El mito del rol de la educación, por Alejandra Godoy Haeberle
Por qué los padres pueden influir muy poco en sus hijos
Para variar, la psicología ha “descubierto” algo que era de Perogrullo: que los hermanos nacen diferentes unos de otros y que el temperamento – con su especial configuración emocional – es la raíz biológica de la personalidad. Además, nuevamente la psicología ha tenido que desdecirse de uno de sus mitos: que la educación de los padres es decisiva en la personalidad y “normalidad” de sus hijos. Esta creencia se ha difundido tanto por los medios de comunicación que pareciera que hubiese sido demostrada científicamente. No obstante, las correlaciones encontradas no han sido coincidentes sino más bien débiles, ambiguas y parciales. Los psicólogos deberíamos andar con más humildad por la vida y teniendo mucho cuidado con lo que transmitimos, ya que fuera de ésta, hay muchas otras falacias que se están derrumbando por falta de fundamentos.
Los expertos en socialización establecieron en la década de 1950 la “hipótesis de la crianza”, según la cual, la manera de ser de los niños dependía del estilo educativo de sus progenitores. Así se originó lo que acertadamente ha sido llamado el “mayor mito psicológico del siglo”. El error – debido a problemas metodológicos – se fue subsanando a mediados de los ochenta y desde entonces se han evidenciando repetidamente los fundamentos biológicos de los rasgos básicos de la personalidad. Mientras más se refinaban los procedimientos técnicos, más se reducía la supuesta trascendencia de los padres, culminándose en un cuestionamiento al poder omnímodo de la educación. Sin embargo, estos resultados son todavía muy poco conocidos. Entre los intentos por difundirlos destacan un artículo (Harris, 1995) y, principalmente, un libro (Rich, 2000) titulado «El Mito de la Educación», con el decidor subtítulo de “Por qué los padres pueden influir muy poco en sus hijos”. Claro que no ha sido precisamente un bestseller, como lo fue por ejemplo, «La Inteligencia Emocional». ¿Será que la gente no desea saber que su rol no era tan preponderante como creía?.
Experimentos de grupos, estudios antropológicos, históricos y con animales, con familias de inmigrantes, con padres sordos y, especialmente, con familias con hijos adoptados y con gemelos univitelinos separados al nacer y criados en familias distintas, han demostrado fehacientemente (al menos hasta ahora) que la personalidad no es formada ni modificada significativamente por los padres. No se nace como “tabula rasa”, sino que filo- y onto-genéticamente diferimos en temperamento. Son los factores hereditarios los que nos predisponen a desarrollar un cierto tipo de personalidad. Los hallazgos apuntan a una influencia genética que fluctúa entre un 40% y un 60% (algunos estudios han reportado hasta un 70%), aumentando su relevancia conforme avanzamos en edad (gemelos de 80 años se parecían más que a los 30 años).
Los genetistas conductuales se apresuran a aclarar que no todo depende de la herencia ni mucho menos, que el entorno también influye en casi igual medida. Pero ante la pregunta de a cuáles factores ambientales se refieren, la respuesta es sorprendente: lo determinante en la personalidad es el grupo de pares y aquellas casuales, minúsculas e idiosincrásicas experiencias personales. El rol del entorno común es estadísticamente insignificante (1% o 2%); por ejemplo, hermanos adoptados educados dentro de un mismo hogar siguen siendo tan diferentes como dos personas elegidas al azar de familias distintas. La crianza sí impacta cuando la experiencia ha significado una conmoción psíquica. En otras palabras, bajo situaciones “normales” de educación, el estilo de los padres apenas afecta.
Entonces, dentro de la manida controversia Natur versus Nurture estaría primando lo genético por sobre lo ambiental; mas, dichas fuerzas no existen independientemente, sino que conforma un intrincado sistema retroactivo en que se combinan sinérgicamente, ocasionándose influencias recíprocas y cruzadas bidireccionalmente: el medio influye en las predisposiciones y éstas modifican el entorno. La estructura de la personalidad no es producto de una causalidad lineal sino de una multicausalidad circular, sin obviar que lo biológico no es determinista sino probabilístico. Los genes fijan límites, pero no determinan. Lo que heredamos son disposiciones, no destinos; tendencias, no certidumbres.
Dado que el efecto dependerá de cómo interactúen, más relevante que el peso de la herencia versus la experiencia, serían los mecanismos a través de los cuales lo ambiental es mediado por lo genético. El medio no influye sobre un individuo pasivo, sino que la persona misma es la que selecciona y configura su entorno a través de su propia conducta genéticamente predispuesta. El temperamento indefectiblemente afectará en la manera en que los demás se comporten con ese individuo. Es así como en niños adoptados se ha encontrado que su código genético determinó en un 30% el estilo educativo utilizado por los padres adoptivos. Por tanto, en vez de la pregunta tradicional por la influencia del medio sobre el niño, se debería poner atención al impacto que éste ejerce sobre su medio.
Postular que los genes afectan tan decisivamente sobre la personalidad va en contra del parecer común y corriente así como suena políticamente incorrecto. En vista de las desigualdades sociales, sería preferible creer en una plasticidad ilimitada (especialmente de la inteligencia). No obstante, aunque los datos son aún escasos como para llegar a una conclusión definitiva, la evidencia es aplastante para la teoría de la influencia ambiental.
Por otro lado, si bien los padres quedarán liberados de la enorme responsabilidad y culpa que se les había asignado en el desarrollo psicológico del niño, sufrirán una herida narcisista y tendrán menor esperanza en poder “cambiar” a sus hijos (capaz que así les sea más fácil aceptarlos tal como son). En todo caso, para las madres va a ser muy aliviador enterarse de estos descubrimientos. Una psicóloga alemana llegó a contabilizar 72 trastornos psíquicos infantiles que los terapeutas atribuían a las madres (incluso la esquizofrenia: “madre esquizofrenogenica”). Por otra parte, estos hallazgos ayudan a entender por qué fracasan las campañas destinadas a jóvenes elaboradas por adultos y no por pares.