para que así estén seguros y no tengan dudas de lo que les decimos…
En unos instantes más me encontraba en mi cuerpo, sin poder olvidarme cada palabra de la Guardiana de la Puerta. Entonces abrí los ojos y ante mi rostro demudado, de la nada “apareció” una nave —un objeto circular intensamente encendido en luz blanca—, exactamente sobre el grupo, emitiendo sus poderosas luces como llamando nuestra atención. Sin esperar mucho avisé a los muchachos, a pesar que aún seguían en estado de meditación, siendo Carlos y Maribel quienes vieron igual de sorprendidos la contundente manifestación de los Guías. Luego de unos segundos más —todo fue muy rápido¾ el objeto “desapareció” de nuestra vista, como si hubiese sido “tragado”. Realmente espectacular.
Inmediatamente compartí la experiencia con el grupo, percatándonos, y aún más para mi asombro, que no fui el único que recibió el mensaje de Cecea. La “Dama de Dávalos” había transmitido el mismo mensaje a otros miembros del grupo.
Fue cuando compartíamos todo esto que se mostró un segundo objeto, que inicialmente se hallaba suspendido sobre nosotros, como un lucero entre las estrellas, para luego moverse a gran velocidad describiendo una línea sinuosa y errática, siendo Nimer y Camilo los primeros en advertirlo. La emoción del grupo era muy grande. Todos empezamos a comprender lo que habíamos hecho. A entenderlo todo… Habíamos enfrentado la “Gran Prueba” que mencionó Alcir: habíamos ingresado al verdadero Retiro Interior. Por ello, el Maestro intraterrestre nos diría en Pusharo que las respuestas las hallaríamos dentro y no afuera.
Luego de reflexionar en todo esto nos acostamos, con la claridad de que el viaje aún no terminaba. Intuíamos que en Pusharo, a nuestro regreso del Mecanto, algo grande ocurriría; además, la misma Cecea lo había anunciado.
Muro de Pusharo
Pasamos una tarde silenciosa en el campamento base de Pusharo. Nos encontrábamos a puertas de vivir lo que algunos denominábamos “la experiencia de cierre” de tan impresionante aventura. Dejándonos llevar por una intuición poderosa, nos dirigimos al muro de los petroglifos cerca de las 6:30 p.m., silentes, atentos, percibiendo en cada paso la proximidad de los Maestros.
Cuando ya nos encontrábamos cerca de la roca, “algo” se cruzó frente a nosotros, alarmando de inmediato a quienes íbamos delante. Fue tan rápido que no pudimos percatarnos de los detalles, pero la impresión que algunos de nosotros tuvimos, era como la apariencia de un pequeño ser con manto blanco. Extraño.
Una vez que reanudamos la caminata a los petroglifos, recordaba que el mismo Casiano (nativo del lugar) afirmó haber visto “niños de blanco” acercarse al campamento. Además, ese mismo día, cuando nosotros nos hallábamos en el muro meditando —por la mañana al retornar de nuestra incursión al otro lado del Mecanto—, nuestro guía machiguenga observó dos luces salir del cañón y aproximarse a las tiendas, como buscando algo, para luego marcharse a gran velocidad en dirección a Aguaroa. “Las luces eran como sus linternas” —decía el nativo al describir su experiencia—. |
Casiano es un hombre sensible, bondadoso y amable. Realmente parece un niño, y quizá por ello fue testigo de todas estas manifestaciones, como si fuese un mensaje para el grupo. Pensaba en ello cuando llegamos a los petroglifos. Y realmente la presencia que se sentía allí era impactante.
Luego de una meditación al pie de la roca sagrada, cada uno se fue acercando al muro, muchos arrodillándonos y pegando nuestra frente y manos en él, para dejarnos fluir y penetrarlo psíquicamente. Sentíamos que los Maestros nos hablarían, que estarían allí. Y no nos equivocamos.
Rápidamente nos vimos atravesando una intrincada red de túneles que nos llevaban a ciudades espléndidas en el mundo subterráneo, todas comunicadas entre sí. Seres sabios con apariencia de ancianos en túnicas blancas y doradas nos hablaban de su más preciado tesoro: El conocimiento.
Entre las informaciones que recibimos en ese inolvidable viaje de agosto del 2000, se nos dijo que Cecea, la Guardiana de la Puerta, tenía sus orígenes en Sirio. Y en relación a las esferas de energía que ella depositó en nosotros, se nos dijo que se trataban de emanaciones de información del Disco Solar del Paititi. Pero no sólo eran archivos de información, sino una especie de “llave” o “contraseña”, que al exponerse ante la energía de ciertos lugares sagrados de la Hermandad Blanca, se “activa”, permitiendo acceder a los más profundos secretos y verdades protegidas desde hace mucho.
Se nos habló, además, que a partir de marzo del 2001 terminaríamos de asimilar, recordar y comprender todo lo recibido, y que el lugar clave para ello sería el Monte Sinaí en Egipto, por cuanto en él se encuentra oculto un antiguo objeto sagrado que jugaría un papel gravitante para el futuro de la humanidad (Nota: el viaje a Egipto se hizo y ciertamente fue importante para seguir hilando todas estas revelaciones).
La Gran Triangulación de agosto de 2000, que había logrado tres expediciones simultáneas a Paititi, la Cueva de los Tayos y la Sierra del Roncador ¾por primera vez en toda la historia de la Misión¾ generaría importantes cambios en nuestro proceso como grupo de contacto. No era descabellado el pensarlo, teniendo en cuenta que diferentes mensajes de los Guías siempre aludieron a estos tres lugares y su marcada importancia para Sudamérica y el mundo. Algo sucedería al haber penetrado, simultáneamente, en sus territorios sagrados (Nota: una de las consecuencias de estos viajes y el paso que dimos en ellos fue la posterior visita a una base orbital extraterrestre en febrero de 2001).
Sentimos como si hubiésemos abierto una puerta a nuevas experiencias e informaciones claves en nuestro proceso de contacto. Si no estábamos equivocados, debíamos estar preparados para ir rompiendo todos aquellos esquemas mentales que teníamos sobre la Misión, ya que iríamos despertando nuevos conocimientos que delinearían con mayor precisión el camino que ya veníamos transitando. Sentíamos que se produciría una definición y auto selección colectiva.
Al concluir nuestra experiencia de proyección en Pusharo, estas sensaciones, imágenes, e incluso las propias palabras de los Maestros, resonaban intensamente en nuestras mentes. Y, para coronar la situación, a mitad de nuestras primeras percepciones sobre lo que habíamos vivido en el muro, los matorrales empezaron a moverse… Unos firmes pasos quebraban el silencio. Entonces observamos personas con togas blancas abrirse paso entre la jungla, como rodeando al grupo, observándolo todo. Parecían estar hechos de luz. Caminaban despacio a nuestro alrededor mientras sus cuerpos nos irradiaban de una energía especial.
Pero uno de estos personajes no se movía. Vestido también de blanco, aquel hombre se encontraba de pie donde el muro se inicia, y definitivamente, se le podía notar con claridad, a pesar de hallarse ubicado tras unas lianas. Cuando me acerqué hacia él, dejándome llevar sólo por un impulso, noté que a diferencia de las contundentes proyecciones holográficas que rodeaban al grupo, este personaje se hallaba allí ¡físicamente! Era Alcir.
Entonces llamé a Maribel, que estaba a mi lado y que ya había detectado la presencia. Luego Carlos se integró y los tres nos aproximamos, viendo cómo el Maestro, que irradiaba una poderosa energía ¾al punto que hacía estremecer nuestros cuerpos¾ se alejaba a paso lento, como despidiéndose, ascendiendo la escarpada que conduce a una trocha que lleva hasta la misma cima del muro ¾unos 30 metros de altura¾, sacudiendo los matorrales para abrirse paso. Al parecer, sólo quería que le viéramos. Que estaba cerca, observando. No fue poco…
Decidimos entonces reunirnos los siete y no dispersarnos como suele suceder en experiencias como esta. Nimer también se nos acercó, visiblemente emocionado, pero no por las presencias, sino por una luciérnaga que se posó en su mano ¾y que nos mostró¾ luego de vivir un extraordinario encuentro con Cecea en el muro. Era gratificante comprobar que toda esta experiencia ¾a nuestro juicio la más importante del viaje¾ la vivía todo el grupo como una verdadera unidad.
Tan rápido como aparecieron aquellos hombres de blanco, se marcharon. Su proximidad, inexplicablemente, había producido un cambio en todo el lugar. Y también en nosotros. No sabría definirlo.
Al salir del muro, escudriñé el cielo abierto que se nos mostraba aquella noche. A voz en cuello le pedí a los Guías ¾los sentía cerca¾ que se mostrasen al grupo como una señal que respaldara el cumplimiento final de los objetivos del viaje y todo cuanto se nos dijo en el muro. Inmediatamente una nave encendió y apagó sus luces, como pequeños fogonazos, en una manifestación concreta y palpable.
¡Yo no lo vi! ¡Que se muestren otra vez! ¾Decían algunos a coro.
Honestamente no imaginé que lo volverían hacer, pero ni bien solicitamos una nueva señal, la nave se mostró en acto seguido, con sus intensas luces, y entonces todos la vieron. Si bien es cierto en estos años de Misión hemos aprendido que un avistamiento sólo confirma que hubo contacto, y que no respalda necesariamente el contenido de los mensajes ¾y esto hay que tenerlo siempre en cuenta¾, aquí la situación era muy distinta, por cuanto interactuábamos directamente con los Guías. La conexión era clarísima.
Contentos y visiblemente entusiasmados regresamos al campamento.
Al día siguiente regresaríamos al mundo que dejamos y en el cual aún teníamos mucho por hacer. Se nos había entregado un mensaje poderoso…
Arriba, grupo expedicionario en agosto de 2000: Nimer Obregón, Ricardo González, Raymundo Collazo, Maribel García, Carlos Berga, Camilo Valdivieso y Hans Baumann.
Reflexión:
Paititi no es sólo una supuesta ciudad perdida inca perdida en la selvas del Manú. Se trata de un santuario de la misteriosa Hermandad Blanca. Diversos grupos espirituales y de contacto han acudido a este lugar recóndito del Perú desde los años 50, procurando llegar a sus puertas. Pero nadie lo ha conseguido. Y ello no sucederá porque aún no es el momento. Primero debemos ingresar en nuestro propio “Retiro Interior personal”.
Sé que puede sonar ridículo viajar a un lugar tan alejado y peligroso para vivir experiencias espirituales y simbólicas que perfectamente podrían darse en cualquier otro punto menos comprometido. Si embargo, lidiar con esos ríos, piedras, lluvias torrenciales y largas caminatas, vuelve humilde al caminante y le hace ver cosas que en otros contextos no comprendería. Eso hace Paititi. Pero el viaje de agosto de 2000 no fue sólo “simbólico”. Hubo un encuentro físico con Alcir que advertía, a manera de acertijo, lo que implica “ingresar a la Hermandad Blanca”. La experiencia con Cecea en el astral también fue extraordinaria. Y la aparición de las naves, siempre ocurrió en los momentos exactos y de forma contundente. Todo este despliegue para recordarnos hacia adónde debíamos orientar nuestros esfuerzos.
Hoy, a más de 10 años de ese viaje, siento que cuando terminemos de comprender lo que dijo Cecea, dejaremos de ir a Paititi.
Ricardo González
VISTO EN: http://www.legadocosmico.com/dama.html