TAO Y WU-WEY
La esencia de la filosofía de Lao-Tse es el difícil arte de dejar de obstaculizar el propio camino, de aprender a actuar sin forzar conclusiones, de vivir en hábil armonía con el proceso de la naturaleza, en lugar de intentar violentarlo. Para Lao-Tse el taoísmo es el equivalente filosófico del jiu-jitsu o del judo, que significa «camino de la suavidad». Se basa en el principio del Tao, que puede traducirse como «Camino de la Naturaleza». Pero en la lengua china la palabra que nosotros traducimos como «naturaleza» tiene un especial significado del que no hay equivalente en nuestra lengua. Traducida literalmente significa «por sí misma», pues los chinos creen que la naturaleza trabaja y se mueve por sí misma sin tener que ser impulsada, estimulada o controlada por un esfuerzo consciente. Tu corazón palpita «por sí mismo», y si le das una oportunidad, tu mente puede funcionar «por sí misma», aunque la mayoría de nosotros tenemos demasiado miedo a probar el experimento.
Aparte de esto, en realidad Lao-Tse no dijo mucho más sobre el significado del Tao. El Camino de la Naturaleza, el Camino del acontecer por sí mismo, o, si lo preferís, el proceso mismo de la vida, era algo que Lao-Tse era demasiado sabio para definirlo. Ya que intentar decir algo definitivo sobre el Tao es como intentar comer tu propia boca: no puedes salir de ella y masticarla. Expresado de otro modo: puedes masticar todo lo que no sea tu boca. Del mismo modo, todo lo que puedas definir o imaginar, todo lo que puedas comprender o desear no es el Tao. No podemos conocerlo ni experimentarlo o sentirlo por la sencilla razón de que es la íntegra sustancia del conocimiento, de la emoción y de la sensación, de la vida y de la existencia. Está demasiado cerca para ser visto y es demasiado obvio para que sea notado o comprendido. Quizá diga algo que suene totalmente ridículo, pero es más nosotros de lo que nosotros mismos somos, más tú que tú, más yo que yo.
Expresado con más claridad, quizá sea el tú que desarrolla tu sistema nervioso, más que el tú que utiliza los nervios para decidir, pensar y actuar. Esto servirá por el momento, aunque no sea del todo correcto. Si intento decirlo con mayor claridad, sucederá precisamente lo contrario, que se complicará todavía más. Ahora bien, creo que casi todos los humanos establecen la misma clase de distinción entre el yo que decide y actúa y el yo subconsciente que gobierna el corazón, las glándulas y los nervios. De tal modo que vocablos como autocontrol y autoconciencia sugieren que nuestro ser se divide en dos partes, el conocedor y lo conocido, el que piensa y los pensamientos. En la medida en que experimentemos esta división, estaremos siempre intentando controlar, entender y dominar nuestro yo subconsciente con nuestro yo consciente y premeditado. Pero según la filosofía de Lao-Tse, esto es en su sentido literal estar completamente bloqueado, vivir en una desesperada condición de autoestrangulación sumamente frustrante, que hace que nos desplomemos sobre nuestros pies obstaculizando de modo permanente el camino, lo cual, naturalmente, no es el Tao, el Camino de la Naturaleza. Por eso nuestro principal problema en la vida somos nosotros mismos; por eso vivimos atormentados con la ansiedad de autoprotegernos y autocontrolarnos; por eso estamos tan confundidos que tenemos que crear leyes que regulen nuestra conducta, contratar a policías que nos mantengan en orden y equipar con explosivos a los ejércitos para prevenir que nosotros mismos nos hagamos saltar por los aires. En la esfera más íntima de la vida personal, el problema es el dolor de intentar evitar el sufrimiento y el temor de tratar de no tener miedo. Es evidente que todo aquel que se dé cuenta de lo enorme y absurdo de esta situación desee liberarse de ella, deshacer sus bloqueos, regresar a la sencilla cordura del Tao. Pero es mucho más fácil hacerlo que decirlo: en realidad, decirlo es muy difícil. Ya que, según Lao-Tse, regresar, o dirigirse hacia la armonía del Tao es, en el sentido más profundo y radical, no hacer nada en absoluto. Ya he dicho que era mucho más fácil hacerlo que decirlo, porque a partir del momento en que se empieza a hablar o a pensar sobre ello, se vuelve sumamente difícil de comprender y es muy fácil hacer innumerables malinterpretaciones. En lengua china, esta especial manera de «no hacer nada» se denomina wu-wei, que literalmente significa «no hacer o no luchar». Este término es quizás un poco delicado porque la palabra china wei, hacer, suena más bien como la palabra inglesa way, o sea que para evitar cualquier confusión innecesaria en un tema tan
confuso, diré wu-wei al estilo japonés: mui.
Cuando Lao-Tse afirmó que mui, no hacer nada, era el secreto de la armonía con el Tao, realmente quería decir esto. Pero se refería a que debe diferenciarse con sumo cuidado de otros dos caminos que, a pesar de parecer totalmente diferentes, en realidad son lo mismo. Al primero lo llamaré el camino de la imitación deliberada. Consiste en suponer que de hecho conocemos cuál es el modo sensato y natural de vivir, el que encarna leyes y principios, técnicas e ideales, y tratar entonces, mediante un deliberado esfuerzo de imitación, de emularlo. Esto conduce a todo género de contradicciones, con las que estamos tan familiarizados, como la del individuo que protesta o se regaña a sí mismo por no hacer lo que se ha propuesto.
Al segundo camino, opuesto en apariencia, lo llamaré camino de la relajación deliberada, o camino de «al infierno con todo». Se trata de intentar no controlarse a sí mismo, de procurar relajar la mente y permitir que piense lo que quiera, aceptándose uno mismo sin hacer el menor esfuerzo por cambiar. Todo esto conduce a una amplia, enmarañada y evidente confusión, o a una especie de quietud compulsiva, o incluso algunas veces a una por igual compulsiva diarrea psicológica.
Ambos caminos distan mucho del auténtico mui, del no hacer profundo y radical. Lo que los hace parecidos es que, a través de sus distintas formas, ambos caminos tienen un resultado en mente. Ambos quieren conseguir algo, uno quiere, y el otro no quiere, alcanzar una meta. La meta en cuestión es una especie de imagen, una representación mental, una vaga sensación, o un ideal, de un estado afín al Tao, de armonía con el Camino de la Naturaleza.
Pero fue precisamente en relación a este tipo de nociones e ideales que Lao-Tse dijo: «Abandona el conocimiento, rechaza la sabiduría, y la gente saldrá beneficiada cien veces con ello». Se refería al supuesto conocimiento del modo ideal de vida. Como decía al principio, no hay ningún modo de saber qué es el Tao. Si no es posible definir el Tao, ciertamente no podremos definir qué es estar en armonía con él. Simplemente, no tenemos la menor idea de cuál debería ser la meta. Si, entonces, actuamos o nos abstenemos de actuar con un propósito en la mente, este propósito no es el Tao. De ahí que podemos decir que muí no es la búsqueda de ningún resultado. Naturalmente, esto no significa que un taoísta se siente a la mesa sin esperar comer, o suba a un autobús sin desear ir a ningún lugar en especial. Estoy hablando de propósitos en el ámbito moral y espiritual, de un tipo de cosas como la bondad, la paz de la mente, la sensatez, la felicidad, la personalidad, la valentía, etcétera.
Entonces ¿es posible cesar de buscar resultados? Sin lugar a dudas, la pregunta misma implica que todavía abrigo un propósito en la mente, aunque sea el estado de no querer buscar resultados. Por lo tanto, parece que no puedo hacer nada, que simplemente soy incapaz de pensar o actuar sin un propósito en la mente. Aunque lo haga o no lo haga es lo mismo: todavía estoy buscando un resultado de un modo compulsivo e inútil. Es decir, me encuentro encerrado en una trampa teleológica. Debo ir tras un propósito. Podría casi decir que yo soy el propósito.
Ahora bien, esto es un descubrimiento sumamente importante, ya que significa que he descubierto lo que yo soy, lo que mi ego es en realidad: un mecanismo que busca un resultado. Tal mecanismo es un artilugio útil cuando la finalidad en cuestión son cosas como el alimento o un refugio para el organismo. Pero cuando los resultados que el mecanismo busca no son objetos externos sino estados en sí mismos, como la felicidad, el mecanismo se bloquea. Intenta utilizar sus propios recursos. Trabaja de modo intencionado, como debe, pero sin ningún propósito. Está buscando resultados en términos de sí mismos. Quiere obtener resultados del proceso de buscar resultados. Esto produce en el mecanismo una reacción de bloqueo sumamente confusa e inútil. Sin embargo, allí reside la única posibilidad. Percibir la trampa del círculo vicioso en que uno se encuentra. Ver la plena inutilidad y la contradicción intrínseca de su posición. Ver que no puede hacerse absolutamente nada para salir de él. Y este darse cuenta de «yo no puedo hacer nada» es precisamente mui. Misteriosamente, se ha logrado no hacer nada.
En ese momento surge un súbito cambio en el centro de gravedad de toda nuestra personalidad. Simplemente, te descubres a ti mismo fuera de la trampa, fuera del mecanismo de buscar-un-resultado, que ahora aparece como una especie de objeto con todos sus propósitos sin propósito. Te ves a ti mismo como una criatura en busca de un propósito, pero te das cuenta de que la existencia de esa criatura no tiene propósito alguno. Aparte de tu propia preservación, en relación a todo lo demás eres asombrosamente fútil. Tu meta es preservarte y perpetuarte, pero en el amplio contexto del universo no hay razón ni propósito para esta meta. Antes esto te habría deprimido. Ahora, ni te preocupa. Pues, como he dicho, el centro de gravedad ha cambiado y ya no te sientes identificado con este absurdo mecanismo de un propósito sin propósito.
En palabras de Lao-Tse: «El universo es imperecedero». La razón por la que es imperecedero es que no vive para sí mismo. Por lo tanto, perdura. Así pues, el sabio, al situarse detrás, se encuentra en frente; al no identificarse con su persona, preserva su persona. ¿No es porque no vive para sí mismo por lo que se realiza a sí mismo?. En otras palabras, cuando el cambio ha tenido lugar, cuando él se descubre fuera de sí mismo, fuera de la trampa teleológica, la trampa pierde efecto, el mecanismo que busca resultados se endereza y ya no se busca ni se afirma a sí mismo.
Pero, recuerda, todo esto sucede mui, otra buena traducción del cual podría ser «de ningún modo», que es diferente de «de algún modo». No hay procedimiento, método ni técnica que tú o yo podamos usar para vivir en armonía con el Tao, el Camino de la Naturaleza, porque de algún modo cada método implica una meta. Y hacer del Tao una meta es como apuntar una flecha contra sí misma. Una vez sumergidos en el confuso estado de la flecha que intenta dispararse contra sí misma, el yo que intenta cambiarse a sí mismo, no podemos hacer nada para detenerlo. Mientras pensemos o sintamos que quizá lo podamos detener, que existe algún modo, violento o sutil, difícil o fácil, de ser desinteresados, la contradicción continuará o incluso irá a peor. Hemos de ver que no hay ningún camino. Una vez alcanzado el estado en que nos damos cuenta de que no podemos hallar ningún camino, ningún resultado por conseguir, el círculo vicioso se quiebra. Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, ha dado toda la vuelta y se ha hecho consciente, y sabe, al menos, que la cola es el otro extremo de su cabeza.
Caemos en estos círculos a causa de la ignorancia, de la inconsciencia de la naturaleza de nuestras mentes, de nuestros procesos mentales, de nosotros mismos. Y el antídoto para la ignorancia no es la acción, sino el conocimiento, no el qué hacer, sino lo que conocemos. Pero aquí, de nuevo, el conocimiento necesario no parece ser, a simple vista, algo demasiado prometedor o esperanzador. Ya que el único conocimiento posible en relación a este ámbito es el conocimiento negativo, conocer la trampa, nuestro impotente cautiverio de una búsqueda inútil.
El conocimiento positivo, del Tao, de Dios o de la Realidad eterna, implica una experiencia inmediata y momentánea. Nunca puede expresarse en palabras, y cualquier intento de hacerlo se convierte, sencillamente, en otro aspecto de la trampa. Sé, que no nos gusta escuchar que estamos encerrados en una trampa, que no podemos hacer nada para salir de ella; y aún nos gusta menos comprobar que es una viva experiencia. Pero no hay otro modo de liberarse de ella. Un proverbio dice que las situaciones extremas del hombre son las oportunidades de Dios. Sólo conseguiremos liberarnos cuando hayamos conocido el límite real de nuestra situación y descubramos que cualquier lucha por los ideales espirituales es completamente inútil, ya que el mismo hecho de buscarlos los aleja. Pero, ¿por qué habría de sorprendernos? ¿No se ha dicho una y otra vez que debemos morir para renacer de nuevo, que el cielo está siempre al otro lado del Valle de las Tinieblas, valle del cual la muerte física es simplemente un símbolo, y en el que el desamparado cadáver, atado de pies y manos en su apretada mortaja, es simplemente una figura de la muerte en que vivimos mientras sigamos confundiéndola con la vida?…
Y a partir de aquí ¿hacia dónde vamos? Hacia ninguna parte. Hemos llegado a un final. Pero esto es el final de la noche.
AUTORA: Eva Villa, redactora en la gran familia hermandadblanca.org
FUENTE: “Conviértete en lo que eres” de Allan Watt