Lo que tu hijo te diría si te viera cuando lloras porque no puedes más
Tener un hijo, ser madre, ser padre, es una de las cosas más bonitas que te puede dar la vida. Crear otra vida, verla nacer y ver cómo depende de ti, de tu cariño, de tu calor, de tu amor, para crecer y desarrollarse como personita mientras te regala sonrisas y grandes momentos.
A la vez, tener un hijo, ser madre, ser padre, es una de las cosas más duras que te pueden pasar en la vida, porque la dependencia es absoluta, porque su necesidad de sobrevivir puede llegar por momentos a anularte como persona y hay días en que una se pregunta, a veces entre lágrimas, «¿dónde demonios está mi vida?».
Buscas un rincón, o quizás ni eso, porque te gustaría tener un sitio alejado de todo y de todos donde sentarte, chiquitita, a lamerte las heridas, y no lo encuentras. No, porque cuando crees que lo has visto, aparece de nuevo tu bebé y vuelve a llorar, a pedirte tu atención, un poquito más de tu energía, y ahí, con tu bebé en brazos, explotas con un «te quiero mucho, pero no puedo más». Un «maaás» que se alarga acompañado de un llanto sonoro, ese que controla tu respiración.
¿Y qué diría tu hijo si pudiera contestar? Con el sentido de humor que les caracteriza, con los ojos bien abiertos y una sonrisilla pícara: «Mamá, te aviso de que esto es un spoiler… tranquila, al final todo acaba bien».
¿Tan duro es esto de ser madre?
Y de ser padre también, pero me centro en las madres porque en la mayoría de las ocasiones sois vosotras las que os hacéis cargo del bebé y en consecuencia es a vosotras a las que busca el bebé cuando llora.
Llegamos del trabajo, «cógelo un rato, por favor, llevo todo el día con él». Y allí vamos nosotros, dispuestos a pasar un rato fantástico con nuestros hijos que, en el mejor de los casos puede ser de una hora o algo más (si se queda dormido en nuestros brazos) y en el peor de los casos, el momento llega a unos 3 o 5 minutos. Que no está cómodo, que no le coges bien, que «tú no eres mamá, que me devuelvan a mi madre», que quiere pecho. Y claro, dices: «Cariño, llora». Y ella acaba de meter un pie en la ducha y se encuentra en la encrucijada de salir desnuda del lavabo en clara muestra de que su vida es solo un agregado de la vida de su bebé o decirse «como mínimo necesito un momento en el que lo único que oiga sea el agua caer».
Y mamá se mira al espejo, ve que su pelo ha perdido brillo, que aunque podría decir que es feliz su cara denota todo lo contrario y que no solo tiene unas temerosas ojeras, sino que da la sensación de que en pocas semanas ha envejecido años.
¿Pero por qué nadie me dijo que esto era así? ¿Por qué nadie me dijo que mi vida iba a destinarse a cuidar de este ser tan diminuto que no entiende que no puedo más? Y el pecho empieza a doler, desde dentro. Bien, eso es si logras identificar de dónde viene el malestar, porque ya no sabes muy bien si viene del pecho, de la cabeza, del sueño infinito o es todo el cuerpo el que se queja. Pero sí, parece que el pecho lo manifiesta, te pide suspirar, una y otra vez, como si eso fuera a eliminar la ansiedad de saber que cuando le dejes un rato en la cuna, o en brazos de otra persona, te buscará al instante, que cuando acabe de mamar te pedirá el otro pecho, que cuando intentes hablar con alguien por teléfono tendrás que colgar porque serás incapaz de oír la conversación, que irás al lavabo y allí estará él, ya capaz de gatear, dando golpes a la puerta porque piensa que mamá ha decidido poner una barrera infranqueable a sus vidas.
¡Si solo es un momento! Por Dios, ¡solo quería cagar tranquila! Y empiezas a sentirte sola, muy sola. Y llegan las generalizaciones: «nadie me ayuda», «mi marido no me apoya», «todo lo tengo que hacer yo», y las discusiones porque «tú haces poco y deberías hacer más», porque «yo trabajo y llego cansado», porque «ayer te dije que hicieras esto y no lo hiciste», porque «no, no me lo dijiste, lo habrás soñado»… Y las noches, esas noches que parecen interminables, esas en las que cada anochecer pones esperanzas, a ver si por fin logras recuperar un poco de fuerzas y que acaban siempre por dejarte peor: «¿Por qué? ¿Es el karma? ¿He perdido alguna apuesta? ¿Tanto daño le hice a alguien en otra vida?».
Lágrimas, ganas de recuperar tu vida, dudas, incertidumbre y esa extraña sensación de amar con locura a esa personita que te está haciendo la vida imposible, sin quererlo.
«Tranquila mamá, al final todo acaba bien»
Si pudieran, si supieran cómo explicártelo cuando tu cuerpo dice basta y ellos te piden que agotes las reservas, que seguro que aún queda un poco de energía en tu cuerpo, te dirían que todo pasa, que llega un día en el que no piden tanto pecho, que llega un día en el que comen, en el que duermen toda la noche, que llega un día en el que ese niño que no se te despega de las piernas, que quiere que le cojas en brazos continuamente, que no se separa ni cuando hay otros niños, empieza a separarse de ti, a disfrutar de tu compañía de otra manera y, aunque no te lo creas, estando con otra gente.
Una nueva versión de tu bebé que nunca imaginabas que llegaría. Bueno, lo pensabas, porque todas las personas que estamos ahora mismo en este mundo hemos sido bebés y hemos nacido de una madre, y si ser madre fuera tan terrible siempre, dejaríamos de tener hijos, y todo el mundo hablaría de ello.
Pero nadie habla, como mucho te dicen que sí, que se duerme mal, que es durillo, pero como te lo dicen con una sonrisilla acabas por pensar que lo que te ha pasado a ti es lo que no le ha pasado a nadie, que tu bebé no está bien, que algo falla en él. O que eres tú, tú eres la que no aguanta. Que todas las demás personas fueron capaces de criar a sus bebés sin quejarse y tú eres diferente, más floja, que aguantas menos, que no llegas al nivel de las demás. Que no eres buena madre.
Pero no es así. Todas, en mayor o menor medida lo sufren, porque la sociedad de ahora exige muchas más cosas que antaño, y ahora no solo tienes que ser madre, sino que además tiene que parecer que no has tenido un hijo, y tienes que salir, y seguir alimentando el amor por tu pareja, y viendo a tus amistades, y trabajando, porque oye, eso de ser madre no es algo que dé valor social. Madres son todas, así que no está valorado por nadie. Solo la que lo está viviendo, solo la que lo tiene reciente, o la que lo recuerda porque luchó contra ese estigma es capaz de dar valor a todo lo que puede llegar a hacer una madre. Solo ellas, sus parejas, el día que se quedan con el bebé y ven que no hay manera de llegar a todo, y los hijos, que a veces, el día que van al cole y tienen que escribir sobre la profesión de sus padres deciden hablar de la más importante del mundo, la de su madre: «Ser mamá, que es muy importante porque cuida de los niños» (dijo mi hijo Aran al explicarlo al resto de la clase).
Así que tranquila, aunque tu hijo querría darle emoción al asunto y no contarte el final, si te viera en tu peor momento, te diría que no va a ser siempre así porque gracias a toda la dedicación, gracias al tiempo, a la energía gastada y a la paciencia, llega el día en el que aprende a ser menos dependiente y al final, todo acaba bien.
AUTOR: Armando Bastida
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