A los pies del Maestro, por Jiddu Krishnamurti

Jorge Gomez (333)

 

 Krishnamurti 2

 

A LOS QUE LLAMAN

Conducidme desde lo ilusorio a lo Real.

Conducidme de las tinieblas a la Luz.

Conducidme de la muerte a la Inmortalidad.

 

 

PRÓLOGO

Estas palabras no son mías: son del Maestro que me enseñó. Sin Él no hubiera podido hacer nada, pero con Su ayuda he puesto los pies en el Sendero. Vosotros también deseáis penetrar en este Sendero; y así, las mismas palabras que Él me dijo os ayudarán si queréis obedecerlas. No basta decir que estas palabras son bellas y verdaderas; quien desee lograr éxito debe hacer exactamente lo que ellas entrañan.

 

Mirar la comida y decir que es sabrosa no satisfaría a un hambriento: ha de comerla.

 

Así pues, no basta escuchar al Maestro: debéis practicar lo que Él aconseja, atendiendo a cada palabra y fijándoos en cada insinuación. Si no advertís una indicación, si no atendéis a una palabra, queda perdida para siempre, porque Él no las repite.

 

En este Sendero se requieren cuatro cualidades:

 

DISCERNIMIENTO

CARENCIA DE DESEOS

BUENA CONDUCTA

AMOR

 

Trataré de explicaros lo que el Maestro me dijo acerca de cada una de ellas.

 

A LOS PIES DEL MAESTRO

CAPITULO I

 

La primera cualidad es el DISCERNIMIENTO. Se denomina así, generalmente, a la facultad de distinguir entre lo real y lo ilusorio, y la cual guía a los hombres para entrar en el Sendero. Pero también es mucho más que esto, y debe practicarse no tan sólo en los comienzos del Sendero, sino en cada una de sus etapas, diariamente, hasta el fin.

 

Vosotros entráis en el Sendero porque habéis aprendido que tan sólo en él pueden encontrarse las cosas dignas de ser alcanzadas. Los que no saben esto trabajan para adquirir riqueza y poder, pero esto dura a lo más una vida tan sólo y, por lo tanto, no es real. Hay bienes mayores, reales y perdurables, cuando los hayáis alcanzado, ya no desearéis jamás aquellos otros.

 

En el mundo hay dos clases de seres: los sabios y los ignorantes. Esta sabiduría es la que nos interesa. La religión que un hombre profese, la raza a que pertenezca, importan poco; lo realmente importante es que los hombres conozcan el plan Divino.

 

Porque el plan de Dios es la evolución. Una vez que el hombre realmente lo reconoce, no puede sino identificarse con sus designios y trabajar de acuerdo con él, porque es tan glorioso como bello. Así, conociéndolo, permanece al lado de Dios, firme para el bien y resistente contra el mal, trabajando para la evolución y no por egoísmo.

Si está al lado de Dios, está unido a nosotros, y no importa lo mínimo que se llame hindú o buddhista, cristiano o mahometano, ni que sea indio o inglés, chino o ruso. Los que están al lado de Dios saben por qué están aquí y cuál es su misión, y procuran cumplirla; los demás no saben todavía lo que han de hacer, y así obran a menudo erróneamente e intentan trazarse vías que imaginan placenteras sin comprender que todos somos uno y que, por lo tanto, tan sólo lo que el Uno quiere puede ser verdaderamente agradable para todos. Ellos van en pos de lo irreal, en vez de lo real.

 

Hasta que aprendan a distinguir entre los dos, no se colocarán al lado de Dios, y, para aprenderlo, discernimiento es el primer paso.

Pero, aun después de efectuada la elección, debéis recordar que hay muchas variedades de lo real y lo irreal, y por lo tanto debemos discernir también entre lo justo y lo injusto, lo esencial y lo accesorio, lo útil y lo inútil, lo verdadero y lo falso, lo egoísta y lo altruista.

Aquellos que, deseosos de seguir al Maestro, han resuelto servir a lo justo a toda costa, no hallan dificultad en la elección entre lo justo y lo injusto. Pero el cuerpo es distinto del hombre, y la voluntad del hombre no siempre coincide con el deseo del cuerpo. Cuando vuestro cuerpo desee algo, deteneos a pensar si vosotros realmente lo deseáis. Porque vosotros sois Dios, y queréis únicamente lo que Dios quiere; así, debéis buscar profundamente en vosotros mismos para hallar el Dios interno y escuchar Su voz, que es vuestra voz. No confundáis con vosotros mismos ni vuestro cuerpo físico, ni vuestro cuerpo astral, ni vuestro cuerpo mental, porque cada uno de ellos pretenderá ser el Yo, a fin de obtener lo que desea. Debéis conocerlos todos y reconoceros por su dueño.

 

Cuando se ha de hacer un trabajo, el cuerpo físico quiere descansar, pasear, comer y beber; y el ignorante se dice a sí mismo: «Yo quiero hacer estas cosas y debo hacerlas.» Pero el sabio dice: «Lo que en mí desea no soy yo, y puede esperar.» A menudo, cuando se presenta alguna oportunidad para ayudar a alguien, el cuerpo incita a pensar: «¡Qué molestia me causa esto! Dejemos que otro lo haga.» Pero el hombre le replica a su cuerpo: «Tú no me estorbarás para practicar el bien.»

 

 

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