Joel por Jordi Morella

chico sentado en la roca

 

            Después de tantos años viviendo en la desesperación, el dolor y la preocupación, Joel empezó a pensar que quizás la única salida que le quedaba era el suicidio. Un manto oscuro que provenía del firmamento rodeaba todo su ser. El deseo de querer dejarlo todo y desaparecer era tan intenso, que sólo tenía pensamientos de quitarse la vida para acabar de una vez y liberarse de su situación. Sus esfuerzos se habían extinguido y no tenía ánimos para continuar viviendo.

Salió de casa y se dirigió hacia un precipicio, en las afueras de donde vivía. Cogió el coche como cada mañana, pero en vez de dirigirse hacia su trabajo, tomó la dirección hacia las afueras, hacia la carretera del mirador. Su corazón estaba cerrado, desesperado. Sólo pensaba que por fin podría descansar y vivir en paz. Cuando llegó, bajó del coche y se dirigió, convencido de la decisión tomada, hacia la barandilla que separaba el vacío….. de la carretera.

El día era claro, y como decían los indios siouxs antes de la batalla: “hoy es un buen día para morir”. Se acercó al límite de la baranda, pasó al otro lado y se cogió a la estructura de seguridad. Un paso adelante y todo habrá acabado -pensó. Su expresión era de alguien totalmente abatido. Se sentía solo e incapaz de continuar con la vida que llevaba. Sólo pensaba en una sola cosa: descansar, y si era cierto lo que había oído en algún momento en relación a la muerte, empezaría de nuevo con una mayor vitalidad, con nuevas fuerzas para hacer frente a lo que tenga que vivir. En estos instantes se sentía vacío y sin ninguna motivación.

–          ¡Joel! – se oyó una voz surgida de la nada.

–          ¡Joel!- volvió a oírse.

Aquel ser humano miró a su alrededor y no vio a nadie. Lanzó su mirada más allá…… y nada, tampoco vio a nadie. Finalmente pensó que eran  imaginaciones de su mente momentos antes de morir. Volvió a mirar la inmensidad del vacío que se mostraba a sus pies y pensó que nadie notaría su ausencia.

–          ¡Joel!, ¿qué quieres hacer?

–          ¿No ves que no quiero vivir? – se dijo en el silencio.

–          ¿Por qué?

–          No tiene ningún sentido continuar.            Estoy harto y ya no puedo más – se dijo nuevamente sin palabras.

–          ¿Quieres que te ayude?

–          ¿Quién eres?

–          ¿Quieres que te ayude? – volvió a preguntar aquella voz.

–          No es necesario, puedo hacerlo yo solo, como siempre todo lo he hecho.

–          De acuerdo, ¿quieres que te empuje?

–          ¡He dicho que no! – dijo esta vez en voz alta y de mal humor por la insistencia recibida.

–          ¡Quieres que les diga algo a la gente del trabajo?

–          ¿Por qué?, ellos nunca me han tenido presente; nunca han  valorado lo que hacía.

–          ¿Hay alguna cosa que pueda hacer por ti en estos momentos, no sé, comunicar a alguien algo que hayas querido decirlo y no lo hiciste, o cualquier otra cosa que quieras, digamos que como última voluntad?

Joel quedó en silencio unos instantes, y mirando al horizonte dijo:

–          La gente no sabe lo que siento. Nada me ha salido bien a la vida y he perdido toda ilusión. No tiene ningún sentido continuar viviendo.

–          ¿Hay algún recuerdo que valga la pena recordar como último pensamiento?

–          Sí, cuando era pequeño.¡Jugaba y vivía tan despreocupado! Han sido los únicos momentos de mi vida que han valido la pena. El resto ha sido un calvario. ¿De qué sirve tener recuerdos cuando lo que has vivido sólo ha sido dolor y dolor? ¡Me he sentido tan solo e incomprendido…!(Pausa) No vale la pena crecer y hacerse adulto.

–          ¿Crees que si pudiésemos ser siempre niño valdría la pena vivir?

–          ¡Déjate de tonterías y toca de pies al suelo! La vida es sufrimiento y es muy dura vivirla. No tienes ni idea de lo que he tenido que pasar, y ya no puedo más. Tengo ganas de acabar cuanto antes mejor.

En aquel momento apareció una águila volando por encima de él. Éste levantó la cabeza y vio como ella volaba en círculos, en sentido contra horario, y elevándose cada vez más. De repente, ésta descendió en picado hasta la altura de donde él se encontraba y a unos cincuenta metros delante de su presencia.

–          ¿Te gustaría volar como ella? – le preguntó la voz.

–          Yo soy un humano, no un ave.

–          Imagínate que pudieras hacerlo. ¿Te gustaría volar?

–          Sí – dijo tímidamente en voz alta.

–          ¿Quieres probarlo?

–          Ahora no estoy para bromas.

–          ¿Quieres probarlo? – insistió la voz.

–          ¿Qué quizás puedo?

–          No tienes nada a perder. Mira, antes de lanzarte puedes probarlo y luego tú haces lo que creas que debas de hacer.

Después de unos instantes de silencio, Joel respondió:

–          No tengo nada que perder y ¡ya no me viene de aquí!

–          ¿Quieres probarlo, pues?

–          ¿Qué tengo que hacer?

–          Deberás de cerrar los ojos, pero antes vuelve al otro lado de la barandilla. Después, si quieres, puedes volver a ponerte donde estabas y haz lo que debas hacer.

–          ¡Qué tontería – pensó Joel!

Desistió momentáneamente de dar el paso clave hacia delante en el precipicio y se sentó en una roca, al lado de un árbol que había a unos tres metros de donde se encontraba. Una vez sentado, cerró los ojos y aquella voz le fue dirigiendo hacia llevarlo a conectar con su respiración.

Abatido y dejado ir, aquel humano se adentró en su interior a través del aire que respiraba y sintió que su corazón estaba triste y compungido. Lo acarició y le dio calor. Cuando lo hubo tranquilizado, se dirigió mentalmente al lugar donde se encontraba momentos antes de querer lanzarse al vacío. Visualizó como su cuerpo iba perdiendo gravedad y con su intencionalidad decidió lanzarse a volar. Después de darse un pequeño impulso empezó a caer y a caer, llegando a pensar que el batacazo que se daría sería tan grande que se mataría. De repente, a cada uno de sus lados aparecieron unas águilas que, a medida que iban cayendo iban tomando una forma humana muy iluminada, hasta que se transformaron en dos ángeles que, a unos cinco metros del suelo le cogieron, cada uno por un brazo, acompañándole hasta que sus pies tomaron contacto con el suelo suavemente. Nada le pasó. El miedo que había tenido inicialmente le desapareció al darse cuenta que nada había de temer porqué Ellos le ayudarían, y que eran allá con él aunque no los viese. No había de tener miedo de nada porqué en momentos adversos Ellos hacen presencia y te ayudan a atenuar el golpe. Había de tener confianza y hasta ahora no la había tenido. Había de confiar que sus miedos sólo eran fruto de una falta de confianza en él y en Ellos.

Joel abrió los ojos inquieto y emocionado por lo que se le había rebelado. Se puso a llorar y vio claro toda su vida y la inseguridad que había tenido en todas sus vivencias que le habían llevado a tomar la decisión de quitársela. Se quedó gran parte de la mañana allá, sentado en aquella roca cerca del árbol, sintiendo lo que había sentido en su interior, donde todo consistía en tener confianza y nunca dudar, porqué en el fondo, nuestros dolores son debidos a nuestros miedos, a la ignorancia de quienes somos.

–          No estamos solos. ¡Si hubiera contado con Ellos al encararme con mis retos! …. ¡si hubiera confiado en Ellos, ahora sé que hubiera salido adelante!

Por la tarde volvió a ir a trabajar, pero ahora era un Joel diferente.

Con los días, sus compañeros empezaron a valorar su trabajo, y Joel empezó a sonreír y a saber lo que era ser feliz.

Y tu, ¿ya cuentas con Ellos?

Confía, no estás solo/a. Ellos están contigo.

http://jordimorella.blogspot.com

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