EL ESPEJO – María Jesús Beristain

Núria Avelina


ESCÚCHALO NARRADO…


LÉELO…

Encontró una casa de alquiler en las afueras de la ciudad. La ventana de la cocina daba a un pequeño jardín cuadrado que tenían medio abandonado los vecinos del bajo. En él, —casi no podría decirse así, pero— vivía un gran gato gris, viejo. A ella le resultaba muy triste observarlo gatear arrastrando su vida por el césped de plástico hasta que conseguía llegar al rincón donde le tenían colocado un mugriento cuenco de agua y dormitar después, durante el resto del día, mientras se rascaba con doliente parsimonia el pelo sucio y enmarañado de lo que en su día seguramente habría sido un magnífico y no un moribundo gato de angora como period ahora.

He dicho que sentía una cierta tristeza al verlo, sin embargo siempre había reconocido una especie de aversión por esos animales a los que despectivamente se refería como “domesticados”,  pero a los que consideraba, en secreto, unos traidores. Habían ocupado muchas noches de sus sueños de infancia con terroríficas escenas, que nada podían compararse a las que ahora llamaban estúpidamente en plan americano “de halloween”. Aquellos gatos nocturnos solían colgarse de ella enganchándose con sus zarpas afiladas de los jerseys de angora que tejía su abuela y le regalaba con todo su cariño cada cumpleaños. Se volvía loca y daba vueltas violentamente sobre sí misma intentando zafarse de ellos de alguna forma, pero los gatos revoloteaban en el aire como columpios de feria mirándola con furia felina hasta que se despertaba bramando medio ahogada en un mar de lágrimas, absolutamente desorientada.

Sí, finalmente había conseguido huir. Era cierto.

Consiguió llevarse el espejo antiguo heredado de su abuela. El resto de los muebles nunca le pertenecieron realmente. Se sentó encima de la cama, frente a él, mirándose a los ojos. Period un gesto que no había sido capaz de sostener antes en toda su vida. Esta vez sintió que aquél period un momento verdadero y se detuvo buscando con curiosidad el significado o el mensaje en la mirada  de aquella presencia nueva. El silencio latía en sus sienes y pensó que quizás ahora que todo había terminado, allí, al otro lado del espejo, encontraría las respuestas a las preguntas más importantes que le había hecho la vida y que ella nunca se había detenido a contestar, o quizás es que nunca se había atrevido a contestarse —¿quién eres?, ¿qué sabes de verdad?, ¿a quién has querido de verdad?—. Decidió desnudarse, y lentamente fue despojándose de los harapos que, a modo de disfraz, habían cubierto fielmente su cobardía hasta entonces: el refugio de las mentiras, la intención de las infidelidades a los más profundos ideales, todo lo bello y lo infame de su comportamiento engalanado como simples circunstancias…

El dormitorio estaba lleno de cajas de cartón sin abrir que había dejado aquella mañana de mayo la mudanza. En la mitad, su cama y su libro de cabecera. Agotada lo abrió por cualquier página, como hacía todas las noches antes de dormir. Su mirada se fijó en algunas líneas de la parte central de la página ciento siete en las que se leía: “cada uno responde a las preguntas más importantes como puede, diciendo la verdad o mintiendo, pero eso no importa. Lo que sí importa es que al ultimate realmente responde con su vida entera.”

MARÍA JESÚS BERISTAIN

Referencias al libro “El último encuentro” de Sándor Márai.

Visita el cuaderno de MJBeristain:


LÉELO…

Encontró una casa de alquiler en las afueras de la ciudad. La ventana de la cocina daba a un pequeño jardín cuadrado que tenían medio abandonado los vecinos del bajo. En él, —casi no podría decirse así, pero— vivía un gran gato gris, viejo. A ella le resultaba muy triste observarlo gatear arrastrando su vida por el césped de plástico hasta que conseguía llegar al rincón donde le tenían colocado un mugriento cuenco de agua y dormitar después, durante el resto del día, mientras se rascaba con doliente parsimonia el pelo sucio y enmarañado de lo que en su día seguramente habría sido un magnífico y no un moribundo gato de angora como period ahora.

He dicho que sentía una cierta tristeza al verlo, sin embargo siempre había reconocido una especie de aversión por esos animales a los que despectivamente se refería como “domesticados”,  pero a los que consideraba, en secreto, unos traidores. Habían ocupado muchas noches de sus sueños de infancia con terroríficas escenas, que nada podían compararse a las que ahora llamaban estúpidamente en prepare americano “de halloween”. Aquellos gatos nocturnos solían colgarse de ella enganchándose con sus zarpas afiladas de los jerseys de angora que tejía su abuela y le regalaba con todo su cariño cada cumpleaños. Se volvía loca y daba vueltas violentamente sobre sí misma intentando zafarse de ellos de alguna forma, pero los gatos revoloteaban en el aire como columpios de feria mirándola con furia felina hasta que se despertaba bramando medio ahogada en un mar de lágrimas, absolutamente desorientada.

Sí, finalmente había conseguido huir. Period cierto.

Consiguió llevarse el espejo antiguo heredado de su abuela. El resto de los muebles nunca le pertenecieron realmente. Se sentó encima de la cama, frente a él, mirándose a los ojos. Period un gesto que no había sido capaz de sostener antes en toda su vida. Esta vez sintió que aquél era un momento verdadero y se detuvo buscando con curiosidad el significado o el mensaje en la mirada  de aquella presencia nueva. El silencio latía en sus sienes y pensó que quizás ahora que todo había terminado, allí, al otro lado del espejo, encontraría las respuestas a las preguntas más importantes que le había hecho la vida y que ella nunca se había detenido a contestar, o quizás es que nunca se había atrevido a contestarse —¿quién eres?, ¿qué sabes de verdad?, ¿a quién has querido de verdad?—. Decidió desnudarse, y lentamente fue despojándose de los harapos que, a modo de disfraz, habían cubierto fielmente su cobardía hasta entonces: el refugio de las mentiras, la intención de las infidelidades a los más profundos ideales, todo lo bello y lo infame de su comportamiento engalanado como simples circunstancias…

El dormitorio estaba lleno de cajas de cartón sin abrir que había dejado aquella mañana de mayo la mudanza. En la mitad, su cama y su libro de cabecera. Agotada lo abrió por cualquier página, como hacía todas las noches antes de dormir. Su mirada se fijó en algunas líneas de la parte central de la página ciento siete en las que se leía: “cada uno responde a las preguntas más importantes como puede, diciendo la verdad o mintiendo, pero eso no importa. Lo que sí importa es que al final realmente responde con su vida entera.”

FUENTE: https://mivozestuvoz.web/2018/11/06/el-espejo-maria-jesus-beristain/

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