Entrevista con Lakshmi: “Cuando estés angustiado no medites, haz el saludo al sol”
Es la sonrisa del Centro Sivananda. Para ella, el sentido de su trabajo en la organización son los estudiantes, recibirles, enseñarles, verles marchar para seguir creciendo. No en balde Lakshmi en su “otra vida” era María Antonia, y trabajaba en relaciones públicas de una multinacional del automóvil. Ahora enseña sánscrito y vela para que todo funcione en el día a día del centro. Es una entrevista Yoga en Red.
No muchos profesores de yoga conocen tan bien como Lakshmi las tripas de la docencia, sus trucos, sus secretos. Ella sabe cómo recibir en una clase abierta a diez o treinta personas, depende del día, y que salgan un poco diferentes a como entraron. Lakshmi lo ha vivido pegada al terreno a lo largo de diez años. Cada día, entre 100 y 150 alumnos llegan al Centro Sivanda de Madrid para recibir clases de diferentes niveles y prácticas del yoga.
El primer acercamiento de Lakshmi al yoga fue con 17 años, lo practicó hasta los 22. “Estando embarazada, no encontré ninguna profesora de yoga especializada (¡luego yo me tiré años y años dando la clase de yoga para embarazadas!) y lo dejé. Mi vida empezó a cambiar al retormarlo y comprometerme más con el yoga, ya con 38 años. Encontré los valores que buscaba, el yoga me los recordó. Me fue entrando más y más pero de una forma pausada… Seguí muchos años trabajando y viniendo al Centro Sivananda a las clases y como karma yogui, pues me encantaba ayudar en todo, ya fuera pintar la escalera o limpiar; me parecía tan interesante todo lo que hacían aquí… Y en el centro hay mucho mucho trabajo para poder abrir la puerta cada día y mucha gente implicada en ello”.
¿Cómo debe enseñar un profesor de yoga?
No creo mucho en eso de “coloca el pie cinco centímetros a la derecha”, no. Yo, al final de una clase, en vez de ver cuerpos tumbados en Savasana veo energía, una energía que casi la tocas. Y cuando entran los estudiantes, es totalmente otra. Escuchas el Om de antes de la clase y el de después y no tienen nada que ver. Algo ha cambiado durante la clase…
Para mí la razón de estar aquí día a día es ver cómo los estudiantes de las clases y de los cursos de formación van avanzando. Me parece apasionante ver qué personas vienen y qué personas se van. No son los cursos los que te cambian la vida, no; es algo que se despierta dentro de ti durante el curso que te cambia y te da prana para uno, dos años… ¡Es tanta la energía la que se mueve! Y es muy interesante cuando los estudiantes te cuentan cómo lo aplican en su vida diaria.
¿Cuántos años de yoga y en el Centro Sivananda?
De forma continuada, veinte años. Y estoy cien por cien en el centro desde el 2004, diez años. Me parece que mi vida anterior en el mundo de las empresas, en la que estuve tan involucrada, fuera la de otra persona, ya no la mía. Luego piensas qué mundo tan frágil este de las relaciones públicas, de la prensa. Nadie tiene la verdad y la tiene todo el mundo, y ahora ya a nadie le importa siquiera dónde esté la verdad.
Ya no nos creemos nada de lo que nos cuentan…
No, ese cambio lo he visto en los estudiantes del centro. Antes preguntabas a los principiantes por qué querían hacer yoga y te decían que buscaban algo más en la vida, razones para seguir, respuestas a preocupaciones profundas. Y ahora llegan físicamente cansandos y te cuentan que piensan en el yoga como ayuda para el dolor de espalda, para sobrellevar una crisis, para dormir sin pastillas. Vienen al límite de una crisis nerviosa y su meta es dejar la medicación, encontrarse un poco mejor. Y con el tiempo descubren el yoga de verdad.
Ahora hemos bajado en la pirámide de las necesidades. De nuevo lo físico es perentorio y las aspiraciones espirituales se posponen…
Sí, creo que la gente vuelve a plantearse la supervivencia del día a día, cómo me levanto mañana. Los cursos de meditación se llenan, sí, pero quieren aprender a meditar de hoy para mañana, en plan intensivo. Dedicarle dos días del fin de semana y encontrarse mejor el lunes. Y no, el yoga no admite prisas, necesita paciencia. Conectar con esa parte de uno mismo que sabe meditar requiere un tiempo y unas condiciones. En uno de los últimos cursos de meditación que impartí muchos participantes estaban sentados encogidos de la tensión, angustiados. Les dije que íbamos a parar el curso y a hacer primero tres clases de ásanas. Y funcionó: cambiaron la postura, la respiración, la mente se centró…
El yoga te ayuda a afrontar las situaciones, la pérdida del empleo, la conflictividad de una relación, pero tienes que empezar por la base. Porque cuando tú estás angustiado, no puedes meditar, pero sí hacer el saludo al sol. Cuando estoy enferma, me imagino la clase de yoga. He llegado a tener sueños en los que me pasaba toda la noche haciendo saludos al sol, y es maravilloso. El yoga no se limita solo a tu cuerpo físico; cuando estás haciendo una postura, afecta a tu ser interior, a tu cuerpo astral, a tu prana, a tu mente. Va purificando todas las capas y te vas encontrando cada vez mejor, pero porque la torsión o la flexión no solo la estás haciendo físicamente, sino que estás poniendo tu mente en esa situación de que pueda adaptarse a lo que le resulte incomodo. Si logras estar concentrado en la postura sobre la cabeza, ya te puede poner la vida boca abajo que no vas a perder esa concentración.
¿Es tu postura favorita?
Lo bonito de cualquier postura, pero especialmente de Sirsasana, es todo lo que aprendes hasta que la consigues: dónde tienes el equilibrio, en qué momento tienes que mover la cadera, dónde poner el apoyo… Eso es la vida: cuándo debes poner más energía, cuándo retirarla, si estás demasiado cansado ese día…
En estos últimos años has impartido todo tipo de clases en torno al yoga: yoga para embarazadas, para niños, meditación, ahora cursos de sánscrito…
¡Me encanta dar clases a los niños! Es un reto para un profesor. Nos reímos mucho porque intentamos hacer la clase sin decir ni una vez “no”: no te muevas, no corras… ¿Sabes lo difícil que es eso? Tienes que aprender mucha psicología infantil para saber cómo motivar a los niños, que cada vez son más despiertos, más inteligentes, y se fían muy poco de los mayores… Te cuestionan todo y tienen sus propias ideas muy asentadas muy pronto… demasiado pronto. Muchas veces es difícil manejar toda la clase, porque no se trata de jugar, ni de hacer una terapia, tampoco es un entretenimiento para que los padres puedan ir a hacer otras cosas… Es una actividad en familia. Una vez que conoces las claves para conectar con los niños, es muy fácil que participen, pero siempre voluntariamente; al niño que no quiere hacer algo, se le respeta.
¿Qué destacarías entre lo que les aporta el yoga a los niños?
Recuerdo una vez que vino un equipo de televisión a hacer un reportaje, y les preguntaban a los niños qué les gustaba más. “El Om”, dijo una niña. Y le preguntaron a otra que estaba en Savasana al final de la clase: “¿Y a ti lo que más te gusta es quedarte dormida?”. Y ella respondió: “No estaba dormida, estaba relajada”. Sí, yo creo que el yoga lo que más les aporta a los niños es relajación, esa relajación que muchos no pueden sentir a lo largo del día. En general, los niños se pasan el día corriendo de un lado a otro y tienen una inestabilidad muy grande, porque para ellos el tiempo funciona de otra manera. Aquí acaba la clase y te preguntan: “¿Ya? ¿Por qué no hacemos más?”.
El yoga tradicional siempre ha sido mayoritariamente masculino. ¿Te has visto alguna vez frenada en tu evolución dentro de la organización Sivananda por el hecho de ser mujer?
No, porque tenemos la suerte de tener a Swami Durgananda, nuestra Yogacharya y guía espiritual en Europa. Es un modelo a seguir en todas sus facetas… Los swamis para nosotros no son hombres o mujeres sino personas que dedican su vida por completo al centro. Yo creo que en esta organización llegas hasta donde tú puedes o te apetece, pero como no tenemos esa sensación de tener que llegar a ningún lado… Yo al menos no me planteo estar en otro lugar diferente del que estoy, ni arriba ni abajo.
Estas siempre abordando tareas nuevas. Ahora das cursos de sánscrito…
Sí, empecé a estudiarlo aquí, en el centro, y en el curso avanzado de profesores. Pero como siempre en la vida, las apariencias engañan. El sánscrito puede parecer una lengua muerta, y me hace gracia porque cuando más voy profundizando en el sánscrito más me parece una lengua muy viva. Son sonidos que están dentro de nosotros; cada uno de los chakras tiene el sonido de una letra sánscrita. Cuando la energía va pasando por estos chakras, va tocando esos sonidos; es un medio de purificación también. Ahora se ha descubierto que cada vez que tocas con la lengua el paladar para pronunciar un sonido en sánscrito, vas sobrestimulando todas las glándulas: la pituitaria, el hipotálamo… Es una maravilla, ¿verdad? Estás haciendo yoga con la lengua, y estás llevando la energía a la parte del cuerpo que necesitas. Por ejemplo, si hablas mucho en público tienes que cuidar el chakra de la garganta, y ahí están todas las vocales…
Los sonidos te trasportan, el poder del sonido ya está demostrado hace años. Los cursos de fin de semana son una Introducción al sánscrito, y cuando acaba el domingo a las 5 de la tarde, puedes leer un mantra, y eso es así porque está dentro de ti. Tomas una conciencia diferente de las letras, del sonido. No me interesa tanto que la gente sepa la gramática, que es muy difícil, como ver el cambio de las personas cuando están aprendiendo, su satisfacción ante los resultados. Por supuesto, el sánscrito exige un esfuerzo intelectual, tienes que pagar su cuota, con frecuencia errónea.
¿Cuál?
Buscar la lógica o la racionalidad basándote en lo que sabes de tu propia lengua. El hemisferio cerebral izquierdo te está machacando y pidiendo razonamientos casi absurdos. La mente se resiste a aprender algo nuevo al principio, parece muy difícil. Pero también hacemos como un juego con fichas, para que la gente las memorice, y luego ponemos varias versiones de un mismo mantra cantado, para ver cómo se puede aplicar la musicalidad al mantra, o como suena diferente. Es muy sutil darte cuenta de dónde tienes que poner la energía para pronunciar una de las tres eses que hay en sánscrito. Eso te va haciendo conocer muy bien tu voz y su poder y cómo con tu propia voz te puedes relajar o activar.
Es muy bonito ver cómo el canto, el kirtan, te lleva a unos niveles de meditación increíbles. Tú solo, en tu habitación, puedes generar esa energía, y no solo para ti sino para el resto… Siempre habrá alguien cantando contigo ese mismo mantra en algún lugar del mundo. La vibración del mantra está siempre en el Universo, no es que tú lo generes; tú entras en esa vibración, que está siempre a tu disposición. Eso es lo maravilloso… y te calma tan profundamente…
O sea que tienes tu propio método para enseñar sánscrito, ¿no?
No es un método, sino que más bien transmito lo que ha significado para mí. Hay gente mucho más preparada que yo para enseñar sánscrito. Lo mío es otra cosa, es un acercamiento para que la gente descubra ese aspecto del sánscrito tan interesante: que no es una lengua muerta, que cuando tú la empiezas a mover, revive para ti y te lleva a ese otro estadio en el que te das cuenta cómo a través de la voz, la energía, el mantra, puedes cambiar estados de ánimo.
Entrevista con Lakshmi: “Cuando estés angustiado no medites, haz el saludo al sol”