El Gobierno Interno del Mundo, por Annie Besant

Jorge Gomez (333)

Los Siete Maestros 002

 

  Conferencias pronunciadas en la Convención de la Sociedad Teosófica

de la India del Norte, celebrada en Benares, en Septiembre de 1920, por

ANNIE BESANT

TRADUCCIÓN DIRECTA DEL INGLÉS POR

DON ADOLFO DE LA PEÑA GIL

EDITORIAL ORIÓN MÉXICO, D.F. 1970

annie besant 2

CONFERENCIA I.

ISHVARA; LOS CONSTRUCTORES DE UN COSMOS; LA JERARQUÍA DE NUESTRO MUN­DO; LOS REGENTES; LOS MAESTROS; LAS FUERZAS

 

AMIGOS:

Deseo exponer ante vosotros si me es posible hacerlo en estas tres conferencias, cierta perspectiva del mundo y de la manera en que se le guía y dirige. Como quiera que estas reuniones son de carácter público, creo que debo haceros una advertencia que sería innecesaria si este auditorio estuviese compues­to únicamente por miembros de la Sociedad Teosó­fica. Es importante recordar que en la Sociedad Teosó­fica no tenemos autoridad en asuntos de opinión. Cada uno de sus miembros está en libertad de for­mular su propia teoría de la vida, de elegir su propia línea de pensamiento, y nadie tiene el menor dere­cho para dictar a cualquier miembro lo que debería elegir o lo que debería pensar. En la Sociedad Teo­sófica hay solamente una condición que obliga a sus miembros, a saber, el reconocimiento de la Fraterni­dad Universal. Fuera de esto, cada miembro es abso­lutamente libre. Puede pertenecer a cualquier religión, o puede no pertenecer a ninguna. Si él per­tenece a alguna religión, jamás se le pide que la abandone, que la cambie, sino solamente que trate de vivir de acuerdo con sus enseñanzas de vida espiritual, reconociendo la unidad de todo; que viva en armo­nía con los de su propio credo, y con los de otros credos.

Cuando hablamos de Teosofía, podemos tomar esta palabra en uno de dos sentidos. El primero, lo que debería significar para el individuo. En este sen­tido no existe diferencia entre Teosofía y la antigua Brahmavidya de la India, la Pará-Vidya, y la Gnosis de los griegos; ninguna diferencia en absoluto. Es el reconocimiento de que el hombre puede compro­bar a Dios. En el Upánishat se la define como “el conocimiento de Aquél por Quien son conocidas todas las cosas”. Hay en esto una dificultad, re­sultante de nuestro lenguaje, cuando hablamos de “conocimiento” en aquel sentido, pues conocimiento implica una dualidad, o de hecho una triplicidad, el Conocedor, lo Conocido, y la Relación entre ellos; mientras que, cuando el espíritu del hombre que proviene de Ishvara, realiza su propia naturaleza, no se trata ya de pensar o de saber. En este caso se trata de la realización de aquella identidad. Conocéis vosotros lo que está escrito en el Upánishat: “Aquel que dice ‘yo sé’, no sabe”, porque precisamente la palabra conocimiento es incorrecta cuando se tra­ta de esta realización, pues en ella, no decimos “yo sé”; decimos “yo soy”. He aquí el significado pri­mario de la palabra “Teosofía”.

También se la usa en un significado secundario: un cuerpo determinado de enseñanzas, pero ninguna de estas doctrinas particulares es obligatoria para ningún miembro. Se formó la Sociedad para la difusión de este conjunto de enseñanzas ante el mundo pero, repito, no las hace obligatorias para ninguno de sus miembros. Esta actitud de la Sociedad descansa en una base muy sólida. Tal base es que ningún hombre puede creer realmente una verdad mientras no haya crecido lo suficiente para verla por sí mismo. Una enseñanza no es en realidad parte de la vida espiri­tual; concierne a la vida mental, a aquella parte de la naturaleza humana relativa al conocimiento; esto es, al intelecto; y lo capacita a ver aquello que es se­mejante a sí mismo. La verdad en nosotros recono­ce la verdad fuera de nosotros, en cuanto se abre la visión interna. Así pues, uno de los objetos de la Sociedad es el estudio de las grandes verdades fun­damentales de todas las religiones. No se pregunta a los miembros si creen en ellas o no. Se les invita a estudiarlas, plenamente convencidos de que, así co­mo cuando se le abren los ojos puede el hombre que no sea ciego mirar mediante la luz del sol, sin que se le pregunte si cree en la luz, así sucede en el mundo mental. Tan pronto como se abren los ojos de la naturaleza interna, los ojos del intelecto, ya no hay lugar para la argumentación, sólo es cuestión de ver. Reconoceréis la verdad porque la facultad de verdad en vuestra propia naturaleza demuestra que aquella existe. Veis por medio de ella como veis por medio de la luz solar. En tanto que un hombre sea ciego, el sol, como luz nada es para él. Cuando adquiere la vista ya no es necesaria ar­gumentación alguna respecto a la existencia de la luz mediante la cual mira. Así es como se contem­pla la verdad, y de aquí que al estudiante se le deja que estudie hasta que por sí mismo conozca la verdad de cualquier doctrina.

Las enseñanzas que son difundidas por la Sociedad son aquellas que podréis encontrar en cada religión. Por ejemplo, si examináis un libro publicado por el Colegio Central Hindú como obra de texto para niños hindúes, y un libro secundario de texto para jóvenes hindúes del propio Colegio, encontra­réis en ambos ciertas verdades que son expuestas en la forma hindú. Si examináis los libros de texto teosófico que se usan para las escuelas en que se enseñan todas las religiones; en donde hay niños cuyos padres profesan diversas religiones, encontra­réis esas verdades en forma congruente con todas ellas. La única diferencia consiste en que en los libros teosóficos de texto se da apoyo a  sus verdades con citas de las diferentes Escrituras Religiosas del mundo, mientras que en los libros de texto hindúes sólo se citan las Escrituras hindúes. Tal es la única diferencia por lo que hace a las grandes ideas; las ideas son idénticas.

Por todo lo que os he dicho comprenderéis que yo expongo estas cosas tal como aparecen para mí. No son obligatorias para ningún miembro individual pues el deber de cada uno es el de pensar por sí mismo. No son obligatorias para la Sociedad como tal, ya que ésta presenta la aceptación de la Fraterni­dad Universal como condición de ingreso. De lo que digo, soy yo la única responsable. Lo que expongo es el resultado de mi estudio personal. Queda en libertad cada uno de vosotros, teósofos o no teósofos, miembros o no miembros, de usar su propio intelecto, su propio juicio, su propia conciencia, para examinar cada uno de mis asertos. No debéis tomarlos como verdades ya fáciles para vosotros. Cada quien de­berá usar su propio pensamiento y no simplemente guiarse por el de otro. Y esto es así especialmente, porque voy a hablaros de asuntos abstrusos. Al ex­ponerlos como verdades, hablo en su mayoría de cosas de mi propio conocimiento y, además; haciendo uso de algunos otros postulados congruentes con lo que sé, pero referentes a tina extensión de hechos mucho mayor de la que yo misma soy capaz de alcanzar. Pues voy a deciros unas cuántas cosas acerca del más grande Cosmos de los sistemas solares, que todavía no soy capaz de examinar por mí misma. Solamente expondré el asunto ante vosotros en lo general, y trataré brevemente de aquella parte. Pero esto es ne­cesario para daros, por así decirlo, una perspectiva de lo más completa, ya que hay muchos otros sistemas solares respecto a los cuales nada conozco.

La mayor parte de nosotros hablamos de muchos hechos de ciencia que no hemos sido capaces de comprobar; por ejemplo, no soy yo capaz de com­probar las afirmaciones de los grandes astrónomos con respecto a la situación y relaciones de nuestro vas­to sistema solar, porque no he estudiado astrono­mía. Si la hubiere estudiado, no podría haber alcanzado el conocimiento de los grandes expertos en aquella ciencia particular. Pero si yo encuentro que acerca del sistema solar ellos enseñan los hechos que han observado y agrupado mediante el telescopio y por otros muchos medios como el espectroscopio, de que se valen para examinar la composición de otros planetas que no sean el nuestro, yo aceptaría sus en­señanzas siempre que estos nuevos hechos estuvieran hablando en tesis general, en armonía con lo que sabemos respecto a nuestra propia constitución, y su relación, matemáticamente elaborada, hacia otros cuerpos; y así sucesivamente.

Nos encontramos, pues, en una posición exactamente igual por lo que toca a los enunciados que se llaman ocultos, esto es, afirmaciones de hechos que se refieren a un orden particular de existencia, con algunos de los cuales podemos ponemos en contacto en nuestro propio mundo y cuya existencia podemos, hasta cierto grado, descubrir por medio de la historia de nuestro propio mundo; existiendo otros con respecto a los cuales no estamos capacitados para hacer descubrimientos, ni para obtener in­formación de primera mano; y respecto a los cua­les se ha hecho gran número de aserciones por personas de desarrollo muy superior al nuestro. Tan cierto es cuando se trata de las ciencias ocultas, co­mo al tratar de la astronomía, que hemos de aceptar gran parte de lo que se nos dice confiando en los ex­pertos. Parte de ello puede ser descubierto por nosotros mismos, por nuestro propio estudio; otras par­tes no pueden serlo. Las condiciones son semejantes a las que se nos presentan en la astronomía o en cualquier otra ciencia. Hay que dedicar a su estudio muchísimo tiempo, debiendo estudiar a lo lar­go de ciertas líneas que han sido verificadas una y otra vez. Debemos proseguir hasta el conocimien­to de primera mano, que es el mejor, pero a la vez el medio que exige mayor trabajo para adquirir co­nocimientos. Esto requiere, sin embargo, para em­pezar, cierto grado de disposición para ta ciencia particular. Podéis encontrar, por ejemplo, un hom­bre que jamás será un gran astrónomo, no importa cuanto tiempo haya él estudiado; un hombre des­provisto de capacidad matemática que nunca podría llegar a ser un astrónomo realmente grande, ya que para el estudio astronómico son necesarias las matemá­ticas superiores. Si una persona es por naturaleza muy torpe en aquella ciencia, jamás podrá llegar a ser un destacado astrónomo.

Lo mismo ocurre con el estudio de las ciencias ocultas. Muchas son las personas que carecen de fa­cultades para iniciarlo. Depende ello de su pasado, de la línea de evolución a lo largo de la cual hayan venido. El progreso depende de la facultad que po­sean, del suficiente tiempo que pudieren dedicar al estudio; de cómo los principiantes en el estudio se so­metan a las reglas establecidas por los expertos, etc. Pero, admitiendo que existe una gran diferencia en­tre la aceptación que se de a la ciencia oculta y la aceptación presentada a los enunciados astronómicos hechos por los expertos, todo el mundo, prácticamente toda persona educada, se halla dispuesta a aceptar el testimonio de los más grandes astrónomos relativo a hechos que el]os son incapaces de observar o de ve­rificar por si mismos. Si éstos no fueren correctos, pa­ra nosotros no seria asunto de vida o muerte.

Pero cuando se trata de afirmaciones de la cien­cia oculta, algunas de las cuales se encuentran en las grandes Escrituras del mundo, encontrándose otras en las arcaicas historias del pasado, mucho es el escep­ticismo con que las reciben los modernos pensadores. Rechazan la historia como legendaria y mítica; pasan por alto las escrituras conceptuándolas como supers­tición, aún cuando contienen las ideas de pueblos antiguos mucho más instruidos que nosotros. De aquí la dificultad con que se encuentra el Ocultismo para justificar sus enseñanzas; el hombre debe asumir ante ellas la misma actitud que he expuesto tratándose de la ciencia astronómica.

Pero el hombre de nuestra época está dispuesto a aceptar las ciencias basadas en aparatos. Los aparatos muy complicados, tales como telescopios, espec­troscopios y toda clase de máquinas de extraordinaria finura y precisión logran autoridad sobre la mente del hombre actual especialmente en occidente; donde los hombres por ahora son los más adelantados, según se dice, en las ciencias comunes.

Tal es la forma en que actúa la mente; examina los objetos y construye sus teorías mediante la observación, comparación, clasificación; y así sucesivamente. Todo aquello que se sujeta a estas líneas se justifica con facilidad ante la mente común de los hombres moder­nos quienes no la rechazan. El Ocultismo trabaja de manera diferente; actúa por el desarrollo de nuevos ór­ganos que se hallan dentro del hombre y no por la manufactura de aparatos externos al hombre. Ahora bien, el desarrollo de los sentidos internos, de los poderes internos de observación, solamente se pue­de lograr siguiendo ciertas reglas, reglas que afec­tan al cuerpo y a la conducta del hombre. Es mu­cho más fácil comprar un telescopio y contem­plar la luna a través de él, que desarrollar nuestra propia naturaleza bajo líneas de acción a las cuales la evolución no nos ha acostumbrado todavía. Ahí radica la dificultad para el estudio Oculto. Una persona se someterá gustosa a una disciplina y no la resentirá, si la practica en el laboratorio de la ciencia, pero se rehúsa a ello si la disciplina le es impuesta bajo la autoridad de los Grandes Conoce­dores del pasado. Os voy a hablar respecto a una serie de hechos así obtenidos. Así pues, debéis to­marlos desde aquel punto de mira, y comprender que yo no os pido creer una cosa porque yo la di­go. Me limitaré a exponer ante vosotros una teoría del Gobierno del Mundo que tiene hechos que la apoyan en la historia y en la religión, pero que pue­de ser rechazada por quienes no aceptan la historia antigua, por quienes no aceptan las Grandes Escri­turas del Mundo de la Religión, ni algunas que yo voy a agregar de mi propio estudio.

Principiaré por exponer aquello que no me es posible comprobar por mí misma, dándoos solamen­te algunas razones para su aceptación. En síntesis os diré que tenemos un sistema solar que consta de ciertos cuerpos planetarios que giran alrededor de un Sol central. Estos cuerpos han sido estudia­dos por la ciencia común, la que afirma que se mue­ven bajo la acción de ciertas leyes naturales defi­nidas, como las llamamos, y las cuales, por obser­vación, han quedado establecidas y comprobadas una y otra vez. De acuerdo con este punto cientifico de mira, nuestro sistema solar es, hasta cierto límite, un cuerpo que se contiene a si mismo. El sol central controla en cierto sentido los movimientos de los cuerpos planetarios que lo circundan. Y fue­ra del sistema solar tenéis el espacio, prácticamen­te, espacio vacío. Pero la Ciencia dice que existen muchísimos Sistemas solares. El nuestro es solamente uno de un grupo. Nos dicen que los siste­mas solares forman grupos y que nosotros pertenece­mos a uno de esos grupos, mientras que el grupo general gira en derredor de otro Sol muy lejano, pero muy lejano, allá en las profundidades del espacio; de tal suerte que nuestro sistema no se gobierna a sí mismo por completo. Nos hallamos bajo otras influencias y, como sistema grupal en conjunto, nos movemos en obediencia a otras leyes. Leve impor­tancia tiene todo esto para nosotros, ya que poca es nuestra oportunidad de observación. Cualquier parte de los postulados de la Ciencia es, práctica­mente, una inducción de ciertos hechos comprobados; se interpreta que, determinado el movimien­to de los cuerpos por la atracción y la repulsión, si un cuerpo cualquiera se mueve en una forma que no admite explicación por la acción de cuerpos ya conocidos, debe existir algún otro cuerpo conocido que determine estos otros movimientos los cuales no pueden atribuirse a ninguna de las fuerzas exis­tentes dentro de nuestro sistema solar. Poco sé yo de todo esto y por tanto dejo ya de ocuparme de ello.

Paso ahora a tratar de nuestro sistema solar, cosa ciertamente difícil para nosotros. En él se hallan el Sol y los planetas. Sabemos, por lo que a esto toca, que el Sol y los planetas están compuestos de ciertas clases de materia. La Ciencia ha podido com­probar que la constitución de la materia de cada uno de estos planetas contiene substancias de las que existen en nuestra tierra, sólo que en condicio­nes muy diferentes. En uno o en dos de ellos pue­de existir el hombre; puede tener lugar el desarrollo de la humanidad. Es obvio que otros no pueden tener algo semejante a la humanidad tal como la conocemos. Tales son los vagos asertos que los expertos nos pueden dar por lo que toca a nuestro Sistema solar. Pasando a las grandes Escrituras del mundo, podemos encontrar en ellas aserciones defi­nidas sobre esas formas de materia, en el sentido de que los globos del sistema planetario emanan de un Sol Poderoso que recibe entre los hindúes el nombre de Ishvara, como si dijéramos en inglés el Señor, El Regente. Ciertamente El Sér, la existencia de ese Sér, no puede ser probada en forma definitiva, excepto por la manera que he mencionado al principio, la obtención del conocimiento de El, mediante el proceso de descubrirlo por nosotros mis­mos.

La Religión nos dice que todas las cosas a nues­tro derredor, visibles e invisibles, son formas en que se encuentra la Vida-Una. Por lo que a nuestro propio mundo concierne, la prueba de que habla­mos se hace más y más accesible y valiosa para nos­otros; casi podemos adivinar, mirando a otros seres humanos, que la vida en cada uno de ellos es muy semejante a la Vida en nosotros mismos. Todos nosotros pensamos, todos nosotros sentimos, todos nosotros actuamos, todos tenemos pasiones simila­res, emociones similares, similares divisiones de pen­samiento, facultades y capacidades mentales simila­res, y así sucesivamente, diferentes sólo en cuanto a grado, pero no en lo esencial. La Ciencia co­mienza ya a decimos que hay Una Vida en todas aquellas cosas que la misma Ciencia ha podido re­conocer como vivientes. Esto ha venido a suceder muy especialmente en nuestro tiempo. La Ciencia ha reconocido mucho tiempo ha, que la vida en el animal es la misma que la naturaleza de la vida en el hombre.

En occidente se ha reconocido hace poco tiempo que la vida en el vegetal difiere a su vez de la animal solamente en grado, pero no en calidad. Tal maravilloso descubrimiento se debe, como sabéis, a un hindú, Sir Jagadish Chandra Bose, Profesor que fué de la Universidad de Calcuta, quien se dedicó a la búsqueda de la verdad guiándose en sus investigaciones por medio de las Escrituras Hindúes. No olvidéis jamás que Jagadish Chandra Bose hizo la afirmación en su primera gran conferencia en Londres sobre la vida de las plantas, de que tal vida es idéntica a la vida en los animales y en el hombre; tal fué su afirmación ante la Sociedad Real, en pre­sencia de los pensadores materialistas de Inglaterra, y, a través de ellos, de Europa; habiendo termina­do su famosa conferencia con la frase de que lo que él estaba probando era solamente lo que sus ances­tros habían cantado en las márgenes del Gánges. Cosa literalmente cierta. Solamente hay Una Vida a la que se dan diferentes nombres. Esta profunda verdad se afirma una y otra vez sin vacilación, sin dudas, sin incertidumbre, en los Upánishads y en toda la gran literatura de la India. Un gran comen­tarista de los Vedas, Sáyana, como sabéis, se expre­sa así cuando trata de la Vida-Una: “La Vida-Una dijo, se manifiesta en el reino mineral como Sat, existencia; eso es todo lo que el mineral manifiesta de esa Vida-Una. Esa misma Vida-Una se manifies­ta en el vegetal como Ichchhá, deseo; en el animal esa misma Vida-Una se manifiesta con fuerza mu­cho mayor como Ichchhá y también como chit, pen­samiento, pero el conjunto se manifiesta ya en el hombre que ve antes y después llegando a ser consciente de por sí. Data esta afirmación de cien­tos de años, de siglos, de milenios, aún cuando no haya sido expuesta en la forma que requiere la mentalidad científica del siglo veinte. Basado en ella, siguiendo su dirección, aceptando esta gran verdad expuesta por los antiguos Rishis. Jagadish Chandra Base inició su trabajo y pudo comprobar tal cosa en el plano físico; pudo demostrarla con aparatos físicos; expuso experimentos que la evidenciaban fue­ra de toda posibilidad de duda. Al principio no la aceptaron; no le dieron crédito. El mundo científico occidental no estaba preparado para aceptar que un investigador hindú, guiado por sus grandes Es­crituras, hubiera probado una cosa que ninguno de ellos había descubierto, mucho menos comprobado. Pero llegó el día de su triunfo. Sus hechos fue­ron aceptados. Sus conclusiones fueron admitidas como correctas. Según sabéis, Chandra Base es ya miembro de la Sociedad Real, el máximo reconocimiento del genio científico que puede otorgar Inglaterra.

Todo esto salió de las Escrituras. Podemos ya dar por científicamente probados estos hechos; pero no existen aún pruebas suficientes por lo que hace a los minerales. En ellos solamente se puede encontrar un principio de esta verdad: La fatiga. Cuando el mi­neral descansa, la fatiga desaparece. Vuestras máquinas se cansan, como lo saben bien los mecánicos. No necesitan reparación: les basta con el descanso; cuando lo disfrutan recobran su elasticidad y continúan trabajando. La prueba de que tienen vida y no solamente lo que llaman reacción sin vida, no está completa aún. Personalmente estoy en condiciones de aceptar esta verdad tanto por lo que he aprendido en Escrituras antiguas, como por mi propio conocimien­to de la evolución de la vida mineral.

Hasta aquí hemos tratado de asuntos muy extensos. Mucho es lo que se discute en cuanto al Sol. ¿Au­menta o decrece la energía solar? La pierde como resultado del continuo calor que proporciona a otros cuerpos, o la recupera por cosas que al caer sobre él la generan en manera más rápida que la de disminu­ción? Estamos dispuestos a aceptar temporalmente la teoría que sobre el particular nos dan los Astrónomos. Yo creo que el Sol es la vestidura de un Gran Ser, que es un centro de Vida; una poderosa Vida-Auto-consciente. Así lo creen los hindúes. Generalmente hablando, Narayana es el Gran Sér en nuestro Sol. En ese sentido el Sol es la manifestación, el cuerpo del Ishvara del sistema. En las enseñanzas teosóficas, acordes con las escrituras de estos credos antiguos, encontraréis el término Logos (palabra) usada para de­signar a la Deidad, el Ishvara del sistema. Muchos de los teósofos que han estudiado aceptan este punto de vista considerando al Sol de nuestro sistema como el cuerpo del Logos. Ishvara; pero sin dar a ello mucho hincapié y sin hacer de esto referencia frecuente. En ocasiones hablamos del Logos Solar, estableciendo una distinción con estos términos, ya que creemos de acuerdo con los hindúes, que existen muchos Ishvaras de rangos más elevados, que culminan en Uno. Recordad que el Bhágavad-Gitá habla sobre este punto y se refiere a los grandes rangos de Ishvaras, cada uno de ellos más elevado que el anterior. Nos limitare­mos, por lo que toca a propósitos prácticos, al Ishva­ra de nuestro propio sistema y, como sabéis, el gran mantram del Gayatrí es una súplica al Dios que está en el Sol. Esta es la razón, por supuesto, de que en muchas religiones la gente se vuelva hacia el Oriente al hacer sus plegarias. La actitud de dar el rostro al Sol que nace, para practicar actos de adoración tributa­dos no al Sol como cuerpo material, sino al Dios que está en el Sol, no es cosa peculiar de los hindúes. Todas las cosas que comprende nuestro sistema so­lar reciben su vida de la vida del Sol, de su calor, de su luz. Es El la fuente de toda la energía por la que existe el sistema solar y tiene en sí la insondable energía de lo Divino.

Y si queréis saber de qué manera se originó el sistema solar, encontraréis que la enseñanza oculta va un poco más allá de la enseñanza verbal de los libros sagrados. Algunos de esos libros usan la pa­labra Ichchhá, (deseo). En ocasiones emplean tam­bién la palabra Aliento, Prana, término muy exacto. El Ishava más elevado emana la raíz de la materia El Ishvara de nuestro sistema solar, actuando en lo que la ciencia denomina Eter, aquello que precede a la nebulosa, el Eter del espacio, aísla una porción del mismo mediante un anillo que forma a su de­rredor y dentro de ese espacio anular, se forma nues­tro sistema solar; su aliento, al penetrar en este Eter, forma las primeras burbujas –no hay término más adecuado para expresar esta acción– y de la agregación de estos átomos toma forma nuestro sis­tema solar. Estoy solamente exponiendo el hecho, comprobado hasta cierto punto por la observación, de que existen tales agregaciones que son conglomerados preatómicos de aquellas burbujas. No creo necesario ampliar más este punto.

¿Quién es aquel que, reuniendo el material traí­do a la existencia por el Aliento-Vital del Logos, por el Aliento-Vital de Ishvara, lo construye por me­dio de agrupaciones? Primordialmente, es la acción otra vez del mismo Ishvara, en su aspecto de Brahmá.

Pasamos ahora a la división de la Vida Divina en sus tres grandes formas de manifestación, y es Brahmá quien, elaborando este tosco material y dan­do forma a las diferentes graduaciones –a las que nosotros llamamos sub-planos–, llega hasta los áto­mos químicos. Y nos hallamos así en lo más inferior, el mundo nuestro. Después de que una in­mensa cantidad del material formado fué traída así a la existencia por el pensamiento de Brahmá, re­pito, de Brahmá, entra en acción la Actividad Crea­dora. Viene luego otra gran oleada de Vida que da forma a los átomos, forma no simplemente mo­lecular, sino formas como las minerales, como las vegetales, como las animales, como las de primitivos hombres salvajes desprovistos de mente. Todo esto va sucediendo a través de largas edades, esta cons­trucción de los planos y sus habitantes por la ac­ción de los seres mencionados en el breve bosquejo de la primera parte de esta conferencia, seres que reciben el nombre de Constructores del Cosmos. Aho­ra bien: esos Constructores del sistema son los pode­rosos seres procedentes de otro Cosmos anterior, quie­nes habiéndose unido a Ishvara, han obtenido la más elevada condición de Moksha (liberación de la rueda de nacimientos y muertes), han entrado, pudiéramos decir, en el cuerpo del mismo Ishvara y han llegado a ser uno con él. Todos los primeros Constructores de un Cosmos pertenecen a aquellos grandes y poderosos Devas traídos por el Ishvara de ese Cos­mos para ser Constructores de Sus mundos. Aquí nuevamente nos fundamos en la autoridad de las grandes Escrituras y en otras enseñanzas ocultas.

Me estoy refiriendo por ahora a nuestro propio sistema solar. Pues bien: en el más alto sentido de la palabra, por Jerarquía Oculta entendemos a Ishvara y a los Grandes Constructores del conjunto del sistema, los Grandes Seres que rigen, guían, sos­tienen y dirigen la totalidad de nuestro sistema so­lar. No podemos alcanzados en forma alguna; tenemos que descender mucho, tenemos que llegar hacia aba­jo hasta nuestro mundo. Ya en él nos encontramos en una esfera asequible de conocimiento, expuesto en forma de bosquejo general en los grandes libros y susceptible de ser comprobado por medio del es­tudio de aquellos de nosotros dotados de mentali­dad apropiada –en la misma forma que es nece­saria una mentalidad idónea para las matemáticas o la geología– que estén dispuestos a someterse a la disciplina indispensable para obtener información de primera mano. Pasemos, pues, a la Jerarquía Oculta de nuestro propio mundo, compuesta de los Regentes, los Instructores y las Fuerzas. Notaréis estas tres divisiones. Son correlativas de la triple naturaleza de Ishvara que, en todas las cosas que de El proceden, aparece en el aspecto vida que anima las formas. Debéis tener siempre presente esta tri­plicidad. Existe en vosotros mismos, en vuestra misma conciencia. Bien sabéis que sólo tiene tres formas de actuación: tres ni más ni menos. Tenéis Jnánam, (conocimiento) Ichchhá, (deseo) Kriyá (ac­tividad). Tenéis la “alertidad” o vigilancia (awa­reness) para reconocer las cosas de fuera, percepción que se convierte en Jnánam ( conocimiento). Luego tenéis Ichchhá, que en su más baja forma es Deseo; y Voluntad, Poder, en su más elevada forma. Por fin Kriyá, o actividad. Y solamente cuando es­tas tres se han desarrollado, llegamos a ser auto-cons­cientes; el ser que analiza su propia conciencia, que encuentra por sí mismo la triplicidad que manifiesta la presencia de Ishvara en su propia naturaleza.

Por doquiera se reconoce esta triplicidad. La Ciencia occidental la reconoce en el análisis de la mente. Nadie que haya estudiado el asunto podrá negada, ya se trate de libros antiguos o de moder­nas obras de psicología. En Occidente se principia a hacerlo vagamente, porque las lenguas occidentales no se adaptan a expresar las formas sutiles como lo hace el sánscrito. Debéis tener presente que un lenguaje se va formando según los pensamientos de las personas que lo usan. En occidente, para poder tratar de los aspectos sutiles de las ciencIas, ha ha­bido necesidad de echar mano de otros lenguajes creando neologismos para las cosas nuevas que en­cuentran en la psicología. Y es así como encontra­réis una larga lista de términos que el psicólogo, que vaya al día con la Ciencia actual, tiene que saber y entender. De ahí que la lengua inglesa vaya au­mentando su léxico. Muchas de sus palabras han sido tomadas del sánscrito y también del griego y del latín, que son las lenguas clásicas de Europa.

Tomemos, pues, lo que ha sido probado de ma­nera definitiva; que son tres los aspectos de la Vida, que esos tres aspectos existen en Ishvara o el Logos. Sat Chit Ananda se les denomina en su más elevada forma. Y en el Ishvara del Cosmos reciben el nombre de Jnánan; Ichchhá y Kriyá. En igual for­ma se halla en el hombre en un grado muy infe­rior.

Hemos así descendido hasta nuestro propio mundo. Sólo tenemos que notar de pasada otro punto, porque os hablé solamente de dos grandes oleadas de Vida una de ellas que actúa en el material su­ministrado por el Aliento del Logos y la otra, la se­gunda, que moldea ese material dando configuración a las formas que encontramos en nuestro mundo propio. La tercera gran oleada de Vida es aquella que en el hombre, y solamente en el hombre, une a lo más elevado con lo más bajo; el Espíritu que se pone en contacto directo con la materia de los subplanos inferiores; tal es el resultado del tercer gran impulso emanado de Ishvara, impulso por el cual el Espíritu, que es un fragmento de El Mismo, toma po­sesión definida del cuerpo a cuyo través tiene que ac­tuar, no sólo en el plano físico, sino también en todos los planos inferiores, los grandes mundos dentro de los cuales existe nuestro globo. Estos mundos son, como sa­béis, el plano físico, el plano astral –al cual llamo yo emocional– y la mitad del plano mental, los mun­dos de los cuerpos inferiores. Quedan luego el pla­no mental superior, o sea el mundo del Intelecto; el mundo de Budhi, o sea el de la auto-realización, de la intuición; y el de Atma, el de la reproducción del Espíritu Divino dentro de nosotros, que son los planos más elevados de nuestro quíntuple Univer­so. Tal es el hombre en toda la perfección de sus partes, las etapas de su conciencia y de los cuer­pos en los cuales actúa. No me es ya necesario insistir sobre estos puntos, bastándome tan solo el recordaras estos bien conocidos hechos. Conocéis las diversas categorías de cuerpos: el Sthula Sharira, El Sukshma Sharira y los Koshas, expuestos en el Vedanta como subdivisiones de los cuerpos[1].

No nos concierne por ahora el organismo del hombre, aún cuando sí debemos tenerlo presente en nuestras mentes, sino la existencia en nuestro globo de una Jerarquía oculta que manifiesta los tres grandes grupos. Esa Jerarquía llegó a nosotros de algu­na parte.

Al hablar ahora, vacilo por un momento. Iba a deciros que hablo por mi propio conocimiento, pero me explicaré mejor. Es cosa perfectamente po­sible desarrollar la facultad de “mirar retrospectiva­mente” para leer lo que se llama “Anales Ocultos” del mundo, muy distantes de todo lo que conoce la historia común; aquella facultad de retrotraerse hasta esos anales a los que la Ciencia oficial comien­za ya a denominar la “memoria del mundo”. La Ciencia ha principiado a considerar como una rea­lidad el que todos los eventos permanecen en aque­lla memoria del mundo; hace la Ciencia lo que de pronto parece un aserto sorprendente, a saber, que si un hombre pudiera alejarse de nuestro mundo hasta cierta distancia de él, hasta algún otro globo, podría ver allí los sucesos que ocurrieron en nuestro mundo hace millares de años. Esto parece algo desconcertante cuando se escucha por primera vez. Pero la visión está determinada por la acción de la luz; sólo que, como sabéis, la luz no puede atravesar los enormes espacios requeridos. Pero si esto fuera po­sible, una persona situada en un globo distante, po­dría ver sucesos que acontecieron aquí mucho tiem­po después de que sucedieron.

¿A qué se debe que el sonido de un cañonazo se escuche algo después de haberse visto la ráfaga del mismo, siendo así que ráfaga y sonido son simultá­neos? A que el sonido camina más lentamente que la luz. La luz camina tan rápidamente que no es posible apreciar el tiempo entre el cañonazo y su ráfaga a distancia de un kilómetro o cosa así. No obstante, la luz viaja a una velocidad definida. Un año luz es la distancia en kilómetros que reco­rre la luz en el transcurso de un año. Las distancias astronómicas son tan grandes que para medirlas se emplea el año luz. Tomemos mil años de luz y supongamos que nos sea posible, desde la enorme distancia recorrida, mirar el estado de nuestro globo hace mil años, cuando salió de aquí esa luz; pues bien, en tales condiciones, nos sería posible ver los acontecimientos que sucedieron aquí hace un mile­nio. Para comprender esto basta con pensar un po­co; con tener un poco de imaginación. Pensándolo, resulta cosa sencilla y clara. Todos los acontecimien­tos están siempre allí, a todo lo largo del camino recorrido por la luz. Pero para verlos en cualquier punto, deberá existir un nuevo órgano de visión. Con sólo que esto os fuera posible, entonces podríais ver la historia del mundo, viajando, por así decirlo, en retroceso hacia el propio mundo a lo largo del rayo luminoso y mirando los registros de los mismos en esa luz. Tal es exactamente, en efecto, lo que hace el ocultista, aún cuando no precisamente en esa forma, sino situándose en un punto frente al cual pasan esos registros como una película cinematográ­fica. El símil es burdo, pero correcto. El Ocultis­ta denomina a esto “Anales Akásicos”. La Cien­cia, buscando a ciegas, dice que ese registro debe de existir; pero nada más puede exponer sobre el particular. Claro está. Sólo se puede investigar sobre esta materia cuando se cuenta con el desarrollo de ciertas facultades que existen en el hombre. Este es el sentido de mis palabras cuando hablo de lo que “yo he visto”. En tal sentido dije que yo sabía que la Jerarquía vino de alguna parte porque he visto la llegada a nuestro mundo de aquellos Grandes Señores de Luz; me han dicho que vinieron de Shukra, el planeta Venus, planeta que dió a nuestra tierra los principios de su Jerarquía Oculta. Queda esto fuera de mis poderes de investigación; solamente ví la llegada. Hay en vuestros libros hindús algunas tradiciones que tratan de la venida de los Grandes Señores. Se habla en ellos, por ejemplo, de los cuatro Kumaras. ¿De dónde vinieron? ¿Quienes eran Ellos? De alguna parte vinieron a nuestro mundo. Los Anales Ocultos y los libros Hindúes dicen que esos Grandes Señores vinieron de Shukra (Venus). Vinieron a nuestro mundo, porque este estaba ya preparado; porque había alcanzado ya la etapa de evolución necesaria para que los humanos recibieran esa gran oleada de Vida que hizo posible el inte­lecto del hombre. Y vinieron Ellos porque, sin esa guía de los Señores Superiores, el intelecto se hu­biera extraviado, sumergido en un mundo de pasión y de naturaleza animal, de lo cual se hallaban lle­nos los seres humanos, cosa que se hubiera traducido en la gran destrucción de su ulterior evolución.

Pues bien: en la literatura teosófica, ese período del advenimiento se denomina la mitad de la ter­cera Raza. Nos hallamos en la quinta raza, nues­tra propia raza raíz. La cuarta raza, como sabéis, incluye los chinos, los japoneses, los mongoles, estos pertenecen a la cuarta raza que numéricamente excede a la Tercera y a la Quinta. La Tercera Raza está extin­guiéndose, salvo en los casos de entremezcla con razas posteriores. En lenguaje etnológico común se les denomina Lemurianos. También usamos esta palabra en los libros Teosóficos. Los Lemurianos, la Tercera Raza, produjo sus divisiones o subrazas, y hacia la mitad de la evolución de aquella Raza vinieron los “Hijos de la Luz”, los “Hijos del fuego”, co­mo se les designa en algunos libros, y fundaron la Jerarquía Oculta del Nuevo Mundo. A ese cuerpo pertenece el más elevado de vuestros Rishis. Os aca­bo de hablar de los cuatro Kumaras. Son de aquellos que vinieron originalmente a nuestro mundo para ayudarle y que aún permanecen en él. De Ellos se dice que Viven en la Isla Blanca, mencionada en vuestros Puranas. Tal Isla Blanca forma parte del Asia Central, guardada muy cuidadosamente de toda in­trusión, pero existente aún. No es ésta la cuna original de nuestra Raza, sino más bien el almácigo por así decirlo, en el cual inició su crecimiento. Recordaréis aquel notable libro de Mr. Tilak, sobre “El Hogar Ártico de la Raza Aria”, en el cual se aproximó mucho el autor a la verdad oculta. La tierra en donde se eligieron los gérmenes de la gran quinta Raza para su evolución, existía ya mucho antes que ésta. Esos gérmenes fueron seleccionados por el Señor Vaivásvata Manú, punto sobre el cual tendré que hablaros mañana. Sólo quiero, por aho­ra exponer ante vosotros las grandes triples divisio­nes existentes en la Jerarquía.

Tenéis primeramente el Grupo de Regentes, a la cabeza de los cuales se hallan los cuatro Kumaras, los regentes del Mundo. Bajo su cuidado se encuen­tran las Naciones; tienen que ver con las Razas; tie­nen a su cargo, por mediación de elevados Devas, la configuración del mundo por lo que respecta a tierra y agua; las tremendas catástrofes y cataclismos, terremotos y oleadas marítimas que modifican la su­perficie total de nuestro globo en la distribución de tierra y agua. Las épocas para éstos son parte de su labor, y por consiguiente les damos el nombre de Regentes; son los verdaderos Gobernantes internos de nuestro mundo.

Pasemos ahora al Gran Grupo de Instructores de la humanidad. En este grupo encontramos a todos los fundadores de las Grandes Religiones, los Bu­ddhas religiosos, así como en el primer grupo ha­llamos a los Manús. Más adelante trataremos este punto con mayor amplitud, el referente a los Bu­ddhas, a los Fundadores de credos religiosos, los Ins­tructores. Todos Ellos pertenecen a aquel grupo. Viene luego el tercer Grupo, al cual denomino aquí el de las Fuerzas. La razón por la que me valgo de esta palabra es que cada uno de estos Grupos emplea para su trabajo una clase especial de fuerza. Los Regentes emplean cierta clase particular de fuerza; los Instructores utilizan otra clase particular de fuerza y a los demás les quedan asignadas las fuer­zas restantes que realizan las actividades del mundo.

El Primer Grupo, el de Regentes, actúa por el Poder de la Voluntad. Este poder, como ya queda dicho, en su forma inferior es Ichchhá (deseo), y en su forma superior es Voluntad. Voluntad o Poder es la característica natural de los Gobernantes; por medio de esta Fuerza, la Fuerza de Volición es co­mo actúan los Regentes, los ocultos Directores de la labor mundial. Pasando luego al Gran Grupo Docente, encontraremos que los que lo integran tra­bajan por medio de Jñanam (conocimiento). Ellos como Instructores, tienen detallado conocimiento de nuestro mundo, de tal suerte que, justamente cuando va a comenzar una nueva religión, nos encontramos con que ya ha sido formado un nuevo tipo humano. Cuando los Regentes han formado ya otro tipo de humanidad, inician los Instructores su labor de dar instrucción a ese nuevo tipo para ayudarlo en su evo­lución. El Tercer Gran Grupo, el Grupo de Kriyá, (actividad), al que llamaré aquí simplemente “las Fuerzas” (o los Factores) –tal vez por falta de una palabra más adecuada– encauza todas las activida­des de nuestro mundo y está, a su vez, dirigido por un Gran Grupo de Seres.

Así pues, podéis considerar al Gobierno Oculto del Mundo como dividido en tres grandes Seccio­nes correlativas de las cualidades o Aspectos del mis­mo Ishvara. Estos grupos corresponden en su natu­raleza a los que aparecen descritos en vuestros Shas­tras; de tal suerte que si comparáis los nombres en los Shastras Hindúes, encontraréis a Mahadeva (o Shiva), cuya característica es Ichchhá (Voluntad); después Víshnu, cuya gran característica es Jñanam (Sabiduría) y por fin, Brahmá, cuya gran caracterís­tica es Kriyá (actividad) veréis el orden admirable del conjunto: Ishvara en el centro de todo con su triple manifestación, la copia de Saguna Bráhman, mani­festado en la totalidad del universo. Pasamos luego, en largo descenso, por así decido, a los Ishvaras de los sistemas, en quienes la gran triplicidad se hace manifiesta en lo que podemos llamar formas espe­cializadas, mostrando allí los Ishvaras los tres aspec­tos en las tres respectivas Gunas (o cualidades de la materia). Tal es el Gobierno de un mundo en nuestro sistema.

Descendiendo más abajo aún, volvemos a encon­trar esos tres aspectos, separados de acuerdo con la clase de trabajo que debe efectuarse. Y así tenemos a los Jefes, caracterizados por la Voluntad, los Edu­cadores, caracterizados por la Sabiduría, y a los Ad­ministradores o Factores, caracterizados por la Actividad; todo ello en perfecto orden de secuencia, por manera que, si conocéis el arreglo del mundo inter­no, estaréis en condiciones de ascender paso a paso y de comprender que el arreglo de que hablan las Grandes Escrituras del Mundo es el más elevado. Este arreglo se refleja hasta en lo ínfimo, modelándo­se lo infenor a semejanza de lo superior, reflejándose lo Supremo Mismo más y más hacia abajo, hasta llegar a nuestro globo unitario. La analogía es perfecta. Por eso se dice “como arriba, así es aba­jo”. Llegamos, pues, a nuestra propia Jerarquía Oculta a cuyos integrantes damos el nombre de Ris­shis, los Poderosos Seres que aparecen de tiempo en tiempo en vuestros Puranas e Itihasas[2]. Seres que en tiempos lejanos, al iniciarse la fundación de cada Raza convivieron con los hombres para consolados y ayudarlos. Por supuesto, la conferencia de esta no­che no es susceptible de comprobación directa por parte de muchos de vosotros; pero fué necesario hacer un bosquejo general para daros la perspectiva comple­ta, para poder ocupamos, luego de haber procedido así, de este pequeño paraje que es nuestro propio mundo; lugar por completo insignificante en el enor­me universo. Ya en él, podremos estudiar más de­talladamente; podremos ir examinando lo que sucede; la acción de las fuerzas que se hallan tras de quienes aparentemente nos gobiernan, los Regentes, los Ins­tructores y los Factores en nuestro mundo, el verdade­ro Gobierno Interno del Mundo por medio del Poder, de la Sabiduría y de la Actividad; y que se manifiesta en la Jerarquía Oculta de nuestro mundo con los Cua­tro Kumaras a la cabeza.

CONFERENCIA II

EL MÉTODO DE EVOLUCIÓN: LA FORMACIÓNN DEL HOMBRE; LA FORMACIÓN DE RAZAS y SUB-RAZAS; LOS MANUS

Amigos:

Recordaréis que en la conferencia pasada quedamos en el punto en que íbamos a ocupamos del Gobierno especial de nuestro propio mundo, la Jerarquía Oculta, como se la denomina, cuyos integrantes vinieron a la tierra, procedentes del planeta Venus, hacia el promedio de la Tercera Raza humana. Expuse ante vosotros que encontraríais en la Jerarquía la triple di­visión que es el reflejo de Ishvara Mismo, en los tres aspectos en que se revela a Sí mismo. Pensando por un momento en el Supremo Bráhman, en el Bráhman con cualidades, en el Bráhman-Saguna, nos hallamos de nuevo con esa triple división que reaparece, en su ruta de descenso, en el aspecto-Vida, el aspecto-Con­ciencia en los seres del Cosmos, hasta donde nos es posible conocer algo acerca de ello, siendo de presu­mir que esa misma división aparezca de igual modo fuera de nuestro Cosmos, como resultado inevitable de la Unidad de lo Supremo con Sus tres Aspectos, ni uno más ni uno menos.

Pensando luego en el Ishvara de un sistema aisla­do, de un solo sistema solar como el nuestro, nos en­contramos con esa misma triplicidad y, pasando a la propia Jerarquía Oculta, encontramos en ella, nueva­mente, esa misma triplicidad. Considerando esto por un momento como si se tratase de algo exterior, se­gún a veces consideramos a las personificaciones, esto es, a las Deidades antropomórficas, encontramos en todas las Trinidades de las religiones, lo mismo que en vuestra Trimurti Hindú, el reconocimiento de los Tres Aspectos en Uno. Pensamos en Brahmá, que crea el universo; pensamos en Vishnu, que lo sostie­ne y mantiene; pensamos en Mahádeva, (Shiva) el poderoso Ser que da al hombre la chispa inmortal de Divinidad, que es la fuente de toda evolución, tan­to en la raza humana como en lo sub-humano; y ve­nimos así a damos cuenta de que es cosa natural que en la misma Jerarquía –los Seres que directa­mente gobiernan nuestro mundo, personificando en ese Gobierno Interno del Mundo las cualidades divinas–, era natural, digo, que nos encontráramos esa misma triple división que hemos venido hallando en el Cosmos superior externo. Por eso fué que expuse ante vosotros la existencia de los Regentes, la existencia de los Instructores, así como de todas las Actividades, que yo resumí bajo la palabra Fuerzas, abarcando con tal palabra “Fuerzas”, la fuente de todas las actividades en el Cosmos, diferentes a las de gobierno y en­señanza; en tal forma que podemos imaginar por un momento un gran cuadro, por así decido, en el cual Mahádeva, el Regente-Uno, se halla a la cabeza de todos los Seres que ejercen las funciones de gobierno. Igualmente, podemos imaginamos a los Instructores distribuyendo al mundo el Aspecto Sabiduría que está encarnado, por así decido, en Vishnu, aquella Sabidu­ría de la que dicen las escrituras hebreas que “pode­rosa y dulcemente ordena todas las cosas”. Y pensan­do después en Brahmá, la Actividad, el Tercer Aspec­to, ejerciendo sus activas funciones por medio de la distribución de fuerzas controladas por sus correspon­dientes Jefaturas, tenemos así la expresión del Amor del Supremo que se muestra en Su propia manifesta­ción al emanar el mundo.

Entre las leyendas y mitos de los libros sagrados encontramos una respuesta a la pregunta tantas veces formulada y contestada con tan poca frecuencia: “¿Por qué Dios emanó o creó el mundo?” He aquí la res­puesta: Porque el Amor Supremo, Dios, deseó ser amado, y como las vidas que procedieron de El eran fragmentos de Su propia Vida, precisamente por aque­lla unidad de origen, hubo amor de parte de los seres inteligentes así emanados para Aquel de quien pro­cedieron. Esta es una, solamente, de las muchas res­puestas –poética y hermosa sin duda–, que contiene una profunda verdad, a saber, que la gran marca del amor de la Deidad se pone de manifiesto en Su Ac­tividad. Encontraréis que todas las religiones del mundo reconocen esa Actividad ese Poder y esa Sabiduría en el Supremo Señor del Universo; pero algunas de ellas, en lo que a la Actividad respecta, prefieren denominarla Amor, ya que la creación es el gran signo de Amor, considerándola desde nuestro punto de vista; y es así cómo estos tres Aspectos reciben también el nombre de Poder, Sabiduría y Amor.

En algunas otras religiones –en la de los Grie­gos, por ejemplo– encontraréis la idea de que una de las tres cualidades de la Deidad es la Belleza, más bien que el Amor. A los Griegos les atraía muchísimo la Belleza, par la cual les impresionó como la característica de la manifestación Divina. Esta mane­ra de considerar a la Deidad ha sido repetida y rei­terada par la ciencia moderna. Mientras más in­vestiga la ciencia en las innumerables seres que son personificaciones del Divino Amor en nuestro mundo, más encuentra que es la Belleza el signo inevitable de su manifestación. Examinad más allá del radio de visión del ojo humano, valiéndoos de la ayuda del microscopio, para poder estudiar la que es demasiado pequeño para que el ojo humano lo vea sin ayuda. A mayor poder de aumento del microscopio más ma­ravillosas son los detalles de la manifestación de la Belleza, pues en esas objetos invisibles, que ningún ojo humano es capaz de mirar sin este poder mecánico de magnificación, encontraréis hermosura de formas en la superficie de las cuerpos, criaturas vivientes de ma­ravillosa forma de curvaturas, ángulos y líneas, delicadamente arregladas en admirable perfección, de tal manera que, cuando las Griegos nos dicen que “Dios se manifiesta coma Belleza” encontramos que Su ma­nifestación en Su Universo comprueba bien la anti­gua idea Griega. Conviene no olvidar ésta, ya que en la moderna religión de la Cristiandad ocurrió una gran revuelta en contra de esta idea de la hermosura del universo y de la belleza del cuer­po humana, idea que formó parte del inspirador pensamiento del mundo Griego. Según aquel otro punto de vista, la belleza es cosa que aleja de Dios, en lugar de ser manifestación de Su más íntima na­turaleza. Como sabéis, la idea Puritana, de esa secta Protestante del Cristianismo, menospreciaba los obje­tos bellos, como si fuesen tentaciones, en vez de aceptarlos como manifestaciones de la Suprema Belleza. Y el resultado de esta falsa idea de la Belleza, fué que el hombre perdió de vista aquel aspecto de la Divinidad que caracteriza todas las actividades de lo Supremo.

Pasando a nuestra Jerarquía, dividida en esta triple forma, hagamos momentáneamente una pausa sobre los grupos que la integran para poder tratar el asunto en forma más minuciosa: consideremos las dos palabras que en la conferencia de esta noche aparecen al final de los asuntos que deberán ser tratados: los Manús y los Budhas. Los Manús pertenecen a la categoría de los Gobernadores[3]. Quiero detenerme un momento en esta gran manifestación del Poder o Voluntad. En vues­tros Puranas se encontrarán muchas cosas que arrojan gran luz sobre la obscuridad de este asunto y, debido a que las frases de esos libros no siempre se han entendido bien, mucho de lo que fué dado para ayuda y enseñanza de los hombres se extinguió en las mentes de aquellos a quienes se dieron esas grandes Escrituras coma un tesoro para ayuda del mundo. Existe en todas las religiones –de hecho en todas las organizacio­nes ya sea que exactamente se les llame religiones o no– surgidas al impulso de la Jerarquía, cierta nú­mero de símbolos, de nombres y de analogías, que parecen haber sido utilizados par los Grandes Cono­cedores del pasado en forma tal que, haciéndolos for­mar parte de la enseñanza impartida en ayuda del mundo, pudiera “aquello” subsistir aun cuando el significado de ellos se perdiera como resultado del co­rrer del tiempo; de tal suerte que pudieran permanecer coma testigos de la profundidad y plenitud de la en­señanza original impartida a la Gran Raza Aria; para que, en posteriores tiempos, quedara una prueba del antiguo conocimiento, y pudieran ver así, a lo largo de milenios de su historia, que aquel conocimiento quedaba imbuido, en realidad, en sus libros sagrados, contando así con testimonios siempre a la mano para sacarlos a luz cuando ya evolucionada aquella Raza, habiendo trascendido el tiempo de su niñez en que recibía la enseñanza que le daban sus instructores, y pasada la época de su juventud y primera madurez en que perdió mucho de ese conocimiento, y habiendo llegado a su plenitud de humanidad, pudiera re­cuperar el conocimiento del pasado y comprender que allí estaba todo el curso de su evolución; que a través de toda ella subsistía esa enseñanza desde sus primeros tiempos.

Encontramos, pues, en los Puranas, el nombre a que me he referido en conexión con el primer Grupo de Regentes, el nombre de los Cuatro Kumaras. No es mucho, ciertamente, lo que sobre Ellos se dice. No se dan muchas explicaciones sobre este punto; pero se habla de Ellos como de “los Cuatro”, el “Uno y los Tres”. Aquel a quien se designa como el Mayor de entre Ellos, (y para Ellos el tiempo no es sino un nombre, pudiera decirse; ya que están allende sus ilusiones) Aquel se llama el Kumara Sanat, el Eter­no, el Antiguo; en recientes días se pensó de él como de El Mayor, pero es preferible conceptuado como el Eterno, para el Cual y en el Cual el tiempo no existe.

El tiempo no es otra cosa que una de las formas de que se vale la limitada conciencia para establecer una medida, para obtener mayor claridad en su pensamiento; para poder computar intervalos mediante los cuales y en los cuales está capacitada para pensar; puesto que el orden en el tiempo no es más que una sucesión de la verdadera medida del tiempo en estados de conciencia; y no los movimientos del sol, de la luna o de las estrellas. Estos movimientos son adoptados por la mente humana solamente para po­der establecer una medida fija; pero sin lograr que esta medida corresponda a la verdad. Y es así como podemos tener esa idea del Eterno, que está más allá del tiempo y para Quien toda sucesión es simul­taneidad y a Quien solemos llamar el “Eterno Aho­ra”. El concepto de esto es unitario. Debemos es­forzamos, no obstante lo débil de nuestro esfuerzo, por captar esa idea con la limitada conciencia que poseemos y la cual habla de un pasado, de un pre­sente y de un futuro. No podemos comprobar que hay la posibilidad de que estos tres sean realmente simul­táneos, efectuándose entre sí en forma recíproca; afectando el futuro al pasado, tal como el pasado se dice que también influencia al futuro. Pero esto es cosa más bien para ser pensada por cada quien, du­rante la contemplación, que para poderla explicar a otro. Nuestro idioma, que fué fundado en la mera idea de sucesión, no puede expresar en alguna forma inteligible aquello en que no hay sucesión. Y lo Eterno es la única palabra, prácticamente hablando, que nos trasmite, si bien débil y pobremente, ese gran pensamiento de “Ahora”. Tanto así, que esa palabra “Eterno” no debe nunca confundirse con perdurable. Recordad que aquella palabra es el vocablo rectamente aplicado a aquel sublime Ser que está allende nues­tra comprensión y a quien se menciona en los Pura­nas como el Kumara Mayor, el Gran Sér que llamamos Sanat Kumara, el Eterno. Siguen luego los Tres que están con El, habitantes de aquella mística Ciudad de Shamballa, la Isla Blanca de la Juventud, que son los restantes Kumaras, llamados los discípu­los de El, del que encabeza el Gobierno Interno de nuestro Mundo.

H. P. B . habla de los tres y de su nombre derivado del Budhismo, que los denomina Buddhas Pratyekas, esto es, los “Budhas solitarios”. De ninguna manera es este un nombre apropiado, pues a tal nombre se ha venido dando una connotación por completo inaplicable a aquella gran elevación de existencia suprahumana. Se emplea este término para desig­narlos porque la palabra Buddha ha sido especialmen­te aplicada al Supremo instructor. Y, debido a que Ellos no enseñan, ya que su labor es de Regentes y no de Instructores, los hombres, en su ceguera, entreviendo borrosamente el hecho de esas grandes existencias, las llaman Buddhas solitarios, esto es, solos aislados, y aún se llegó al extremo de aplicarles el monstruoso calificativo de “egoístas”. Tan grande es la torpeza, la puerilidad de los entes humanos cuando tratan de juzgar acerca de Vidas tan supremamente superiores a la suya. “La Doctrina Secreta” usa esta expresión: “Más elevado que los Tres, es Uno solamen­te en el Cielo y en la Tierra”. Muchos son los es­tudiantes que sufren confusión con respecto al sig­nificado de estas palabras. H.P.B. a menudo usaba términos tomados de las explicaciones hechas por sus amigos Buddhistas e Hindúes. Fácil era comprender, leyendo acerca de los Cuatro Kumaras, que son las Cabezas de todo poder y los Regentes de nues­tro mundo; fácil darnos cuenta de que nos halla­mos en realidad ante esos Cuatro Poderosos Seres que encabezan el grupo de Regentes y se entiende tam­bién que la denominación de los tres y el Uno es obviamente una forma de división entre la Cabeza y los Tres que le acompañan en el Gobierno del mun­do.

Dejando a esos Cuatro Seres y descendiendo, por decido así, llegamos al Gran sub-grupo de los Manús, quienes ya se hallan más cerca de nuestras posibili­dades de cognición. Su trabajo está claramente esta­blecido. Tienen a su cargo, especialmente, la evolu­ción de las Razas. Siempre que una gran Raza está próxima a aparecer en el mundo (la llamamos Raza Raíz porque de ella brotan muchas sub-razas) nos encontramos con un Manú en el ejercicio de sus funciones. Los dos con quienes estamos principalmente relacionados en la presente etapa de la evolución de nuestro globo, son el Manú de la Cuarta Raza y el Manú de la Quinta Raza. Solamente hay un Manú pa­ra cada Raza, cosa que debemos tener presente desde un principio. Existen en la Jerarquía Oculta ciertos Grandes Seres designados para ser los Padres de las Razas. Como dije ya, los dos con quienes estamos más relacionados actualmente son el Manú de la Cuar­ta y el de la Quinta Raza, el Manú Vaivásvata, como sabéis, es el que corresponde a la Quinta Raza, o sea a la gran Raza-Raíz Aria, esa Raza que suele recibir el nombre de “los Hijos del Manú”. Tenéis, por ejemplo, los stotras (versículos) que aluden especialmente a los hijos del Manú, porque con relación al trabajo de un Manú, existe la peculiaridad de que toda la Raza-Raíz en su conjunto tiene en El su origen. El es, literalmente hablando, el Padre de Su Raza. Con respecto a los primitivos tiempos de la Cuarta Raza-Raíz, no conocemos tanto como con relación a los primeros días de la Quinta. Sólo sabemos de un Gran Ser generalmente denominado el Manú de la Cuarta Raza que aún tiene a cargo la mayor parte de la población de nuestro globo. Está El, actualmente, al cuidado de los cientos de millones de pueblos asiáticos, integrados principalmente por los chinos y los japoneses, siendo estos últimos relativamente pocos en cuanto a número, pero grandes en desarrollo y en poder.

Los japoneses se asimilaron las ideas de occidente, las absorbieron en su mentalidad y las desecharon luego, habiendo utilizado solamente todo aquello que encontraron de utilidad en esas ideas y dejando su marca en todo aquello que aceptaron, así como vos­otros podéis acuñar, como propias, monedas de oro procedentes de otro país. Para acuñar una moneda la enviáis a la casa de moneda y hacéis estampar en ella el sello de vuestra nación. Tal es lo que han hecho los japoneses con el pensamiento y la organi­zación occidentales. Ellos, bajo la dirección de su Manú siguiendo el impulso que El les envió por me­dio de sus regentes terrenales, esparcieron por todo el mundo occidental muchos de sus hombres más há­biles, los encargaron de una gran misión en Occiden­te para que aprendieran aquí la forma de manejar los asuntos, cómo se organizaba y cómo se trabajaba. Via­jaron por todo el mundo, estudiaron los procedimien­tos de todas las Naciones, su industria, los sistemas de educación, las instituciones políticas y todas aque­llas cosas que constituyen la vida externa de un país; y regresaron al Japón luego de conocer todas esas exterioridades, tales como los trajes europeos que adop­taron en cambio de sus hermosas vestiduras. Recuerdo ahora que, hablando en cierta ocasión con Mr. Swinburne, ese gran poeta inglés que se expresaba con cierta lentitud que daba idea de cansancio, me dijo, en su forma peculiar: “Sólo hay una cosa que Dios no perdonará a los japoneses en el Día del Jui­cio”. “¿Cuál, Mr. Swinburne?”, le pregunté, sabiendo bien que no creía él en el Día del Juicio, pero sin caer en la cuenta de a dónde quería él llegar. Medio entrecerró los ojos con esa actitud de somnolencia de que acabo de hablar y aludió a la adopción por parte de los japoneses del vestido occidental. Swinburne era un gran amante de la belleza. Lo que le causaba dis­gusto en la nueva civilización japonesa era ese cam­bio en el vestir. Abandonaron los japoneses sus precio­sos trajes, tanto masculino como femeninos, para ves­tirse a la moda de París, con lo cual cambiaron la hermosura por la fealdad. Era eso lo que tanto dis­gustaba a Mr. Swinbume. Había en su bonita ob­servación mucho de correcto, porque, de haber per­sistido el Japón en ese cambio, se hubiera perdido su aspecto nacional y no hubiera ya podido hacer vibrar su propia nota en el acorde de la música del mundo. Pero pronto desecharon ese exótico destino conservando sólo las útiles enseñanzas del occidente.

Los chinos, que aprendieron menos, pueblo demasiado recluido en sí mismo, alejado en demasía del res­to del mundo, no estaban listos para el trabajo que entonces se requería y que consistía en la salvación de los ideales de Oriente. Esta labor se asignó al Japón, ya, que la India, (corazón y hogar de los ideales de oriente, que había impartido al Japón el pensamien­to y la belleza orientales) se hallaba entonces en el momento de mayor peligro –contingencia que hoy, gracias a Dios, ha pasado ya–, en los momentos del peligro de haberse occidentalizado, de haber asumido la apariencia externa del Oeste en lugar de haber asimilado simplemente lo que hay de valioso en el pensamiento y la cultura occidentales. Entonces, sus jóvenes graduados se sentían más orgullosos de su co­nocimiento de Spencer y Huxley que del de sus pro­pios y más maduros filósofos y hombres de ciencia, entonces había el peligro de que la religión hindú, la sublime fé del Hinduísmo, donada a la sub-raza criadero, la inicial de la Raza Aria, para ayuda de to­do el mundo, hubiere pasado a ser conceptuada como simples balbuceos pueriles; ese momento fué, en realidad, la única ocasión en que la India se vió seria­mente amenazada en su propia vida. Había sabido sortear los peligros que sobre ella se han abatido. Ha sido víctima de muchas invasiones; de conquistas parciales; de la llegada de muchos extranjeros adentro de sus fronteras; pero a todos los ha conquistado y asimilado, cualquiera que haya sido su procedencia, o los ha arrojado de sí. Todos sabéis que los Griegos vinieron y se retiraron; pero de todos modos dejaron a la India enriquecida con la huella que imprimieron en sus artes. Vinieron los musulmanes y conquistaron algunas porciones de la India; pero ésta los asimiló y en la actualidad son hindúes por derecho de un millar de años de residencia. Ninguno de estos fué un peligro para la India, porque ella fué siempre más fuerte que sus invasores. Sólo cuando comenzó en realidad a occidentalizarse fué cuando llegó el mo­mento de su verdadero peligro; en los demás casos siempre obtuvo ventajas de sus conquistadores; per­maneció siendo la misma y de todos ellos acumuló algo a su gran riqueza nacional. Pero ahora, en este caso, estaba tratando, aun cuándo de manera incons­ciente, de cambiar su propia vida, de adoptar ideales occidentales en vez de orientales; de hacerse a las costumbres occidentales en vez de las orientales; en una palabra, de desnacionalizarse a sí misma perdien­do así la posesión de los tesoros que le habían sido confiados para bien de la humanidad, en vez de limi­tarse tan solo a absorber lo que le fuera valioso para incorporado a su propio sistema. En aquella hora de peligro su Manu vino a salvada de lo que hubiera significado para ella el cesar de ser una Nación, ella, la más antigua, excepto una solamente, de todas las naciones vivientes. Justamente entonces le fué dada la Teosofía para que los Hindúes se dieran cuenta de que poseían un tesoro y de que todos los demás pueblos habían aprendido de los Hindúes. Sobre esto, hubo algunas protestas en varias regiones y un escritor especialmente, Sir Valentine Chirol, dijo que los hindúes habían venido a saber, por los occidentales, que su religión era la más grande del mundo y que eran ellos, no los aprendices de las religiones de Occidente, sino los maestros de religión. Entonces, en esos momentos de peligro, fué cuando nuestro Manú no pudo encontrar en el pueblo hindú gente que pudiera impedir que sus propios ideales quedaran sumergidos bajo la pleamar de la civilización occidental. Acudió, pues, a Su Hermano Manú, que tenía a su cuidado los chinos y japoneses y, como quiera que China no estaba lista para el trabajo, puesto que estaba aislada; China no se hallaba entrenada, ya que se encontraba desprovista de poder y carecía del don de adaptabilidad, recurrió a la nación más pequeña, el Japón; inspiró a los nipones con Su Vida, los es­timuló con Su Poder y los lanzó contra los rusos de occidente, los hizo conquistadores para poder salvar así el ideal del Oriente mediante ellos y conservado para futura ayuda de la humanidad.

No tendríais de las guerras el concepto que tenéis si leyeseis vuestros Puranas. Consideráis que la gue­rra se debe a la codicia de un pueblo por las tierras de otro; que es la consecuencia del deseo de dominio de una nación sobre otra. Os sugiero que echáis una mirada al Gobierno Interno del Mundo en su actuación mediante los gobiernos externos; que miréis a los Regentes que equilibran los diversos acontecimientos del mundo, uno contra otro, a fin de que nada de lo que es precioso se pierda; con la fina­lidad de preservar toda ganancia para que, gradualmente, Oriente y Occidente, Norte y Sur, puedan contribuir a la perfecta humanidad de los días venideros y construir aquella poderosa Federación Mundial, de la cual la pobre Liga de la Naciones, es sólo el principio del mundo ideal que habrá de ser realizado por los hombres para que advenga la Gran Paz, fortalecida con la bendición del Supremo. Fué así como el Manú de la Cuarta Raza consumó esa labor en beneficio de la Quinta.

Hay una cosa que también debéis recordar y que arroja una luz adicional muy interesante, a saber, que todos los planetas de nuestro sistema solar están ligados entre sí en sus sucesivas evoluciones. No todos los planetas son de la misma edad en manera alguna; todos están evolucionando, pero unos van ade­lante y otros atrás; unos son más jóvenes y otros más viejos. Así pues, cuando en el primer planeta la hu­manidad se desarrolló hasta la etapa en la cual era ya necesario el gobierno interno del mundo, éste tuvo que proceder de la Gran Jerarquía Cósmica que sumi­nistra los guías para todo el sistema, derivando originalmente del depósito universal, y tal depósito es Ishvara mismo. De planeta a planeta va pasando un Heredero de la Corona de Gobierno y a medida que un planeta va envejeciendo y logrando progreso; a me­dida que la humanidad que en él evoluciona va al­canzando mayores y mayores alturas, algunos de sus miembros ingresan en la Jerarquía Oculta, donde continúan su desarrollo por medio de la disciplina y así es como hay siempre, en cada una de las categorías jerárquicas algunos listos para pasar a otro planeta en el que su humanidad está evolucionando; tal como sucedió a mediados de la Tercera Raza-Raíz, con la venida a nuestra tierra de los Hijos del Fuego. Y así, también, nuestra tierra a su vez ha enviado los Jefes de otra Jerarquía al planeta próximo en proceso evolutivo de la especie humana. Y los que vinieron en aquella maravillosa oleada, para ser los Regentes de nuestro planeta, no deben ser considerados como Dioses en sí, no obstante lo poderosos que son. Hoy mismo nuestro Secretario general me mostró un pasaje de un comentario escrito por Goswami, uno de los discípulos de Chaitanya de Bengala, uno de los avatares menores. Dice que los Kumaras no son Ishvaras, sino Aishvarik, esto es, no Dioses propiamen­te, pero sí divinos en Su naturaleza; no Reyes aún, pero sí de sangre real como pudiera decirse, pues en la evolución de la humanidad, los Mayores, a cuya elevación llegaremos nosotros también, conforme va­yamos ascendiendo la larga, larga escala de la evolu­ción, se convierten en una humanidad glorificada, en una Humanidad Divina, en cuyas manos puede con­fiarse con seguridad el gobierno de un mundo.

De la propia manera en que el grupo de Manús mismos está al cuidado de las Razas por cuyo medio la humanidad evoluciona, así encontramos que las grandes catástrofes, las conmociones sísmicas de nuestro globo, están bajo la dirección de los Cuatro Más Elevados, que son los que designan el tiempo y la estación en que deban ocurrir esos tremendos cam­bios. Con cada nueva Raza-Raíz se presenta un cambio en la configuración de nuestro globo, en la disposición de la tierra y las aguas. Nuestra Tercera Raza comenzó a vivir en lo que los hombres de cien­cia llaman Lemuria. Era éste un gran continente que se extendía desde lo que ahora se llama Isla de CeyIán hasta el sur del Océano Pacifico, cuando los Himalayas eran bañados por las grandes olas de las aguas del Pacífico y la Península Indostánica no surgía aún a la superficie. Se extendía entonces Lemuria en el lu­gar que hoy ocupa el Océano Pacifico, siendo Aus­tralia el fin de la tierra antes de llegar al Polo Sur. Australia y Nueva Zelanda pertenecieron ambas a ese antiguo continente que quedó destruido por los terremotos, por el fuego y por inundaciones. Luego la Tercera Raza se fué extinguiendo más y más, si bien aún permanecen algunos de sus restos. Surgió lue­go otro gran continente al quedar sumergido el de Lemuria; apareció este en Occidente, donde hoy se ha­llan las aguas del Océano Atlántico. Llamóse Continente de la Atlántida y en él se encontraba la gran ciudad, la capital de un poderoso Imperio, la Ciu­dad de las Puertas de Oro, a la que se alude en’ el libro Chino “Clásico de la Pureza”. Esa ciudad fué el centro del poder atlante, del cual surgió el Imperio Atlántico- Tolteca. Este Imperio se extendió por to­do el Norte de África, hasta llegar al antiguo Egipto. Volviendo nuestra mirada al Occidente encontramos ahí que hubo un Imperio donde ahora está México, habiendo pertenecido a aquella antigua raza los Indios de Norte y Sud América.

En Platón se encuentra descrita la forma en que se sumergieron los restos de ese continente; hace dicho autor referencia a la gran civilización que existió en los últimos fragmentos de la misma Atlántida. Ahora, cuando se hacen sondeos en las profundidades del Atlántico, se encuentran cimas de colinas y hondo­nadas de valles; aún quedan algunas islas que fueron las cumbres del continente antiguo, como por ejem­plo, las Canarias, de la misma manera que aquí, don­de estuvo el continente de Lemuria, quedan por sobre la superficie de las aguas lo que hoy se llama Java, Islas Occidentales, Islas de las Especias, etc., que se hallan esparcidas por el Océano Pacífico. Atlántida fué la tierra de la Cuarta Raza; miles y millones de sus miembros perecieron en el tremendo cataclismo[4] y fueron arrastrados por las aguas del diluvio. Quedó sólo una porción de Asia, pues formó parte de la an­tigua Atlántida una gran faja de tierra situada al nor­te de los Himalayas. Allí se encuentra la Sagrada Ciudad de Shamballa, la ciudad imperecedera.

Comienzan ahora a sentirse de nuevo algunas perturbaciones en el Pacífico, donde habrá de elevarse el próximo gran continente. En él se halla el “anillo sísmico” de que habla la ciencia como de una fuente de peligro para el mundo contemporáneo. De los volcanes submarinos brotan, a través del agua que los oculta, grandes erupciones de tierra y elementos mi­nerales de todas clases, que se acumulan en grandes montones al abrirse camino. Aparece entonces un islote. Donde antes no había isla alguna surge una nueva, pero las cartas náuticas no registran tales is­las. En ocasiones acunen algunos naufragios por falta de esos conocimientos. No hace mucho tiempo la Sección Geográfica de la Asociación Británica inició una discusión sobre estas formaciones de nuevas tie­rras y habló de los peligros que podrían presentarse con la posibilidad de una tremenda erupción, que podría ocasionar que las aguas del Océano se precipi­taran en oleadas gigantescas invadiendo los Estados Unidos, y ahogando a todos sus habitantes. Habla­ron de una catástrofe mundial que podría ser causa de que pereciera toda la humanidad. Al oírles ha­blar, aterrorizados al hacer esta consideraciones, los Hindúes ilustrados, lot teósofos ilustrados, no hacen sino sonreír: “Los continentes” dicen, “han sido ya destruidos antes y la humanidad no pereció”. Ese nuevo continente, de cuya aparición ahora se empie­za a hablar, se menciona en los Puranas. Hay ya un nombre para él y la raza que habrá de ocuparlo está aún por nacer. ¿Qué motivo hay para el temor? La humanidad ha sobrevivido a catástrofes similares y se­guirá sobreviviendo. Y surgirá un séptimo continente después; el último continente de esta fase de la evo­lución de nuestro globo. Cientos de millones de años pasarán antes de que eso suceda; probablemente transcurrirán cientos de millares de años antes de que el sexto continente esté en condiciones de ser habitado; esas tremendas catástrofes que cambian la estructura de la superficie total de nuestro globo, caen bajo la acción de los Grandes Kumaras, los Supremos Regen­tes del Gobierno Interno de nuestro mundo. Bajo su dirección trabajan los Manús. Trataré mañana de exponer ante vosotros la forma en que el plan en que habrán de ocurrir todos estos cambios es del conocimiento del Jefe de la Jerarquía Oculta y cómo las secciones de tal plan quedan distribuidas entre Aquellos que han de llevarles a la práctica en todos sus de­talles. De estos puntos no trataré hoy.

Los Manús, pues, son los que construyen las Razas, consistiendo el plan de evolución en ir formando razas sucesivas. Razas Raíces, caracterizadas por las cualidades particulares que la humanidad necesita. Si examináis la constitución de vuestro propio cuerpo, hallaréis en ella un bosquejo de la evolución de las Razas. Tenéis un cuerpo físico que fué el primero en evolucionar gradualmente a través de los reinos mi­neral, vegetal y animal hasta los hombres salvajes amentes. Como sabéis, el cuerpo físico está dividido en dos partes, sthula, denso, y sukshma, etéreo. Las dos primeras Razas desarrollaron estos cuerpos y la Tercera construyó, hacia su etapa media, la forma hu­mana con el astral inferior y el mental en germen. Estos fueron eslabonados con los tres cuerpos superio­res y quedó así el hombre embrionariamente comple­to. Todo esto se halla en vuestras propias enseñanzas; mejor que yo debéis saberlo. Sin embargo, estas cosas eran conocidas sólo por los ilustrados y escaparon a la mente del vulgo. Hay para ello una razón muy sencilla. La forma que se usaba para enseñar en la antigüedad era muy diferente de la moderna. Cuando nosotros comenzamos a enseñar una materia, tratamos de comprenderla en su conjunto para poder presentarla con claridad a los educandos. Tal es la moderna forma de enseñanza. Esto motiva que la gen­te se vuelva perezosa, porque se hace demasiado en su favor, y da por resultado que la memoria se ejercite mucho más y el razonamiento mucho menos de lo que a cada uno corresponde. Los maestros echan sobre si toda la tarea y presentan a los discípulos la enseñanza ya predigerida evitándoles la molestia de poner en ejercicio sus facultades mentales. De esta suerte el discípulo adquiere una gran cantidad de co­nocimiento de segunda mano y muy poco conocimien­to directo.

Eran muy diferentes los métodos antiguos de en­señanza. El maestro se limitaba a exponer ante sus discípulos una gran verdad y a decirles: “Id y pensad sobre esto”. ,El resultado es que en los libros orienta­les no se encuentran presentadas las doctrinas en su conjunto en forma clara; se hallan esparcidas por el texto. Un estudiante asiduo puede adquirir toda la enseñanza. Pero el estudiante de nuestra época carece de la paciencia y del ingenio que se requieren para esta labor. En la antigüedad el hombre tenía que buscar por sí mismo los conocimientos y por ello exis­tieron grandes pensadores, pues se veían obligados a ejercitar su mente. De aquí resulta que para el hin­dú es muy difícil encontrar los detalles de la ense­ñanza de su religión en esa enorme biblioteca, esa in­mensa enciclopedia de los Shastras. De aquí lo opor­tuno de la Teosofía que allana el camino a la debili­dad intelectual de nuestros días, al presentar toda esa enseñanza en forma muy fácil de captar. La Teosofía, pues, se acomoda a las necesidades de la época pre­sente. Pone ante vosotros, en forma mas científica esas grandes enseñanzas impartidas a la sub-Raza ini­cial. Cuando leáis vuestros Puranas después de ha­ber estudiado Teosofía, hallaréis en ellos mucha in­formación y desecharéis la opinión que teníais de ellos al considerados como simplezas de niños. Encontra­réis que dan enseñanzas valiosísimas. Para los hindúes ilustrados es esta, casi, la única ventaja externa de la Teosofía.

En tales condiciones, pues, podréis comprender como trabaja vuestro Manú. En los Puranas encontra­réis los nombres de los siete diversos continentes y de las razas que les corresponden. Nosotros estamos ahora en el quinto continente. No toméis la pala­bra “continente” en su sentido geográfico común pues con esa palabra designamos aquí el conjunto de la superficie terrestre del globo en su distin­ción con la parte ocupada por las aguas. Estamos, pues, en el quinto continente y el sexto principia ya a surgir en el Pacífico. Viene ahora un punto inte­resante. No se ocupa solamente el Manú de desarro­llar una gran Raza; con edades de anticipación selec­cionó de la quinta sub-raza del pueblo Atlante, las familias de su nueva Raza. De cada Raza-Raíz bro­tan sub-razas, como las ramas brotan del árbol. El Manú de la quinta Raza-Raíz seleccionó sus compo­nentes de la quinta sub-raza de la Cuarta Raza-Raíz. Los condujo por el Sahara, que era entonces mar, al Egipto y de allí hasta Arabia. Después de una pro­longada permanencia, los hizo cruzar la Mesopotamia para llegar al Norte del Asia, bajando luego un poco para establecerlos cerca de la Isla Blanca. Más tarde, tras de muchas penalidades y hecatombes, los estable­ció alrededor de la Isla Blanca, en la Ciudad del Puen­te. Largo fué el viaje porque durante todo ese tiem­po estuvo dedicado a mejorar el tipo que El había seleccionado.

Ahora bien, si examináis la Cuarta y la Quinta Razas, encontraréis que la Cuarta es predominantemen­te emotiva y pasional. Si os ocupáis de la cuarta y la quinta sub-razas, quedaréis en condiciones de com­prender con exactitud lo que os quiero decir. Vues­tra sub-raza inicial envió hacia occidente cuatro gran­des grupos emigrantes, cada uno de ellos de tipo diferente. Esa sub-raza inicial llegó finalmente a la In­diá, procedente del Asia Central, y a ella se aplica el nombre de primera sub-raza. Antes de que esto su­cediera, la segunda sub-raza, o sea la primera emi­gración, se extendió por las fronteras de la Mesopo­tamia hasta el antiguo Egipto y a lo largo de las costas Africanas del norte y de las islas mediterráneas. De­jaron allí una espléndida civilización que acabó por extinguirse, aun cuando todavía se encuentran sus huellas en Egipto y en la Isla de Creta. Las ruinas de Creta, cuya historia se consideraba como mítica, puso en descubierto huellas de una grandeza que fué causa de admiración para los hombres del siglo die­cinueve. La tercera sub-raza, o segunda emigración, pasó a Persia donde estableció el grande Imperio Persa. La cuarta sub-raza, o tercera emigración, se desplegó hacia occidente, sobre el Cáucaso, hasta llegar a Europa y es la representada por los Griegos, los Ro­manos, los Españoles, los Franceses y los Irlandeses. Recibe el nombre general de raza celta. La quinta sub-raza, o cuarta emigración, se extendió hacia el norte y dió origen a los eslavos y germanos con su gran número de divisiones.

Comparando estas dos últimas sub-razas, quedaréis en condiciones de hallar las diferencias que en­tre ambas existen. Todos los pueblos que he men­cionado como pertenecientes a la cuarta sub-raza son de condición emotiva. La razón de que Inglaterra e Irlanda no puedan caminar en armonía consiste en que Inglaterra pertenece a la sub-raza teutónica, en la que predomina la mente concreta, mientras que los Celtas (los Irlandeses son Celtas) pertenecen a la cuarta sub-raza siendo en ella muy poderosa la emo­ción. Ninguna de ellas merece censura por no poder actuar en armonía con la otra, porque los Irlandeses forman un pueblo Celta –excepción hecha de los que habitan en el Norte, que fueron emigrantes–­ y actúan a impulsos de sus emociones. Si queréis manejar a los Irlandeses, haced un llamado a sus emo­ciones superiores y podréis hacer con ellos cualquier cosa posible en el mundo. Si, por el contrario, pretendéis moverlos con la frialdad de la lógica, perma­necerán fríos y ajenos a toda influencia, aun cuando a veces podrán hasta encolerizarse. Y como los ingleses no son lo suficientemente imaginativos para comprenderlos, porque en ellos lo dominante es la mente científica concreta, nunca podrán entender a un pueblo emocional e impulsivo, y por eso tratan de imponerse por la fuerza, lo que explica sus cons­tantes e interminables diferencias. Carecen del suficiente sentido común para gobernar a los pueblos de acuerdo con el tipo que les corresponde y quieren hacerla según otro tipo diferente. Los pueblos de la quinta sub-raza están dotados de fuerza mental y de agilidad de intelecto. En la sub-raza inicial existen los gérmenes de todas las variadas cualidades de la Quinta Raza de la humanidad, infundidas y balan­ceadas en nuestra raza-raíz, todas las cuales tienen que irse desarrollando una tras otra: sucesivamente deben manifestarse todas esas grandes cualidades y aptitudes; por lo cual cada una de las sub-razas esta caracterizadas, principalmente, por una de esas capacidades o aptitudes que deberá desarrollar vigorosamente para el enriquecimiento de la humanidad en su conjunto. Vosotros tenéis, pues, la capacidad de desarrollaras siguiendo esos lineamientos y de asimilarlos en su totalidad. Tal es una parte de la gran misión de la India en pro de la humanidad en el mundo. Los gérmenes de todas esas sub-razas están en ella, tal como el niño está en el vientre de la madre; y la sub-raza nace, desarrolla esa facultad como sub-raza nueva y reactúa sobre la Madre. Y así vues­tros hijos, esparcidos por todo el mundo de occidente, están desarrollando esas cualidades, en especial aquella que en cada uno de ellos predomina. La cuarta sub-raza está aquí con su misión de belleza; la quinta con su misión de mente; y ambas pueden encon­trar su clave en vosotros, de donde procedieron, y a donde muchos de ellos vuelven para cooperar en la construcción del tipo de la Quinta Raza en su conjun­to. No puedo ya seguir tratando este punto por más que sea materia de gran interés.

Si os dais plena cuenta de que la evolución de las sub-razas tiene como propósito el enriquecimiento del Hombre-tipo de la Quinta Raza; comprenderéis un poco más la forma en que las emigraciones van y vienen regresando algunas a la Madre Patria y cómo la In­dia es la Madre Patria común de toda la Raza Aria o Quinta Raza. La sexta sub-raza apenas está nacien­do ahora. Y la séptima está lejos, lejísimos en el hori­zonte del futuro. La sexta sub-raza dará nacimiento a la Sexta Raza-Raíz, en tiempos futuros. Habrá de desarrollar algunas cualidades de Buddhi la intuición espiritual que ilumina el intelecto. Tal será la característica de esa subraza y en grado mucho mayor, de la Sexta Raza-Raíz, para la cual se está ya preparando un continente que habrá de surgir en el transcurso de millares de años. En tal forma regular sigue su progreso la evolución: una Raza lleva en sí los gérmenes de varias cualidades especiales; una sub-raza desarrolla en forma especial alguna de ellas, separada a este fin de las demás, y predominando sobre las otras que son necesarias también para el hombre. Y así es como podréis com­prender, gradualmente, la forma en que la humanidad evoluciona; cómo nos son necesarias todas esas Razas y sub-razas y cómo cada una de ellas tiene su lugar en la definitiva formación de la humanidad perfecta que habrá de resultar de nuestro globo; cómo queda­rán atrás todos los antagonismos; cómo habrán de ser eliminados todos los prejuicios y cómo, cuando esas sub-razas son conducidas a la pugna o a la amistad, se debe esto a la acción del Gobierno Interior del Mundo que en tal forma persigue el que las razas principien a asimilarse recíprocamente. Toda antipa­tía tiene por origen la ignorancia y cuando menos conocemos a los demás, mayores son nuestros prejui­cios contra ellos cuando en su contacto nos pone­mos. Desarrollan estos un aspecto de cierta cualidad mientras nosotros desarrollamos otro aspecto. Ha­béis sido puestos en contacto para libertaros de los prejuicios y de las estrecheces de criterio y la Madre Patria ha sido el crisol donde han de fundirse todas esas sub-razas. Todas ellas continúan viviendo; algu­nas permanecen aquí y otras se alejan; tenéis aquí gente de la cuarta sub-raza: portugueses y franceses, y en remotos días aquí estuvieron los griegos. Tenéis aquí elementos de la quinta sub-raza: holandeses e in­gleses, han venido y se irán, dejando siempre alguna cosa y habiendo formado un pequeño lazo de unión entre las naciones, lazo que gradualmente irá crecien­do más y más, si es que seguimos el impulso de los Regentes Internos y no nos dejamos conducir por el odio racial que es destructor. Este es un asunto muy práctico; mientras más se conoce más se va compren­diendo lo práctico que es.

Toda la inquietud, todos los contratiempos del mundo de nuestros días no son sino el signo del pe­riodo de transición que atravesamos; del momento en que una civilización está por extinguirse y otra está comenzando a nacer; del momento en que vosotros, el Corazón del Mundo, la Madre de la Gran Raza Aria, cuyos hijos están esparcidos por todas partes, tienen en sus manos su inmediato destino; a vosotros toca decidir si la evolución ha de avanzar y continuar su camino ascendente o retroceder durante los siglos por venir. La Gran Obra no puede detenerse. La evolucIón de la humanidad inevitablemente ha de proseguir; pero puede esto verificarse ya sea por la destrucción de lo que en la actualidad existe para comenzar de nuevo desde el mero principio de la civilización, o bien, por primera vez en la historia de nuestras Razas, iniciando su gradual transición hacia condiciones más no­bles y elevadas, si los Hijos del Fuego logran una plena victoria sobre los Hermanos de la Sombra.

CONFERENCIA III

EL PLAN DIVINO. SUS SECCIONES. RELIGIONES Y CIVILIZACIONES. PARTE PRESENTE DEL PLAN. LA ELECCIÓN DE NACIONES.

AMIGOS:

Al hablaros ayer, dejé sin terminar mi programa original de esa segunda conferencia. Nada dije con relación a los Buddhas. Debo fijar ahora mi aten­ción en ese punto por un momento, ya que el Buddha-futuro o Bodhisattva es la Cabeza del Grupo Do­cente.

Recordaréis que en la primera conferencia nos ocupamos de los Regentes, de los Instructores y de las Fuerzas, esto es, de la Actividad. Ahora bien: el Buddha futuro tiene en el gran grupo de Instructores la misma posición que el Manú tiene con relación al grupo de Regentes. En la misma forma en que el conjunto del Gobierno Interno del Mundo tiene a su cargo la evolución de las Razas, la configuración de los continentes, etcétera, de lo cual os hablé ayer y todo lo cual queda a cargo del gran grupo de Re­gentes, cuyo representante en cada Raza-Raíz es el Manú, así, en conexión con el grupo de Instructores, predomina en él el Buddha-futuro. Ahora bien: este Sér no es el Instructor de una Raza como el Manú es el Regente de una Raza. El último Bodhisattva, por ejemplo, fué el Señor Gáutama, que llegó al pues­to de Buddha en esa su encarnación y vino al mundo, como sabéis, en el quinto siglo antes de la Era Cris­tiana, cosa que no coincidió con el principio ni de una Raza ni de una sub-raza. Vino, pudiéramos de­cir, hacia la mitad de un gran período de Raza, para poner fin a su obra de enseñanza en la tierra; y su categoría de Instructor, de Bodhisattva, según la de­nominación budista o Jagátgurú, según lo deno­minarían los hindúes, se remonta hasta la civi­lización de la Cuarta Raza-Raíz. En esta forma, pues, es como no coinciden por completo los Manús y los Buddhas-futuros. El Manú tiene a su cargo la evolución del tipo humano correspondiente a su propia Raza y el Bodhisattva se encarga de la evo­lución interna, del desarrollo del espíritu en el hom­bre, por medio del establecimiento de alguna gran re­ligión.

Examinando ahora la vida previa del Ser que al­canzó el puesto de Buddha en su última encarnación terrena, vemos que fué como lo dije, un gran Instruc­tor de la Cuarta Raza. No puedo ahora detenerme en dar detalles de sus encarnaciones, pero hasta que os recuerde que aquí lo encontramos cuando reina­ba la religión Hindú, actuando como Instructor de la Raza-inicial en la forma conocida como la del gran Rishi Vyása. Fué su labor la división de los Vedas; la compilación de los Puranas, etcétera. Fué él quien trazó el aspecto religioso del Hinduismo, así como el Señor Manú delineó el aspecto político y social; esto es, cada quien desempeño el trabajo correspondiente a su Grupo. Ahora bien: el Bodhisattva no viene al mundo a intervalos regulares, a períodos cronométricos, sino en determinadas etapas de la evolución de la Raza; siempre que aparece una nueva sub-raza de una Raza, el Jagatgurú, el Bodhisattva, se presenta en los primeros días de la misma. Vyasa vino, pues, al pueblo Hindú para trazarle su gran sistema religio­so, y se recluyó después en los Himalayas, en la Gran Fraternidad de los Rishis. Volvió a aparecer públi­camente en el Egipto como Fundador de aquella gran religión científica que hizo del Egipto por algún tiempo la Luz del mundo de aquella época. Estableció esa gran religión de la ciencia, que como la del Hin­duísmo, tiene por centro al Sol, no tanto al Sol como dador de Vida, sino al Sol como generador de Luz. Así hallaréis que las principales ideas imaginativas de esa religión giran alrededor de la divina Luz Ra, u Osiris –nombres del Dios-Sol–, fué lo que se conceptuó como inmanente en el corazón del hombre. Es El “la Luz que ilumina a todos los hombres que vienen al mundo”, para hacer uso de la frase que se encuentra en el “cuarto evangelio”, y se encuentra allí porque ese evangelio es greco-egip­cio, y derivado de aquel gran cuerpo de Místicos que unificaron, bajo el nombre de escuela Neo-Platónica, la sabiduría de Egipto con la sabiduría de Grecia. Entre los egipcios el Instructor fué conocido con el nombre de Thoth. Pero se le conoce por el nom­bre griego de Hermes, Hermes Trimegistos, el Tres­ Veces-Grande. En esa capacidad, caracterizado como ese gran Egipcio, se convirtió en el Fundador de la magnífica religión egipcia, cuyos restos, plenos de ocul­tismo, son aún sacados a luz, escritos en los papiros de Egipto descubiertos en fragmentos de las mortajas de las momias; habiendo sido reunidos en el “Libro de los Muertos”. Aquella gran sabiduría científica y oculta del Egipto procede de quien fué Thoth, e Mensajero, helenizado en Hermes, el Mensajero.

Volvió luego a Persia como Zarathushtra, que en lengua inglesa es Zoroastro, el Fundador de la esplén­dida religión Zoroastrina, la Religión del Fuego. Con relación a la antigüedad de esta religión, es muy in­teresante hacer notar que recientemente surgió entre los Parsis un historiador de esa antigua religión. Haciendo estudios de ella y del aspecto político de ella surgido, asienta que el Imperio Persa data de hace vein­te mil años antes de la Era Cristiana, fecha que se considera correcta en los Anales Ocultos que ya habían sido establecidos por algunos de nuestros estudiantes. Utilizando bases históricas tal fué al aserto de ese Par­si de Bombay. El Instructor vino después a Grecia co­mo Orfeo, para fundar los Misterios Órficos, de los que proceden los misterios posteriores; la fundación de Misterios siempre acaece en conexión con el advenimiento de un Jagatgurú. Al establecer una reli­gión da El siempre el aspecto interno oculto de la vida, que es su propia vida, la vida que en todo tiempo está en contacto con el mundo invisible y que, por lo menos en los primitivos días, constituye el corazón y la fuerza de toda religión. Tal fué su última actuación como Jagatgurú, para después nacer en la India ya para terminar su gran vida de servi­cio sobre la tierra.

Como sabéis, nació como el joven príncipe Sidd­hartha que se convirtió en Gáutama-Buddha, y, después de haber alcanzado la iluminación en Gaya, por espacio de cuarenta años predicó su enseñanza por toda la India, haciendo la un labor de un Budda, dando vuelta a la Rueda de la Ley, como se dice, proclamando las Cuatro Nobles Verdades, el Noble Óctuple Sendero y la Triple Gema. Cosa bastante extraña, según parece, esa religión no estaba destinada para la tierra de Su nacimiento, ya que no había ra­zón para que fuese establecida una nueva religión aquí en la India; parece ser, pues, que esa nueva reli­gión estaba destinada a esparcirse principalmente en­tre otras naciones incapaces de asimilar la metafísica y la filosofía del Hinduísmo, por estar desprovistas de la sutileza intelectual que es condición de la pri­mera sub-raza o Raza-Inicial de los Arios. El Budd­hismo tiene también un magnífico aspecto metafí­sico y filosófico que no ha sido estudiado por muchas de las naciones residentes en Asia, pues no era esa forma la más apropiada para vehículo de grandes te­soros de conocimiento moral para seres que pertene­cían a raza anterior, a la Cuarta. Así pues, Su re­ligión práctica se basa especialmente en las grandes leyes de moralidad y del Correcto Pensar y tiene por finalidad principal la difusión de esas leyes en las que hace El tanto hincapié; de aquí que encontraréis Su enseñanza difundida en CeyIán, Burma (o Birmania) Siam, Norte del Tíbet, China, Japón, como mensajera de las fundamentales verdades morales de religión en una forma que impresiona mejor al cerebro de la Cuar­ta Raza, que al cerebro sutil del Hindú, que pertenece a la Quinta. El Hindú no necesitaba una religión nueva; tenía en la suya todo aquello que le era necesario. No debemos olvidar que el Señor Buddha fué Hindú, la glo­ria del Hinduísmo, verdaderamente la Luz del Asia, co­mo se le llama; más verdaderamente aún, la Luz del Mundo. Vivió, pues, El, difundiendo sus exquisitas en­señanzas entre su pueblo, con gran número de símiles e ilustraciones tomadas de la vida cotidiana y mu­rió a los ochenta años.

Pero nunca abandonó por completo a nuestro mundo como lo hicieron Buddhas anteriores, tal vez por haber sido El el primero de los Buddhas que nació de nuestra humanidad, cosa que parece haber hecho más fuerte y tierno el lazo entre El y la tierra que tanto amó y en la que tanto enseñó. Y así, todavía ahora, en ocasión de su gran festividad que los Budd­histas llaman la “Sombra de Buddha”, aparece en nues­tra tierra para bendecir al mundo; en el Norte lejano en la frontera que limita con China en el Tíbet Nór­dico, más allá de los Himalayas. Allí –dicen los Buddhistas– se ve todavía, una vez cada año, la Som­bra del Señor Buddha. Acaece esto durante el Festi­val de Vaishak, al que concurren grandes peregrina­ciones para poder estar presentes en aquel paraje, y tomar parte en el festival. Otros incidentes, no tan bien conocidos, ponen de manifiesto que el Señor Buddha está aún interesado en la evolución de nuestro globo.

Sucedió al Señor Buddha en el puesto de Jagat­gurú un gran Rishi de la India, el Señor Maitreya. Podéis encontrar que vuestros libros tratan de. El; que adviene de vez en cuando, siempre con el es­fuerzo de conservar la paz, siempre laborando por me­dio del amor. Veréis luego que vino a la tierra para fundar una gran religión y apareció en Palestina, ha­biendo tomado para ello el cuerpo de un discípulo llamado Jeshua o Jesús, con el fin de dar a las razas de Europa una religión apropiada a su grado evolu­tivo, pues tal es la magna labor del Instructor del Mundo. Continuamente ayuda y bendice a todas las grandes religiones y su ayuda lo abarca todo. Pero viene en forma visible a cada sub-raza para darle una religión adecuada a su grado evolutivo.

Las sub-razas no son tan marcadamente diferentes unas de otras como son las Razas-Raíces. Si tomáis por ejemplo, un chino, que pertenece a la Cuarta Raza­Raíz y un Brahmán de Cachemira, miembro de la Quinta, inmediatamente advertiréis entre ellos la gran diferencia de tipo humano, y no os será posible confundirlo. A primera vista comprenderéis que este último, el Brahmán de Cachemira, constituye un nuevo tipo en relación con el chino, el japonés, el mongól y el tártaro del Asia Central. Todos ellos son diferentes del tipo Ario. No se encuentra en éste la prominencia de los pómulos que tienen los tárta­ros y los mongoles, ni la oblicuidad de los ojos que se observa en las sub-razas asiáticas de la Cuarta Ra­za-Raíz. Vosotros no tenéis la misma forma de nariz, ni igual configuración de cabeza, ni el mismo tipo de figura en general. Estas diferencias externas van apa­readas exactamente con diferencias internas de mayor importancia. En lo que al sistema nervioso respecta es donde se hallan más marcadas y más importantes las diferencias, pues el sistema nervioso del ario es mucho más fino, mucho más delicado en su equilibrio que el sistema del chino o del japonés. Habréis ad­vertido tal cosa por vosotros mismos si es que habéis leído la historia de China; las extraordinarias tortu­ras que puede soportar un chino sin que le sobreven­ga la muerte, cosa que, de ser aplicadas de igual suer­te a un ario, lo mataría por el mero choque nervioso. Tal es una de las diferencias características entre am­bos. Si comparáis la proporción de los japoneses que murieron en la guerra ruso-japonesa a resultas de las heridas con las de los rusos, encontraréis que una gran parte de japoneses lograron sobrevivir, sien­do así que tal cosa no fué debida a que recibiesen mejor atención en los hospitales. Lo que quiero ha­cer notar bien es que una herida mortal, de incura­ble desgarradura, causaría un tremendo choque ner­vioso capaz por sí solo de matar al ruso; mientras que la misma herida infligida a un japonés, sólo le produciría un choque nervioso, mucho menor, de­jándolo en posibilidad de sobrevivir. Los indios Pieles Rojas del Norte América pertenecen a ese tipo y son capaces de soportar una herida que, causada a un ario, lo dejaría en postración tal que inevitablemente lo conduciría a la muerte; mientras que los Pieles Rojas podrían posiblemente volver, dos o tres días después, al campo de batalla. Tal característica es muy marcada en diversas sub-razas de la Cuarta Raza-Raíz, cosa que muchos conceptúan como exponente de gran superioridad racial. La evolución especial de la Quinta Raza estriba en esa diferencia nerviosa. La contextura interna del cerebro, vale decir, su capa­cidad para recibir impresiones y, por ende, la de las fuerzas mentales para elaborarlas y enviarlas en todas direcciones, para seguir sobre ellas, para hacer inducciones y deducciones, todas estas cosas son caracte­rísticas de la Quinta Raza; está ésta dotada de un sistema nervioso altamente desarrollado y mudable, que ejerce un poder inmenso sobre la mente concreta. Todas estas distinciones afectan necesariamente la for­ma de religión establecida por el Jagatgurú y de aquí se originan sus diferencias. A veces preguntan: “¿Por qué no hay una sola religión para todos?” La razón estriba en la gran variedad de tipos humanos; en las diferencias fundamentales entre unos y otros seres, pues en la evolución humana tienen que desarrollarse a la par las naturalezas física, emocional y mental de los hombres y al mismo tiempo, correspondiendo con esto y dependiendo de ello en gran medida, se lleva a cabo el desarrollo espiritual de cada Raza.

Y así, examinando las grandes religiones que se han fundado durante todo el curso de la Raza Aria, notamos que el Hinduísmo bien puede conceptuarse como una religión que a todas las comprende, aun cuando por sus métodos, haya quedado prácticamen­te confinada a los Hindúes. Pero las peculiaridades de todas las posteriores religiones se encuentran en el Hinduísmo. Las mismas ideas que en todas ellas se exponen en forma prominente, aparecen también en el Hinduísmo, aunque en forma menos destacada. En cada una de las religiones el Instructor Mundial hace hincapié en determinada característica para po­der fundar sobre ella una civilización adecuada para la evolución de las cualidades particulares con que cada sub-raza debe contribuir al perfeccionamiento que ha de alcanzar la humanidad. Recordaréis lo que indiqué ayer acerca de las diferentes cualidades que deben desarrollarse en los diversos tipos humanos hasta lograr su pleno desenvolvimiento, tal como su­cede en la diferencia de sexos. Fácil es de notar que en los dos tipos de cuerpos, masculino y femeni­no, existen las bases físicas para el logro de los dife­rentes desarrollos emocional e intelectual. Tal acon­tece con las Razas y las sub-razas.

Los psicólogos advierten una diferencia fundamen­tal entre el cuerpo masculino, y el cuerpo femenino: en este último se encuentra muy desarrollado el sistema glandular, mientras que en el primero es mayor el desarrollo del sistema muscular. Y estas diferencias fisiológicas fundamentales, entre hombre y mujer, son necesarias para el desarrollo de las cualidades correspondientes a la Raza. Recordad las palabras del Manú: “Para pa­dres fueron creados los hombres, así como para madres las mujeres”. He ahí la función que establece la diferen­cia entre dichos cuerpos. Por lo que toca al desarrollo emocional, éste se halla conectado con el sistema glandular, que aporta nutrición; encontraréis que este es mayor que el que corresponde al cuerpo del hom­bre. De aquí el gran error moderno de tratar de con­vertir a las mujeres en hombres; de pretender que si­gan ellas el mismo derrotero; de olvidar su diferencia y el valor de tal diferencia. No es posible hacer de un hombre una mujer, ni tampoco una mujer de un hombre. Tan poco atractivo tiene el hombre afemi­nado como la mujer hombruna. ¿Cuáles son, pues, esas diferencias? ¿En qué se hacen patentes? En lo que llamamos Maternidad y Paternidad; tal es la diferencia fundamental y típica: la mujer es la que nu­tre, la que protege, la que ayuda: esa es la especial cualidad de la Madre: ternura, bondad, paciencia y capacidad de sufrimiento; en forma tal que, si consideráis la cualidad varonil, el valor, observaréis que el valor femenino es muy diferente al del hombre. El valor del hombre consiste en el gran impulso de su naturaleza para afirmarse en sí mismo contra toda oposición. El valor de la mujer surge del amor, de la devoción y podrá ser ella tan valiente, más valiente quizá que el hombre de mayor temple; pero siempre será en defensa de algo o de alguien a quien ame la mujer, y no como resultado del mero deseo de imponerse, de actuar contra la rivalidad de un opo­sitor. Esto es siempre así. Es muy cierto que en forma gradual esas cualidades llegarán a fundirse. Cierto es que en ocasiones encontramos algunas de esas cualidades opuestas manifestándose en cualquier sexo: en el hombre de gran nobleza hallaréis mucha compasión y en la mujer de noble carácter os sorpren­derá una gran fuerza y un gran valor. Pero en cualquier caso, eso implica mezcla de cualidades opuestas cuando han llegado a reunirse, a fin de que pueda ir apareciendo gradualmente sobre la tierra el ser humano perfecto que ya adquirió todas esas cualidades. Pero no es conveniente el intento prematuro pata alcanzar tal condición. Todavía no hemos logrado la perfección de las cualidades. Esto requiere ulterior evolución.

En forma semejante, cada sub-raza tiene una cua­lidad prominente. Con frecuencia he hecho alusión, al tratar sobre las religiones, a la forma en que la religión de cada sub-raza hace emanar una tendencia particular que va siendo asimilada por la civilización y también he indicado cómo las cualidades resultantes de cada religión son las necesarias para la conduc­ta civil del pueblo. Fácilmente advertiréis esto la mayoría de vosotros. Examinad vuestra gran religión raíz y encontraréis en ella dos ideas que propiamente son una sola y que predominan sobre todo el resto de la enseñanza. Una de ellas es la Inmanencia de Dios. “Establecí este universo con un fragmento de Mi Mismo”; así habló Shri-Krishna. Dios en todas las cosas; una vida que palpita en cada forma; una sola vida dando forma a cada objeto. Usé la frase occidental, “Inmanencia de Dios” porque gradualmen­te está volviendo esta idea al Occidente. Hubo en Occidente una forma de panteísmo. “Dios en todas las cosas”, que nunca logró atraer sino a los más pro­fundos pensadores occidentales, como a Espinoza, quien sólo fué occidental a medias, pues era de raza judía[5]. No había lugar para la adoración, no quedaba lugar para la devoción; no lo había para el en­tusiasmo, ya que Dios está presente en todas las co­sas, ya que Dios se halla inmanente en el mundo, lo cual solamente puede ser para nosotros una reali­dad al comprobar al Dios Interno. Así, lo que acon­tece al devoto es que no adora al Dios Interno, a Bráhman, sino a alguna de sus manifestaciones. Pue­de ésta ser Víshnu; puede ser Shiva o Mahádeva; o bien Shri-Krishna. Siempre se hace necesaria una forma para el crecimiento de la devoción. Y es por ende necesario que, para realizar aquella idea de la inmanencia de Dios, deba El ser adorado en muchas formas, y es eso lo que da calor de devoción al Hin­duísmo, pues no solamente para el filósofo, sino tam­bién para el devoto, Dios se manifiesta a través de esta sublime religión y Dios se muestra a Sí Mismo en muchas formas, para atraer así a las diversas natura­lezas de los hombres. Así pues, debo completar el sloka (Versículo) del Gitá que dejé a medio citar; “Establecí este universo con un fragmento de Mí Mis­mo y permanezco”.

Permanece El “trascendente”, como diría la filoso­fía occidental, no sólo como la vida que hay en ca­da forma, sino siendo El Mismo una vida que tras­ciende todo el universo; El, el más elevado Objeto de devoción, el Ishvara de los mundos. Encontramos pues, en vuestra religión, esa idea predominante; la unidad de la Vida, la Inmanencia de la Deidad, y, co­mo reverso de la misma, la Solidaridad, la Fraternidad del Hombre. No es ésta una doctrina diferente: es otro aspecto de la misma. El aspecto Voluntad, del hom­bre, es solamente la otra fase de la Inmanencia de Dios, aspecto expresado en la palabra característica del Hinduísmo; en la idea fundamental de Dharma. No es posible traducir esa palabra. Ningún idioma oc­cidental puede traducirla. Podéis llamar a esto, como suele hacerse, a veces religión o bien deber, obligación; pero ninguna palabra de lengua extranjera puede dar plena comprensión de todo lo que implica el término Hindú. Es la gran labor del Hinduísmo el pre­dicar y establecer en todo el mundo la naturaleza com­pulsiva del Deber, y lo es por una razón que en seguida veréis.

Pasando del Hinduísmo a la religión del Egipto, encontramos allí una religión de ciencia; una religión que hace profundo estudio del mundo externo; de los fenómenos naturales; y la “magia” de Egipto, basada en dicho estudio científico, fué la maravilla del mundo de su tiempo. Egipto se extinguió y los restos de su religión deben buscarse en sus sepulcros. Nadie adora ya a Thoth o Hermes, el nombre griego de aquel poderoso Jagatgurú. Muerta y bajo tierra está la civilización egipcia que sólo sale a luz por las investigaciones de arqueólogos y mitólogos. Os pido notar bien esa desaparición, pues es cosa vital para poder apreciar nuestro asunto. Si pasamos a Persia, encontraremos allí una nota diferente; la del Cono­cimiento y la Pureza, que ha llegado hasta nuestros propios días; “pensamientos puros, palabras puras, ac­ciones puras”. No debéis ensuciar los elementos de la naturaleza. No debéis mancillar ni la Tierra, ni el Agua, ni el Fuego. Así pues, el Zoroastrino ni entierra, ni quema, ni ahoga sus muertos, pues cualquiera de estas cosas ensuciaría uno de los elementos. De aquí que deje a sus muertos (en las “Torres del Si­lencio”) para que sus cuerpos sean devorados por los buitres. También Persia se extinguió salvo por lo que toca a los modernos Parsis. El Imperio antiguo desapareció y la moderna Persia es débil en compara­ción con aquel reinado poderoso que cubrió gran par­te del Asia en los remotos días de su gloria. Cuando volvemos la mirada hacia la cuarta sub-raza, ¿dónde está Grecia? Muerta. Grecia dió al mundo la mara­villa de su belleza en la música, belleza en la forma; belleza en el color, en el lenguaje: todo ello infundi­do en la conducta civil de la nación. La humanidad, para los griegos, consistía en Griegos y Bárbaros; todo lo exterior a Grecia lo conceptuaban salvaje. Para el Griego el deber supremo era el deber para el Estado; su religión hacía sacrificios para el Estado; su política civil era todo para él. Vino luego la Cristiandad con su credo del Cristianismo; la religión de la men­te concreta y del individuo. Fué la quinta sub-raza la que dejó impreso en la mente del hombre el valer del individuo. Tal fué la labor asignada a la Cristiandad: desarrollar la mente concreta y mostrar la im­portancia del individuo, su mérito. Por eso a la Cris­tiandad se le fué retirando en forma gradual la doctrina-clave de la reencarnación, pues la reencarnación aminora el valor del individuo: la vida individual ¡cuán pequeña se la mira en la larga, larga serie que se extiende tras de nosotros y se prolonga ante nosotros! Una vida parece tan pequeña, tan corta, tan insignificante; ¿qué importancia puede tener lo que en ella suceda?

Por eso, repito, aquella doctrina clave fué desapa­reciendo gradualmente de la Cristiandad y quedó escondida por algún tiempo, habiéndose concedido extraordinaria importancia al valor de una sola vida. ¿Nunca os ha llamado la atención cuán extraordina­riamente exagerado es tanto hincapié en una corta existencia, y que de una sola vida se haya hecho de­pender el futuro perdurable del hombre? Si en esa vida el hombre creyó en Cristo, todo está bien; un cielo eterno será su recompensa, y si en esa vida no fué creyente, el infierno eterno será su castigo: doctrina la más irracional que pueda concebirse. Durante muchos siglos la humanidad creyó en ella; parece ser que la gente está siempre dispuesta a creer cualquier ab­surdo, cuando, por decido así, el Espíritu del Tiempo a ello la obliga; pierde a la vez la razón y el sentido de la proporción. Toda la Cristiandad creyó esto sin ningún esfuerzo. Tales afirmaciones irracional es no pueden tener cabida en el intelecto agudo de los pensadores. Así fué, pues, que las personas educadas fueron aban­donando el Cristianismo y que la palabra Agnóstico se convirtió en el término favorito de pensadores y de científicos.

Pero la Cristiandad tuvo un valor inmenso. Des­arrolló el vigor y la fortaleza individual, cosa necesa­ria para el ulterior progreso de la raza humana. Des­arrolló también la competencia y la lucha en todas partes; lucha entre nación y nación; lucha entre clase y clase; lucha entre rico y pobre; entre el culto y el ignorante; gran historia de lucha es la historia de Eu­ropa. Tuvo lugar así el desarrollo de la fuerza, del vigor y de la potencia mental así como corporal y logróse gran progreso en el pensamiento científico. Ha consumado, pues, el Cristianismo, su trabajo y su contribución a la evolución del hombre. Tuvo su culminación natural en la guerra mundial. Y lentamente fue surgiendo luego la segunda gran enseñan­za del Cristianismo que quedó olvidada en los prime­ros tiempos. “Aquel que sea el fuerte debe soportar las flaquezas del débil”. “Que quien sea el mayor de vosotros sea el que dé servicio; mirad, yo estoy entre vosotros como aquel que da servicio”. Tal es la se­gunda gran idea inspiradora del Cristianismo; la su­misión del fuerte al servicio de los demás; este espíritu se está ya dejando ver en medio de todas las luchas. Podéis advertir que en la Cristiandad tiene más fuerza que aquí, eso que se llama espíritu público; la voluntad de dar ayuda a los demás, el altruismo, como le denominan. Han reconocido ya el deber del servicio, aun cuando sólo sea parcialmente.

Ahora bien, el punto que deseo hacer resaltar de todo esto es el que sigue: hasta nuestros días, cada religión y cada civilización nacida de las religiones, se han extinguido; hasta hoy, con excepción del Hin­duísmo, la sub-raza-inicial, todo ha desaparecido. El Hinduísmo, contemporáneo de Babilonia y de Egipto, es hoy contemporáneo también de Inglaterra, de Francia y de América. Veamos las civilizaciones que fueron: ¿Dónde está Egipto? ¿Donde la civilización egipcia? Muerta. ¿La civilización de Persia? Muerta. ¿Las civilizaciones de Grecia y de Roma? Muertas. Nada queda sino sus ruinas, su literatura y sus artes, y la Cristiandad tiene un millar de años de ignoran­cia tras de sí, hasta que emprendió los descubrimientos en Grecia y en Egipto sacando a luz sus adelantos. Tal es lo que ha acontecido en el pasado. La cuestión es ahora el preguntamos si eso mismo va a su­ceder de nuevo. ¿Estará condenada la civilización de la quinta sub-raza a desaparecer de la faz de la tierra en forma igual a la de las anteriores? ¿Por qué se extinguieron éstas? Porque perdieron toda su fuer­za al querer aferrarse a las viejas formas en vez de adaptarse a las nuevas. Quedaron extintas todas esas civilizaciones y les sucedió la ignorancia. ¿Es esto lo que va a suceder en Europa? Tal es el actual problema, pendiente aún de solución.

Ahora bien: en el Gran Plan, en el Plan de Ishva­ra para su Sistema Solar, sus siete secciones quedan divididas entre los Regentes del sistema. Se les denomina con frecuencia los “Siete Espíritus ante el Trono” o los “Logos Planetarios”. Cada uno de ellos tiene a su cargo la supervisión de la evolución de siete cadenas sucesivas, en cada una de las cua­les evolucionan las partes componentes o sean los siete globos, girando la oleada de vida alrededor de ellos en orden por siete veces; o haciendo siete Rondas. Ishvara es como un gran Arquitecto: asigna una sec­ción de Su Plan a cada uno de Sus Inspectores, los Lagos Planetarios. Cada uno de esos Logos subdivi­de su sección en siete sucesivas etapas o cadenas y cada globo de la Cadena tiene que elaborar su parte de trabajo en el Plan. Desciende así una subdivisión hasta el Señor de un mundo, la Cabeza del Grupo Regente, para actuar en una fase particular de la historia del mundo y, en cuanto El la recibe, la di­vide a su vez entre los Manús, para que cada Manú conduzca a Su propia Raza en armonía con el Plan general que consiste en la evolución de la humanidad en su conjunto en el sistema solar. El Señor Vai­vásvata Manú tiene Su sección para laborar en la Quinta Raza-Raíz. En el desarrollo de ese Plan han ido apareciendo imperio tras imperio, todos los cua­les han florecido y han muerto, han sido destruidos y han llegado a su término. ¿Será indispensable que el Plan continúe su desarrollo por medio de la destruc­ción antes de que pueda darse un nuevo paso? Tal es el problema de nuestros tiempos: el problema de la Guerra.

¿Por qué estalló en nuestros días esa guerra mundial devastadora, surgida de una cosa tan insignifican­te y sin embargo involucrando principios y cambios de tamaña magnitud? Muchos de vosotros os habréis sorprendido quizá al leer las noticias procedentes de Europa; al saber de los tronos derrumbados uno tras otro en tan corto espacio de tiempo y al notar que el trono de la Gran Bretaña permanecía ileso. Todos fueron destruidos uno tras otro. No se interrumpía la caída de reyes y monarcas. El emperador de Ale­mania ¿dónde está? El emperador de Austria yace muerto y todos aquellos reinecillos europeos que lo conceptuaban como su testa coronada quedaron desintegraaos. No era posible abrir un periódico sin hallar en él la noticia de un rey en el exilio. Cosa extraordina­ría el ver esto día tras día, puede que ni siquiera os sorprenda ya como epopeya de destrucción. Conside­remos ahora las consecuencias de todo esto; la destrucción de la forma de gobierno característica de la quinta sub-raza; de esa forma que ha terminado ya su misión; que tiene que derrumbarse. La guerra era el procedimiento más expedito para alcanzar tal fin. Quedó rota en pedazos para dejar su puesto a otra forma superior de gobierno; la de un Gobierno con el ideal de Libertad. Ved a la República de Francia; a la Italia libre unida; a la Monarquía del Reino de Italia sujeta a limitaciones; a la Gran Bretaña con su rey constitucional; un rey sujeto por todos lados a restricciones, cuyo pueblo cada día se hace más y más fuerte; ved a los Estados Unidos, la Gran República Occidental: en todas partes del mun­do se respira el aliento de la Libertad, el aliento de la Nueva Era que da golpes de muerte a las viejas formas. Al terminarse la guerra la cuestión estaba ya resuelta: había sido matada la autocracia. La nue­va sub-raza que está por nacer, que está naciendo ya, recibió un refuerzo inmenso en la guerra con la enor­me matanza de la juventud que sucumbió; con la muerte de todos aquellos que estuvieron dispuestos a afrontarla para que los pueblos del mundo pudie­ran vivir; magnífico espectáculo si se considera des­de este punto de vista: la juventud de todas las na­ciones afrontando la muerte y la mutilación, peor aún que la misma muerte, en aras de un espléndido ideal. Y entre todos esos que se sacrificaron, el Se­ñor Vaivasvata Manú encontró las almas que nece­sitaba para su Sexta sub-raza; almas que aspiraban más bien a la libertad de los pueblos que a ventajas egoístas; almas que lucharon por la libertad de los pueblos y no por el triunfo de los individuos que los gobiernan. Esta espléndida visión de la guerra se empañó mucho como resultado de las últimas luchas. Mucho del espíritu que fué destruido en Alemania surgió después en sus vencedores que se contaminaron del muy agudo militarismo que actualmente impera en el mundo de occidente.

La parte del Plan que ahora se está desarrollando consiste en la consecución de lo que se denomina democracia, el gobierno del pueblo, que habrá de ceder su lugar, no al socialismo del Odio preconizado por Carlos Marx, sino al Socialismo del Amor que queda comprendido en aquella famosa máxima según la cual se mira de nuevo que el Estado tiene su fun­damento en la familia: “De cada quien según su capacidad; a cada quien según sus necesidades”[6]. Tal es la regla del más elevado socialismo. Es la aplicación de la familia hasta que abarque toda la Na­ción. Parte del trabajo de la India y de su misión para con el resto del mundo consiste en hacer rena­cer sobre la tierra el ideal de conceptuar a la nación como la familia; en hacer generales y permanentes ls virtudes cívicas ya engrandecidas, como lo son las virtudes de la familia. En el notable libro de Babú Bhágavan Das Sahib, “La Ciencia de las Emociones”, trata él, prácticamente por primera vez, de las dos grandes emociones radicales de Amor y de Odio, y pone de manifiesto cómo el amor en la familia, que surge de los lazos del parentesco y de la sangre, se convierte en virtudes de Estado, y el Estado llega a ser una gran familia. Tal es la idea correcta, la antigua idea de la India, de que la familia es la unidad, no el individuo. Esto es una parte de la obra que la India tiene que predicar a todo el mundo. El punto en que el Plan se halla en estos momentos es prác­ticamente el siguiente: los países europeos viven en un estado de inquietud salvaje; siempre que ha habido una tiranía surge la revolución, y de la revolución hecha por las masas ignorantes e incultas solo puede surgir una dictadura que ocupa el lugar de la auto­cracia que ellas han destruido. Por vosotros podéis comprobar esto examinando los acontecimientos de Rusia. En la actualidad un pequeño grupo se impo­ne en ese país por medio del terror: el grupo de Le­nín, de Trotzky y sus camaradas. Cayó derribada la autocracia del Zar y en su lugar surgió una autocracia nueva. Todos los hombres han quedado sujetos a la conscripción del trabajo, en la misma forma en que antes se les obligaba a pelear. La jornada actual de trabajo es de doce horas y quien se niega a trabajar es pasado por las armas: consumación ésta, poco sa­tisfactoria.

Examinando todas las naciones de Europa nos ha­llamos con una que aún se encuentra colocada en posición peculiarmente ventajosa: Gran Bretaña. El Plan que hemos diseñado puede o no consumarse inmediatamente, pues tales cosas quedan siempre sujetas a los cambios humanos y a la voluntad de los hombres. Si bien inevitablemente tiene que consu­marse, en ocasiones se hace necesario una gran des­trucción y muchísimo tiempo para ello.

Cuando estuve la última vez en Gran Bretaña pu­de advertir un nuevo aspecto de su vida. Las viejas Uniones Obreras han logrado establecer tanta dis­ciplina sobre las masas, que están en condiciones de hacer huelgas, en sectores aun muy extensos sin mo­tines, sin que ocurran disturbios ni contratiempos de ninguna clase. Fué un magnífico espectáculo el de Londres, al ocurrir la huelga de ferroviarios: millares de hombres abandonaron sus trabajos en interminable procesión. No hubo asonadas, no hubo desórdenes; nadie fué víctima del pánico; todo el Estado siguió su vida sin alteración. El espectro del hambre causó la preocupación del Gobierno. Todos los obreros del ferrocarril deambulaban por las calles sin hacer nada; algunos nobles y personas de aristocrática cuna traba­jaban en las estaciones, algunos arrastrando latas de leche; manejando otros las locomotoras y así todo, hasta el término de la huelga.

Otra cosa de la que mucho se habla es la “Acción Directa”. Lo que esto significa es lo siguiente: un sector obrero o una combinación de sectores que tie­nen en sus manos la vida del pueblo, las actividades que ellos llaman industrias claves, como el carbón y los transportes, y las que suministran la manera de satisfacer las necesidades vitales de las grandes po­blaciones, como el abastecimiento de aguas, la fuerza eléctrica, etcétera, se unen para hacer la huelga bus­cando un fin común fuera del comercio y de la indus­tria y dicen: “Si no cedéis a nuestras peticiones, os haremos someter por medio del hambre”. El viejo plan del patrón es usado ahora por los obreros: un sector popular ejerce su tiranía sobre el conjunto de la población; sobre un pueblo con representación en la Cámara de los Comunes, sobre los miembros electos por el pueblo. La Acción Directa la impone un sector o una clase del pueblo que se estima autorizado para ejercer su voluntad sobre toda la nación, amenazando con el hambre. Tiene esto su convenien­cia en cierto sentido. Es una lección dada a las cla­ses superiores sobre la interdependencia que las liga con la clase trabajadora y un reproche de la crueldad que para con ellos emplearon. Sería fatal que pros­perase este procedimiento. El único país de Europa capaz de hacer posible la transición hacia la democra­cia, y esto sin revolución aun cuando haya sufrido ligeras revueltas en el pasado, es la Gran Bretaña. Ese país ha logrado prácticamente el sufragio univer­sal; el sufragio para el pueblo todo. Ante ella se abre el camino y, si no pierde la cabeza, podría consumar la transición hacia una poderosa Confederación Bri­tánica con la India, hacia una gran Confederación Indo-Británica de naciones libres, de naciones autó­nomas, ligadas por lazos de servicio mutuo. Tal es el Plan que el Manú se esfuerza por realizar. Pero tengo yo la pena de haber advertido que Inglaterra se muestra torpe y necia en sus relaciones con la India, un resultado de lo cual es el movimiento lla­mado de No-cooperación. Si ese movimiento tiene éxito todo irá para atrás. Tendremos primero tira­nía y luego anarquía, el restablecimiento de una autocracia que la Carta de Reforma ha logrado destruir en parte. Tal es la situación presente. ¿Hacia dónde se inclinará el fiel de la balanza?, sólo el Altísimo Dios lo conoce. Si Inglaterra y la India no pueden entenderse para consumar una Confederación de Naciones libres entonces aquel plan exqui­sito que pudiera enlazar a Europa y Asia en libertad y no en tiránica sujeción, sufrirá un retardo quizá de cien años o más. La India es la única nación capacitada para espiritualizar al mundo y para destruir el materialismo; si tiene éxito el movimiento de No-cooperación, ha de venir la anarquía y la In­dia habrá fracasado en su misión de impartir su bendición a la humanidad.

No puedo yo deciros cuál será el camino que to­me la lucha. Todo lo que sé es que el poder total del Gobierno Interno del Mundo, todos los Rishis y todos los Devas tienen el propósito de conseguir que la Gran Bretaña y la India caminen de la mano y no separadas, pues en ello estriba la salvación v la paz del mundo. Si tal cosa se consigue, si se llega a dar forma a este Modelo espléndido, surgirá des­pués la Confederación del Mundo que proclaman poetas v soñadores: todo el mundo se adaptará a ese Modeló y todas las naciones podrán establecer una poderosa Confederación. Principio de tal sueño es la Liga de las Naciones. Si este sueño puede llegar o no a su realización; si es una visión del futuro depende de este país y de la Gran Bretaña, siendo por ahora esta última la que desempeña mal su pa­pel, pues su actuación se traduce en que sea muy difícil la armonía entre ambas Naciones. Por otra parte, Inglaterra se ha conducido bien en otros respectos al proclamar, por ejemplo, una carta de Reforma más am­plia que cualquiera otra que haya existido, aun cuando debido al insuficiente conocimiento de la misma, se haya hecho mal uso de ella. Con tanta rapidez se han precipitado las cosas desde que fué trazada, que no pa­rece ya tan grande como es en realidad.

Nos encontramos ahora en el punto en que se bi­furcan los caminos, tanto por lo que toca a Gran Bre­taña como por lo que concierne a la India; si se alejan una de la otra irán al precipicio; unidas podrán ambas constituirse en conductoras del mundo. Esto que os expongo es el resultado de largos estudios; de amplio conocimiento de las causas internas. Teniendo todo esto en cuenta os dije en 1914 que todo Ocultista blanco estaba de parte de los aliados, porque de la victoria aliada dependía todo lo demás. Y así aconteció; fué la India la salvadora de los aliados al bloquear el camino hacia París y detener el avance de las hordas germanas. Hizo maravillosamente bien su labor por el Imperio, e Inglaterra, entonces llena de gratitud, no debe ahora olvidado en su triunfo y su victoria.

Es así como podemos damos cuesta del por qué de los cambios que están ocurriendo en nuestro derre­dor: nos puede capacitar para ello el estudio del Gobier­no Interno y no solamente el del externo. Todas estas grandes cuestiones pueden tener solución en el curso de dos o tres años; antes quizá. Los acontecimientos se suceden con rapidez. El mundo entero gira vertiginosamente a nuestro alrededor y todos los días nos hallamos ante un fenómeno nuevo. No es de mi incumbencia el dictaras la senda que debéis seguir en esta lucha tremenda, pero si tengo la obligación de exponer ante vosotros las condiciones de los Poderes que están luchando por vencer. He aquí una prueba: Doquiera que existan el amor y la unión, allí están los Hijos de la Luz, esforzán­dose en ayudar y salvar. Doquiera que existen el odio y la división, ahí están los Hijos de la Obscuridad tratando de detener la evolución del mundo. Esa es la piedra de toque para Juzgar los movimientos que nos circundan. Todo aquello que estimula la unión; todo aque­llo que fortalece la fraternidad y el servicio mutuo se halla en el campo de la victoria y de la Luz; todo aque­llo que predica el odio y menciona la espada; que habla de “advertencias” a los Europeos antes de blandir la espada; todo aquello que tienda a refrenar la opinión e imponer el destierro; todo eso es obra de la Oscuridad que quiere que el mundo retroceda. Sólo hay una dis­yuntiva: Reforma o Revolución. Podéis elegir lo que os plazca. Las naciones tienen que elegir por sí mis­mas, y todo mi deber se circunscribe a esforzarme para ganaras para el bando de la cooperación entre las clases, entre los Gobiernos, Pueblos y Naciones, para poder así avanzar unidos por el camino de la paz que el mundo anhela. Tal ha sido mi esfuerzo durante lar­gos años; primero, obtener las Reformas –que ya he­mos conseguido– y ahora hacer que rijan esas Reformas, para que la India pueda ser plenamente libre. Puede suceder que no consiga la India su libertad en tal forma; puede suceder que tenga que aprender por me­dio de tremendos sufrimientos, y entonces habrá desperdiciado la gran oportunidad que hoy tiene ante si. Pero no olvidéis jamás que si se elige el camino de la revolución, habrá que hacer uso de la fuerza física; de los ejércitos físicos. En vuestras fronteras tenéis al ene­migo; ahí están las tribus salvajes del Asia Central, de Afganistán, armadas hasta los dientes; ahí Balu­chistán en las fronteras de Sindh, listo para invadir por ese lado. Y vosotros no sois sino un país inerme desde hace cuarenta años y vuestro ejército obedecerá solamente a oficiales ingleses. Fueron hindúes los que hicieron una carnicería de hindúes en Ja­llianwala Bagh. Estas cosas son las que tenéis que considerar desde el punto de vista externo; mas yo quiero que mejor las consideréis desde el punto de vista interno. Los grandes Rishis y Dervas se propo­nen conducir al mundo hacia la paz y la Coopera­ción, amalgamando una nación con otra; tratando de lograr un Modelo de esa gran Confederación ya par­cialmente lograda, pero no muy segura aún. A vo­sotros toca pensar, juzgar, orientar vuestras mentes. En vosotros reside el poder de decisión. ¿Podría In­glaterra evitar la revolución? Ved cuán difíciles están ahí las cosas; lo terrible que habrá de ser el próximo invierno. Todo esto queda en manos de los Altos Dioses que son los únicos que pueden decidir el des­tino de las Naciones. Toca a nosotros tratar de ver, por obscuramente que sea, la línea por la cual podrá seguir mejor la evolución, línea de elevación incesante por la paz y por el amor, o bien caer en el cene­gal de la miseria y la destrucción, como ha aconteci­do con todas las civilizaciones precedentes, para su­mirse en siglos de ignorancia y tener luego que vol­ver a luchar por la posesión de un conocimiento par­cial, de un conocimiento que hoy podríamos ya des­preciar. Elegid pues el sendero que habréis de se­guir.



[1] En la terminología teosófica, Sthula Sharira equivale al cuerpo físico; Sokshma Sharira equivale a la combinación de Kama-Manas-inferior, o sea cuerpo astral y mental inferior, pasión o deseo (en sus formas más bajas) y pensamiento concreto. Koshas, en la Vedanta, significa “envolturas”.

[2] Los Puranas son escritos alegóricos describiendo los he­chos de los Dioses al crear y destruir mundos.

[3] De los Budhas se trata en la siguiente conferencia.

[4] Ocurrido en el año 9,564 antes de Cristo, según C. W. Leadbeater. (N. del T.).

[5] El catecismo del P. Ripalda enseña que Dios está en todo lugar por Esencia, Presencia y Potencia. (N. del T.)

[6] Véase el Art. 12 de la Constitución de la Unión de Repúblicas Soviéticas. 1937. (N. del T.).

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