El laberinto de la pasión, por José María Doria
¿Qué caracteriza a las parejas que se forman en las distintas edades de la vida? ¿Tiene igual recorrido una pareja formada en la juventud que aquellas formadas en etapas más maduras?
Se supone que en la actual sociedad, aunque todavía salga muy caro separarse, nos sigue gustando la estabilidad y los vínculos profundos con vocación de perpetuidad. Es por ello que valoramos el hecho de que los dos seres que en su juventud constituyeron pareja, recorran etapas y se desarrollen a una velocidad de crucero parecida. Y de la misma forma que el bambú pasa cada cierto tiempo por la revolucionaria experiencia de cada “nudo” en su caña, de la misma forma, la pareja también pasa por crisis transformadoras en las que la identidad se renueva. Se trata de un renacimiento que aparece no sin dolor ni desequilibrio, mientras se hacen los ajustes apropiados para recorrer el ciclo que se avecina.
¿Qué motiva a los jóvenes a constituirse en pareja?
Partamos de la base que cuando somos jóvenes no tenemos tantas memorias de dolor o placer, es decir, memorias asociables a estilos, personalidades, tonos de voz, actitudes, orientaciones y tantas pequeñas y grandes cosas. Se trata de todo un cúmulo de registros que más tarde “vemos o proyectamos” en quien se nos acerca. Podría decirse que la cera está virgen sin grabaciones de anteriores experiencias. Es por ello que la primera pareja de la vida, aunque aparezca con su correspondiente punto de “magia”, se produce con sencillez y frescura. Es decir, con muy pocos aspectos a tener en cuenta en la mochila. Tan solo basta con atraerse, asistir al baile de hormonas, y poco a poco, descubrir mundos nuevos y motivadoras promesas.
En esta etapa prima en gran medida el programa de relación vivido en la propia casa de nuestra infancia. Un programa que o bien sirve para reproducir el patrón, o bien para experimentar justamente a la otra cara de la moneda. Sin embargo en cualquiera de los casos, todavía no se ha descubierto quién es uno mismo y qué es lo que realmente se quiere en la vida.
Muchas parejas de esta etapa no muy consciente, se unen de forma natural y a veces con motivos muy de andar por casa. Por ejemplo, se unen en pareja para no estar solos y ser diferentes de sus amigos, o bien para hacer frente al futuro procediendo a comprar piso entre dos personas. En ocasiones lo hacen por vivir acompañados de alguien que cada día más importa, es decir, alguien que además de conformar familia garantiza sexo seguro y casi todos los días.
Son parejas que no ven otra cosa por delante que tener de uno a tres hijos como soñaron para ellas sus abuelas. Y a partir de ahí comienza el episodio crítico de la crianza. Un período que por precisar de un fuerte vínculo, tratará de atarlos al mástil para superar ventiscas y cantos de sirena. Se trata de un compromiso para mantenerse presentes en las primeras rutinas y crisis de convivencia.
¿Cómo se vivencia la fase de la crianza?
Durante la etapa de la crianza, la pareja se mantiene más allá de sus propias necesidades emocionales, de sus afinidades y de otras sutilezas. Ahora lo importante es cuidar a la prole y cumplir el legado de linaje que la vida otorga. Nadie quiere sentirse “mal padre” o “mala madre”. Los niños son los reyes del mambo, y conforman el sentido por encima incluso de las necesidades de privacidad que a menudo precisa la salud de la pareja. Y si el sexo baja de calidad y cantidad, pues “lo que hay”. Y si ya no se practica deporte ni se viaja como antes, ni se sale a cenar, ni, ni,… pues “lo que hay”. Y si ahora no existen momentos de comunicación palpitantes, pues también “lo que hay”. Y si ahora se deja la moto y se compra un diesel familiar, pues “lo que hay”… y así sucesivamente, se avanza entre renuncias y sostenimiento del sistema como sentido y fundamento de lo que toca.
Esta renuncia por los hijos aunque es muchos casos resulta dura, parece ser muy saludable para la maduración de los padres como personas. En realidad permite trascender la tiranía del propio egocentrismo y ahora entregar a los hijos lo mucho que se ha recibido de los propios padres, y a los que no se les ha devuelto ni reconocido hasta que estos transitan.
¿Cómo es la segunda fase para este colectivo?
La pareja que se asienta en este segundo ciclo, tiende a tener otras características. A veces este cambio de vida se hace con el mismo rostro, y sin embargo en otras no hay forma de que esto suceda. Un aspecto que desencadena el encuentro con la siguiente pareja. En este nuevo ciclo, que más bien se parece a una nueva vida, es cuando las carencias acumuladas, ahora tienen una particular relevancia. Planes, propósitos, gustos, tendencias y muchas de las características de la nueva etapa, son totalmente ampliadoras a lo que se conocía en la precedente rutina.
Y si en la etapa con la primera pareja, se vivía una relación dependiente, ahora en la nueva pareja es la independencia lo que prima. Y si su acento era emocional ahora es mental. Y si la movida antes era campestre, ahora es urbana. Y si en la cama la sexualidad anterior era sosa o mecánica, ahora es sensual y creativa. Y si antes presionaba el dinero, ahora fluye lo suficiente y eso ya no es el problema. Y si antes no se leía ni interesaba el desarrollo personal y la meditación, ahora es parte de la vida cotidiana. Y si por ejemplo, antes la pareja era muy mamá o muy papá, ahora en la nueva etapa es cultural, con “ideas claras” y agenda apretada.
Pareciere que de la “tesis” se pasa a la “antítesis” con vocación futura de “síntesis”. En esta nueva etapa los hijos de la anterior hornada están más crecidos y los planes de verano, navidades y abuelos son algo así como “menos de familia”. En el caso de los hombres tan solo hay dedicación total en vacaciones y cada mes dos fines de semana. Y en el caso de las mujeres que ya pasaron por la crianza, la nueva situación a menudo las permite moverse más libres, porque los hijos “tocan a él…” este fin de semana.
A todo esto pasan los consabidos 7 años y… de nuevo puede llegar otra crisis… y en muchos casos una nueva ruptura con menos costes económicos y emocionales porque no hay hijos en común, y sobre todo, no hay dineros a deshacer de forma tormentosa.
¿Se puede hablar de la fase síntesis?
Sí. La pareja o relación de la tercera etapa es la de la “síntesis” que en sí misma integra a las dos anteriores. Es un momento de la vida en el que alguna mirada se dirige hacia atrás, anhelando recuperar del pasado cosas olvidadas y bellas. Se trata de aspectos que se perdieron durante el camino reactivo que constituyó la segunda etapa o “antítesis”, sin por ello deshonrar los descubrimientos que acontecieron con la misma. En este tercer ciclo la nueva pareja es vista como más “completa” ya que tiene características de las dos anteriores y todavía un “algo más” que las sobrepasa.
A veces en esta etapa se concibe un nuevo hijo, un hijo casi nieto, que a su vez integra en su carácter y sensibilidad las características polares de los dos anteriores etapas. Toda la música de este nuevo ciclo sugiere ensanchar e integrar. Y asimismo todo lo que antes no cabía, ahora cabe y tiene su lugar en una cabeza bien amueblada. Pocas cosas son ya incompatibles en la vida. Las necesidades de cada cual son gestionadas de forma amorosa y no desentonan. Las cosas ya no se toman de forma tan personal y se intuye que la inteligencia de vida está en todo momento detrás de la escena. Los hijos han crecido y empiezan a devolver a los padres momentos de gratitud y complicidad que endulzan esta etapa que ya se manifiesta más sabia y bien madura.
En esta etapa ya no se lucha tanto por “salir adelante”, sino que más bien se trata de hacer las cosas con sentido y coherencia. En realidad es una etapa en la que no importan tanto los modelos externos ni el “qué dirán”, un aspecto que permite actuar con menos amenaza por el juicio ajeno y mayor sintonía. Son tiempos en los que se cuida con respeto a la pareja, se cuida a los hijos y se cuida a los seres humanos que se cruzan no casualmente en la cotidiana aventura. La vida está dando frutos materiales y emocionales a través de una vida creativa y cierto nivel de auto consciencia.
Sucede que en esta fase de pareja se trabaja en el mundo de forma muy fructífera. Sucede que se posee el don de materializar, así como con la madurez que permite observar y amar desde una mayor hondura.
¿Hay esperanza de otra relación para los que se han vuelto de nuevo a separar?
Sucede que el tiempo pasa y la vida sigue girando en espiral como una peculiar noria. Y sucede asimismo que para un creciente número de seres, hay una “cuarta edad”. Y en esta fase, si la persona se abre y quiere, se asiste a la aparición de una nueva pareja que surge como obra del Misterio plena y directa. Los seres humanos que aquí llegan, están en sintonía con una vida espiritual ya integrada en la honda sencillez del cada día. Es el ciclo destinado al corazón y la verdadera apertura del alma. El camino de maduración recorrido, ha proporcionado un nivel de consciencia capaz de sostener la atenta presencia y cruzar las puertas de la sabiduría. La ternura se abre paso para florecer, al tiempo que ofrece serenidad, saboreo de los sentidos y recreo del alma. Es la etapa en la que el amor rebosa y se deposita en la pareja, como puente radiante y silencioso hacia toda la humanidad y forma de vida conocida.
Cuando Dios quiere salvar a un ser humano le envía el amor.
En este ciclo el peregrino no se enamora del otro, porque no hay realmente “otro”, sino del amor y la belleza que confluyen y se recrean en la consciencia. En realidad, este ser humano, lo que ama es el amor, al tiempo se siente plenamente amante de la belleza. Sonríe ante la pasión y se entrega al momento presente, desconociendo el miedo y la desconfianza. La memoria y el tiempo son atravesados hacia la caricia infinita del alma. Erotismo consciente y danza sagrada son observados por los ecuánimes viajeros que como cómplices de lo infinito, sonríen ante la disolución que poco a poco se avecina.
Es un tiempo diamantino en el que los primeros ecos de la Casa de origen ya resuenan en el alma, al tiempo que la unidad se revela. La inteligencia cardíaca rebosa humildad, y la visión de un yo lúcido y sabio se expresa, señalando silenciosamente el camino a quienes buscan. La pareja de seres que se abrazan y acompañan, es expresión directa del amor que somos, el que nada ni nadie ni nos da ni nos quita. El alma se acerca al final de su viaje, preparada para cuando sea el momento de transitar. El amor eclipsó al miedo, y el sufrimiento despareció entre los ecos de una aceptación suprema.
Ambos a dos saben del arte de contemplar en el silencio de la gran quietud, mientras recrean la variedad de percepciones que juegan en la pura conciencia. Finalmente, llega un día como otro cualquiera, en el que los viajeros terminan su viaje y vuelven a casa.
El río llega al mar y el rostro de lo infinito se revela.