Esoterismo gnóstico medieval

Afortunadamente en nuestra época podemos hablar de esoterismo en público, estemos a la luz del día o en la oscuridad de la noche. Pero pensemos que no siempre ha sido así. La Inquisición de la Edad Media persiguió desde todo punto de vista a cualquier tipo de esoterismo gnóstico y de toda condición.

Se recuerda a Cornelio Agrippa, a Felipe Teofrasto Bombastro de Hohenheim (Aureola Parecelso) y también al famoso Dr. Fausto, encantador y mago renombrado de la época.

Estos hombres fueron discípulos del venerable gran maestro Abate Trithemius, que enseñaba esoterismo en su propio monasterio medieval y nunca fue a parar a la hoguera.

Aun estando vigentes las crueles y antihumanas prácticas de la Inquisición, dirigidas con extrema saña y perversión por la iglesia católica, el esoterismo gnóstico siempre se mantuvo vivo dentro de los monasterios.

En aquellos tiempos no era posible hablar públicamente de estos temas como podemos hacer hoy en día. Quien hablaba o procedía con sus actos, en ciertas acciones que la iglesia y sus desalmados representantes reprobaban, era juzgado por hereje y por brujo y quemado vivo en la plaza pública.

Las acciones llevadas a cabo por el Santo Oficio durante la Inquisición son espeluznantes y muy desagradables.

Los inquisidores afirmaban que al echar a las brujas al agua, no se hundían. Que flotaban porque el demonio las ayudaba y que entonces era absolutamente necesario someterlas a otro tipo de tortura física.

Los Inquisidores más imbuidos de religiosidad, y los más fieles católicos, proponían que se las amarrase las manos por detrás del cuerpo y que se las atara al púlpito, dejándolas colgando en el aire.

El Inquisidor decía que era un sistema infalible ya que el brujo o la bruja, al encontrarse en esas circunstancias, volvería por sí mismo y con la ayuda de su propia brujería y la del mismísimo demonio, a colocarse sobre el púlpito y «cantar», es decir, confesar su delito.

O sea, de una manera o de otra siempre se cumplía el mandato del inquisidor. Siempre se terminaba en la hoguera.

La Inquisición ha basado desde sus inicios sus procedimientos en acciones fraudulentas y manipuladas. En una de las actas de fe de la inquisición se puede leer: «… por ahí hubo un sujeto en el país de la Alemania, que andando por un bosque encontró un grupo de personas que estaban en el Sabath.

Cuando esas personas se vieron descubiertas se sumergieron totalmente en la Cuarta Vertical y desaparecieron. Más dejaron en el terreno una copa en la que figuraban escritos en papel los nombres de varias personalidades de la época… «.

Obviamente, esa copa con los nombres de los implicados en esa «brujería» fueron a parar a las manos de los representantes de la Santa Inquisición. Y no tuvieron otra alternativa que quemarlos públicamente en una hoguera.

El esoterismo gnóstico siempre fue perseguido y especialmente en la Edad Media. A Turquía también llegó la Inquisición y los inquisidores no escatimaban maldad cuando decían que «levantar las uñas de las brujas y brujos y meterles clavos como para que sientan dolor, o llevarlos a la torre del martirio o al pozo, o quemarles las plantas de los pies, etc. era parte de la Justicia Divina, ordenada por Dios».

La inquisición llegaba a extremos tales en contra de su lucha contra el esoterismo que creía sus propias mentiras y embustes. Un sacerdote tuvo que confesar, bajo tortura, que hacía más de cuarenta años que tenía cópulas sexuales con una mujer-demonio.

El anciano cura de noventa años de edad, fue a parar con sus viejos huesos a una hoguera enorme en medio de la plaza pública.

Entre miles y miles de historias de esas épocas nos encontramos con la de otro monje que tuvo que admitir que «venía siempre acompañado por un demonio-hembra invisible que hacía muchos años que copulaba con él».

Evidentemente fue arrastrado hasta la hoguera y quemado en público para que todos los presentes pudieran apreciar el poder inmenso que tenían la Iglesia y sus vasallos.

Visto en Gnosis-Samael Aunweor, por Pedro, redactor de la Hermandad Blanca

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