Conocer las Almas Colectivas para Sanar

Hector

¿Qué tienes para curar?, ¿deseas sanar? Te invito para que conozcas las almas colectivas, ¡tú eres capaz de trascender, avanzar y sanar!

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Conocer las Almas Colectivas para Sanar

Uno de los temas favoritos con que a veces nos encontramos al conversar con las personas, es acerca de la generosidad, y de su contraparte, el egoísmo.

Todos conocemos acerca de esas dos características, que se manifiestan en nuestra sociedad constantemente. Algunos, incluso, afirman que el egoísmo es el mayor de los males de nuestro tiempo, y el defecto a partir del cual se generan todos los otros defectos en las personas.

Se han escrito entonces, extensas aportaciones acerca de todo este tema. Esa dualidad generosidad-egoísmo, que parece presentarse como una suerte de par de opuestos luz-oscuridad en nuestra sociedad, es una cuestión de mucha actualidad.

Pero, ¿sabemos con precisión qué es ser generoso? ¿y qué es ser egoísta? Sin duda todos tenemos algún concepto formado acerca de estas dos palabras.

Mas, suele suceder también, que no todos hablamos de lo mismo al usar estas palabras, y a decir verdad a veces se tienen nociones bastante distintas acerca de sus significados.

Tenemos por ejemplo que, para muchos ecologistas, el egoísmo del consumo y del producir industrialmente objetos solamente para el deleite personal, es una de las principales causas del deterioro del medio ambiente a escala mundial.

Dice la ecología que las personas no tienen suficiente conciencia de que satisfaciendo demasiado el interés propio personal, individual, se daña el ecosistema y nos hace correr peligro como forma de vida, debido a que no se presta suficiente atención al interés colectivo. Es decir, al interés de toda la humanidad en su conjunto, y a las otras especies.

Para demostrar esta afirmación, se aportan claras gráficas, generadas a su vez por instituciones prestigiosas.

En ellas, puede observarse como los países donde más se satisface el gusto personal de la gente, que son básicamente los llamados «países del primer mundo», es donde se produce la mayor cantidad de desechos irreciclables, que luego dañan la atmósfera, los ríos y la tierra.

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Es que, verdaderamente, no se precisa ser muy sagaz para darse cuenta de que si cuando preciso ingerir líquido para satisfacer mi cuerpo, en vez de tomar un vaso de agua compro una lata de refresco y luego tiro esa lata sin prestar atención a donde lo hago, sin cuidar que sea reciclada (que es lo que mayormente sucede), causaré un daño mucho mayor que si sólo hubiera tomado el agua.

O si me compro un coche nuevo cada vez que cambia la moda y el usado va a parar a un depósito de chatarra, esa chatarra no se reciclará fácilmente. Y así sucesivamente con todos los objetos.

Cuando no prestamos atención a los restos de lo que usamos, a los residuos, es normalmente porque esos residuos no quedan en nuestras casas, sino que van a parar al medio social, que puede ser un basurero estatal, o un simple paquete de destino desconocido.

Esto, sin lugar a dudas, es un acto de egoísmo, porque al actuar de esa manera priorizamos nuestra sensación de bienestar personal, por encima del interés colectivo, que es la sociedad toda.

Acabamos de resaltar esa palabra, sensación, porque, no se trata de que actuando egoístamente la persona «se sale con la suya», ni mucho menos de que «encuentra su realización individual», sino de que, como al comprar la lata de refresco, prioriza una acción de gusto personal por encima de lo que más le haría bien.

Los Grupos entendidos como Almas

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Esa sociedad que recibe el impacto, es lo que en mística a veces se denomina alma grupal, o almas colectivas)

Se sabe, gracias a la medicina, que un simple vaso de agua con limón es mucho más saludable que cualquier refresco de lata.

Esto es sólo un ejemplo, pero es una característica que tiende a cumplirse para todos los objetos de uso: no son los complejos ni los caros los que suelen darnos soluciones para nuestra verdadera necesidad personal, sino los sencillos y socialmente aceptables.

Mas, a pesar de esto, ¿quién de nosotros no ha tomado alguna vez una lata de refresco? ¿o comprado un objeto atractivo visto en una vidriera luminosa, antes de verificar que existía una solución casera o natural para suplir ese objeto? Es muy, pero muy difícil actuar siempre ecológica y generosamente con la sociedad, en un medio que permanentemente nos alienta al consumo.

Tan difícil, que para el caso de algunos objetos, ni siquiera existen soluciones ecológicas, y quedamos prácticamente obligados a adquirir su «versión consumista».

Esto no sucede tanto en medios rurales, pero para el caso de medios como el urbano, es casi imposible adquirir viviendas que no estén en parte construidas sin atender debidamente a lo que la naturaleza necesita.

Hemos visto hasta aquí, entonces, un ejemplo de egoísmo, y de su contraparte lo que sería la generosidad, con lo del vaso de agua y con la ecología.

Claro está, existen muchísimos más ejemplos, pero comenzamos por ése para acercarnos a estos conceptos que se han visto.

Tenemos entonces, que junto al acto egoísta (lata) y el acto generoso (agua), hay toda una realidad social que se produce, y que recibe el impacto, positivo o negativo, de nuestras acciones.

Esa sociedad que recibe el impacto, es lo que en mística a veces se denomina alma grupal, o almas colectivas. Esto, el alma grupal, es un conjunto de seres vivos, que unidos funcionan como otra unidad de vida.

Así como al hablar de sociedad podemos hablar de grandes y pequeñas, desde la pequeña sociedad de un club deportivo, hasta la enorme sociedad de un país entero o incluso de un grupo de naciones unidas para un propósito, también existen almas colectivas grandes y pequeñas.

¿Por qué decimos «alma» y no solamente «grupo de personas»? Nada nos impide, si lo queremos, manejarnos con la noción «grupo», únicamente.

Pero en este caso hablaremos de alma, porque el decir solamente grupo, no lleva implícito un comportamiento inteligente ni bello de parte de ese conjunto.

Es decir, mirado de esta manera, en el caso de un grupo de personas que se encuentran accidentalmente en una calle cualquiera y se cruzan mutuamente sin conocerse entre ellas, no hay un alma grupal.

Pero existe un alma grupal cuando, ese mismo grupo de personas u otro, además de estar juntos físicamente, se ponen de acuerdo para realizar un fin común. Por ejemplo, como en el caso del club deportivo ya mencionado.

Pues bien, como es de imaginarse, es entonces el alma colectiva de aquella sociedad que recibía la lata de refresco arrojada descuidadamente, quien recibe el impacto del daño, y no solamente el grupo de personas de esa sociedad.

El grupo de personas tiene que soportar el que se le acumule un basurero de latas y otros desperdicios, pero también el alma grupal de esa misma sociedad. Esa alma cuando quiere hace cosas inteligentes y hermosas para sanar, como construir museos y salas de espectáculos. Pero también puede sufrir.

Es un conjunto que se resiente, negativamente, cuando existen integrantes en ella que actúan con ese egoísmo.

Un egoísmo, que como veíamos al principio, no favorece al individuo tampoco, porque lo que le hacía bien era el vaso de agua y no la lata.

Entraremos ahora entonces en este enigma del actuar descuidado de las personas consigo mismas.

Las Almas Colectivas

Tenemos así, como se decía, que hay muchos ejemplos de grupos humanos que actúan sanamente, y a esto le hemos llamado almas colectivas humanas.

Mas bastará echar una mirada al resto de la vida, al conjunto de toda la naturaleza, para encontrar que está lleno de almas colectivas, también en otras especies.

Hay algo hermoso, por citar un ejemplo entre miles, al ver un grupo de gacelas que se colocan vigilando el entorno para alertarse entre ellas ante la posible llegada de un depredador.

Algunas especies como el ñú forman grupos de triángulos de vigilancia que mirados desde lo alto crean figuras geométricas.

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(Mas bastará echar una mirada al resto de la vida, al conjunto de toda la naturaleza, para encontrar que está lleno de almas colectivas, también en otras especies)

En el reino vegetal, los bosques crean entramados a través de la energía de sus raíces, y hacen un conjunto que también mirado desde lo alto, es pleno de verdor y hermosura.

Ni que decir que las especies gregarias como las hormigas y las abejas, diseñan inteligentísimos habitáculos para sus conjuntos.

En verdad, prácticamente todas las especies, tanto animales como vegetales, cuando se presentan grupalmente, muestran alguna característica inteligente que las destaca, y esa característica permite definir su alma colectiva.

A tal punto llega esta realidad, que muchos ecologistas no han dudado en afirmar que el planeta mismo, la Tierra, es en sí un alma grupal resultante de la suma de todas las especies, y presenta también un comportamiento de ser vivo.

Es así que se comprendería correctamente la noción de ecosistemas, ya que éstos, perteneciendo a distintas partes del mundo, se compenetran entre sí a través de ecosistemas más grandes, hasta llegar a abarcar la totalidad del planeta.

Pues bien, miradas las cosas de esta manera, resulta entonces en que la humanidad en su conjunto, es un alma colectiva, integrada a la suma de todas las almas grupales de las especies de seres vivos.

Tenemos así, entre otros muchos grupos humanos: el club deportivo del primer ejemplo, el barrio, la ciudad, la nación, las uniones de naciones, y finalmente la humanidad toda, y todos estos grupos pueden ser comprendidos a través de sus almas respectivas.

Pero nuestro tema del título era, como se recordará, la sanación. Y en relación a esto, ¿qué nos puede decir la naturaleza? ¿Que hay respecto de la sanación, en los grupos de seres vivos?

En todos ellos, en todas las almas grupales de animales y vegetales, el actuar conjunto inteligente preserva la salud de sus integrantes individuales.

Miremos el caso de nuestro muy conocido y querido perro. El es muy simpático, por lo general, y hasta llama la atención su gran fiabilidad y amor por el ser humano.

El puede ser muy feliz con sólo vivir con sus dueños, quienes le cuidan y le dan de comer, pero si además comparte sus días con otros perros, observaremos en él un curioso comportamiento.

El perro aprovecha cuanto momento le es dado, en compañía de los otros de su especie, para sanear su vida astral, es decir su vida emocional, que al igual que los seres humanos, también la tiene.

Corre y juega con los de su especie, se revuelca en abrazos con ellos, hacen pozos y los comparten, juegan a disputarse huesos, y hacen muchas más cosas, digamos, desestrezantes.

El perro no está «perdiendo su tiempo» al hacer estas cosas, sino muy por el contrario, saneando su cuerpo astral.

Si pudiéramos verlo como los clarividentes, notaríamos como el cuerpo astral del perro empieza a brillar cuando se divierte y corre con sus congéneres.

A nivel físico, es decir de su cuerpo visible, las consecuencias de ese comportamiento son notables.

Si nosotros, las personas, nos hacemos una herida accidental como ser en la piel, ésta si no es muy grande tiende a cicatrizar, y finalmente desaparece hasta dejar una marca, que eventualmente puede llegar a ser permanente.

En el perro, cuando se hace una herida, a veces se producen hasta dentelladas de otros perros que dejan tajos profundos, mas éstos en correr de días desaparecen y la piel vuelve a adquirir su característica original.

Un mismo tajo de esas características en una persona, si no le produjese la muerte, cuando menos la lleva a necesitar impostergablemente una sutura médica de reparación.

El cuerpo astral de un perro, en un perro sano como el que hemos descripto, debido a su fortaleza provoca una fuerte protección sobre su cuerpo físico. Hay así un fuerte cuidado de la naturaleza sobre el perro, que hace que se recupere de sus dificultades físicas con más prestancia de lo que lo hacemos los seres humanos.

Sabemos que este don físico del perro y de otras especies animales, se debe a la fortaleza de sus cuerpos astrales, porque en grupos humanos donde se ha estimulado la resiliencia, es decir la capacidad de auto-organizarse, también se dan casos de recuperaciones físicas a velocidades mayores al promedio.

Al mismo tiempo, gracias al esoterismo sabemos que nuestras capacidades físicas son consecuencia directa de la salud de nuestro cuerpo emocional, es decir el cuerpo astral.

Podemos así entender, de cierto modo, que el comportamiento social del perro no es egoísta sino generoso. Porque recordemos, estábamos intentando encontrar una buena definición para los términos “generosidad” y “egoísmo”.

El perro, si llegara a tener que enfrentarse a un enemigo, puede llegar a dar dentelladas y hasta a matar.

Pero esto la naturaleza no lo juzga como egoísmo. La generosidad que busca la naturaleza, es la de que los miembros de sus especies, puedan expresar todo su ser dentro del ambiente que les ha dado para desarrollarse.

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(Mas bastará echar una mirada al resto de la vida, al conjunto de toda la naturaleza, para encontrar que está lleno de almas colectivas, también en otras especies)

El perro, a diferencia del ser humano, no es capaz de disimular una sensación si es de disgusto, ni deja de expresar alegría si la siente.

Puede expresar y expresa todo lo que puede, todos sus sentires, y lo hace de tal modo que no rompe el equilibrio general con los seres que le rodean.

Toda su energía astral entonces, fluye, como lo hace el agua de un río desde su naciente hasta su desembocadura en un mar. Muchas veces, en cambio, la energía astral humana, es como el agua de un arroyo lleno de piedras, que impiden el natural fluir de esa agua.

Esas piedras son las creencias de que debemos comportarnos rígidamente, acartonadamente. En esto está la base del egoísmo anti-espiritual.

Claro está que conocer todo esto y más sobre el perro puede llegar a maravillarnos, y hasta llevarnos a amarlos, pero aún así, todavía no comprender como ser abiertos hacia nuestros semejantes los humanos. Cómo ser generosos en nuestras actitudes y en nuestras emociones, sin quebrar la necesaria armonía de la sociedad.

Y es que esta acción, ese logro social, es todo un camino a desarrollar. Es un arte. Por lo cual, deberemos ir recolectando los conocimientos que nos aproximen al cumplimiento de ese anhelo.

El efecto de trabajo grupal

Al igual que le sucede al perro en su grupo canino, en su “sociedad de perros”, en la sociedad humana, las personas no podemos prescindir del trato social, aún cuando lo pretendamos.

Numerosos investigadores del comportamiento humano tales como psicólogos, antropólogos, sociólogos y filósofos, han coincidido en que el ser humano es una criatura inevitablemente social, y que sólo puede encontrar debido desarrollo, en el contacto y la convivencia con otros seres humanos.

Es así que, ya desde muy pequeños, cuando empieza nuestro desarrollo como personas, pasamos por distintas etapas, en que vamos progresando desde menor a mayor socialización.

En el bebé, en los primeros días normalmente el fuerte contacto es únicamente con su madre, para luego lentamente ir incluyendo además al padre y otros familiares.

A medida que el niño va creciendo la socialización aumenta al ingresar a estudiar por primera vez a una escuela, y posteriormente esa socialización se sigue expandiendo hacia círculos cada vez más grandes.

Entonces, recordando lo que habíamos dicho sobre almas grupales, podemos comprender que lo que va sucediendo a lo largo de esas etapas infantiles, es una mayor adecuación del alma del niño, a su conformación dentro de almas colectivas que cada vez son más fuertes y más ricas.

Así como habíamos dicho que un club deportivo representa un tipo de alma grupal humana, podemos entender también que la escuela donde se educa el niño es otra alma colectiva, su familia otra más, su barrio otra, y así sucesivamente.

Pasadas las etapas de infancia y adolescencia, llegada la persona a su vida adulta, si las condiciones han sido mas bien las adecuadas, habrá aprendido a tomar contacto con unas cuantas almas colectivas, siendo las últimas en aparecerse la ciudad, las instituciones, los centros laborales y los de estudios.

Entonces bien, resulta que, miradas las cosas de esta manera, podemos entender ese desarrollo como lo hemos descrito, o también como desde la siguiente otra manera.

Habíamos dicho que un individuo es un alma, pero que también un grupo es un alma. Para el caso del niño, mirado el momento en que ingresa a la escuela, tenemos un individuo, el niño, que se acerca a un alma colectiva que, en condiciones normales, lo aceptará y lo incorporará.

Pero mirado desde la escuela en vez de desde el niño, lo que tenemos es un ser, un alma que es la escuela, que ve llegar un individuo, y tendrá que hacerse cargo de esa llegada.

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(Mas bastará echar una mirada al resto de la vida, al conjunto de toda la naturaleza, para encontrar que está lleno de almas colectivas, también en otras especies)

Esto último parece fácil de comprender, pero podríamos tropezarnos si nos apuramos a creer que sabemos en qué consiste.

Como lo que nuestra cultura materialista nos ha enseñado a creer es que el niño es un ser pero que la escuela no lo es, tendemos a pensar que el único acercamiento que se produce es el del niño hacia la escuela.

Pero en verdad, lo que se produce es un doble acercamiento, como dos flechas de direcciones opuestas que se encuentran en un punto intermedio.

A nivel energético, el niño expresa su vida y su ser hacia la nueva experiencia llamada escuela, pero en ese mismo plano energético, toda una serie de voluntades por parte del alma-escuela también se manifiestan: planes programados, recepción por parte de educadores, orientación puesta en los niños, conversación, instrucciones y mucho más.

Ante el niño, la escuela se presenta como “el nuevo lugar donde hay que cumplir nuevas normas, conocer nuevas cosas y relacionarse a nuevas personas”.

Ante la escuela, el niño se presenta como “el nuevo integrante al que habrá que cuidar y educar”. Ambas cosas son un trabajo.

Ambas almas, la del niño y la de la escuela, hacen cada una un esfuerzo de su parte para que finalmente se logre un resultado, que será la introducción de la nueva alma individual, al alma colectiva ya existente en lo previo.

La nueva alma individual, modificará el alma colectiva en cierto modo, y el resultado será una nueva alma colectiva, parecida a la anterior, pero no idéntica.

En el plano energético y astral, en condiciones de sanidad, de bienestar social, se da toda una fiesta de la naturaleza humana.

Una multitud de pensamientos, emociones, percepciones y sensaciones que viajan como flechas en un escenario rico de componentes. Todo esto gracias a la presencia del alma colectiva.

¿Por qué hacemos toda esta descripción meticulosa de cómo un alma individual se acerca al alma colectiva? Por lo que decíamos un poco antes, de que, pronto, descubriremos grandes fallas en ese proceso humano de integración.

El revisar este asunto del contacto del alma individual con la colectiva, nos dará un muy interesante punto de vista que podremos utilizar en nuestra vida práctica. Lo veremos a continuación.

Debido a que los grupos inteligentemente organizados de la sociedad son almas, y no solamente grupos de gente, tienen todo un Ser, tan grande y respetable como es el de los Seres individuales de las personas.

Pero, poseen una diferencia importante: las almas colectivas no son seres físicamente visibles.

Podemos ver el edificio de una escuela, o a un montón de jóvenes practicando a nombre de un club de básket, pero a menos que alguien nos explique que allí funciona efectivamente un grupo humano de modo regular y constante, no nos será evidente que allí se está manifestando un alma colectiva.

Debido a eso, debido a que las almas colectivas no son físicamente visibles, ese hecho ha dado lugar a numerosas creencias apresuradas de que lo que de verdad tiene valor son los individuos visibles, porque los podemos ver y palpar.

Eso es una típica actitud consecuencia del materialismo. Consecuencia de nuestra dificultad para elevarnos a la comprensión de cuestiones superiores, aquellas que están por encima de la percepción de nuestros sentidos sensoriales.

Entonces en nuestro medio se manejan criterios tales como que, si un individuo sufre un accidente, merece los mayores cuidados para buscar que se recupere.

Pero si el edificio de un grupo que trabaja por un propósito, como ser una institución, se prende fuego, ya será suficiente con que el seguro pague el arreglo, no hay demasiado que lamentar.

Estamos hablando de modo muy simplificado, pero es para intentar entender el concepto. Nuestra sociedad tiene serias dificultades para entender que si no cuida las almas grupales con el mismo amor que tiene por las individuales, estas últimas tampoco alcanzarán su realización.

Veamos ahora en qué consiste esa dificultad, y los estupendos logros que empiezan a alcanzarse cuando este obstáculo se supera.

La Sanación Colectiva

El ser humano entonces, a diferencia del perro y muchas otras especies, cuando lanza su mirada a un conjunto humano, no detecta con facilidad la presencia de almas colectivas.

Por ello, como está impelido a actuar igual, aunque no entienda bien las cosas, debido a la perentoriedad de tener que resolver sus asuntos, muchas veces termina actuando en un grupo con la pretensión de que sus integrantes actúen también de modo individual, en vez de hacerlo de modo colectivo.

Tal vez, si una persona llega por ejemplo a un club, nunca resulte en que sea tan tonta como para decir “quiero practicar un deporte, no me importa si usted es un jefe o el cajero, deme un pase de ingreso”.

En alguna medida, siempre hay cultura suficiente para entender que existe un cierto ámbito colectivo.

Pero al no ser evidente la presencia constante del espíritu colectivo, aparecen con muchísima frecuencia situaciones en donde la persona, apenas vislumbra la posibilidad de dirigirse personalmente a alguien, ya tiende a creer que esa presencia personal le resolverá mejor las cosas que si continúa actuando colectivamente.

Uno de los casos más renombrados de este tipo de dislocación social, son las famosas coimas y acomodos en todo tipo de instituciones, a nombre de vínculos personales de amistades.

Bajando este concepto a una situación más primaria, directa y cotidiana, lo que tenemos es que todos, en mayor o menor medida, encontramos dificultad para comprender las almas colectivas en cada situación que se presentan.

Hubo un pueblo antiguo que tuvo este problema muy presente, fueron los Toltecas, de Centroamérica. Dice uno de sus cuatro acuerdos fundamentales: nada lo tomes personalmente.

¿Por qué los toltecas tenían especial cuidado en esa noción? Porque a todos nosotros, en algún momento, siempre nos ha pasado que, ante un grupo, cuando alguien nos dijo algo, tendimos primero a sopesar eso que nos dijeron de un modo personal y no con una mirada colectiva.

Si nos dijeron “usted compórtese”, lo primero que nos surgió pensar fue algo como “quien se cree este atrevido para hablarme de ese modo”. Si nos dijeron “haga la cola, no se distraiga”, antes de aceptar hacer la cola, casi siempre nos resulta imposible evitar pensar “vaya con este señor, que se cree”.

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Lo tenemos, por decirlo así, metido en la sangre. Muchas nociones sociales que podríamos calificar de cavernícolas, perviven aún en nosotros.

Si además, nos damos a la saludablísima aventura de durante un tiempo convivir en un grupo social con un activismo humanista o ecologista, pronto descubriremos que a cada paso, nos resultará muy difícil no tener discusiones con nadie.

Si ya es difícil vivir en la sociedad normal dándonos gustos permanentes como aquel de tirar latas de refresco, imagínese cuando pretendemos vivir todas nuestras horas diarias en un grupo que permanentemente pone bajo control cada una de nuestras acciones, para cuidar que todo lo que hagamos sea ecológico. Nos cuesta bastante.

Al final de ese camino el resultado final es estupendo, alegre y esperanzador, pero al principio el esfuerzo que debe hacer el neófito en ese camino, nos cuentan esas organizaciones, le resulta difícil de cumplir.

Lo que descubren quienes persisten en ese aprendizaje de lo social, en grupos ecologistas y en otros en donde se fomenta el interés por el espíritu colectivo, es que al final de ese camino hay una libertad incomparable.

Miles de personas, todos los días, en todo el mundo, claman por mayor libertad y mayores derechos.

Decenas de líderes políticos, sindicalistas, militantes, activistas, y todo tipo de luchador, aparece en medios informativos y en estrados de conferencias, reclamando por cambios políticos, que permitan llegar a resultados que, no pocas veces, estando simplemente en uno de estos humildes grupos de auto-observación, se llega a ellos con creces y mucho mejor que con cambios en las leyes públicas.

Porque es que, nosotros, los seres humanos, hemos perdido la noción de la cantidad de añadidos psíquicos, de conductas sobre-impuestas que hemos creado sobre lo que debería ser nuestra verdadera conducta natural. Aquel perro de los primeros ejemplos, totalmente desprejuiciado y expresador de su intimidad sin tapujos, nos lleva gran ventaja en sinceridad.

Verdaderamente, no nos hacemos una idea de lo mucho que nos arruina la existencia el agregado de elementos a nuestra personalidad.

Coleccionamos esas sonrisas, gestos, pretensiones y tratos egocéntricos hacia los demás, edificándolos como una torre de babel en nuestro interior, y cuando llega el momento de darle vida a los grupos colectivos, para convertirlos en almas, estos vicios de nuestra personalidad individual saltan al medio y le arrancan la oportunidad a esas almas, impidiéndoles la vida.

No tiene nada extraño entonces que vivamos permanentemente en un mundo de constantes temores a la violencia, las guerras, los descalabros económicos y muchas otras calamidades.

Son tantas las sombras amenazadoras que finalmente, así, se ciernen sobre nosotros, que entonces a veces completamos un ciclo de derrota: terminamos creyendo que somos seres sin capacidad para la comprensión de lo superior, inaptos para la vida espiritual.

La realidad, en cambio, es muy distinta. Apenas nos decidimos con sinceridad, aunque otros no lo hagan, a empeñarnos en un camino tranquilo y sin apuros, hacia nuestra sanación y nuestro aprendizaje del valor de lo colectivo, nuestra situación empieza a cambiar y nuestra felicidad a aumentar.

Es tanto lo que el mundo precisa esas almas colectivas, tanto lo que se han deteriorado y tanto lo que se necesita recomponerlas, que cuando de verdad y sin trampas ponemos todas las horas de nuestros días al servicio de ese cometido que está en la naturaleza, en muy poco tiempo la situación de nuestra conciencia cambia.

Nuestros conocimientos se alteran favorablemente y nuestro estado anímico puede llegar a modificarse tanto, que quienes nos rodean pueden creer que nos hemos vuelto otras personas.

Toda la naturaleza, como si diese un grito de alegría cuando ve que uno de sus hijos se ha encaminado decididamente hacia su esencia, coloca a los pies del bienaventurado toda suerte de ventajas y facilidades para que pueda continuar con su pretensión.

Duendes y elementales de toda suerte lo consuelan y lo alientan en su camino, pensamientos positivos le llueven y lo alimentan, y personas de buen trato se le acercan para ofrecerle nuevas oportunidades.

“Os digo hay más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento”, dice en el Evangelio cristiano.

El Mundo y la Satisfacción

Así y todo, y aún si hemos estado entre los afortunados que supieron encontrar una redención para sus pasos, nada de momento quita el hecho de que, las almas colectivas, son mucho más débiles aún, de lo que nos conviene a nosotros y al mundo.

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Pero el hecho de que allí están y necesitan de nosotros, es constante, y hay algo que podemos hacer permanentemente por ellas y por nosotros.

Existen muchas personas, que ante la triste realidad de las fragmentaciones sociales, el fracaso de organizaciones humanistas del pasado, y las graves dificultades de los Estados para atender debidamente a los ciudadanos, se deprimen al pensar que el destino del mundo es su destrucción.

Este pensamiento es más fácil de tener aún, cuando constatamos las dramáticas cifras de deterioro del medio ambiente y de la biodiversidad que nos rodea.

Y es que en verdad, no es nada imposible que nuestro mundo termine desapareciendo. Ahora sabemos, que nuestro planeta es tan solo uno entre miles de millones, y si habíamos aceptado que nuestra Tierra es un Alma, la colectividad de todos los seres que la componen, también debemos saber aceptar que, como toda alma, puede llegar a desencarnar.

Porque algo que también sabemos, es que la muerte puede llegarle a cualquier ser en cualquier momento. Como dice una frase popular, “para morir, solamente se precisa estar vivo”.

Pero algo que a veces no ven estas personas que se dejan de llevar por la preocupación, es que nosotros, individualmente, no somos responsables por el planeta.

Cada uno de nosotros, cada persona es responsable, sí, por sus propias acciones, y si contaminó con 100 latas de refresco, las leyes naturales universales (independientes de que el planeta viva o no viva a futuro) dicen que pagará un karma por esas 100 latas. Ni por una más, ni por una menos.

La muerte de un ser, cualquiera que sea que se trate y cualquiera que sea su tamaño, no es ante todo una tragedia, sino un arreglo para que la existencia del universo pueda seguir adelante.

Si de verdad, tan torpe y tan obstaculizadamente se ha vuelto demasiado difícil para nuestro mundo desarrollar las almas colectivas que le corresponden, entonces nos será imposible jurar que existe un mejor destino que nuestra desaparición.

Ya habrá otros ciclos naturales, quizá otros planetas, que la divinidad colocará para que cada ser pueda pagar el karma que le corresponde.

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…Un día nos descubrimos jugando con perros, con gatos, con niños, con ancianos…

No sabemos lo que sucederá a futuro con nuestro mundo, y tal vez nadie lo sepa.

Pero quizá, si en vez de pensar tanto en el planeta, pensamos más en las almas colectivas que están en nuestro derredor cercano, esas del ecosistema humano que nos viene a visitar cada día, podríamos encontremos allí nuestra propia redención.

Ya que además, por el mundo, lo máximo que podemos hacer es atender a sus almas grupales, ya que ellas son la parte del ecosistema que corresponde a la especie humana.

Cada día, cada sol que amanece, un montón de almas colectivas vienen a golpear a  nuestra puerta. Las cruzamos en nuestra casa, nuestras habitaciones, nuestros pasillos, nuestras veredas, nuestros campos. Algunas de ellas sabemos percibirlas, y a otras no. A algunas de ellas sabemos darles el trato que se merecen, y a otras no.

Cuando vamos avanzando a una existencia en que cada vez más nuestros minutos están sumergidos en el servicio a las almas colectivas, nos volvemos como un ave en su bandada, ligeros como el aire, ya que estas almas nos atrapan en sus energías y nos llevan por la vida como pompas de jabón.

Unas son las más apropiadas para nosotros, y hay que abrazarlas y servirlas como a un amor. Otras, son más bien para otras personas, y hay que dejarles el paso para que puedan seguir su camino.

Un día nos descubrimos jugando con perros, con gatos, con niños, con ancianos. Sentimos que aún quizá, todavía no hayamos alcanzado la espontaneidad fabulosa del perro, pero ya podríamos permitir que el destino a futuro que tenga que tocarnos, venga, sea cual sea, sin sentir ningún temor.

Autor: Héctor, Redactor en la Gran Familia de hermandadblanca.org

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