La caída de las potencias ahrimánicas al reino humano, por Rudolf Steiner
No se puede decir que el presente carezca de ideales; los tiene, muchísimos, pero son inoperantes. ¿Por qué no son efectivos? Perdonen la imagen un tanto extraña, pero muy del caso: imaginen una gallina dispuesta a empollar un huevo; se lo quitamos y lo ponemos en la incubadora. Hasta ahí, todo bien. Pero si esta incubación se llevara a cabo bajo el recipiente de una bomba de aire, en el vacío,¿prosperaría el pollito al salir del huevo? En este caso, existirían todos los factores necesarios para el desarrollo, pero faltaría uno: el medio en que hay que colocar el pollito para que encontrara sus condiciones vitales.
Así, mas o menos, sucede con todos los bellos ideales de los que, hoy día, tan a menudo se habla. No sólo suenan a bellos, sino que efectivamente son valiosos, pero nuestra época no trata de explorar debidamente las condiciones reales de la evolución. De ahí que, en las más extrañas sociedades, se formulen, se propugnen y se postulen toda clase de ideales, pero sin resultado. En verdad, a principios de nuestro siglo XX, han abundado las sociedades idealistas, sin que se pueda afirmar que los últimos tres años hayan estado a la altura de su cumplimiento. Ese amargo hecho podría conducirnos a una enseñanza, como a menudo he sugerido en el curso de nuestras pláticas.
El domingo pasado {véase la 1a. Conferencia del ciclo), les tracé un bosquejo de la evolución espiritual de las décadas recientes; y les rogué que tuvieran en cuenta que lo que acontece en el plano físico, por tiempo prolongado se prepara en el mundo espiritual, y señalé algunos aspectos muy concretos: que, en los años 40 del siglo pasado, empezó, en el mundo superior inmediato al nuestro, una lucha que fue metamorfosis de las pugnas a las que, desde siempre, se ha aludido con el viejo símbolo de la Lucha de San Miguel con el Dragón. Les relaté cómo esa contienda en el mundo espiritual se desenvolvió hasta el mes de noviembre de 1879; cómo después, Micael alcanzó la victoria, y como el Dragón, esto es, las potencias ahrimánicas, fue arrojado a la esfera de los hombres.
¿Donde está ahora? Fijémonos bien: los adeptos de Ahrimán que, desde 1841 hasta 1879, libraban una batalla decisiva en el mundo espiritual, fueron echados al reino de los hombres: y desde entonces, y particularmente en nuestra época, tienen su baluarte, su campo de acción, en el pensar, en el sentir y en los impulsos volitivos del hombre.
Démonos cuenta, pues, de cuan infinitamente lo que hoy día, los hombres piensan, quieren y sienten, hallase impregnado de potencias ahrimánicas. Pero estos acontecimientos concretos en la relación entre el mundo espiritual y el físico, integran el plan del orden universal, y hay que tenerlos en cuenta. ¿De qué sirve estancarse en lo abstracto y proclamar: el hombre debe combatir a Ahrimán? Semejante fórmula abstracta no produce ningún resultado. Nuestros contemporáneos, a menudo, no sospechan en que atmósfera espiritual se mueven; hay que enfocar este hecho en todos sus graves alcances.
Observen lo siguiente: como miembros de la Sociedad Antroposófíca, están llamados a oír todo esto, y a ocuparse de ello en su pensar y sentir. De hacerlo conscientemente, captarán toda la seriedad de la situación; y se darán cuenta de la misión que les corresponde, según el lugar que ocupen, en este presente tan enigmático, tan problemático y tan confuso. Supongan que, en alguna parte, unos cuantos hombres se hubieran asociado, de modo natural, a una especie de trato amistoso, y que ese círculo tuviera conocimiento de las relaciones espirituales que he mencionado, en tanto que vastos sectores de personas nada supieran de todo ello. Pueden ustedes estar convencidos de que, si el círculo de amigos que, hipotéticamente, puse ante su mente, se decidiera, bajo algún motivo, a poner al servicio de quién sabe qué causa, el poder que ese saber les confiere, entonces sería muy poderoso ese pequeño círculo, con los secuaces que ganara, a menudo sin que éstos tengan conciencia del hecho; y lo será particularmente frente a los ignorantes que no quieran saber nada de todo ello. Ya en el siglo XVIII, existió cierto círculo, justamente de este tipo, – hoy tiene sus continuadores – que sabía de los hechos como los que mencioné que sabía asimismo lo que sucedería en el siglo XIX, y hasta entrado el XX; pero que, ya en el siglo XVIII, se propuso llevar a cabo ciertas intenciones egoístas y aspirar a ciertos impulsos. Y esto fue objeto de trabajo sistemático.
Prejuicios, ignorancia, temor a la vida espiritual.
La gente de hoy día, en grandes masas, vegeta como dormida e irreflexiva, sin prestar atención a lo que ocurre a su lado, y a veces en amplios círculos. Al respecto, la gente se entrega a grandes ilusiones, y con cuánta naturalidad exclama: qué magnifico es nuestro sistema de comunicaciones: ¡cómo acerca a los hombres, los unos a los otros! ¡cómo cada uno se entera de los demás! ¡Qué diferente es esto de los tiempos pasados! Recuerden todo lo que se dice al respecto: basta con analizar, de acuerdo con la sana razón, los diversos hechos, y se encontrará que nuestra época adolece de síntomas muy peculiares. A título de simple ilustración, permítanme preguntar lo siguiente: ¿Quién no cree, hoy día, que las novedades literarias reciben la más amplia difusión por medio de la prensa que sabe de todo, y que en todo se mete? ¿Quién creería que semejantes novedades significativas, memorables e incisivas, pudieran permanecer desconocidas? De alguna manera, uno se entera! Ahora bien, ya en la segunda mitad del siglo XIX, la respetable prensa se encaminó para convertirse en lo que ella hoy es y, no obstante, pudo suceder que cierta novedad literaria fuera más memorable e incisiva para toda la Europa Central, que todos los conocidos autores como Spielhagen, Freytag, Heyse, etc., pues ninguna obra del último tercio del siglo XIX contaba con tantos lectores como «Dreizehnlinden» (El Rancho Trece Tilos) de Weber, Y ahora les pregunto: ¿cuántos de los aquí presentes no saben siquiera de la existencia de esa obra? Así es cómo la gente de hoy vive incomunicada, pese a la prensa. En esta obra «Dreizehnlinden», se hallan incorporadas, en hermoso lenguaje poético, ideas que fueron muy incisivas, y que hoy laten en millares de mentes.
Mencioné esto a título de ejemplo, para que se den cuenta de que, efectivamente, es posible que la mayoría no sepa nada de ciertos hechos que no dejan de ser trascendentales, y que ocurren a su lado. Les aseguro que, aunque algunos de ustedes no hayan leído el libro de referencia, han encontrado a tres o cuatro personas que sí lo habrán leído. Y es que hay paredes divisorias entre los hombres, que les impiden hablar de las cosas más importantes, incluso entre amigos cercanos: no hay comunicación; incluso entre personas de mentalidad afín, se callan los temas más importantes. Y así como sucedió con esta menudencia (pues lo que mencioné no pasa de menudencia dentro de la evolución histórico-universal), así pasa también en lo grande: hay sucesos y procesos en el mundo, que la mayoría no advierte.
Similarmente, sucedió en el siglo XVIII, que cierta sociedad gestaba ciertos pensamientos y pareceres que habrían de anidar en los ánimos de la gente para convertirse en fuerzas efectivas en el área de interés de tales sociedades, y luego infiltrarse en la vida publica y determinar el comportamiento mutuo de las personas. No saben de donde proceden los estímulos que laten en sus emociones, sentimientos e impulsos volitivos, pero los que conocen los procesos que subyacen en la evolución, saben cómo espolear los impulsos y emociones. Así fue, no precisamente con el libro, pero sí con las ideas que en él subyacen, lanzado por una de esas sociedades del siglo XVIII, en que se describe la participación que tiene la entidad ahrimánica en los distintos animales. Como es natural, a esa entidad se le llama diablo, y se describían las diversas particularizaciones de lo diabólico en las diferentes especies animales. Ya saben ustedes que, en el siglo XVIII, tenía su peculiar auge el racionalismo; continúa floreciendo hasta nuestros días, por lo que los supersabios de entre quienes se recluta el gremio de los periodistas, recurren a la burla, diciendo: por ahí, ha habido alguno de ésos, que escribió un libro afirmando que los animales son diablos. Sin embargo, el propagar tales ideas en el siglo XVIII, de modo que anidaran en muchas mentes humanas; el propagarlas con observancia de las reales leyes evolutivas de la humanidad: esto tuvo efectos, efectos reales. Fíjense en el extraño acorde entre por un lado, la emerqencia del darwinismo en el siqlo XIX, esto es, la generalización de la idea de que los hombres han ido evolucionando, en ascenso, de los animales y, por el otro, la idea de que los animales son diablos. ¡Todo esto existe! Pero los hombres se limitan a escribir historias que contienen gran variedad de temas, con exclusión de las verdaderas energías activas.
Téngase presente lo siguiente: así como el animal sólo medra en la atmósfera, no bajo el recipiente evacuado de la bomba neumática, asimismo las ideas e ideales sólo pueden prosperar si los hombres se sumergen en la atmósfera real de la vida espiritual. Para ello es necesario, sin embargo, que esta vida espiritual salga a nuestro encuentro en su realidad. Pero la gente de hoy ama, mas que nada, las generalidades. Y así, fácilmente, queda inadvertido el hecho de que, desde el año de 1879, las potencias ahrimánicas tuvieron que descender del mundo espiritual al reino de los hombres, impregnar la intelectualidad, el pensar, el sentir y la visión humanos. Tampoco es adecuado para lograr la correcta relación con esas potencias, que se plantee simplemente la fórmula abstracta: hay que combatir esas potencias. Eso equivaldría a exhortar la estufa a que dé calor, sin ponerle leña, ni prenderla. Hay que saber, ante todo, que ahora, descendidas esas potencias a nuestra Tierra, hemos de vivir con ellas, y no cerrar los ojos ante ellas, pues, de hacerlo, adquirirían el máximo poderío. Insisto: las potencias ahrimánicas que han invadido el intelecto humano, adquieren el máximo poderío, si uno se niega a enterarse de su existencia y función.
La antigua ciencia del futuro y la moderna ciencia del pasado.
Si se pudiera lograr el ideal de buen número de personas, que consiste en estudiar únicamente las ciencias naturales, y erigir las leyes de la Naturaleza incluso en leyes sociales, enfocar exclusivamente lo llamado «real», entendiéndose como tal lo sensible… si todo eso se lograra en amplia escala, entonces las potencias ahrimánicas tendrían ganada la partida, pues en tal caso nada se sabría de su existencia. Se fundaría una religión monista en sentido de Haeckel, y ellas tendrían campo libre. Eso es lo que más les gustaría: que nada supieran los hombres de ellas, y así poder ellas trabajar en su subconsciente.
Importante ayuda para las potencias ahrimánicas se alcanzaría ofreciendo una religión enteramente naturalista. Si Strauss hubiera podido realizar plenamente su ideal de fundar esa religión filistea, fustigada- por Nietzsche en su libro «David Friedrich Strauss, profesante y filisteo», las potencias ahrimanicas se sentirían hoy a sus anchas, incluso mucho más de lo que, de todas maneras, se sienten. Pero eso no es sino un aspecto, pues esas potencias pueden prosperar óptimamente aun de otra manera, a saber, si se cultivan los elementos que ellas particularmente quieren difundir entre los hombres del presente: el prejuicio, la ignorancia y el temor a la vida espiritual. Nada beneficia tanto a las potencias ahrimánicas como esos tres vicios: el prejuicio, la ignorancia, y el temor a la vida espiritual.
Y ahora pasen ustedes revista de cuántos personajes se imponen, en verdad, la tarea de cultivar dichas tres lacras. En mi conferencia pública que pronuncié ayer en Basilea, dije que no fue hasta 1822 que quedaron sin efecto los decretos contra Copérnico, Galilei, Kepler, etc. Hasta 1822, a los católicos no les era permitido estudiar la interpretación copernicana del mundo, y cosas por el estilo. Se propiciaba sistemáticamente la ignorancia sobre el particular, formidable ayuda a las potencias ahrimanicas. Buen servicio se les había rendido, lo que les permitió prepararse bien para la campaña que habría de seguir a partir de 1841.
A la afirmación que acabo de hacer, tendría que agregar otra, para que fuese completa. Sin embargo, esta segunda afirmación todavía no puede pronunciarla nadie que realmente esté iniciado en estos asuntos. No obstante, si ustedes intuyen lo que se halla inmanente en los substratos de semejante afirmación, quizá vislumbrarán, aunque tenuemente, a que me refiero.
La concepción científico-natural del mundo es una empresa puramente ahrimánica, y no se la combate pasándola por alto, sino elevándola al nivel de la conciencia, conociéndola lo mejor que se pueda. El mejor servicio que se rinde a Ahriman, consiste en hacer caso omiso de los conceptos científicos, y de luchar insensatamente contra ellos; el que ejerce insensata crítica a los conceptos científico-naturales, no combate a Ahrimán, sino que le propicia, porque extiende engaño y turbiedad sobre un campo en que debiera difundirse la luz. Poco a poco, los hombres tienen que encumbrarse a la comprensión de que todo tiene sus dos lados. Ya saben ustedes que la gente del presente es abrumadoramente inteligente, y por eso se les ocurrió afirmar: «en la cuarta época postatlante, la greco-latina, existía todavía la superstición de que, por el vuelo de las aves y por las vísceras de los animales y otros indicios, se podía vaticinar el futuro. Quienes hacían tales cosas, eran, desde luego, mentecatos». Nadie de nuestros contemporáneos que sermonean contra esas antiguas prácticas, sabe cómo se hacía; ningún coetáneo habla en forma distinta al ejemplo que les di el otro día, cuando uno de esos señores inteligentes tuvo que admitir que se había cumplido una profecía onírica, y, sin embargo, dijo: «así lo quiso el azar». La verdad es que, de acuerdo con las condiciones fundamentales de la cuarta época postatlante, había efectivamente una ciencia que algo tenía que ver con la premonición. En aquellos tiempos, no se creía que fuera posible intervenir eficazmente en el devenir social, por medio de máximas como las que hoy se aplican. Si, entonces no hubiera existido cierta futurología, no se habrían encontrado las magnas perspectivas de índole social, de abarcante proyección en el tiempo, no importa que estemos o no de acuerdo con ella. Créanmelo: lo que los nombres logran hoy en la vida social y de la política, arraiga todavía en aquella antigua futurología. Mas esta ciencia del futuro jamás puede obtenerse mediante la observación de lo que ofrecen los sentidos externos, jamás obtenerla según el modelo de las ciencias naturales, pues lo que observan los sentidos externos, es ciencia del pasado. Permítanme ahora que les revele un secreto del universo, muy importante y muy substancial: si observan el mundo tan sólo a través de los sentidos, como lo hace el moderno estudio científico, no tienen en cuenta sino leyes pasadas que aún persisten propiamente, no observan sino el cadáver universal del pasado. La ciencia natural estudia la vida que ha muerto.
Supongamos que éste (véase dibujo, blanco) fuera nuestro campo de observación, lo que se extiende ante nuestros ojos, oídos y demás sentidos. Supongamos que aquí (véase dibujo, amarillo) estuviera la totalidad de todas las leyes científico-naturales habidas y por haber; entonces esta totalidad de leyes ya no representa lo que está dentro, sino lo que alguna vez estuvo dentro, perdurando como remanente entumecido. Además de estas leyes, hemos de escrutar lo que los ojos no pueden observar, ni los oídos oír: un segundo mundo de leyes. Este segundo mundo o conjunto, hállase contenido en la realidad, y apunta hacia el futuro.
Sucede en el mundo lo que con la planta: la planta tal y como se presenta a nuestra vista, no es la verdad; misteriosamente entraña algo que todavía no puede verse, y que sólo se revelará el año entrante: el sistema germinal. ¡Ya está ahí, pero es invisible: Así, en el mundo que se extiende ante nosotros, yace contenido, invisible, todo el futuro, en tanto que lo pasado se halla en forma marchita, desecada, muerta; es cadáver. El estudio de la Naturaleza, tan sólo nos suministra una imagen de cadáver: sólo lo pasado. Es verdad que, deteniéndonos únicamente en lo espiritual, nos falta ese pasado mas para lograr la realidad total, hemos de tener en cuenta lo invisible también.
¿Como es posible que la gente, por un lado, estatuye la teoría de Kant-Laplace y, por el otro, habla como el profesor Drews que construye un fin del mundo, es decir, cuando la gente pueda leer el periódico a centenares de grados bajo cero, con paredes barnizadas de albúmina luciente; la leche sólida? Sería curioso saber cómo se pueda ordeñar, siendo sólida. Todo eso, son conceptos imposibles, como lo es toda la teoría de Kant-Laplace. Tan pronto como se rebasa con esas teorías el campo de observación inmediata fallan. ¿Por qué? Porque son teorías de cadáveres, de lo muerto.
Nuestra intelectualidad afirma: los sacerdotes verificadores de Grecia y de Roma, han de haber sido rufianes truhanes o supersticiosos, pues ninguna persona «sensata creerá que, del vuelo de las aves o de las tripas de animales sacrificados, se pueda deducir algo referente al futuro. En analogía, la humanidad del futuro, si se siente inteligente como nuestra generación se siente frente a inmoladores romanos, podrá mirar con aún mayor desdén, las ideas de que hoy se enorgullece la gente. Y dirá: ¡Teoría de Kant-Laplace! ¡Drews! ¿Qué ideas más supersticiosas tuvieron! Observaron unos pocos milenios de la evolución terrestre y, de ahí, dedujeron los estados inicial y terminal da la Tierra!. Hubo extrañas personas supersticiosas que describieron que el Sol y los planetas se separaron de una nebulosa primitiva, y que luego empezaron a girar! – En verdad, amigos míos, sobre las ideas de la teoría de Kant-Laplace y las del fin de la Tierra, podrán hacerse ase-aseveraciones aún mucho más graves que las que hacen nuestros contemporáneos sobre la exploración del futuro con base en las víctimas, el vuelo de las aves, etc.
Significados de los mitos
¡Cuán egregios son, hoy día, los hombres que se han empapado cabalmente del espíritu y actitud mental del actual pensar científico-natural! ¡Con cuánto desprecio miran los antiguos mitos y los cuentos de hadas! ¡Edad infantil de la humanidad, cuando los hombres se divertían con sus sueños! Nosotros, en cambio, hemos alcanzado el auténtico progreso: sabemos que cierto principio de causalidad lo domina todo; hemos llegado a la cúspide del saber.
Todos los que así opinan, ignoran en verdad Que toda esta ciencia moderna no existiría, precisamente en las áreas de su mayor justificación, si no les hubiera precedido el pensamiento mítico. Sin el mito, esa ciencia sería tan imposible, como lo sería la planta formada tan sólo de tallo, hojas y flores, sin ninguna raíz que la sostuviera. Quien concibe la ciencia actual como un todo cerrado en sí mismo, procede como si quisiera cultivar solamente las partes superiores de la planta. Todo lo que hoy es ciencia, arranca del mito: el mito es su raíz. Y a ciertos geniecillos elementales que observan todo esto desde otros mundos, les causa risa diabólica de escarnio el que los eruditos universitarios miren con desprecio las antiguas mitologías, todas las prácticas de la otrora superstición, sin darse cuenta de que ellos mismos, con todo su saber, son producto de esos mitos, y que no podrían tener ni un solo pensamiento adecuado al momento presente, sin que antes hubieran existido. Y algo más les causa esa auténtica risa infernal (y aquí cabe recurrir al atributo infernal», porque las potencias ahrimánicas reciben con jubilo satánico el que se les dé la oportunidad de esa burlona risa): es cuando la gente cree que la teoría de Copérnico, el galileísmo, la gloriosa ley de la conservación de la energía, no han de cambiar nunca, y que tienen eterna validez. ¡Qué juicio tan miope! La misma relación que existe entre el mito y nuestros conceptos actuales, prevalecerá entre los conceptos científicos de los siglos XIX y XX, y lo que vendrá dentro de un par de siglos. Lo de hoy quedara trascendido, del mismo modo como quedó superado el mito. ¿Creen ustedes que rozando el año 3000, subsista el mismo concepto sobre el sistema solar que tenemos hoy? Dejémoslo para una superstición de sedicentes expertos, pero jamás para creencia de antropósofos.
Lo que los hombres de hoy justificadamente piensan; lo que, en verdad, les confiere cierta estatura en nuestra época, deriva precisamente de la circunstancia de que, en la época griega, floreció la mitología griega. Para el hombre racionalista del presente, nada habría más encantador que poder imaginarse: pobrecitos los griegos; ¡Que felices habrían sido si hubieran poseído nuestra actual ciencia! – Pero de haberla tenido, no habría existido lo que constituye su patrimonio cultural: el conocimiento de los dioses griegos, el mundo de Homero, de Sófocles, de Esquilo, de Platón, de Aristóteles. Y entonces, Wagner, el célebre fámulo de Fausto, sería un auténtico Fausto en comparación con los Wagneres gue hoy andarían ante nosotros: enjuto, degenerado, yermo; así sería todo el pensar humano. En efecto, toda la fuerza vital de nuestro pensar se debe a su raigambre en el mito griego, mejor dicho, en el mito de la cuarta época postatlante en general; y quien cree que el míto era una equivocación y que el pensar actual es lo correcto, se parece a quien considere que se puede tener un ramo de rosas sin cortarlas primero del rosal, ¿por qué las rosas no podrían nacer directamente?
Precisamente los hombres que hoy día se estiman más iluminados, se mueven entre los conceptos más irreales, El modo de pensar propio de la cuarta época postatlante, con su figuración de mitos e imágenes que, para los hombres de hoy, parecen sueños más que conceptos científicos nítidamente perfilados, es la base de lo que somos. A su .vez, lo que hoy pensamos y elaboramos, será la base de la próxima época cultural, pero el que lo sea, depende de que se desarrolle, no tan sólo hacia una desvitalización, sino también hacia el lado de la vida: ¿cómo se le insufla la vida? Tratando de llevar al nivel de la conciencia lo que existe, y reconocer lo que nos da la conciencia despierta, lo que nos convierte en personalidad vigilante.
La situación desde el año de 1879, es la siguiente: si uno va a la escuela, si ahí absorbe la mentalidad propia de las ciencias naturales, si luego se apropia una concepción del mundo que concuerde con esa mentalidad científica, si cree que lo único que puede llamarse real es lo que se extiende en el mundo sensible, Ahrimán ha ganado el juego y sus huestes se encuentran a sus anchas. Son muchas las personas que hoy piensan de ese modo. Porque esas potencias ahrimanicas que, desde el año 1879, se han atrincherado en las almas humanas, ¿qué son, propiamente? No son hombres, sino ángeles, pero ángeles rezagados, ángeles que han sido lanzados fuera de su cauce evolutivo y que han desaprendido a ejercer su función en el mundo espiritual superior inmediato. De haber sido capaces no se las habría derribado en el año 1879: cayeron por no poder cumplir su misión al nivel superior. Y ahora pretenden llevarla a cabo con ayuda de los cerebros humanos; en ellos, se hallan en un plano que es inferior en un grado al que propiamente les correspondería. Lo que hoy se llama el pensar monista, no es, en realidad, ejecución humana: las llamadas ciencias económico-políticas ya mencionadas ayer y que, al estallar la guerra, proclamaron como peritaje científico su terminación en cuatro meses -dejando de lado el simple papagayeoperiodístico- son pensamientos angelicales, anidados en los cerebros humanos. El propósito de las potencias que quieren apoderarse del entendimiento humano, es usurparlo más y más, para así poder ellas desplegar su vida. Y contra esa tendencia no es eficaz meter la cabeza en la arena y jugar la política de avestruz, sino sólo tenerla en cuenta conscientemente. No se puede competir con los monistas si uno no sabe lo que ellos piensan: sólo es posible sabiéndolo, reconociendo que es ciencia de Ahrimán, ciencia de ángeles rezagados que anidan en los cerebros humanos. ¡Hay que conocer la verdad, la realidad!
Entre nosotros, los antropósofos, lo expresamos en nuestra terminología, y nos referimos a potencias ahrimanicas, termino de mucho significado para nosotros. En público, ante personas del todo impreparadas, no es posible hablar en esta forma: he ahí una de las paredes divisorias. Con nuestro lenguaje, no alcanzamos el público: pero existen, desde luego, recursos y caminos para transmitirles la verdad. Si no hubiera ningún recinto donde se pudiera decir la verdad, tampoco habría posibilidad de instilarla en la profana ciencia externa. Es imperativo que existan, por lo menos, algunos sitios singulares donde la verdad pueda ser expresada en forma original y genuina. Solo que no hemos de olvidar que los hombres modernos, aun cuando afiliados a la ciencia espiritual, tropiezan, a menudo, con dificultades insuperables para tender el puente hacia la ciencia ahrimánica. He conocido a varios personajes versados en una u otra área de la ciencia ahrimánica: buenos naturalistas, buenos orientalistas, etc., que luego se vincularon a nuestra investigación espiritual. Puse gran empeño en inducirles a tender ese puente. ¡Cuál habría sido el impacto si un fisiólogo o un biólogo, con todo el conocimiento especializado que actualmente puede adquirirse en sus campos, hubiera remodelado su fisiología o biología con enfoque espiritual! Hice el intento con algunos orientalistas, pero me encontré con que, por un lado, son buenos antroposofos, mas por el otro, siguen siendo orientalistas, fieles a su gremio, sin estar dispuestos a tender el puente de lo uno hacia lo otro, eso nuestra época necesita con tanta premura. Como ya dije, potencias ahrimánicas se sienten muy a gusto con que se ejerza la ciencia natural como si fuera imagen del mundo Externo, y se sienten muy incómodas si uno avanza con la ciencia espiritual y la actitud mental que de ella dimana.
¿Por qué? Porque la ciencia espiritual abarca al hombre entero y gracias a ella, cambia nuestro sentir, nuestro querer, nuestra manera de enfocar el mundo.
Es verdad lo que los iniciados han afirmado siempre: el que los hombres se saturen de la sabiduría espiritual, es origen de una gran conmoción tenebrosa para las potencias ahrimánicas de un fuego devorador. Los ángeles ahrimánicos se sienten a sus anchas en los cerebros henchidos de ciencia ahrimánica, en tanto que les son de tenebroso espanto los cerebros impregnados de sabiduría espiritual. Tomemos esto en plena seriedad; sintamos que, al impregnar-sabiduría espiritual recorremos el mundo con la correcta relación con las potencias ahrimánicas, y erigimos, con nuestra propia actividad, lo que tiene que erigirse: para salvación del mundo, erigiremos el lugar del fuego inmolador y devorador, es decir, el lugar donde la conmoción tenebrosa se proyecta sobre lo ahrimánico pernicioso.
¡Compenétrense de estas ideas, de estos sentimientos, modo para mantenerse alertas a lo que sucede en el mundo externo, y observarlo! En el siglo XVIII, se extinguieron los últimos remanentes de la antigua ciencia atávica. Los seguidores del desconocido filósofo Saint-Martín, discípulo de Jacobo Bohme, poseían restos de esa sabiduría, así como un notable saber anticipado de lo por venir, y lo que, en nuestra época, ya ha venido. En aquellos círculos, se mencionaba a menudo que, del último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX, irradiaría un tipo de conocimiento que tiene sus raíces en el mismo suelo en que arraigan determinadas enfermedades humanas – a ellas me referí el domingo pasado – y que prevalecerían concepciones derivadas de la mentira, así como sentimientos arraigados en el egoísmo.
Sigan ustedes con ojo vidente, vidente gracias a los sentimientos a que hoy nos referimos, lo que pulsa y palpita en nuestra época. Muchas de las impresiones que así recojan, les lastimarán el corazón. Pero eso no importa, pues el conocimiento claro, aunque duela, rendirá los buenos frutos que la humanidad necesita para salir del caos en que se halla metida.
Ciencia de la educación
Ante todo, revisemos la ciencia de la educación. Y en su área, uno de los primeros principios es a aquel contra el cual más se peca hoy día. Mas importante que todo lo que ustedes, conscientemente, puedan enseñarle e inculcarle a un muchacho o a una muchacha, a un joven o a una jovencita, es lo que, durante los años escolares, penetra inconscientemente en sus almas. En la reciente conferencia pública, mencioné que la memoria es algo que se desarrolla en lo subconsciente, como fenómeno paralelo de la vida anímica consciente: he ahí lo que la educación ha de tener en cuenta. El maestro ha de inculcarle al alma, no solo lo que el niño comprende, sino también lo que todavía no comprende, y que misteriosamente se difunde en su alma, para aflorar más adelante en la vida. Esto es importante. Nos acercamos mas y más a la época en que los hombres, durante todo su existir, necesitaran recuerdos de su juventud, recuerdos acariciados, recuerdos que les hagan felices.
Esto tiene que sistematizarse en educación. Para la educación del porvenir será veneno, el que los hombres, en edad madura o avanzada, sólo recuerden los sinsabores de los años escolares; el que prefieran no acordarse de ellos, y el que los años escolares no les sean un manantial del que, una y otra vez, y siempre de nuevo, pueden aprender, aprender y aprender. En cambio si, de niño, ya extrajeron de la materia todo lo que ella puede rendir, nada queda para años posteriores.
Reflexionen sobre todo esto, y dense cuenta de cuán distintamente de la manera hoy considerada correcta, ciertos principios fundamentales habrán de convertirse, en el futuro, en directrices vitales .Le convendría a la humanidad no pasarse dormida las tristes experiencias del momento presente, sino aprovecharlas familiarizándose con el pensamiento: mucho habrá de cambiar- Recientemente, la humanidad se ha mantenido demasiado satisfecha de sí misma, y así no ha podido sondear este pensamiento en toda su hondura y, ante todo, en toda su intensidad.
Rudolf Steiner
(Tercera conferencia del ciclo de seis sobre el tema general de LA CAIDA DELOS ESPIRITUS DE LAS TINIEBLAS pronunciadas en Dornach. en Octubre de 1917)
http://www.revistabiosofia.com/index.php?option=com_content&task=view&id=297&Itemid=55
Rudolf Steiner