Hansel y Gretel: La luz del Inocente

JP Ben-Avid

Inocente

Si quieres tener mayor información sobre este arquetipo puedes leer antes el artículo: Caperucita roja: Caminando por el sendero del Inocente

A diferencia de otras especies, de pequeños somos frágiles y requerimos del cuidado de un padre y una madre que nos protejan por varios años. Ellos son los encargados de darnos comida, abrigo, limpiarnos y sobre todo brindarnos amor y la protección necesaria para sobrevivir. Sin ellos no sobreviviríamos más allá de unas cuantas horas.

Los niños que pierden a sus padres biológicos necesitan tener un adulto que vele por ellos, alguien que los cuide, que represente este rol de padre y madre para su supervivencia. Lastimosamente en muchas ocasiones esto no sucede. Algunos son llevados a instituciones donde reciben los cuidados básicos para no morir, pero sin esa figura de padre y madre, no tienen ni la seguridad, ni la confianza, ni el amor que necesitan para desarrollarse por completo. Otros niños tienen a su padre y madre biológicos quienes buscan darles lo necesario para vivir, pero envueltos en sus diarias ocupaciones o simplemente por ignorancia, no le dan al niño las herramientas necesarias para crecer con seguridad y confianza frente a la vida.

El rol de padre y madre como adultos que proporcionan seguridad y confianza es muy importante en el desarrollo de un ser humano integral. Muchos padres no han brindado esos elementos a sus hijos porque no lo saben, porque carecen de las herramientas requeridas para cuidar a un niño integralmente. Ellos tampoco las recibieron de sus padres y probablemente sus padres tampoco, así que no debemos culparlos.

El rol de la madre es brindar contención, la capacidad de acoger a su hijo de modo que este sepa que cuenta con alguien que le da abrigo, ofrecerle un vínculo de seguridad, lo que a su vez permite el desarrollo de todas sus potencialidades de manera sana. Los niños requieren del contacto físico y afectivo, para ello la madre debe ser consciente de las necesidades emocionales de este. Sobre ese vínculo afectivo que el niño genera con su madre, se desarrollan todas las relaciones posteriores, por lo que si no existe una incondicionalidad por parte de la madre para dar al niño el amor que requiere, es probable que el niño tampoco lo dé a otros, pues sencillamente no lo conoce.

Por otra parte, el padre es quien le brinda autonomía al niño. Es aquel que está a su lado dándole fuerzas para que haga las cosas solo, pero cuidándolo en caso de que lo necesite. El niño sabrá que aunque esté enfrentándose a algo nuevo y solo, su padre está a su lado, dispuesto a darle una mano cuando lo necesite. El padre entonces le proporciona la confianza necesaria para que vaya a explorar el mundo, lo apoya y le ayuda a manejar las frustraciones cuando las cosas no salen como él lo espera.

Vamos con un cuento: Hansel y Gretel

hansel y gretel

Junto a un bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos hijos; el niño se llamaba Hänsel, y la niña, Gretel. Apenas tenían qué comer, y en una época de carestía que sufrió el país, llegó un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día. Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y revolviéndose, sin que las preocupaciones le dejaran pegar el ojo; finalmente, dijo, suspirando, a su mujer: – ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a los pobres pequeños, puesto que nada nos queda? – Se me ocurre una cosa -respondió ella-. Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de ellos. – ¡Por Dios, mujer! -replicó el hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras. – ¡No seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó de importunarle hasta que el hombre accedió-. Pero me dan mucha lástima -decía.

Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron lo que su madrastra aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lágrimas, dijo a Hänsel: – ¡Ahora sí que estamos perdidos! – No llores, Gretel -la consoló el niño-, y no te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso. Y cuando los viejos estuvieron dormidos, levantóse, púsose la chaquetita y salió a la calle por la puerta trasera. Brillaba una luna esplendorosa y los blancos guijarros que estaban en el suelo delante de la casa, relucían como plata pura. Hänsel los fue recogiendo hasta que no le cupieron más en los bolsillos. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel: – Nada temas, hermanita, y duerme tranquila: Dios no nos abandonará -y se acostó de nuevo.

A las primeras luces del día, antes aún de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños: – ¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña-. Y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió-: Ahí tenéis esto para mediodía, pero no os lo comáis antes, pues no os daré más. Gretel se puso el pan debajo del delantal, porque Hänsel llevaba los bolsillos llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino del bosque. Al cabo de un ratito de andar, Hänsel se detenía de cuando en cuando, para volverse a mirar hacia la casa. Dijo el padre: – Hänsel, no te quedes rezagado mirando atrás, ¡atención y piernas vivas! – Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está diciendo adiós -respondió el niño. Y replicó la mujer: – Tonto, no es el gato, sino el sol de la mañana, que se refleja en la chimenea. Pero lo que estaba haciendo Hänsel no era mirar el gato, sino ir echando blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del camino.

Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el padre: – Recoged ahora leña, pequeños, os encenderé un fuego para que no tengáis frío. Hänsel y Gretel reunieron un buen montón de leña menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya ardió con viva llama, dijo la mujer: – Poneos ahora al lado del fuego, chiquillos, y descansad, mientras nosotros nos vamos por el bosque a cortar leña. Cuando hayamos terminado, vendremos a recogeros.

Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y al mediodía, cada uno se comió su pedacito de pan. Y como oían el ruido de los hachazos, creían que su padre estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una rama que él había atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el tronco. Al cabo de mucho rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró los ojos, y se quedaron profundamente dormidos. Despertaron, cuando ya era noche cerrada. Gretel se echó a llorar, diciendo: – ¿Cómo saldremos del bosque? Pero Hänsel la consoló: – Espera un poquitín a que brille la luna, que ya encontraremos el camino. Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño, cogiendo de la mano a su hermanita, guiose por las guijas, que, brillando como plata batida, le indicaron la ruta. Anduvieron toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al verlos, exclamó: – ¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en el bosque? ¡Creíamos que no queríais volver! El padre, en cambio, se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos abandonado.

Algún tiempo después hubo otra época de miseria en el país, y los niños oyeron una noche cómo la madrastra, estando en la cama, decía a su marido: – Otra vez se ha terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y sanseacabó. Tenemos que deshacernos de los niños. Los llevaremos más adentro del bosque para que no puedan encontrar el camino; de otro modo, no hay salvación para nosotros. Al padre le dolía mucho abandonar a los niños, y pensaba: «Mejor harías partiendo con tus hijos el último bocado.» Pero la mujer no quiso escuchar sus razones, y lo llenó de reproches e improperios. Quien cede la primera vez, también ha de ceder la segunda; y, así, el hombre no tuvo valor para negarse.

Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron la conversación. Cuando los viejos se hubieron dormido, levantóse Hänsel con intención de salir a proveerse de guijarros, como la vez anterior; pero no pudo hacerlo, pues la mujer había cerrado la puerta. Dijo, no obstante, a su hermanita, para consolarla: – No llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios Nuestro Señor nos ayudará.

A la madrugada siguiente se presentó la mujer a sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, más pequeño aún que la vez anterior. Camino del bosque, Hänsel iba desmigajando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas en el suelo. – Hänsel, ¿por qué te paras a mirar atrás? -preguntóle el padre-. ¡Vamos, no te entretengas! – Estoy mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós. – ¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la mañana, que brilla en la chimenea. Pero Hänsel fue sembrando de migas todo el camino.

La madrastra condujo a los niños aún más adentro del bosque, a un lugar en el que nunca había estado. Encendieron una gran hoguera, y la mujer les dijo: – Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, echad una siestecita. Nosotros vamos por leña; al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a recogemos. A mediodía, Gretel partió su pan con Hänsel, ya que él había esparcido el suyo por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya de noche oscura. Hänsel consoló a Gretel diciéndole: – Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que yo he esparcido, y que nos mostrarán el camino de vuelta. Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no encontraron ni una sola miga; se las habían comido los mil pajarillos que volaban por el bosque. Dijo Hänsel a Gretel: – Ya daremos con el camino -pero no lo encontraron. Anduvieron toda la noche y todo el día siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque; sufrían además de hambre, pues no habían comido más que unos pocos frutos silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentían tan cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos, echáronse al pie de un árbol y se quedaron dormidos.

Y amaneció el día tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban más en el bosque. Si alguien no acudía pronto en su ayuda, estaban condenados a morir de hambre. Pero he aquí que hacia mediodía vieron un hermoso pajarillo, blanco como la nieve, posado en la rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que se detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado, abrió sus alas y emprendió el vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó; y al acercarse vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro azúcar. – ¡Mira qué bien! -exclamó Hänsel-, aquí podremos sacar el vientre de mal año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la ventana, verás cuán dulce es. Se encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para probar a qué sabía, mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una voz suave que procedía del interior:

    «¿Será acaso la ratita la que roe mi casita?»

Pero los niños respondieron:

    «Es el viento, es el viento que sopla violento.»

Y siguieron comiendo sin desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado sabrosísimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos. Abrióse entonces la puerta bruscamente, y salió una mujer viejísima, que se apoyaba en una muleta. Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenían en las manos; pero la vieja, meneando la cabeza, les dijo: – Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo, no os haré ningún daño. Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo en la casita, donde había servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en el cielo.

La vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de pan con el único objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo comía; esto era para ella un gran banquete. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos ventean la presencia de las personas. Cuando sintió que se acercaban Hänsel y Gretel, dijo para sus adentros, con una risotada maligna: «¡Míos son; éstos no se me escapan!.» Levantóse muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y, al verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes: «¡Serán un buen bocado!.» Y, agarrando a Hänsel con su mano seca, llevólo a un pequeño establo y lo encerró detrás de una reja. Gritó y protestó el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil. Dirigióse entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola rudamente y gritándole: – Levántate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que engorde. Cuando esté bien cebado, me lo comeré. Gretel se echó a llorar amargamente, pero en vano; hubo de cumplir los mandatos de la bruja.

Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas exquisitas, mientras Gretel no recibía sino cáscaras de cangrejo. Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y decía: – Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo. Pero Hänsel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista muy mala, pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo: – Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo comeré. ¡Qué desconsuelo el de la hermanita, cuando venía con el agua, y cómo le corrían las lágrimas por las mejillas! «¡Dios mío, ayúdanos! -rogaba-. ¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habríamos muerto juntos!.» – ¡Basta de lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte.

Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender fuego. – Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado la masa -. Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de cuya boca salían grandes llamas. Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan -mandó la vieja. Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese en su interior, asarla y comérsela también. Pero Gretel le adivinó el pensamiento y dijo: – No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo lo haré para entrar? – ¡Habráse visto criatura más tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella -y, para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del horno. Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la puerta de hierro, corrió el cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la bruja! ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la malvada hechicera hubo de morir quemada miserablemente.

Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta, exclamando: ¡Hänsel, estamos salvados; ya está muerta la bruja! Saltó el niño afuera, como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos, y cómo se arrojaron al cuello uno del otro, y qué de abrazos y besos! Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas. – ¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenándose de ellas los bolsillos. Y dijo Gretel: – También yo quiero llevar algo a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de pedrería. – Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado -. A unas dos horas de andar llegaron a un gran río. – No podremos pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni puente ni pasarela. – Ni tampoco hay barquita alguna -añadió Gretel-; pero allí nada un pato blanco, y si se lo pido nos ayudará a pasar el río -.

Y gritó:

    «Patito, buen patito mío Hänsel y Gretel han llegado al río. No hay ningún puente por donde pasar; ¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?.»

Acercóse el patito, y el niño se subió en él, invitando a su hermana a hacer lo mismo. – No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve uno tras otro. Así lo hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla opuesta y hubieron caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron entonces a correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de su padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de reposo desde el día en que abandonara a sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había muerto. Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo, mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

 No llores, Gretel, y no te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso. Cuando de niños generamos un vínculo de seguridad y confianza con nuestros padres, desarrollamos las habilidades básicas para la vida, las cuales nos permiten tener comportamientos adecuados destrezas y capacidades para conseguir lo que nos proponemos. Nos enfrentamos a las dificultades que se nos presentan con coraje y teniendo siempre la certeza de que vamos a salir victoriosos frente a estas. Hansel representa esas virtudes de la confianza y el optimismo, las cuales se las transmite a Gretel. Es esa confianza y optimismo lo que los lleva a un final feliz, a retornar a su hogar a salvo.

La meta del Inocente

niño

El arquetipo del Inocente busca estar a salvo, pero para lograrlo necesita haber desarrollado las características positivas de este arquetipo: Seguridad y Confianza. Cuando tenemos estas dos virtudes, confiamos en el proceso de la vida y con ellas podremos retornar al Paraíso. Nada temas, hermanita, y duerme tranquila: Dios no nos abandonará. Si no poseemos estos dos elementos fundamentales, no intentamos alcanzar nuestras metas y simplemente nos quedamos hundidos en la tristeza y la frustración, esperando a que todo termine. Si Hansel no hubiera contado con el optimismo suficiente, con la certeza de que podía confiar en la vida, si no creyera que merecía algo mejor que morir en medio del bosque, él y su hermana hubieran tenido un final triste y desolador. El cuento de los Hermanos Grimm sería una historia trágica que habla de lo malo que es el mundo y de no poder confiar en nadie, ni siquiera en su propio padre, ni en su propio poder interior.

¿Con cuánta luz del Inocente cuento?

Nuestra autoestima. Si tenemos una buena autoestima creeremos que nos merecemos ser exitosos, ser felices, lograr lo que queremos. Por el contrario, si no es así, pensaremos que tenemos que conformarnos con lo que nos llega, que no debemos ni siquiera intentar algo, pues no lo merecemos. Si este es tu caso, entonces tendrás que hablar con tu niño interior, ese que cada uno de nosotros tenemos dentro y que dejamos olvidado cuando crecimos. Como adultos, debemos reparar esa confianza y seguridad, ahora ya no son nuestros padres los que deben darnos estas virtudes. Debemos hacernos responsables de ese niño herido, protegerlo, cuidarlo, acogerlo y brindarle todo lo que necesita para que sea un niño feliz, sano, lleno de optimismo y confianza frente a la vida, ayudarlo a recuperar la seguridad que perdió cuando era niño. Enseñarlo a superar la frustración y mostrarle que las dificultades que se nos presentan tan solo son pruebas para fortalecer nuestro Ego1. Ese niño temeroso que es la sombra del Inocente debe ser impregnado por la luz de nuestro Ser.

La asertividad. Si nuestro Inocente ha trascendido las penumbras, es capaz de ser asertivo. La asertividad es la habilidad para trasmitir y recibir pensamientos, sentimientos y creencias de manera coherente, verídica, respetuosa, honesta y buscando siempre el bienestar tanto propio como de los otros. Si el Inocente es luminoso, tendrá esa confianza para expresar lo que siente y piensa sin hacer daño a otros. Por el contrario, cuando nuestra comunicación es agresiva o pasiva, existe en nosotros un niño inseguro que ataca o se esconde para no ser herido.

Toma de decisiones. La seguridad que imprimieron nuestros padres, nos ayuda a hacernos responsables de lo que hacemos, pensamos y sentimos. Si nuestro Inocente recibió esta seguridad, entonces seremos capaces de tomar decisiones y hacernos responsables de las consecuencias de ellas. Si no fue así, y nuestro Inocente es sombrío, es probable que esperemos a que otros decidan por nosotros, que nos quedemos paralizados ante la idea de elegir un camino y que estemos esperando que otros se hagan responsables de nosotros, que sean ellos quienes elijan y que por lo tanto asuman las consecuencias de dichas decisiones.

Un Inocente sombrío nos resta poder, nos deja a la deriva del destino, de los tiranos y de todos aquellos que tienen la osadía de enfrentarse a la vida y los riesgos que implica vivirla.

Desarrollando la luz del Inocente

amor

Einstein decía: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. El primer paso para desarrollar la luz del Inocente o de cualquier otro arquetipo, es estar dispuesto a cambiar, salir de la zona de confort. Esta zona nos brinda una falsa seguridad porque en ella encontramos lo conocido, pero no nos permite crecer. Un ejercicio muy sencillo para iniciar este proceso lo propone Louis Hay y es afirmar en voz alta “Estoy dispuesto a cambiar” mientras tocas tu garganta. Cuando realizas una afirmación una y otra vez vas enseñando a tu cerebro algo nuevo, pero ya que tu cerebro lleva mucho tiempo condicionado con viejos patrones, es necesario que repitas muchas veces lo que quieres, para que se forme una cadena neuronal diferente, que apoye tu deseo de cambiar.

La seguridad y la confianza deben ser recuperadas, el optimismo del Inocente nos permite aventurarnos para explorar el mundo. Reconocer  en primera medida que la naturaleza del ser humano es equivocarse, porque con ello aprende y crece. Cuando hacemos las cosas perfectas no aprendemos. Los errores nos permiten ver que hemos tomado el camino equivocado y que debemos cambiar algo para no volver a cometer la misma equivocación. Cuando entendemos esto podemos confiar en nosotros mismos y en los demás, sabiendo que las equivocaciones y los errores son parte de un proceso de crecimiento. Entender que las personas no quieren hacernos daño sino que aún no conocen el camino correcto nos ayudará a recuperar la confianza en el mundo y en la vida.

Atrévete a cometer más errores. Te darás cuenta con el tiempo que no debes ser perfecto, que aprendiste algo de la equivocación y que los fracasos no están relacionados con tu seguridad y confianza.  

A veces necesitamos sanar heridas más profundas. Dentro de cada uno de nosotros hay un niño triste, solitario, abandonado, con miedo, frustración y mucho dolor. Cuando éramos niños no teníamos la capacidad de asimilar muchas de las cosas que veíamos a nuestro alrededor y eso generó en nosotros heridas que aún no han sido sanadas, emociones, sentimientos y pensamientos que permanecen en nuestro inconsciente y que continúan afectándonos de adultos.

Trabaja en sanar a este niño que está aguardando a que seas el adulto que necesita para sentirse protegido y apoyado. En el libro de Louis Hay, Usted puede sanar su vida, encontrarás algunos ejercicios que te pueden ayudar a conectarte y sanar tu niño interior.

También puedes realizar algunas meditaciones como la que te presento a continuación, con ella entenderás que tus padres hicieron lo mejor que pudieron, que tu elegiste esas experiencias para crecer y que ahora eres responsable de sanar las heridas del pasado.

https://www.youtube.com/watch?v=hJxhE2N8oZE

Conéctate con tu Inocente. Pero lo que estaba haciendo Hänsel no era mirar el gato, sino ir echando blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del camino; tenemos que salir a buscar guijarros como Hansel, para después poder volver a casa, desarrollar las habilidades para la vida. El Inocente hace parte de los primeros arquetipos que desarrollamos; si no nos preparamos, nuestra travesía por la vida será más difícil, pero siempre tendremos la oportunidad de recordar el camino para volver a empezar.

En el libro de Graciela Aldana, De arquetipos, cuentos y caminos, podemos encontrar algunos ejercicios. Los dibujos de confianza (Dibujar algo, puede ser un poema, una canción, etc., pero debes hacerlo en la oscuridad), veremos como nuestro Inocente aparece y nos muestra algo insospechado, despertando la curiosidad (en una hoja en blanco escribe cien preguntas sin parar), descubriremos que tenemos una infinidad de preguntas sin resolver y nos sorprenderemos con la curiosidad de nuestro Inocente. Existen otros ejercicios que puedes encontrar en este libro.

Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo, mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Un día cuando regreses a tu Hogar verás cómo tus bolsillos se encuentran llenos de tesoros, sabrás que aprendiste lo que necesitabas y que todo tuvo una razón de ser.

Recuerda que para que el Alma evolucione, la Inteligencia Activa debe actuar en el plano físico.

Notas del autor:

1 La expresión Ego se usa como el asiento de la conciencia. Lo que envuelve al Alma. (Carol Pearson)

Autor: JP Ben-Avid

Bibliografía

Aldana, Graciela. (2003). De arquetipos, cuentos y caminos. Creatividad e Innovación Ediciones.

Hay, Louis. (1989). Usted puede sanar su vida. Ediciones Urano: Barcelona.

Pearson, Carol. (2006). Despertando los héroes interiores. Mirach Editorial.

Sierra, Gloria. (2014). Si nos amamos amémonos bien. Editorial San Pablo: Bogotá.

Hermanos Grimm. Hansel y Gretel. Cuentos de Grimm. Extraído el 12 de abril de 2016 de http://www.grimmstories.com/es/grimm_cuentos/hansel_y_gretel

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