El plano Astral, un primer paso al «más allá»
Seguramente a todos nos gustaría saber con todo lujo de detalles lo que nos aguarda en el más allá, pero ocurre que nuestro cuerpo físico es demasiado denso para asomar la cabeza a esta otra esfera de la realidad y ver lo que allí sucede. Sin embargo, en lo más profundo de nuestro ser todos poseemos una sabiduría interior que es capaz de reconocer todo cuanto hay de verdadero en las afirmaciones, teorías, hipótesis y relatos que nos llegan sobre este otro ámbito de la realidad del cual carecemos de pruebas tangibles y definitivas.
Adentrarse en este territorio supone por tanto tener que dejar a un lado los métodos convencionales con los que solemos estudiar y analizar los fenómenos del mundo tridimensional, y permitir que sea nuestra mente superior, holística e intuitiva la que nos guíe a través de esta realidad no física que es el plano astral.
En una primera aproximación podríamos decir que el plano astral es el espacio dimensional en el que residen nuestras emociones, nuestros deseos, nuestras creencias, nuestra imaginación y nuestros sueños. No obstante, esta asociación con el mundo onírico a menudo nos lleva pensar que la vida en el más allá tal vez podría ser algo parecida a un sueño; es decir, confusa, caótica y habitualmente carente de sentido. Pero no es esto lo que nos transmiten los miles de testimonios de ECM’s, viajes astrales, terapias regresivas y demás.
A pesar de que en el astral seguimos estando bajo los efectos de un cierto grado de ilusión parecido al de la vida terrena, quienes han pasado por este tipo de experiencias afirman con rotundidad que en este otro espacio dimensional de la existencia se goza de una mayor percepción visual, auditiva, gustativa, olfativa, táctil e incluso de nuevas capacidades sensoriales hasta entonces desconocidas. Es decir, que todo lo que allí se percibe es vivido de un modo mucho más intenso y real de lo que somos capaces de captar en el plano físico, y que en todo caso un sueño era lo que habíamos estado viviendo hasta entonces.
¿Cómo es la vida en el mundo astral?
Se cuentan por millares los relatos que detallan con precisión lo que se percibe a las puertas de esta otra dimensión a la que nos trasladamos una vez dejamos atrás el cuerpo físico, sin embargo, pocos son quienes trascienden esta especie de antesala del más allá y nos describen cómo es la vida allí. Encontramos en este sentido valiosas narraciones de la mano de médiums, videntes y canalizadores de muy variada procedencia cultural, religiosa y contexto histórico que al compararlas, nos muestran una realidad mucho más liviana y expansiva que la restrictiva realidad física que en ocasiones tanto nos oprime, pero que a su vez resulta ser tremendamente similar.
Buen ejemplo de ello es el legado que nos dejó Emmanuel Swedenborg. Este científico, teólogo, filósofo y uno de los más notables clarividentes de la época de la Ilustración (s.XVIII) no tenía ninguna duda al respecto. Al parecer Swedenborg era capaz de transportarse a otros planos de existencia y observar con suma claridad cómo transcurría la vida en ellos. Afirmaba que las personas después de morir seguían disfrutando de las mismas sensaciones internas y externas que tenían en el mundo físico y que al igual que entonces, todos seguimos viendo, oyendo, oliendo, hablando, saboreando e incluso sintiendo una especie de presión sobre el cuerpo muy similar al tacto. También decía que por supuesto todos mantenemos plenas facultades para pensar, reflexionar, imaginar, anhelar e incluso conmovernos por el amor y el afecto tal y como hacíamos en nuestra vida terrena, aunque con la particularidad de que al disponer de unas percepciones sensoriales mucho más agudas y refinadas, todo allí se vuelve más vivo, nítido, radiante e intenso.
Estas afirmaciones fueron corroboradas y ampliadas un siglo más tarde por la doctrina espiritista, la cual añade detalles tan inauditos como es tener la sensación de estar respirando mediante pulmones o de sentir el latir del corazón bajo el pecho.
Y es que si todo lo que acontece en nuestras vidas sabemos que se va fraguando en planos superiores de existencia, allí donde nacen los ideales, los sentimientos, los pensamientos, las emociones, los deseos…, y que es en el plano físico donde todo cristaliza, adquiere forma y se materializa, parece razonable deducir que no puede haber demasiada diferencia entre la vida tal y como la conocemos en la Tierra y la realidad que nos aguarda en el «Cielo»; es decir, en el más allá.
Tanto es así es que el plano astral podría ser considerado como una extensión del mundo físico donde la vida sigue, y por lo visto lo hace de un modo muy parecido, sólo que sin muchas de las limitaciones que tanto cuartean y restringen nuestra libertad en el plano físico.
En la vida terrena todo ser vivo dispone de un cuerpo biológico cuya naturaleza esencial le impone una serie de condicionamientos de obligado cumplimiento ya que de lo contrario su supervivencia correría grave peligro. Estos condicionantes son principalmente la necesidad de alimentarse para nutrir su cuerpo físico y encontrar refugio para poder resguardarse de las inclemencias del tiempo. En el caso del ser humano esto se traduce en la necesidad de disponer de un hogar en el que vivir y de unos recursos que le permitan abastecerse de alimentos y otras necesidades básicas. Así es como el trabajo se convierte para la inmensa mayoría de las personas en una necesidad de primer orden y por supuesto, toda actividad laboral conlleva el necesario cumplimiento de una serie de normas, obligaciones, responsabilidades y unos horarios de trabajo que a menudo hacen que nuestro tiempo libre quede reducido a su mínima expresión. Y ésta es una limitación que solemos además ir incrementando en la medida en que nos vamos autoimponiendo nuevas necesidades de dudosa necesidad. Esto significa que en el mundo físico tenemos por lo general un escaso margen para hacer con nuestro tiempo y con nuestra vida todo aquello que verdaderamente desearíamos hacer.
Bien pues todas estas limitaciones inherentes al plano físico se desvanecen de inmediato una vez irrumpimos en el plano astral. En el astral disponemos de un cuerpo etéreo que no requiere de tantos cuidados ni atenciones y el cual está además exento de enfermedades, disfunciones e impedimentos físicos de cualquier tipo. Al desaparecer las necesidades de soporte vital, la vida adquiere allí un grado de libertad sin precedentes que nos libera de un peso hasta ese momento inimaginable. No sólo dispondremos de tiempo para hacer todo aquello que tanto deseábamos hacer en el mundo físico, sino que se abrirá ante nuestros ojos un infinito abanico de posibilidades.
En el astral también hay pueblos, ciudades, ríos, bosques, montañas, valles, playas, océanos…, incluso réplicas exactas del entorno físico en el que vivíamos donde poder seguir haciendo todo aquello que tanto placer y deleite nos proporcionaba entonces. Quien disfrutaba de la música, la pintura, el deporte, los paseos, la gastronomía o cualquier otra afición o interés; eso mismo podrá seguir haciendo en un plano que se compone de una materia más sutil que la física pero tan real como pueda serlo ésta, la materia astral.
Otra de las características que nos permiten comprender cómo es la vida en este plano, es que al no existir ninguna necesidad económica ni material, desaparecen las segregaciones originadas por motivo de estatus social o económico y cobran valor en cambio las distinciones relacionadas con el sentido de la responsabilidad, la solidaridad y la moralidad. La belleza en el mundo astral reside por tanto mucho más en la elevación espiritual que en el semblante externo.
Para la mayoría de seres que acceden a la esfera astral la sensación podría ser algo parecida a la de cuando nos disponemos a disfrutar de unas largas vacaciones en las que al fin podremos hacer todo cuanto nos venga en gana. Salvando las distancias y lógicamente en clave de humor, esta descripción del más allá me recuerda un poco a lo que vendría a ser una larga estancia en uno de estos complejos hoteleros en los que suele contratarse el “todo incluido”, pero en los que también es habitual acabar con un tremendo empacho.
Este simpático paralelismo nos recuerda aquello que en el fondo ya sabemos. Y es que una vez hayamos dado rienda suelta a todos nuestros apetitos sin límite ni restricción y hayamos saciado todos nuestros deseos y apetencias, llegará un momento en el que inevitablemente acabaremos por aborrecer todo aquello que en su día tanta ansia nos produjo poseer. Llegados a este punto sólo habrá una cosa que podamos hacer, dirigir la mirada hacia el interior y partir en busca de algo nuevo y diferente; algo que tenga más que ver con el ser que con el hacer o el tener.
Pero el hecho de que en el plano astral no exista enfermedad, dolor físico, miseria o hambre, no significa en absoluto que uno tenga aquí garantizada la felicidad. Sabemos que la felicidad no es un estado que proviene del exterior sino que se halla y emerge de nuestro interior. Luego es lógico concluir que también son muchos quienes continúan en el plano astral lamentándose por las mismas cosas de antes (en su vida terrena); es decir, por todo aquello que no logran obtener debido a que no sólo depende de ellos mismos sino que involucra a otras personas; como un anhelo de reconocimiento que no llega a producirse, un amor no correspondido…, así como por efecto de la envidia, los celos, la lujuria, las adicciones, la soberbia, la vanidad y todas aquellas mismas malevolencias que se dan en el mundo físico.
El principio de atracción opera por igual en todos los planos de existencia, pero es en el plano astral donde adquiere una mayor notoriedad debido a la inmediatez de sus efectos. Esta poderosa ley universal nos conduce hacia un u otro territorio astral en función de lo que emitimos y de lo que atraemos por pura resonancia energética. Quien sienta por ejemplo una fuerte atracción por la riqueza, el lujo y la ostentación, se dirigirá como por inercia a una determinada franja astral en la que podrá ver colmados sus deseos y donde se verá rodeado de otros seres que comparten sus mismos intereses. Quien guste en cambio de llevar una vida sencilla y humilde disfrutando del silencio y el contacto con la naturaleza más que cualquier otra cosa, ese mismo escenario es el que hallará en el mundo astral. Cada cual se dirigirá allí donde encuentre su mayor grado de consonancia.
Esto significa que en la inmensidad de la esfera astral encontramos tantas franjas vibratorias como estados emocionales, deseos y creencias pueda llegar a albergar un ser humano. Desde las capas más densas del bajo astral donde moran los seres que siguen apegados a un mundo material al que ya no pertenecen, los sumidos en la confusión y aquellos que sufren a causa de sus propios sentimientos de culpa y arrepentimiento; hasta las más altas cotas de un alto astral en el que resuenan las más bellas vibraciones de amor, alegría y júbilo, pasando eso sí por un vasto medio astral en el que todas y cada una de las creencias que puedan traerse consigo del plano terrestre encuentran aquí su debida representación como realidad tangible.
De este modo cuando fallece una persona que profesa una u otra religión, ésta se dirigirá sin tan siquiera proponérselo al lugar al que se supone van todos los creyentes de ese mismo credo. Para los cristianos será el Cielo, para los musulmanes el Paraíso y para los budistas e hinduistas el Nirvana. Todos estos lugares son sin duda para sus habitantes entornos de un agradable bienestar ya que además de ver cumplidas sus propias expectativas espirituales, estarán en compañía de quienes comparten su misma ideología y forma de vida.
Por este motivo cuando alguien se encuentra felizmente alojado en alguna de estas comunidades astrales y persista en él la creencia de que ese es el final del camino; no es de extrañar que lo que más desee es permanecer en ese lugar de consonancia a pesar de que en realidad ninguno de ellos haya alcanzado el verdadero Cielo, Paraíso o Nirvana. Esta es la nueva ilusión a la que se ve sometido el ser humano que habita en el plano astral. Una ilusión que en esta ocasión no obedece al equívoco de pensar que la realidad física es la única realidad posible, sino a un legítimo deseo de salvación heredado de su antiguo temor terrenal.
Tengamos presente que el astral es efectivamente un mundo más sutil y liviano que el físico, pero que en realidad no deja de ser un nuevo entorno de experimentación en el que seguimos aprendiendo y evolucionando de manera similar a como lo veníamos haciendo en la Tierra.
Esto significa que tras este “primer paso» al más allá en el plano astral, al que podemos calificar perfectamente de mundo intermedio o puente entre el mundo terrenal y el verdadero mundo espiritual; también aquí llegará tarde o temprano el momento de elegir entre si permanecer en esta esfera de la realidad hasta agotar nuestra experiencia álmica, o bien afrontar una “segunda muerte” y continuar con nuestro camino ascendente a través de planos más elevados de existencia.
AUTOR: Ricard Barrufet Santolària, redactor en la gran familia de hermandadblanca.org
del libro: “Planos de Existencia, Dimensiones de Conciencia”
www.afrontarlamuerte.org – comprendiendoalser@gmail.com
lo siento te amo perdon gracias por todo lo creado en ti confio borro memorias suelto limpio gracias gracias gracias luz sanacion….