Cartas de los Mahatmas. Carta nº 10, por Koot-Hoomi.
Carta nº 10 del texto ”Cartas de los Mahatmas” Morya y Koot-Hoomi a A. P. Sinnet, de A. T. Parker. Anotaciones hechas por K.H. sobre un “Capítulo Preliminar” titulado “Dios” por Hume, como Prólogo a una explicación de
La revista BISOPHIA, en esta ocasión, se limita a transcribir literalmente esta carta del Mahatma Koot-Hoomi, acerca de la “filosofía de los Mahatmas con relación a Dios” (tal y como reza el índice del libro) y de su concepción de lo divino y del Mal. Los subrayados son nuestros, a los solos efectos de sintetizar la postura del autor de la carta acerca del tema. Cada cual, que saque sus propias consecuencias.
“Ni nuestra filosofía ni nosotros mismos creemos en Dios y menos que nada en uno cuyo pronombre necesita de una «E» mayúscula. Nuestra filosofía entra dentro de la definición de Hobbes. Es, preeminentemente, la ciencia de los efectos por medio de sus causas y la ciencia de las causas por medio de sus efectos; y puesto que es también la ciencia de las cosas derivadas del primer principio, tal como Bacon lo define, antes de admitir un principio así, debemos conocerlo y no tenemos ningún derecho ni siquiera a aceptar su posibilidad. Toda la explicación de usted se basa en un reconocimiento aislado hecho simplemente para esclarecer el tema en octubre pasado. Se le dijo a usted que nuestro conocimiento se limitaba a este sistema solar nuestro; por tanto, como filósofos que deseaban seguir mereciendo el nombre de tales, nosotros no podíamos ni negar, ni afirmar la existencia de lo que usted denominó un ser supremo, omnipotente, inteligente, de una categoría más allá de los límites de este sistema solar. Pero si semejante ser no es en absoluto imposible, sin embargo, a menos que la uniformidad de la ley de la naturaleza se quebrante en esos límites, nosotros sostenemos que esto es altamente improbable. Sin embargo, negamos rotundamente la posición del agnosticismo en este sentido y por lo que respecta al sistema solar.
Nuestra doctrina no admite compromisos. Ella afirma o niega, porque nunca enseña más que aquello que sabe que es la verdad. Por lo tanto, nosotros negamos a Dios como filósofos y como buddhistas. Sabemos que hay vidas planetarias y otras vidas espirituales y sabemos que en nuestro sistema no existe tal cosa como Dios, ni personal ni impersonal. Parabrahm no es un Dios sino la ley inmutable y absoluta e Iswar es la consecuencia de Avidya y Maya, la ignorancia basada en la gran ilusión. La palabra «Dios» se inventó para designar la causa desconocida de esas consecuencias que el hombre lo mismo ha admirado que ha temido, sin comprenderlas; y puesto que nosotros proclamamos y somos capaces de demostrar lo que proclamamos, es decir, el conocimiento de esa causa o de esas causas, estamos en situación de sostener que no existe ningún Dios o Dioses detrás de ellas.
La idea de Dios no es una idea innata sino una idea adquirida, y nosotros sólo tenemos una cosa en común con las teologías: revelamos el infinito. Pero, mientras que nosotros atribuímos a todos los fenómenos que proceden del espacio infinito e ilimitado, duración y movimiento, y unas causas materiales, naturales, sensibles y conocidas (al menos para nosotros), los teístas les atribuyen causas espirituales, sobrenaturales e ininteligibles y desconocidas. El Dios de los teólogos es simplemente un poder imaginario, un loup garou tal como Holbach lo expresó, un poder que nunca se ha manifestado todavía. Nuestro objetivo principal es liberar a la humanidad de esta pesadilla, enseñar al hombre a practicar la virtud por la virtud misma y a caminar por la vida contando con él mismo en lugar de apoyarse en una muleta teológica que, durante incontables edades, fue la causa directa de casi todo el sufrimiento humano. Se nos puede llamar panteístas, pero agnósticos JAMAS. Si la gente está dispuesta a aceptar y a considerar como Dios a nuestra VIDA UNA, inmutable e inconsciente en su eternidad, puede hacerlo así y quedarse entonces con un término inapropiado más inmenso. Pero entonces tendrán que decir, como Spinoza, que no existe y que no podemos concebir ninguna otra substancia más que Dios; o, como dice este famoso y desventurado filósofo en su decimocuarta proposición, «praeter Deum neque dari neque concipi potest substantía», y convertirse así en panteístas.
¡Quién sino un teólogo criado en el misterio y en el más absurdo supernaturalismo puede imaginar un ser que existe por sí mismo, necesariamente infinito y omnipresente, aparte del universo manifestado e ilimitado’. La palabra infinito no es más que una palabra que excluye la idea de límites. Es evidente que un ser independiente y omnipresente no puede estar limitado por algo que esté aparte de él; que no puede existir nada externo a él, ni siquiera el vacío; en consecuencia, ¿dónde situamos la materia para ese universo manifestado, aunque éste sea limitado? Si preguntamos a los teístas si su Dios es el vacío, el espacio o la materia, ellos contestarán que no. Y sin embargo, sostienen que su Dios penetra la materia aunque no es materia en sí. Cuando nosotros hablamos de nuestra Vida Una también decimos que ella penetra, más aún, que ella es la esencia de cada átomo de materia y que, por consiguiente, no sólo tiene correspondencia con la materia, sino que posee también todas sus cualidades, etcétera; de ahí que sea material, que sea la materia en sí.
¿Cómo puede la inteligencia proceder o emanar de la no-inteligencia?, me preguntaba usted constantemente el año pasado. ¿Cómo podría una humanidad superiormente inteligente, el hombre, la cumbre de la razón, haber surgido de una ley o de una fuerza ciega sin inteligencia? Pero, puestos a razonar en este sentido, yo puedo preguntar a mi vez: ¿cómo los idiotas de nacimiento, los animales irracionales y el resto de la «creación» podrían haber sido creados por
No somos Advaitas, pero nuestra enseñanza respecto de
Si tuviéramos que admitir que incluso los más elevados Dhyan Chohans están sujetos al error de la ilusión, entonces no existiría verdaderamente ninguna realidad para nosotros y las ciencias ocultas serían una quimera tan grande como ese Dios. Si resulta absurdo negar aquello que no conocemos, más disparatado resulta el atribuirle unas leyes desconocidas.
Según la lógica, la «nada» es aquello de lo cual todo puede negarse realmente y nada puede afirmarse realmente. Por lo tanto, el concepto de una nada finita o infinita es una contradicción de términos. Y sin embargo, según los teólogos, «Dios, el ser existente por sí mismo, es el ser más simple, inmutable, incorruptible; sin partes ni apariencias, movimiento, divisibilidad o cualquier otra propiedad por el estilo de las que encontramos en la materia.
Porque todas esas cosas implican también, evidentemente y necesariamente, limitación en el mismo concepto, y son totalmente incongruentes con la infinitud completa». Por lo tanto, el Dios que aquí se ofrece a la adoración del siglo XIX carece de toda cualidad sobre la cual la mente del hombre pueda establecer cualquier juicio. ¿Qué es éste, en realidad, sino un ser del que no se puede afirmar nada que no se vea refutado al momento? La misma Biblia, su Revelación, destruye todas las perfecciones morales que se acumulan en El, a menos que llamen perfecciones a aquellas cualidades que la razón de todo hombre y el sentido común llaman imperfecciones, vicios odiosos y bajezas brutales. Más aún, aquel que lee nuestras escrituras buddhistas redactadas para las masas supersticiosas, no encontrará en ellas un demon tan vengativo e injusto, tan cruel y tan necio como el tirano celestial sobre el cual los cristianos despilfarran pródigamente su adoración servil y al cual sus teólogos colman de esas perfecciones que se contradicen en cada página de su Biblia. Realmente y ciertamente, vuestra teología ha creado su Dios sólo para destruirlo pedazo a pedazo. Vuestra iglesia es el fabuloso Saturno que engendra hijos sólo para devorarlos.
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Nuestras razones pueden resumirse brevemente como sigue:
(1) Negamos la absurda proposición de que pueda haber, incluso en un universo ilimitado y eterno, dos existencias infinitas, eternas y omnipresentes.
(2) Sabemos que la materia es eterna, es decir, que no ha tenido principio, (a) porque la materia es
(3) En cuanto a Dios —ya que nadie, nunca ni en ninguna época, le ha visto o lo ha visto jamás— a menos que sea la misma esencia y naturaleza de esta materia ilimitada y eterna, su energía y su movimiento, nosotros no podemos considerarlo ni eterno ni infinito, y ni siquiera existente por sí mismo.
Nos negamos a admitir un ser o una existencia de la que no sabemos absolutamente nada; porque: (a) no hay lugar para él en presencia de esa materia cuyas propiedades y cualidades innegables nos son perfectamente conocidas; (b) porque de ser El, o Ello, tan sólo una parte de esa materia es ridículo sostener que mueve y dirige aquello de lo cual no es más que una parte dependiente; y (c) porque si se nos dice que Dios es un espíritu puro, existente por sí mismo, independiente de la materia —una deidad extracósmica, nosotros contestamos que, incluso admitiendo la posibilidad de tal imposibilidad, es decir, su existencia, aún sostenemos que un espíritu puramente inmaterial no puede ser un gobernador inteligente y consciente, ni puede poseer ninguno de los atributos que le han sido conferidos por la teología, y por lo tanto, ese Dios se convierte de nuevo en una fuerza ciega.
La inteligencia, tal como se encuentra en nuestros Dhyan Chohans, es una facultad que sólo puede pertenecer a un ser organizado o animado —por imponderables, o más bien por invisibles que sean los componentes de la materia de sus organismos. Inteligencia implica necesidad de pensar; para pensar hay que tener ideas; las ideas suponen sentidos que son materiales y físicos; y ¿cómo puede algo material pertenecer al espíritu puro? Si se nos objetara que el pensamiento no puede ser una característica de la materia, nosotros preguntaríamos la razón del por qué. Hemos de tener una prueba irrefutable de esta hipótesis antes de poder aceptarla. Al teólogo le preguntaríamos qué era lo que impedía a su Dios (puesto que se supone que es el creador de todo), dotar a la materia de la facultad de pensar; y cuando contestara que, evidentemente Su voluntad era que ello fuera así, y que es un misterio, al mismo tiempo que una imposibilidad, nosotros insistiríamos para que se nos explicara por qué es más imposible que la materia produzca espíritu y pensamiento, que no que el espíritu o el pensamiento de Dios produzca y cree la materia.
Nosotros no nos conformamos con la confusión ante el misterio de la mente —porque lo hemos resuelto hace siglos. Desechando con desdén la teoría teísta rechazamos igualmente la teoría del automatismo, que enseña que los estados de conciencia son producidos por el orden en que están las moléculas del cerebro; y sentimos el mismo poco respeto por aquella otra hipótesis —la de la producción del movimiento molecular por medio de la conciencia.
Entonces, ¿en qué creemos realmente? Pues creemos en el tan ridiculizado flogisto (véase el artículo: «¿Qué es la fuerza y qué es la materia?», (Theosophist de septiembre), y en lo que algunos filósofos congénitos llamarían nisus, el movimiento o esfuerzo incesante, aunque perfectamente imperceptible (para los sentidos ordinarios) que un cuerpo ejerce sobre otro —las pulsaciones de la materia inerte— su vida. Los cuerpos de los espíritus Planetarios están formados de aquello a lo que Priestiey y otros llamaron flogisto y para lo cual nosotros tenemos otro nombre —esta esencia en su séptimo estado más elevado forma aquella materia de la cual se componen los organismos de los más puros y elevados Dhyans, y en su forma más inferior o más densa (tan impalpable sin embargo que la ciencia lo llama energía y fuerza) sirviendo como protección a los Planetarios de primer grado o grado inferior.
En otras palabras, nosotros creemos sólo en
La existencia de la materia es, pues, una realidad; la existencia del movimiento es otra realidad; su existencia por sí misma y su eternidad o indestructibilidad es una tercera realidad. Y la idea del espíritu puro como un Ser o una Existencia, désele el nombre que se quiera, es una quimera, un enorme absurdo.
Nuestras ideas sobre el Mal. El mal no tiene existencia per se; no es más que la ausencia del bien y existe sólo para aquel que se transforma en su víctima. Procede de dos causas y, como el bien, no es una causa independiente en
No es la naturaleza la que crea las enfermedades, sino el hombre. La misión y el destino de este último en la economía de la naturaleza es morir de muerte natural y alcanzar la vejez; exceptuando los accidentes, ni un hombre salvaje, ni un animal salvaje (en libertad) mueren de enfermedad. La alimentación, las relaciones sexuales, beber, todo son necesidades naturales de la vida; sin embargo, el exceso de ellas conduce a la enfermedad, la miseria, el sufrimiento mental y físico, y todo ello es transmitido como los mayores azotes a las generaciones venideras, la progenie de los culpables. La ambición, el deseo de asegurar la felicidad y el bienestar de los que amamos, consiguiendo honores y riquezas, son sentimientos naturales muy loables; pero cuando éstos transforman al hombre en un ególatra egoísta, ambicioso, cruel y miserable acarrean indecible sufrimiento a los que le rodean; a las naciones, así como a los individuos. Todo esto, pues, la alimentación, la riqueza, la ambición y otras mil cosas imposibles de enumerar, se convierten en el origen y en la causa del mal, tanto por exceso como por defecto. Conviértase en un glotón, en un libertino, en un tirano, y se convertirá en iniciador de enfermedades, de sufrimiento y de miseria humanos. A falta de todo esto, si usted pasa apuros se le despreciará como un don nadie, y la mayoría de la gente, sus semejantes, le harán sentirse desdichado toda su vida.
Por lo tanto, no hay que culpar ni a una deidad imaginaria ni a la naturaleza, sino a la condición humana envilecida por el egoísmo. Piense bien en estas pocas palabras; desentrañe cada causa de mal que usted pueda imaginar y sígala hasta su origen y habrá resuelto una tercera parte del problema del mal. Y ahora, hecha la debida concesión a los males naturales e inevitables —y son tan pocos que desafío a toda la hueste de metafísicos occidentales a que los llamen males o a seguirlos directamente hasta descubrir una causa independiente— señalaré el mayor de todos ellos, la causa principal de casi los dos tercios de los males que afligen a la humanidad desde que esa causa se convirtió en un poder. Se trata de la religión, bajo cualquier forma y en cualquier nación. Es la casta sacerdotal, el clero y las iglesias.
Es en esas ilusiones que el hombre tiene por sagradas, donde debe buscarse el origen de esta cantidad de males que son el gran azote de la humanidad y que amenaza con aplastarla. La ignorancia creó a los Dioses y la astucia se aprovechó de la oportunidad. Mire
Recordemos que toda la miseria humana jamás disminuirá hasta el día en que la mejor parte de la humanidad destruya, en nombre de
Si se nos objetara que también nosotros tenemos templos, y que también tenemos sacerdotes, y que nuestros lamas también viven de la caridad . . . que sepan que todo lo que acabamos de citar no tiene en común con sus equivalentes occidentales más que el nombre. En nuestros templos no se adora ni a un dios, ni a dioses en general, sino sólo la memoria tres veces sagrada del hombre más grande y más santo que haya vivido jamás. Si nuestros lamas, para honrar la fraternidad de los Bhikkhus establecida por nuestro venerado maestro en persona, salen para ser alimentados por los laicos, estos últimos, y a menudo hasta en número de
Lea el Mahavagga y trate de comprender, no con la mente occidental llena de prejuicios, sino con el espíritu de intuición y de verdad, lo que el Plenamente Iluminado dice en el primer Khand-haka. Permítame traducírselo: «Cuando el Santo Buddha estaba en Uruvela, a orillas del río Neranjara, mientras descansaba bajo el árbol Bodhi de la sabiduría, después de haberse convertido en Sambuddha, al final del séptimo día, teniendo su mente fija en la cadena de causación, él habló así: ‘de
Esa es la cesación de toda esta cantidad de sufrimiento.»
Sabiendo ésto el Bendito pronunció estas solemnes palabras: «Cuando la verdadera naturaleza de las cosas se aclara para el Bhikshu en meditación, entonces todas sus dudas se desvanecen, porque él ha aprendido qué es esa naturaleza y cuál es su causa. De la ignorancia nacen todos los males. Del conocimiento se deriva la cesación de esta cantidad de sufrimiento y entonces el Brahmana que medita se endereza dispersando las huestes de Mará como el sol que ilumina el espacio». Meditación aquí significa las cualidades superhumanas (no sobrenaturales) o el estado de arhat, en lo más elevado de sus poderes espirituales.”
Copiado en Simla, 28 de septiembre de 1882.
Koot-Hoomi
— Visto en: http://www.revistabiosofia.com/
Gracias !!!sumamente enriquecedor.Invita a pensar
Graciela.