Sanar y ser sanados en el tiempo actual
Mucho se habla, y con buen motivo, de la necesidad que todos tenemos de sanar y ser sanados. Sanar, o la idea de sanar, nos evoca a todos las nociones de paz, bienestar, armonía con la naturaleza, comprensión de Dios o de nuestro ser esencial (como prefiramos llamarlo), buen relacionamiento con los otros seres humanos, y más cosas.
Tan alto valor, el de llegar a estar sanos (o lo más sanos que podamos), ha traído como consecuencia que venerables personas, de toda cultura y toda época, se han dedicado con todo su empeño y su capacidad a la bella tarea de aprender a curar, sanar y mejorar la calidad de vida de sus semejantes. Es así que ya desde muy antiguo, desde épocas prácticamente prehistóricas, escuchamos hablar de sanadores y curación. Este concepto luego se ha extendido al de terapeutas, médicos, y otros similares.
Pero… ¿qué es sanar y ser sanados?, y si es algo tan bueno, ¿cómo se logra?
Primero, antes de abordar esas valiosas preguntas, contestemos otra: ¿quiénes precisan sanar?
Para nuestra época, y en muchos países, se ha establecido por costumbre el decir que quienes precisan sanar son las personas enfermas.
Esto, si bien es relativamente cierto, no es a lo que apunta el significado de esa palabra. Puesto que sanar, significa curar o recuperar la salud.
La salud, (del latín salus, -utis) «es un estado de bienestar o de equilibrio que puede ser visto a nivel subjetivo (un ser humano asume como aceptable el estado general en el que se encuentra) o a nivel objetivo (se constata la ausencia de enfermedades o de factores dañinos en el sujeto en cuestión)».
Es decir, si bien objetivamente la palabra enfermedad refiere a lo contrario a salud, ésta, la salud, refiere también, además, a un estado visto a nivel subjetivo. Significa, que virtudes tales como la felicidad, la alegría, el entusiasmo, la serenidad y muchas otras, son también componentes lo que llamamos salud humana.
Esto último es cierto hasta tal punto, que a veces se comenta, que es necesario tener esas virtudes del estado de ánimo como las recién nombradas, para que la persona no caiga en enfermedades físicas. Porque efectivamente, se ha constatado que las enfermedades físicas se producen mucho más en personas de estados de ánimo negativos, que en aquellas que manifiestan alegría o entusiasmo.
Y, vaya sorpresa! Tomar en cuenta nuestro estado de ánimo a la hora de considerar nuestra salud, es de una importancia que a veces no se sospecha.
De algún modo, todos intuimos la importancia de nuestros estados de ánimo, en relación a la salud. Pero también sucede a veces, que debido a que vivimos en una época y una sociedad que no está lo suficientemente atenta al fomento de la felicidad, se termina creyendo que «salud» es únicamente contrarrestar una enfermedad.
Tenemos estupendas frases de médicos antiguos, que nos recuerdan el verdadero valor de lo saludable. Miremos por ejemplo dos del precursor de la medicina moderna, Hipócrates de Cos (Grecia):
«Las fuerzas naturales que se encuentran dentro de nosotros son las que verdaderamente curan las enfermedades».
El materialismo nos ha llevado a creer que el modo de curar una enfermedad tiene que ver con ir a una farmacia a comprar un medicamento, o consultar a un médico para que nos recete un producto farmacéutico.
Mas, por una parte, si bien esos buenos productos existen, es porque primero hubieron quienes indagaron en la constitución del ser humano, para poder descubrirlos.
Y por otra parte, esos productos suelen curar síntomas y no causas, ya que las causas son con frecuencia psicológicas. Cuando son superadas, se llega a que no se necesita adquirir ningún medicamento.
Otra frase de Hipócrates:
«Si alguien desea una buena salud, primero debe preguntarse si está listo para eliminar las razones de su enfermedad. Sólo entonces es posible ayudarlo.»
Lo ya dicho, nuestras enfermedades se enraizan en «huecos» dejados en nuestra psique, que son su causa, su motivo. Mediante el razonamiento y la reflexión, es posible identificar esos huecos y trabajarlos haciéndolos aflorar a la conciencia. Luego, la enfermedad ya no puede llenarlos.
Mas todas estas cosas, dichas tan así, pueden parecer un tanto digamos… demasiado teóricas. Sanar se trata precisamente de esto, de avanzar en la comprensión de grandes enseñanzas como las de Hipócrates. Pero convendrá “aterrizarlas” primero un poco, bajarlas a un modo más práctico, para que mediante ejemplos naturales se pueda entenderlas mejor. Iremos hacia eso a continuación.
¿Qué es enfermedad?
Cuando un ser humano lleva su vida, cuando a diario acomete sus rutinas y sus situaciones cotidianas, va desenvolviendo toda una serie de experiencias.
En esa serie de experiencias, va encontrando distintos elementos que van a nutrir su mente y sus emociones.
Por lo general, desde que nos levantamos (generalmente cerca del amanecer), sentimos como que las horas del día, es decir el movimiento del sol en el cielo que marca el pasaje del tiempo, determinará nuestra conducta de algún modo. Seguramente prefiramos comer algo antes del mediodía, y eso probablemente sea el desayuno. Más tarde el almuerzo. Pero en el intervalo entre esas dos cosas, habrá otras necesidades y no solamente fisiológicas.
Durante ese lapso del día, la mañana, es cuando más energías físicas tenemos, y entonces preferimos usar ese intervalo para hacer aquellas cosas que más esfuerzo físico demanden.
Por esa causa, la mayor parte de las personas utilizan la mañana para trabajar. La tarde también suele usársela para ello. Pero como no conviene llegar a la noche sin haber tenido algún descanso, en algunos países acostumbra a dormirse la llamada siesta, como entre las 14 y las 15 horas. En general, durante las horas de la tarde también hay una fuerza física que permite trabajar, pero ya no es tan intensa como la de la mañana.
Voluntariamente podemos alterar parte de este proceso, y hacer cosas bastante distintas tales como trabajar durante la noche, o dormir horas durante el día. Pero nuestro “reloj biológico”, es decir, el modo en que nuestro cuerpo físico está programado para trabajar, es de acuerdo a los ciclos de los astros sol y luna. Si forzamos nuestro cuerpo a no seguir las pautas naturales que los astros le han programado, podemos correr riesgo de resentir nuestra salud. Esa es una posible causa de enfermedad.
Dijo otro famoso médico antiguo, el genial Paracelso, de la época medieval:
«La naturaleza es el gran médico, y el hombre posee a ésta en si mismo».
Ella, la naturaleza, continuamente llena de vida todo los rincones, en el afán de hacer que todo lo que existe sobre nuestro mundo, toda la biosfera de nuestro planeta, esté siempre en equilibrio dinámico. Por ello, cuando nosotros voluntariamente o involuntariamente rompemos ese equilibrio creando un hueco donde antes había vida, la naturaleza tiende a recomponer ese sitio con lo que encuentra a mano, llenándolo nuevamente de vida.
Una enfermedad, es la aparición de un sistema inapropiado de vida o existencia en nosotros, que viene a llenar un vacío que nosotros mismos hemos provocado. Por ejemplo, cuando se nos hace una herida en la piel, en ésta aparecen bacterias que pueden crear una infección. Estas bacterias son en sí mismas una forma de vida, y la infección es debida a la proliferación de esas bacterias. Nuestro error que trajo la generación de la herida, puede ser entendido como un hueco provocado, que creó un vacío en nuestro cuerpo. Ciertas células que allí funcionaban, murieron sin dar tiempo todavía a ser reemplazadas por nuevas células.
El vacío no puede existir en la naturaleza, de modo que ella “rellena” ese vacío con otra forma de vida. Nada queda vacío en la vida, ni siquiera el espacio entre los objetos, ya que éste está relleno de aire, que como sabemos, se compone gases como el nitrógeno y el oxígeno.
Si forzamos nuestro cuerpo a trabajar en la noche, y dormimos durante el día, la parte nuestra que tenía previsto hacerlo del modo exactamente contrario, se verá resentida. Si las energías previstas para hacernos dormir durante la noche y trabajar durante el día son contradichas, se creará una suerte de vacío energético que la naturaleza deberá rellenar de algún modo.
La medicina moderna, nos dice que la vida tiene que ver con células programadas por la naturaleza, e incluso con genes. Eso es un conocimiento certero, que deberemos aprovechar. Pero las enseñanzas milenarias esotéricas, tienen más información para darnos al respecto de todo ello, y conviene tener la sensatez de añadir los conocimientos milenarios a los mejores conocimientos modernos, para tener un mejor aprovechamiento hacia la oportunidad de sanar.
Por eso, viene a cuento otra frase más del maestro Hipócrates:
“Hay una circulación común, una respiración común. Todas las cosas están relacionadas”.
¿De qué nos habla Hipócrates? ¿Cómo puede haber “una respiración común” cuando los conocimientos modernos señalan que tan sólo existen las respiraciones corporales?
Por suerte, ciencias como la ecología ya han revelado que en la biosfera de nuestro mundo, también hay una vida que es la del ecosistema. Nosotros respiramos, pero también respiran los bosques, las selvas, los océanos, y la tierra misma.
Recurriendo a las enseñanzas milenarias, podemos volver a conocer la vida que es mayor a nosotros, la vida del conjunto de los seres vivos, que son en sí mismas formas de vida de mayor amplitud. Es vida un ave, pero también es otra forma de vida una bandada de aves, y esta bandada no es menos vida que el ave tomada individualmente. Es vida una abeja, pero también es una forma de vida un panal de abejas, y vaya que si es hermosa su forma y su configuración geométrica interna!
Cuando un ser humano enferma, afecta al conjunto de seres humanos del que forma parte. A veces esa afectación es notoria, y se produce lo que se llama el contagio. Pero incluso cuando no hay contagio, siempre que hay enfermedad en un individuo, hay también cierto grado de afectación colectiva.
Obsérvese la diferencia entre la noción de enfermedad que nos transmite la medicina moderna, y la que nos da la medicina clásica antigua, que tiene en Hipócrates y en Paracelso a dos de sus mejores representantes. No hablamos aquí de lo que tal o cual científico o médico actual entiende por enfermedad, sino de la noción que popularmente se ha aceptado, proveniente en buena medida del mensaje que el trabajo moderno en medicina ha hecho.
En la noción moderna de medicina, la enfermedad tiene una causa material. Esto, si habláramos de modo estrictamente material sería cierto, pero en nuestra visión, la de la sabiduría de todas las épocas, además del cuerpo físico también hay otros planos de existencia, como ser el de las energías que sostienen al cuerpo físico y se trabajan en la medicina china y otras alternativas.
En esa noción antigua de la medicina, hay una afectación colectiva además de la afectación individual. Cada persona o ser humano, no es como un ente aislado que camina o se mueve de modo seccionado o separado de su entorno, sino que todos somos como puntos de una red, que es la sociedad que nos rodea. Si se nos traslada hacia un nivel de salud mayor o menor, ese movimiento afectará el resto de la red de la misma manera que una red de pesca es movida en su conjunto cuando tironeamos de ella por alguno de sus nudos.
Así, cuando un ser humano enferma, afecta en lo físico, y también en lo emocional (astral, anímico) y en lo mental (imaginación, ideas) a su entorno, de modo proporcional.
Si se trata de una enfermedad con predominancia de afectación física, como ocurre en una gripe, entonces su entorno puede verse afectado por contagio. Si el contagio no llega a producirse, de todos modos esa persona afectará a los demás puesto que necesitará mayor ayuda de cuidados que cuando se encontraba en condiciones normales. Eso, con suerte, no significará una afectación del cuerpo de otras personas, pero sí habrá que hacer un esfuerzo mayor para mantener la alegría y el entusiasmo mientras se atiende al enfermo. Es decir, hay una afectación astral (emocional).
Pero hemos dicho al comparar esa situación con la articulación de una red, que además del movimiento de descenso (enfermedad), también existe un movimiento de ascenso. Este ascenso es el que se logra cuando las personas, además de mantener un nivel que se considera saludable, logran añadir mayor satisfacción, entusiasmo y confianza en ellas mismas. Esto también repercute en el entorno.
Pasemos entonces ahora a considerar esta nueva situación.
Los estados de avance en sanación
Puede así una persona, como sabemos, adquirir estados anímicos superiores a un promedio general. Cuando nos sentimos invadidos de genuina alegría, confianza, endereza, convicción, dedicación y muchas otras virtudes que hacen a la mejora de la cotidianeidad, entonces toda nuestra personalidad mejora. En esta noción de personalidad estamos incluyendo el cuerpo físico, el energético, el emocional y el mental.
A la visión demasiado rígida de una medicina que sólo identifica la enfermedad cuando se produce en el cuerpo físico, debemos hacerle esta corrección de comprender que el conjunto de todos nuestros estados anímicos constituyen otro cuerpo más en sí mismos, que es el cuerpo astral, y que al mejorar éste sus condiciones, modifica la situación de todos los otros cuerpos.
Esto es una realidad, pero no solamente porque haya aparecido en datos de análisis de laboratorio o investigaciones médicas. Sucede, que cuando nuestra psique (cuerpo emocional) acostumbra a estar alimentado por todas esas sensaciones virtuosas, la mente empieza a tener mejores ideas, y el cuerpo físico empieza también a funcionar mejor: se enferma mucho menos seguido (a veces desaparecen por completo todas las enfermedades físicas) y adquiere un rendimiento de funcionamiento que antes no tenía (resiste mejor los esfuerzos, logra hacer movimientos que antes no se producían, etcétera).
Mas, podemos ahora preguntarnos, y ¿cuál es el techo de esa mejoría? ¿hasta dónde podemos llegar a mejorar nuestras emociones y pensamientos?
Porque sabemos que en cuanto a enfermar, había un límite: la muerte.
Cuando enfermamos, como sabemos, puede llegar a agravarse tanto nuestro mal, que incluso lleguemos a morir. Ese sería el límite, el “piso” por debajo del cual no es posible que nuestra enfermedad se siga agravando.
Pero en cuanto a mejorías, a veces no está tan claro hasta dónde podemos llegar. A veces, debido a la costumbre de identificar salud con el estado del cuerpo físico y olvidar la realidad de los otros cuerpos de la personalidad, se cree que por ejemplo un atleta olímpico ha alcanzado el máximo de salud posible.
Esto, para el cuerpo físico puede ser cierto, pero debido a que tenemos todavía otros tres cuerpos para mejorar sus condiciones, resulta una noción insuficiente.
Decir que un atleta olímpico es el ejemplo de mayor salud, sería una fragmentación tan grande de la realidad como decir que un gran erudito del pensamiento, alguien que haya desarrollado al máximo su cuerpo mental, hubiese alcanzado el nivel más alto aspirable en el desarrollo humano.
¿Cuál de esas dos cosas sería más deseable, tener un buen desarrollo físico o tener un buen desarrollo mental? Evidentemente, es casi seguro que todos contestarán a esa pregunta: es deseable tener ambos desarrollos, ya que no son contradictorios entre sí.
Y además, claro que también podríamos añadir a esas dos cualidades, el tener siempre el mayor de los estados de ánimo posibles, con un cuerpo astral siempre sonriente y optimista.
¿Se da que existan personas así, tan completas y tan saneadas, en el mundo? A veces aparecen. Quizá nosotros mismos, en algunos momentos, si hemos tenido un poco de suerte, pudimos aproximarnos a vernos así. Mas, sucede algo curioso: en esos logros no se detiene el avance del ser humano. Ni siquiera con todos esas cualidades, hemos alcanzado aún el techo que estamos intentando identificar.
Hubo un hombre en la historia, que en cierto momento de su juventud, tuvo todas esas cualidades en su personalidad. Se llamó Marco Aurelio, y fue emperador de Roma en el siglo II d.C.
Marco Aurelio con el correr de los siglos pasó a ser recordado como uno de los mejores emperadores de Roma, y además fue el último de los más importantes filósofos estoicos. En lo mental entonces, fue un gran erudito. En lo emocional, un líder de sus soldados y de su pueblo. En lo físico y energético, un gran organizador de campañas y expandidor de la última fase de la civilización.
Mas incluso este gran hombre, tuvo en cierto período una costumbre que practicó al volver de sus campañas militares. Tenía un sirviente, al cual le pidió que lo acompañara unos pasos detrás de él cuando se paseaba de regreso, victorioso, por las calles de Roma, vitoreado y aplaudido por el pueblo. El sirviente, a pedido de Marco Aurelio, se le acercaba en los momentos de más aclamación y le susurraba al oído: “recuerda que eres mortal”.
Intentemos imaginar lo que es eso. Figúrese si hoy día, por ejemplo al presidente de los Estados Unidos o al primer ministro de un país militarmente poderoso, luego de venir de una sufrida guerra en otra parte del mundo y presentarse en una conferencia ante un público masivo, se le acercara un funcionario, el de más bajo rango, y le dijera al oído: “señor presidente, recuerde que usted es mortal”.
Ningún mandatario poderoso de nuestro tiempo tiene una costumbre tan sana para con su propia psique. Sólo a un filósofo profundo como aquel romano, estando en el mayor poder, se le podía ocurrir hacerle semejante pedido a un servidor.
Y los peores emperadores que tuvo la historia de Roma, hacían exactamente lo contrario: le pedían a su servidumbre y al pueblo todo que los declararan Dioses, o inmortales.
¿Por qué una persona que hubo de alcanzar el máximo desarrollo en todos los aspectos de su personalidad, podía pretender que le recordaran que un día desaparecerá? ¿No es acaso suficiente con alcanzar la máxima sanidad, con ser la máxima expresión a que un ser humano de su tiempo y lugar pudiera allegarse?
Marco Aurelio consideró que no, que su odisea no terminaba con sus logros físicos y mentales. Faltaba aún el más difícil de todos los logros: el espiritual.
Sí, el más difícil de conseguir. Decía el Buda, Sidharta Gautama, en el Dhamappada:
“Más grande que la conquista en batalla de mil veces mil hombres, es la conquista de uno mismo.”
Algo fácil de decir, pero que nos lleva toda esta vida comprender. Muy seguramente más que toda la vida, el llegar a comprenderlo por completo.
Mas a pesar de tratarse ese desarrollo o sanación espiritual de algo tan sublime o excelso en comparación a una simple curación física, estos maestros como el Buda y otros fundadores de las grandes religiones, nos dicen que existen verdades a nuestro alcance, para poder ir haciendo ese camino también nosotros, dentro de nuestras posibilidades.
Si hay un techo al desarrollo de la salud, si hay un tope a la sanidad, ése es el logro de la completa sanidad espiritual. Esta sanidad espiritual es el verdadero sanar y ser sanados, ya que no es una sanación egoísta y parcial de mi cuerpo para que me sienta pagado, sino que es un sanar que se da en el medio social que también sana un poco con nuestra propia sanación.
Mas ésto es un misterio grande y todavía alejado del común de las personas, por lo que a efectos prácticos podemos con certeza suponer, sin ningún impedimento, que el techo a la evolución en la sanación… no existe.
Se trata de una excelente noticia, ya que entonces siempre podremos alcanzar nuevos grados de mejoría, sin tener que temer que algo inevitable pueda obstaculizarnos el camino.
La sanación en espíritu
Sobre la sanación en espíritu, en nuestro lado occidental del mundo se han dicho y escrito enormes paquetes de información, en todo tipo de formatos. Pero procuraremos ir lo más directamente que un artículo permite, al concepto más comprensible e interesante para nosotros.
En un primer contacto con ese conocimiento tan trascendente, tenemos la palabra dada en algunos de los textos sagrados. En Isaías 61:1 dice:
Encontramos algo valioso en la salud del cuerpo físico, y también algo valioso en la salud del cuerpo astral. Pero quien accede a la salud espiritual, accede a la vez a todas las otras saludes, de sus cuatro cuerpos mortales. Porque siendo el espíritu el creador de todos los cuerpos, es llegando a éste como de verdad podemos conocer nuestra personalidad.
Piénsese en el hecho de cuándo, en qué momento de nuestras vidas, logramos que los cuatro cuerpos de nuestra personalidad, se hayan encontrado lo más saludables posibles.
Si hacemos esa reflexión, esa retrospección hacia atrás, encontraremos que generalmente, cuando vivía en nosotros el ánimo más positivo, cuando sentíamos en nosotros la mayor plenitud de las virtudes ya nombradas como la alegría, el entusiasmo y la camaradería con las otras personas, era cuando toda nuestra personalidad se encontraba en mejores condiciones.
La noción de espíritu que aquí estamos intentando recuperar, es la equivalente a la «nada» budista, a aquella cosa que no es de este mundo ni de ningún mundo, de nada que esté manifestado, y que sin embargo tiene el poder de regirlo todo, porque es lo increado.
Hallando esa aparente destrucción de nosotros, que en verdad no es más que la destrucción de todo nuestro priorizar nuestros gustos y preferencias pasajeras, encontraremos el nacimiento de Aquello no-mortal que había estado postergado, y que trae el bienestar futuro de nuestra presencia termporal en el mundo.
¿A qué le llamaremos salud?
Como decíamos, no hay por tanto un techo al avance en nuestra sanación, ya que siempre podremos aproximarnos un poco más a la esencia en nosotros, a la nada zen, al espíritu inconmensurable anterior a nuestra personalidad.
Podría entonces surgirnos la siguiente duda: si la sanación, a efectos prácticos, no tiene límite, y siempre se puede mejorar, ¿querrá esto decir que nunca estaremos sanos de verdad? ¿Estamos en un problema?
La respuesta a esa pregunta, depende de a qué cosa le llamemos “un problema”. Si le llamamos así a no haber alcanzado el nivel más alto que la sociedad, una institución, una familia o un entorno nuestro puede esperar de nosotros, entonces, sí, es un problema porque siempre habrá alguien que podrá señalarnos diciendo: “tú pudiste haber llegado a hacer ‘tal cosa’ y nunca la has hecho.”
Ahora, si por problema entendemos únicamente el sentirnos interiormente insatisfechos, entonces podemos decir con seguridad, que el alcanzar un estado satisfactorio para nosotros, ya es suficiente para que podamos considerar ese estado como nuestra salud.
Esto último, que parece fácil de entender, quizá no lo sea tanto. O, sí, es comprensible, pero es mejor tener con esa afirmación, la siguiente pequeña aclaración.
Esa afirmación, así como está hecha, no es la que la medicina de nuestra época nos ha inculcado acerca de la salud. Esta noción es la que mencionábamos al principio de este texto. Cuando en la medicina moderna se considera a la salud de modo objetivo, se piensa que “se constata la ausencia de enfermedades o de factores dañinos en el sujeto en cuestión”.
Fue así que esa definición, digamos bastante materialista, causó no pequeñas discusiones en el pasado siglo. Tenemos por ejemplo el gran debate que armó el psicoanalista Freud, al proponer que la neurosis, que es un cuadro psíquico de complicaciones, representa una patología aún cuando la persona, físicamente, se encuentre estupendamente.
Todavía subsiste, en la cultura de muchas regiones del mundo, la idea de que si una persona no necesita atender su cuerpo físico con un médico, entonces es una persona sana.
No es una idea que este mal en sentido estricto, ya que, si esa es la condición de esa persona, al menos puede decirse que físicamente es sana, lo cual no es poco. Pero como ya hemos visto, el ser humano está compuesto por cuatro cuerpos, no por uno, y por lo tanto para llegar a una definición de salud que nos deje más conformes o con una mejor comprensión de la cuestión, necesitaremos añadir algunas palabras.
Como decíamos, podemos llegar a una comprensión de la salud si consideramos el principio de sentirnos satisfechos, y añadiremos ahora, que esa satisfacción debe estar presente en los cuatro cuerpos de la personalidad: físico, energético, emocional y mental.
Podemos por ejemplo, tomar una libreta de apuntes, y titular en cuatro hojas distintas, cada una de esas palabras. En cada una de esas hojas, describir cómo nos sentimos. En la hoja “físico”, si tenemos algún dolor o si hay alguna parte de nuestro cuerpo que funcione con dificultad. En la hoja “energético”, si nos cansamos demasiado rápido o si dormimos demasiado. En la hoja “emocional”, si solemos ser armónicos o nos enojamos demasiado. En la “mental”, si notamos que razonamos lo suficiente o a veces nos da pereza imaginar las situaciones.
Eso, como decíamos, son solamente ejemplos, y la lista de opciones completas para cada uno de los cuerpos amerita (en cantidad de palabras posibles) cuando menos un libro de colección de enciclopedia. Aunque, sin necesidad de volvernos unos eruditos, podemos ir poniendo en cada de esas hojas aquellas palabras que nos parezcan pertinentes.
Todos esos eventos que nos ocurren en los cuatro cuerpos, para saber si de verdad nos dejan satisfechos, debemos observar cómo funcionan cuando actúan en conjunto. Evidentemente que si tenemos una clara incomodidad o dolor en cualquiera de esos cuatro cuerpos, nuestra salud podría mejorar, pero aún no sintiendo dolor en ninguno de los cuatro, podemos todavía cerciorarnos de que todo va bien, imaginando a los cuatro actuar al mismo tiempo.
Esto se logra rememorando una situación cualquiera que nos haya ocurrido durante el día, en que los cuatro cuerpos se pusieron activos como para ser observados.
Consideremos el momento de tomarnos un autobús y pagar el boleto. Allí hubo una acción física (subir, entregar dinero o tarjeta, obtener un boleto, sentarnos), una acción energética (desplegar músculos para ejecutar todas las acciones), una acción emocional (mirar con cortesía al chofer, decir buenas tardes o no decirlas), y una acción mental (juntar el dinero correcto, corroborar que nos han dado el boleto). Si en todos los detalles de la acción hubo sensación de bienestar, probablemente en todos los otros momentos del día, ese bienestar también haya tendido a ocurrir.
Si nos costó decirle “buenas tardes” al chofer (tal vez porque éste nos mostró cara de mal humor) allí podría haber un indicador de un pequeño problema. Podemos decirnos “la próxima vez encontraré la forma de saludar sin que me afecte el modo en que me devuelvan el saludo”, y eso ayudará a nuestra salud en general. Aunque esto no significa que debamos esforzarnos incondicionalmente a obtener logros, de lo que se trata es de saber observarnos a nosotros mismos.
Como vemos, el sanar y ser sanados en las personas es un tema vastísimo, que está muy lejos de poder agotarse en un sólo artículo. Ni siquiera se agota con varios tomos enciclopédicos de la profesión de medicina.
Pero como nuestras almas son inmortales, tenemos todo el tiempo del universo para abordarla. Y por otra parte, el universo solamente espera por nosotros, y no espera de nosotros ninguna otra cosa.
En buena hora este articulo gracias.
También le agradezco su comentario.
Hola Héctor. Muchas gracias por este excelente articulo, y de una redacción notable. Solo hacer una salvedad sobre los horarios matutinos, como los mejores para realizar las labores más pesadas. Nada como la luz solar de la mañana para realizar cualquier trabajo.
En principio, estoy totalmente de acuerdo, pero quisiera reseñar, que la humanidad está dividida en dos grandes categorías: Las Alondras y los búhos o lechuzas. Las alondras, elevan sus vuelos con los primeros rayos del Sol. Los Búhos o lechuzas, lo hacen con la caída del Astro Rey. Como verás por las horas en que escribo esto, yo pertenezco a la segunda categoría. Cuando he de madrugar, paso las mañanas semiadormecido, aunque haya dormido entre cinco y siete horas que es mi promedio para sentirme descansado al levantarme, y empiezo a estar más despierto y con mayor lucidez, a partir de las primeras horas de la tarde, siendo la noche donde encuentro mi mayor claridad y plenitud. Y lo peor de todo, no quisiera irme a dormir nunca, pues aparte de tener la vocación de ser poeta, y escritor de cuentos y narrativa, resulta que me encanta escuchar la Radio, y es justamente a partir de las 12 de la noche, cuando radian los mejores programas de gran calidad, sobre todo en RNE, en cuatro de sus radios especializadas: Radio Uno, Radio Tres, Radio Cinco, y Radio Clásica. Y mi gran curiosidad sobre todos los aspectos y conocimientos humanos, no me deja dormir por el hecho mismo de conocer, de saber más.
Bueno, perdón por el royo personal contado, sobre mis cositas. Un fuerte abrazo, y un verdadero regalo que nos haces Héctor, con este artículo tan bien documentado y consciente. ¿Sabes que tu nombre es de origen griego y significa: La Visión? Seguramente si lo sabrás.
Sin duda los peores enemigos de nuestra salud, son las iras, los odios y rencores, que acaban somatizados en el cuerpo físico, gritando nuestra insalud mental, diciéndonos: No juzgues al prójimo, busca tu paz interior. No odies ni maldigas, y entrégate a los demás sin exigir nada a cambio.
Pero lo peor de todo, son los sentimientos de culpa que arrastramos como argollas que nos impiden dar un paso más allá de la rutina que nos da seguridad. El sentimiento de culpa es poderoso, y acabará por enfermar nuestro cuerpo, sí o sí.
Reitero mis abrazos para tod@s.
Muchas gracias por este extenso comentario. También me sucede cuando tengo que levantarme muy temprano, que no duermo bien durante la noche. Creo que existe una correspondencia de la vida humana con los ciclos de los astros, y en ese sentido tanto sol como luna nos influyen poderosamente. Mas claro está, puede suceder que ciertas cosas hermosas se hagan durante la noche o puedan suceder, como la poesía o un buen programa de radio. Además la influencia de la Luna es tan misteriosa como la del sol, sabemos que influye en los ciclos femeninos pero con seguridad también influye en muchas mas cosas. Un abrazo.
Me encantó. Gracias, gracias, gracias
bediciones
Gracias por compartir tan importante artículo. Nos abre conciencia. Bendiciones infinitas!
Muchísimas gracias.