¿Dónde está tu compromiso? por Rosa Puerto

Jorge Gomez (333)

planta

¿Cuántas veces a lo largo de tu vida has creído firmemente que deseabas conseguir algo, y, sin embargo, todo lo que ibas haciendo parecía sorprendentemente destinado a no conseguirlo? Seguro que esta historia te resuena. Es probable que a todos nos haya ocurrido en alguna que otra ocasión. Pero voy a ir más allá: ¿te has llegado a preguntar cómo es posible que ocurra? ¿Qué es lo que hace que, deseando algo tanto, pareciera que justamente huyes de ello?

La clave que estás buscando tiene un nombre: se llama compromiso.

En nuestra vida, todos estamos comprometidos con algo, y ese algo es la causa de que elijamos unas cosas y renunciemos a otras. Todo lo que elegimos es coherente con eso que andamos buscando; en ocasiones, el compromiso está en hacer, y, en otras, en no hacer. Y, a veces, no sabemos o no queremos ver dónde está nuestro verdadero compromiso. Es decir, que hay ocasiones en las que nuestro compromiso está oculto a nuestros ojos, pero no significa que no exista; de hecho, sigue dirigiendo, desde la sombra, nuestras vidas.

Por ejemplo la madre o el padre que decide pedir una excedencia laboral está comprometida o comprometido con el cuidado de su hijo, aunque diga que su prioridad es su carrera profesional; la persona que trabaja diez horas al día está comprometida con su trabajo, aunque diga que su objetivo es quedar con sus amigos para relajarse; el que sufre debido a sus pensamientos negativos, y decide seguir teniéndolos, está comprometido con ese sufrimiento, aunque diga que su objetivo es disfrutar con alegría de la vida.

El compromiso es un ingrediente básico e irreemplazable en cualquier proceso de transformación: el terapeuta llega, declara su objetivo, se compromete a llevar a cabo ciertas acciones, y es trabajo del terapeuta observar si hay coherencia entre lo que dice que quiere, y lo que realmente está haciendo para conseguirlo. Y, en caso de que no la haya, mostrárselo, y recordarle cuál fue el compromiso que adquirió el primer día. La existencia de compromisos ocultos puede boicotear un proceso terapeutico, por lo que conviene dejarlos al descubierto lo antes posible, incluso cuando no sean fáciles de aceptar. Porque nos puede parecer que nuestros compromisos no son siempre valientes y loables: aunque nos duela, como personas humanas que somos, sentimos miedo, somos vulnerables, nos gusta que nos reconozcan, necesitamos la atención y la aceptación de los demás, y a veces no nos apetece nada esforzarnos. Ésa es nuestra sombra, y forma parte inequívoca de nuestro ser, ¿qué ganamos negándola? La idea es, en primer lugar, aceptarla, para, después, actuar en consecuencia si estamos comprometidos con cambiarla.

Suele ocurrir que confundimos el compromiso con la obligación; en el caso de la obligación, nos vemos forzados a hacer algo que no hemos elegido porque ponemos el foco en el peligro de las consecuencias de no cumplir con ello: algo que nos ha sido impuesto, o algo que es así o que debe ser así.

En cambio, en el compromiso el foco está en el deseo, en la pasión, en la motivación surgida de hacer las cosas porque las hemos elegido con plena libertad, aunque tengan un coste y supongan un esfuerzo por nuestra parte.

Como escribió Shearson Lehman, el compromiso es lo que transforma una promesa en realidad, es la acción que habla más alto que las palabras, es el triunfo diario de la integridad sobre el escepticismo.

Así que con el compromiso no valen las excusas: si ya has decidido que no puedes seguir adelante con algo que dices que quieres porque no tienes tiempo, porque eres muy mayor, porque es muy difícil, o porque ahora no es el momento idóneo, ten muy claro que, en el fondo, no lo quieres.

Tu compromiso se encuentra en algún otro lado, en uno más bien oscuro, ligado a una necesidad más profunda.

Para transitar por la vida dejando huella necesitamos comprometernos: comprometernos con los proyectos, con las acciones, con las decisiones, con las relaciones, con las personas. Y hay pocas satisfacciones mayores que la de lograr algo que uno se había propuesto.

La capacidad de comprometernos es probablemente el aspecto más destacable y constitutivo de nuestra existencia como seres humanos. Y nadie dijo que fuera fácil, pero, definitivamente, sí que valdrá la pena. ¿Te atreves?

«Todo esto que os acabo de escribir me lleva a hablaros del compromiso… ¿DÓNDE ESTÁ TU COMPROMISO? ¿Cuántas veces a lo largo de tu vida has creído firmemente que deseabas conseguir algo, y, sin embargo, todo lo que ibas haciendo parecía sorprendentemente destinado a no conseguirlo? Seguro que esta historia te resuena. Es probable que a todos nos haya ocurrido en alguna que otra ocasión. Pero voy a ir más allá: ¿te has llegado a preguntar cómo es posible que ocurra? ¿Qué es lo que hace que, deseando algo tanto, pareciera que justamente huyes de ello? La clave que estás buscando tiene un nombre: se llama compromiso. En nuestra vida, todos estamos comprometidos con algo, y ese algo es la causa de que elijamos unas cosas y renunciemos a otras.

Todo lo que elegimos es coherente con eso que andamos buscando; en ocasiones, el compromiso está en hacer, y, en otras, en no hacer. Y, a veces, no sabemos o no queremos ver dónde está nuestro verdadero compromiso.

Es decir, que hay ocasiones en las que nuestro compromiso está oculto a nuestros ojos, pero no significa que no exista; de hecho, sigue dirigiendo, desde la sombra, nuestras vidas. Por ejemplo la madre o el padre que decide pedir una excedencia laboral está comprometida o comprometido con el cuidado de su hijo, aunque diga que su prioridad es su carrera profesional; la persona que trabaja diez horas al día está comprometida con su trabajo, aunque diga que su objetivo es quedar con sus amigos para relajarse; el que sufre debido a sus pensamientos negativos, y decide seguir teniéndolos, está comprometido con ese sufrimiento, aunque diga que su objetivo es disfrutar con alegría de la vida. El compromiso es un ingrediente básico e irreemplazable en cualquier proceso de transformación: el terapeuta llega, declara su objetivo, se compromete a llevar a cabo ciertas acciones, y es trabajo del terapeuta observar si hay coherencia entre lo que dice que quiere, y lo que realmente está haciendo para conseguirlo. Y, en caso de que no la haya, mostrárselo, y recordarle cuál fue el compromiso que adquirió el primer día. La existencia de compromisos ocultos puede boicotear un proceso terapeutico, por lo que conviene dejarlos al descubierto lo antes posible, incluso cuando no sean fáciles de aceptar. Porque nos puede parecer que nuestros compromisos no son siempre valientes y loables: aunque nos duela, como personas humanas que somos, sentimos miedo, somos vulnerables, nos gusta que nos reconozcan, necesitamos la atención y la aceptación de los demás, y a veces no nos apetece nada esforzarnos.

Ésa es nuestra sombra, y forma parte inequívoca de nuestro ser, ¿qué ganamos negándola? La idea es, en primer lugar, aceptarla, para, después, actuar en consecuencia si estamos comprometidos con cambiarla. Suele ocurrir que confundimos el compromiso con la obligación; en el caso de la obligación, nos vemos forzados a hacer algo que no hemos elegido porque ponemos el foco en el peligro de las consecuencias de no cumplir con ello: algo que nos ha sido impuesto, o algo que es así o que debe ser así. En cambio, en el compromiso el foco está en el deseo, en la pasión, en la motivación surgida de hacer las cosas porque las hemos elegido con plena libertad, aunque tengan un coste y supongan un esfuerzo por nuestra parte.

Como escribió Shearson Lehman, el compromiso es lo que transforma una promesa en realidad, es la acción que habla más alto que las palabras, es el triunfo diario de la integridad sobre el escepticismo. Así que con el compromiso no valen las excusas: si ya has decidido que no puedes seguir adelante con algo que dices que quieres porque no tienes tiempo, porque eres muy mayor, porque es muy difícil, o porque ahora no es el momento idóneo, ten muy claro que, en el fondo, no lo quieres. Tu compromiso se encuentra en algún otro lado, en uno más bien oscuro, ligado a una necesidad más profunda. Para transitar por la vida dejando huella necesitamos comprometernos: comprometernos con los proyectos, con las acciones, con las decisiones, con las relaciones, con las personas. Y hay pocas satisfacciones mayores que la de lograr algo que uno se había propuesto. La capacidad de comprometernos es probablemente el aspecto más destacable y constitutivo de nuestra existencia como seres humanos. Y nadie dijo que fuera fácil, pero, definitivamente, sí que valdrá la pena. ¿Te atreves?»

 

Fuente: https://www.facebook.com/CentroAggelosiris/

 

 

 

¿Dónde está tu compromiso? por Rosa Puerto

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