Jiddu Krishnamurti- El arte de Vivir
Prólogo
Me parece que una clase completamente distinta de moralidad y de conducta, y una acción que surja de la comprensión de todo el proceso del vivir, se han vuelto una necesidad urgente en nuestro mundo de crisis y de problemas en constante aumento. Tratamos de abordar estos problemas mediante métodos políticos y de organización, mediante reajustes económicos y diversas reformas; pero ninguna de estas cosas resolverá jamás las complejas dificultades de la existencia humana, aun cuando puedan ofrecer un alivio transitorio. Todas las reformas, por extensas y aparentemente duraderas que sean, son en sí mismas causa de ulterior confusión y nueva necesidad de reformas. Sin comprender todo el complejo ser del hombre, las meras reformas producirán sólo la confusa exigencia de más reformas. Las reformas no terminan nunca y, a lo largo de estas mismas líneas, no existe una solución fundamental.
Las revoluciones políticas, económicas o sociales tampoco son la respuesta, porque han producido tiranías espantosas o la mera transferencia de poder y autoridad a manos de un grupo diferente. Tales revoluciones jamás son la salida para nuestra confusión y para el conflicto en que vivimos.
Pero hay una revolución que es por completo diferente y tiene que ocurrir si hemos de emerger de la inacabable serie de ansiedades, conflictos y frustraciones en que estamos atrapados. Esta revolución tiene que comenzar no con teorías e ideaciones que, a la larga, demuestran ser inútiles, sino con una transformación radical en la mente misma. Una transformación semejante sólo puede tener lugar mediante una educación correcta y el total desarrollo del ser humano. Es una revolución que ha de ocurrir en la totalidad de la mente, y no sólo en el pensamiento. El pensamiento, después de todo, es sólo un resultado y no la fuente, el origen. Tiene que haber una transformación radical en el origen mismo y no una mera modificación del resultado. Al presente, nos entretenemos con los resultados, con los síntomas. No producimos un cambio vital desarraigando los viejos métodos de pensamiento, liberando a la mente de las tradiciones y los hábitos. Es en este cambio vital en el que estamos interesados, el cual sólo puede originarse en una correcta educación.
La función de la mente es investigar y aprender. Por aprender no entiendo el mero cultivo de la memoria o la acumulación de conocimientos, sino la capacidad de pensar clara y sensatamente sin ilusión, partiendo de hechos y no de creencias e ideales. No existe el aprender, si el pensamiento se origina en conclusiones previas. Adquirir meramente información o conocimiento, no es aprender. Aprender implica amar la comprensión y amar hacer una cosa por sí misma. El aprender sólo es posible cuando no hay coacción de ninguna clase. Y la coacción adopta muchas formas, ¿no es así? Hay coacción a través de la influencia, a través del apego o la amenaza, mediante la estimulación persuasiva o las sutiles formas de recompensa.
La mayoría de la gente piensa que el aprendizaje es favorecido por la comparación, mientras que en realidad es lo contrario. La comparación genera frustración y fomenta meramente la envidia, la cual es llamada competencia. Como otras formas de persuasión, la comparación impide el aprender y engendra el temor. También la ambición engendra temor. La ambición, ya sea personal o identificada con lo colectivo, es siempre antisocial. La así llamada ambición noble es fundamentalmente destructivo en la relación.
Es necesario alentar el desarrollo de una buena mente, una mente capaz de habérselas con múltiples problemas de la vida como una totalidad, y que no trate de escapar de ellos volviéndose de ese modo contradictoria en sí misma, frustrada, amarga o cínica. Y es esencial que la mente se percate de su propio condicionamiento, de sus propios motivos y de sus búsquedas.
Puesto que el desarrollo de una buena mente constituye uno de nuestros intereses fundamentales, es muy importante el modo como uno enseña. Tiene que haber un cultivo de la totalidad de la mente y no sólo la transmisión de informaciones. En el proceso de impartir conocimiento, el educador ha de invitar a la discusión y alentará a los estudiantes para que investiguen y piensen de una manera independiente.
La autoridad, «el que sabe», no tiene cabida en el aprender. El educador y el estudiante están ambos aprendiendo, a través de la especial relación mutua que han establecido; pero esto no quiere decir que el educador descuide el sentido de orden en el pensar. Ese orden no es producido por la disciplina en la forma de enunciaciones afirmativas del conocimiento, sino que surge naturalmente cuando el educador comprende que en el cultivo de la inteligencia tiene que haber un sentido de libertad. Esto no significa libertad para hacer lo que a uno le plazca o para pensar con espíritu de mera contradicción. Es la libertad en la que al estudiante se le ayuda a darse cuenta de sus propios impulsos y motivos, los que se revelan a través de su cotidiano pensar y actuar.
Una mente disciplinada nunca es libre, ni puede ser libre jamás una mente que ha reprimido el deseo. Es sólo mediante la comprensión de todo el proceso del deseo como la mente puede alcanzar la libertad. La disciplina limita siempre a la mente a un movimiento dentro de la estructura de un sistema particular de pensamiento o de creencia, ¿no es así? Y una mente semejante jamás está libre para ser inteligente. La disciplina genera sumisión a la autoridad. Provee la capacidad para desempeñarse dentro del patrón de una sociedad que requiere habilidad funcional, pero no despierta la inteligencia, la cual posee su capacidad propia. La mente que no ha cultivado otra cosa que la capacidad por medio de la memoria es como la moderna computadora electrónica la cual, si bien funciona con habilidad y exactitud asombrosas, sigue siendo solamente una máquina. La autoridad puede persuadir a la mente para que piense en una dirección particular. Pero ser guiada para pensar a lo largo de ciertas líneas o en los términos de una conclusión previa, no es pensar en absoluto; es funcionar meramente como una máquina humana, lo cual engendra descontento irreflexivo que acarrea frustración y otras desdichas.
Estamos interesados en el desarrollo total de cada ser humano, en ayudarlo a realizar su más alta y plena capacidad propia -no alguna capacidad ficticia que el educador tiene en vista como un concepto o un ideal-. Cualquier espíritu de comparación impide el florecimiento pleno del individuo, ya sea que se trate de un científico o de un jardinero. La más plena capacidad de un jardinero es igual a la más plena capacidad de un científico, cuando no hay comparación; pero cuando la comparación interviene, surgen el menosprecio y las relaciones envidiosas que crean conflicto entre hombre y hombre. Como sucede con el dolor, el amor no es comparativo; no puede ser comparado con lo más grande o lo más pequeño. El dolor es dolor, como el amor es amor, ya sea que exista en el rico o en el pobre.
El más pleno desarrollo de todos los individuos crea una sociedad de iguales. La actual lucha para producir igualdad en el nivel económico o en algún nivel espiritual, no tiene ningún sentido. Las reformas sociales que apuntan a establecer la igualdad engendran otras formas de actividad antisocial; pero con la educación correcta no es necesario buscar la igualdad mediante reformas sociales o de otra especie, porque la envidia -con su comparación de capacidades- cesa.
Debemos diferenciar aquí entre función y nivel social. El nivel social, con todo su prestigio emocional y jerárquico, surge sólo a través de la comparación de funciones, al considerarlas como función superior e inferior. Cuando cada individuo está floreciendo a su más plena capacidad, no hay comparación de funciones; sólo existe la expresión de la capacidad como maestro o primer ministro o jardinero, y entonces el nivel social pierde su aguijón de envidia.
La capacidad funcional o técnica se reconoce, hoy en día, cuando poseemos un título a continuación de nuestro nombre; pero si estamos verdaderamente interesados en el desarrollo total del ser humano, nuestro enfoque es por completo diferente. Un individuo que posee la capacidad necesaria puede graduarse académicamente y agregar letras a su nombre, o puede no hacerlo, como le plazca. Pero conocerá por sí mismo sus propias aptitudes profundas, que no serán formuladas por un título y cuya expresión no habrá de producir esa confianza egocéntrico que habitualmente engendra la capacidad técnica. Una confianza semejante es comparativa y, por lo tanto, antisocial. La comparación puede existir para propósitos utilitarios, pero no es la tarea del educador comparar las capacidades de sus estudiantes y producir evaluaciones más altas o más bajas.
Puesto que estamos interesados en el desarrollo total del individuo, al estudiante no debe dejársela que al principio elija sus propias materias, porque su elección probablemente esté basada en prejuicios y estados de ánimo pasajeros o en encontrar lo que resulta más fácil de hacer; o puede que elija de acuerdo con los requerimientos inmediatos de una necesidad particular. Pero si se le ayuda a descubrir por sí mismo y a cultivar sus capacidades innatas, entonces elegirá naturalmente no las materias más fáciles, sino aquéllas por las que puede expresar sus capacidades hasta su más pleno y alto nivel. Si al estudiante se le ayuda, desde el principio mismo, a mirar la vida como una totalidad con todos sus problemas psicológicos, intelectuales y emocionales, no se sentirá atemorizado por ella.
La inteligencia es la capacidad de abordar la vida como una totalidad; y el hecho de otorgar calificaciones al estudiante no asegura la inteligencia. Por el contrario, degrada la dignidad humana. Esta evaluación comparativa mutila la mente -lo cual no quiere decir que el maestro no deba observar el progreso de cada estudiante y llevar un registro de ello-. Los padres, naturalmente ansiosos por conocer el progreso de sus hijos, querrán un informe; pero si, desafortunadamente, no comprenden lo que el maestro está tratando de hacer, el informe se convertirá en un instrumento de coacción para producir los resultados que ellos desean, y de ese modo desvirtuarán la tarea del educador.
Los padres deben comprender la clase de educación que la escuela se propone impartir. Por lo general, se satisfacen con ver que sus hijos se preparan para obtener algún título que les asegure buenos medios de vida. Muy pocos se interesan en algo más que esto. Desde luego, desean ver a sus hijos felices, pero más allá de este vago anhelo, muy pocos piensan en el desarrollo total de los niños. Como casi todos los padres ansían, por encima de cualquier otra cosa, que sus hijos tengan una carrera de éxito, los fuerzan con amenazas o les intimidan afectuosamente para que adquieran conocimientos y así es como el libro se vuelve tan importante; esto va acompañado por el mero cultivo de la memoria, por la mera repetición, sin que tras ello exista la calidad de un verdadero pensar.
Tal vez, la mayor dificultad que debe afrontar el educador es la indiferencia de los padres a una educación más amplia y profunda. La mayoría de ellos se interesa solamente en el cultivo de algún conocimiento superficial que asegure a sus hijos posiciones respetables en una sociedad corrupta. Así que el educador no sólo ha de educar a los niños del modo correcto, sino también ha de ver que los padres no deshagan lo que de bueno pueda haberse hecho en la escuela. En realidad, la escuela y el hogar deben ser centros mancomunados de educación correcta; de ninguna manera han de oponerse entre sí, con los padres deseando una cosa y el educador haciendo algo por completo diferente. Es muy importante que los padres sean plenamente informados de lo que el educador está haciendo y se interesen vitalmente en el desarrollo total de sus hijos. Es tanto responsabilidad de los padres ver que esta clase de educación sea llevada a la práctica, como de los maestros, cuya carga ya es suficientemente pesada. Un desarrollo total del niño sólo puede producirse cuando existe la correcta relación entre el maestro, el estudiante y los padres. Como el educador no puede ceder a las fantasías pasajeras o las obstinadas exigencias de los padres, es necesario que éstos comprendan al educador y cooperen con él, sin generar conflicto y confusión en sus hijos.
La curiosidad natural del niño, el impulso de aprender existe desde el principio mismo, y sin duda debe ser alentado inteligentemente de manera constante, a fin de que se mantenga vital y sin distorsión alguna; ello habrá de conducirlo gradualmente al estudio de una variedad de materias. Si esta avidez por aprender es estimulada en el niño todo el tiempo, entonces su estudio de las matemáticas, de la geografía, de la historia, de la ciencia o de cualquier otra materia no será un problema, ni para el niño ni para el educador. El aprendizaje se facilita cuando hay una atmósfera dichosa de afecto y atenta solicitud.
La apertura emocional y la sensibilidad pueden cultivarse únicamente cuando el estudiante se siente seguro en la relación con sus maestros. El sentimiento de seguridad es una necesidad primordial en los niños. Hay una diferencia inmensa entre el sentimiento de seguridad y el sentimiento de dependencia. Consciente o inconscientemente, la mayoría de los educadores cultiva el sentimiento de dependencia y, por lo tanto, alienta sutilmente el temor, lo cual también hacen los padres a su propia manera, afectuosa o agresiva. La dependencia es producida en el niño por las aseveraciones autoritarias o dogmáticas de los padres y de los maestros acerca de lo que el niño debe ser y hacer. La dependencia va siempre acompañada por la sombra del temor, y este temor obliga al niño a obedecer, a amoldarse, a aceptar sin reflexión los edictos y las sanciones de sus mayores. En esta atmósfera de dependencia queda aplastada la sensibilidad; pero cuando el niño sabe y siente que está seguro, su florecimiento emocional no se ve bloqueado por el temor.
Este sentido de seguridad en el niño no es lo opuesto a la inseguridad. Implica que se siente tan cómodo en la escuela como en su propia casa, siente que él puede ser lo que es sin que lo fuercen en modo alguno, que puede subirse a un árbol sin que lo reprendan si llega a caerse. Este sentido de seguridad puede tenerlo sólo si los padres y los educadores están profundamente interesados en el bienestar del niño.
Es importante que el niño, en la escuela, se sienta tranquilo, completamente seguro desde el primer día. Esta primera impresión es fundamental. Pero si el educador, artificialmente, por diversos medios trata de ganarse la confianza del niño y le permite hacer lo que a éste le plazca, entonces está cultivando la dependencia, no le transmite al niño el sentimiento de que está seguro, de que se encuentra en un lugar donde hay personas hondamente interesadas en su bienestar total.
El propio impacto de esta nueva relación basada en la confianza, relación que tal vez el niño jamás había conocido antes, contribuirá a una comunicación natural en la que el joven no considerará a los mayores como una amenaza a la que debe temer. Un niño que se siente seguro tiene sus propios medios naturales de expresar el respeto que es esencial para el aprendizaje. Este respeto está despojado de toda autoridad, de todo temor. Cuando el niño tiene este sentimiento de seguridad, su conducta o comportamiento no es algo impuesto por los mayores, sino que se vuelve parte del proceso de aprender. A causa de que se siente seguro en su relación con el maestro, el niño será naturalmente atento; es sólo en esta atmósfera de seguridad donde pueden florecer la apertura emocional y la sensibilidad. Sintiéndose cómodo, seguro, el niño hará lo que le gusta; pero al hacer lo que le gusta descubrirá qué es lo correcto, y su conducta no se deberá entonces a la resistencia ni a la obstinación ni a sentimientos reprimidos ni a la mera expresión de un impulso momentáneo.
La sensibilidad implica ser sensible a todo lo que nos rodea: a las plantas, a los animales, a los árboles, al cielo, a las aguas del río, al pájaro que vuela; y también a los estados de ánimo de las personas a nuestro alrededor, al extraño que pasa cerca de nosotros. Esta sensibilidad genera la cualidad de una respuesta generosa, no calculada, que constituye la verdadera moralidad y conducta. Siendo sensible, el niño tendrá una conducta abierta y sin reservas; por lo tanto, una simple sugerencia por parte del maestro será aceptada fácilmente, sin resistencia ni fricción alguna.
Como estamos interesados en el desarrollo total del ser humano, debemos comprender sus impulsos emocionales, que son mucho más fuertes que cualquier razonamiento intelectual; tenemos que cultivar la capacidad emocional y no contribuir a reprimirla. Cuando comprendamos esto y, por consiguiente, seamos capaces de tratar tanto con los problemas emocionales como con los intelectuales, no habrá ninguna razón para temer abordarlos.
Para el desarrollo total del ser humano, se vuelve indispensable la soledad, como un medio de cultivar la sensibilidad. Uno tiene que saber lo que es estar solo, lo que es meditar, lo que es morir; y las ¡aplicaciones de la soledad, de la meditación, de la muerte, sólo pueden ser conocidas si uno las anhela. Estas aplicaciones no pueden ser enseñadas, tienen que ser aprendidas. Uno puede indicar, pero aprender a base de lo indicado no es experimentar la soledad o la meditación. Para experimentarlas, uno debe hallarse en un estado de investigación; sólo una mente que investiga es capaz de aprender. Pero cuando la investigación es suprimida por el conocimiento previo o por la autoridad y la experiencia de otro, el aprender se vuelve mera imitación, y la imitación hace que un ser humano repita lo aprendido sin experimentarlo.
La enseñanza no consiste tan sólo en impartir información, sino que es el cultivo de una mente inquisitivo. Una mente así penetrará en el problema de lo que es la religión y no aceptará meramente las religiones establecidas, con sus templos y rituales. La búsqueda de Dios, de la verdad o como guste uno llamarlo -y no la mera aceptación de la creencia y el dogma- es la verdadera religión.
Tal como el estudiante lava sus dientes todos los días, se baña todos los días, así también tiene que existir la acción de sentarse quietamente con otros o a solas. Esta soledad creativa no puede ser producida por la enseñanza o impulsada por la autoridad externa de la tradición o inducida por la influencia de aquellos que desean sentarse quietamente, pero son incapaces de permanecer solos. Esta soledad ayuda a la mente a que se vea con claridad a sí misma como en un espejo y a que se libere del inútil esfuerzo de la ambición con todas sus complejidades, temores y frustraciones que son el resultado de la actividad egocéntrica. La soledad confiere estabilidad a la mente, la da una constancia que no puede ser medida en términos de tiempo. Esa claridad de la mente es el carácter. La falta de carácter es el estado de contradicción interna.
Ser sensible es amar. La palabra «amor» no es el amor. Y el amor no puede dividirse como el amor a Dios y el amor al hombre, ni puede medirse como el amor a uno solo y el amor a muchos. El amor se brinda a sí mismo tal como una flor da su perfume; pero nosotros estamos siempre midiendo el amor en nuestras relaciones y, debido a eso, lo destruimos.
El amor no es un producto del reformador o del trabajador social, no es un instrumento político con el que se pueda crear acción. Cuando el político y el reformador hablan de amor, están usando la palabra sin tocar la realidad que implica, porque el amor no puede ser empleado como un medio para un fin, ya sea éste inmediato o se encuentre en el lejano futuro. El amor pertenece a toda la Tierra y no a un campo o bosque en particular. El amor de la realidad no puede ser abarcado por ninguna religión; y cuando las religiones organizadas lo usan, deja de existir. Las sociedades, las religiones organizadas y los gobiernos totalitarios, perseverando en sus múltiples actividades, destruyen inconscientemente ese amor que, cuando actúa, se convierte en pasión.
En el desarrollo total del ser humano mediante la correcta educación, la calidad del amor debe ser nutrida y sostenida desde el comienzo mismo. El amor no es sentimentalismo ni es devoción. Es tan poderoso como la muerte. El amor no puede ser comprado mediante el conocimiento; y una mente que, sin amor, persigue el conocimiento, es una mente que trafica con la crueldad y aspira meramente a la eficiencia.
De modo que el educador debe interesarse desde el principio mismo en esta calidad del amor, la cual es humildad, delicadeza, consideración, paciencia y cortesía. La modestia y la cortesía son innatas en el hombre que ha tenido una educación apropiada; él es atento con todo, incluyendo los animales y las plantas, y esto se refleja en su conducta y en su manera de hablar.
El énfasis en esta calidad del amor libera a la mente del ensimismamiento en su ambición, en su codicia y en su afán adquisitivo. ¿Acaso el amor no tiene, en relación con la mente, un refinamiento que se expresa como respeto y buen gusto? ¿Acaso no produce la purificación de la mente, la que de otro modo tiene una tendencia a fortalecerse en la arrogancia? El refinamiento en la conducta no es un ajuste autoimpuesto o el resultado de una exigencia externa; surge espontáneamente, con la calidad del amor. Cuando hay una comprensión del amor, entonces el sexo y todas las complicaciones y sutilezas de la relación humana pueden abordarse con sensatez y no con excitación y aprensión.
El educador para quien es de primordial importancia el desarrollo total del ser humano, tiene que comprender las ¡aplicaciones del impulso sexual que juega un papel tan importante en nuestra vida y, desde el principio mismo, ha de afrontar la natural curiosidad de los niños, sin que en ello se manifieste un interés morboso. El impartir meramente información biológica a los adolescentes puede conducir a la experimentación de lujuria, si no se percibe la calidad del amor. El amor libera del mal a la mente. Sin amor y sin comprensión por parte del educador, el mero separar a los muchachos de las chicas, ya sea con alambre de púas o con edictos, no hace sino fortalecer su natural curiosidad y estimular esa pasión que forzosamente tiene que degenerar en mera satisfacción. Por lo tanto, es esencial que los muchachos y las chicas sean educados juntos, de manera apropiada.
Esta calidad del amor también tiene que expresarse cuando uno realiza trabajos manuales, tales como la jardinería, la carpintería, la pintura, la artesanía; y a través de los sentidos, cuando uno mira los árboles, las montañas, la riqueza de la Tierra, la pobreza que los hombres han creado entre ellos mismos; y también al escuchar música, el canto de los pájaros, el murmullo de las aguas que corren.
Estamos interesados no sólo en el cultivo de la mente y en el despertar de la sensibilidad emocional, sino también en un cabal desarrollo físico, y a esto debemos dedicar una atención considerable. Porque si el cuerpo no es sano, vital, distorsionará inevitablemente el pensamiento y contribuirá a la insensibilidad. Esto es tan obvio que no necesitamos examinarlo en detalle. Es necesario que el cuerpo goce de una excelente salud, que se le proporcione la clase apropiada de alimentación y duerma lo suficiente. Si los sentidos no están alerta, el cuerpo impedirá el desarrollo total del ser humano. Para tener gracia en los movimientos y un control bien equilibrado de los músculos, tienen que haber diversas formas de ejercicios, danzas y juegos. Un cuerpo que no se conserva limpio, que es descuidado y no se mantiene en una postura correcta, no conduce a la sensibilidad de la mente y de las emociones. El cuerpo es el instrumento de la mente; pero el cuerpo, las emociones y la mente componen el ser humano total. A menos que vivan armoniosamente, el conflicto es inevitable.
El conflicto contribuye a la inestabilidad. La mente puede dominar el cuerpo y reprimir los sentidos, pero debido a eso toma el cuerpo insensible; y un cuerpo insensible se convierte en un obstáculo para el vuelo pleno de la mente. La mortificación del cuerpo no conduce en absoluto a la búsqueda de niveles más profundos de conciencia; y esto sólo es posible cuando la mente, las emociones y el cuerpo no se contradicen entre sí sino que están integrados, operan al unísono sin esfuerzo alguno, sin ser dirigidos por ninguna creencia, ningún concepto o ideal.
En el cultivo de la mente, nuestro acento no debe estar puesto en la concentración sino en la atención. La concentración es un proceso de forzar la mente, restringiéndola a un punto, mientras que la atención carece de fronteras. En ese proceso, la mente está siempre limitada por una frontera, pero cuando nuestro interés es comprender la totalidad de la mente, la mera concentración se vuelve un impedimento. La atención es ilimitada, sin las fronteras del conocimiento. El conocimiento llega mediante la concentración y, cualquiera sea la extensión del conocimiento, sigue estando dentro de sus propias fronteras. En el estado de atención la mente puede y debe usar el conocimiento, el cual, por necesidad, es un resultado de la concentración; pero la parte jamás es el todo, y juntando entre sí las múltiples partes no se contribuye a la comprensión de lo total. El conocimiento, que es el proceso aditivo de la concentración, no produce la comprensión de lo inmensurable. Lo total no se encuentra nunca encerrado entre los corchetes de una mente concentrada.
La atención es, entonces, de primordial importancia, pero no se obtiene mediante el esfuerzo de la concentración. Es un estado en el que la mente está siempre aprendiendo, sin un centro alrededor del cual el conocimiento se acumule como experiencia. Una mente que se concentra sobre sí misma, usa el conocimiento como un medio para su propia expansión; y una actividad semejante se vuelve contradictoria y antisocial.
Aprender, en el verdadero sentido de la palabra, sólo es posible en ese estado de atención en el que no existe compulsión externa ni interna. El recto pensar surge sólo cuando la mente no se halla esclavizada por la tradición y la memoria. Es la atención la que permite que el silencio tope con la mente, lo cual abre la puerta a la creación. Por eso la atención es de extrema importancia.
El conocimiento es necesario en el nivel funcional, como un medio de cultivar la mente y no como un fin en sí mismo. Estamos interesados no en el desarrollo de una capacidad determinada, como la de matemático o científico o músico, sino en el desarrollo total del estudiante como ser humano.
¿Cómo ha de originarse el estado de atención? No puede ser cultivado mediante la persuasión, la comparación, la recompensa o el castigo, que son todas formas de coacción. La eliminación del temor es el principio de la atención. El temor debe existir, por fuerza, en tanto haya un impulso de ser o llegar a ser esto o aquello, lo cual constituye la persecución del éxito con todas sus frustraciones y tortuosas contradicciones. Uno puede enseñar concentración, pero la atención no puede enseñarse, tal como es imposible enseñar la libertad con respecto al temor; pero podemos empezar a descubrir las causas que producen el temor y, en la comprensión de estas causas, está la eliminación del temor. Así, la atención surge espontáneamente cuando alrededor del estudiante hay una atmósfera de bienestar, cuando él tiene la sensación de hallarse seguro, tranquilo, y advierte la acción desinteresada que llega con el amor. El amor no compara; de ese modo se terminan la envidia y la tortura del «llegar a ser».
El descontento general que casi todos, jóvenes o viejos, experimentamos, pronto encuentra una vía de satisfacción y, de esa manera, nuestras mentes se echan a dormir. El descontento se despierta de vez en cuando a causa del sufrimiento, pero la mente vuelve a buscar una solución gratificadora. Se halla atrapada en esta rueda de la insatisfacción y la gratificación, y el constante despertar a través del dolor es parte de nuestro descontento. El descontento es la vía de la investigación, pero no puede haber investigación si la mente está atada a la tradición, a los ideales. La investigación es la llama de la atención.
Por descontento entiendo el estado en que la mente comprende lo que es lo real, e investiga constantemente para descubrir más. Es un movimiento para ir más allá de las limitaciones de lo que es; y si uno encuentra caminos y medios con los cuales sofocar o superar el descontento, entonces aceptará las limitaciones de la actividad egocéntrico y de la sociedad en que vive.
El descontento es la llama que quema los desechos de la satisfacción, pero la mayoría de nosotros busca disiparla de diversas maneras. Nuestro descontento se convierte entonces en la persecución del «más», en el deseo de una casa más grande, un automóvil mejor, etc., todo lo cual se halla dentro del campo de la envidia; y es la envidia la que sostiene un descontento semejante. Estoy hablando de un descontento en el que no existen la envidia ni la codicia del «más», un descontento que no está alimentado por ningún deseo de satisfacción. Este descontento es un estado puro que existe en cada uno de nosotros, si no se lo apaga a causa de una mala educación, mediante soluciones gratificadoras, la ambición o la persecución de un ideal. Cuando comprendamos la naturaleza del verdadero descontento, veremos que la atención forma parte de esa llama ardiente que consume la pequeñez y deja a la mente libre de las limitaciones que implican las búsquedas y gratificaciones que la encierran dentro de sí misma.
Así, la atención surge solamente cuando existe una investigación que no se basa en el progreso propio o en la gratificación. Esta atención debe ser cultivada en el niño, desde el comienzo mismo. Ustedes encontrarán que cuando hay amor -que se expresa mediante la humildad, la cortesía, la paciencia, la delicadeza- ya están libres de las barreras que erige la insensibilidad; de ese modo están ayudando a generar este estado de atención en el niño desde una edad muy temprana.
La atención no es algo que pueda aprenderse, pero ustedes pueden ayudar a despertarla en el estudiante, no creando a su alrededor ese sentido de compulsión que produce una existencia contradictoria en sí misma. Entonces, la atención del niño puede ser enfocada en cualquier momento sobre un tema determinado, y no será la estrecha concentración producida por el impulso compulsivo de adquisición o logro.
Una generación de niños educados de esta manera estará libre del afán adquisitivo y del temor, que son la herencia psicológica de sus padres y de la sociedad en que han nacido; y a causa de que han sido educados así, no dependerán de la herencia de la propiedad. Esta cuestión de la herencia es destructivo: impide que sean verdaderamente independientes y limita la inteligencia, porque engendra una sensación falsa de seguridad que los hace sentirse seguros de sí mismos sin base alguna, creando así una oscuridad mental en la que nada nuevo puede florecer. Pero una generación de seres humanos educados de esta manera por completo diferente -que hemos estado considerando- creará una nueva sociedad; porque ellos tendrán la capacidad nacida de esta inteligencia no trabada por el temor.
Puesto que la educación es tanto responsabilidad de los padres como de los maestros, tenemos que aprender el arte de trabajar juntos, y eso es posible solamente cuando cada uno de nosotros percibe lo que es verdadero. Es esta percepción de la verdad la que nos une, no la opinión, la creencia o la teoría. Hay una diferencia enorme entre lo conceptual y lo factual. Lo conceptual nos puede unir transitoriamente, pero habrá una nueva separación si nuestro trabajo en conjunto es sólo un asunto de convicción. Si cada uno de nosotros ve la verdad, podrá haber discrepancia en los detalles, pero no existirá el impulso de separarse. Sólo el tonto se separa a causa de algún detalle. Cuando todos ven la verdad, el detalle jamás puede convertirse en materia de disensión.
Casi todos estamos acostumbrados a trabajar juntos según las líneas de la autoridad establecida. Nos reunimos para desarrollar un concepto o promover un ideal, y todo esto requiere convicción, persuasión, propaganda y demás. Este trabajar juntos por un concepto, por un ideal, es completamente distinto de la cooperación que surge al ver la verdad y la necesidad de poner esa verdad en acción. Trabajar bajo el estímulo de la autoridad -ya sea la autoridad de un ideal o la autoridad de una persona que representa ese ideal- no es verdadera cooperación. Una autoridad central que conoce muchísimo o que tiene una fuerte personalidad y está obsesionada por ciertas ideas puede forzar o persuadir sutilmente a otros para que trabajen con ella; pero éste no es, ciertamente, el trabajo en conjunto de individuos alertas y vitales.
En cambio, cuando cada uno de nosotros comprende por sí mismo la verdad de cualquier problema, entonces nuestra comprensión común de esa verdad conduce a la acción, y una acción semejante es cooperación. Aquél que coopera porque ve la verdad como verdad, lo falso como falso y la verdad en lo falso, también sabrá cuándo no cooperar, lo cual es igualmente importante.
Si cada uno de nosotros comprende la necesidad de una revolución fundamental en la educación y percibe la verdad de lo que hemos estado considerando, entonces trabajaremos juntos, sin ninguna forma de persuasión. La persuasión existe sólo cuando alguien adopta una posición de la cual no está dispuesto a moverse. Cuando está meramente convencido de una idea o atrincherado en una opinión, genera oposición, y entonces él o el otro tienen que ser persuadidos, influidos o inducidos para que piensen de una manera diferente. Una situación así no se presentará jamás, cuando cada uno de nosotros vea por sí mismo la verdad de algo. Pero si no vemos la verdad y actuamos basados meramente en la convicción verbal o en el razonamiento intelectual, entonces es forzoso que haya argumentos, acuerdo o desacuerdo, con toda la distorsión y el esfuerzo inútil que eso implica.
Es esencial que trabajemos juntos. Es como si construyéramos una casa; si algunos de nosotros están construyendo y otros están demoliendo, es obvio que la casa jamás llegará a construirse. De modo que debemos tener muy en claro, individualmente, que vemos y comprendemos de hecho la necesidad de producir la clase de educación gracias a la cual se dará origen a una generación nueva, capaz de habérselas con los problemas de la vida como una totalidad, no como partes aisladas y no relacionadas con lo total.
A fin de poder trabajar juntos de este modo realmente cooperativo, debemos reunimos con frecuencia y tener cuidado de no quedar sumergidos en los detalles. Aquellos de nosotros que estamos seriamente dedicados a producir la clase correcta de educación, tenemos la responsabilidad no sólo de llevar a la práctica todo cuanto hemos comprendido, sino también de ayudar a otros para que alcancen esta comprensión. La enseñanza es la más noble de las profesiones, si es que puede siquiera ser llamada una profesión. Es un arte que requiere no sólo logros intelectuales, sino una paciencia y amor infinitos. Ser correctamente educados es comprender nuestra relación con todas las cosas -con el dinero, con la propiedad, con la gente, con la naturaleza- en el vasto campo de nuestra existencia.
La belleza forma parte de esta comprensión, pero la belleza no es meramente un asunto de proporciones, forma, buen gusto y comportamiento. La belleza es ese estado en el que la mente ha abandonado el centro del yo, por la pasión de la sencillez. La sencillez no tiene fin; y sólo puede haber sencillez cuando existe una austeridad que no es el resultado de la disciplina calculada y de la renuncia. Esta austeridad es el olvido de sí mismo, el cual sólo puede tener su origen en el amor. Cuando carecemos de amor, creamos una civilización en la que se busca la belleza de la forma sin la austeridad y vitalidad internas propias del simple olvido de uno mismo. No hay tal olvido de nosotros mismos si nos inmolamos en la ejecución de buenas obras, en ideales, en creencias. Estas actividades parecen estar libres del yo, pero en realidad el yo sigue operando bajo la cubierta de diferentes rótulos. Sólo la mente inocente puede inquirir en lo desconocido. Pero la inocencia calculada, que puede vestir un taparrabo o la túnica de un monje, no es esa pasión del olvido de sí mismo, desde el cual surgen la cortesía, la delicadeza, la humildad, la paciencia, que son expresiones del amor.
La mayoría de nosotros conoce la belleza únicamente a través de aquello que ha sido creado o producido: la belleza de una forma o de un templo. Decimos que un árbol o una casa o la curva muy distante de un río tienen belleza. Y por medio de la comparación sabemos qué es la fealdad -al menos eso es lo que creemos-. ¿Pero es comparable la belleza? ¿Es belleza aquello que se ha hecho evidente, que se ha manifestado? Consideramos bella una pintura en particular, decimos que un poema o un rostro son bellos porque ya conocemos qué es la belleza merced a lo que nos han enseñado o porque estamos familiarizados con ello y tenemos una opinión formada al respecto. ¿Pero acaso con la comparación no llega a su fin la belleza? ¿Es la belleza una mera familiaridad con lo conocido o es un estado del ser en el que puede existir o no la forma creada?
Estamos siempre persiguiendo la belleza y evitando lo feo, y esta búsqueda de enriquecimiento mediante lo uno y la evitación de lo otro tiene que engendrar, inevitablemente, insensibilidad. Ciertamente, para comprender o sentir qué es la belleza, tiene que haber sensibilidad tanto a lo que llamamos bello como a lo que llamamos feo. Un sentimiento no es bello ni feo, es sólo un sentimiento, y de ese modo lo distorsionamos o lo destruimos. Cuando al sentimiento no se le pone rótulo, permanece intenso, y esta intensidad apasionada es esencial para la comprensión de aquello que no es fealdad ni belleza manifestada. Es de suma importancia el sentimiento sostenido, esa pasión que no es la mera lujuria ni la gratificación propia; porque esta pasión es la que crea la belleza y, por no ser comparable, no tiene opuesto.
Al intentar producir un desarrollo total del ser humano, es obvio que debemos tomar muy en consideración la mente inconsciente al igual que la consciente. El mero educar la mente consciente sin comprender la inconsciente genera contradicción interna en las vidas humanas, con todas sus frustraciones y desdichas. La mente oculta es mucho más vital que la superficial. La mayoría de los educadores se interesa solamente en transmitir información o conocimientos a la mente superficial, preparándola para conseguir un empleo y ajustarse a la sociedad. De ese modo jamás tocamos la mente oculta. Todo lo que hace la así llamada educación es superponer una capa de conocimiento y técnica y proveer cierta capacidad para que nos amoldemos al medio.
La mente oculta es mucho más poderosa que la mente superficial, por bien educados que estemos y por más capaces que seamos de ajustamos al medio; y no se tarta de algo misterioso. La mente oculta o inconsciente es la depositaria de la memoria racial. La religión, la superstición, el símbolo, las tradiciones peculiares de una raza determinada, la influencia de la literatura tanto sagrada como profana, de las aspiraciones, de las frustraciones, de los hábitos y de las diversidades de alimentación, todo eso está arraigado en el inconsciente. Los deseos manifiestos y los deseos secretos con sus motivaciones, esperanzas y temores, sus sufrimientos y placeres, y las creencias alimentadas por el impulso de seguridad que se traduce de múltiples maneras, estas cosas también están contenidas en la mente oculta, la cual no sólo posee esta capacidad extraordinaria de contener el pasado residual, sino que también es capaz de influir sobre el futuro. Las insinuaciones de todo esto se transmiten a la mente superficial por medio de los sueños y de varias otras maneras, cuando esa mente no está ocupada en su totalidad con los sucesos cotidianos.
La mente oculta no tiene nada de sagrado y no hay en ella nada que deba temerse, ni tampoco requiere un especialista para que la exponga a la mente superficial. Pero a causa del enorme poder de la mente oculta, la superficial no puede habérselas con ella como quisiera. La mente superficial es, en gran medida, impotente en relación con su propia parte oculta. Por mucho que trate de dominar, moldear, controlar lo oculto, apenas si puede, a causa de sus exigencias y actividades sociales, arañar la superficie de lo oculto; y entonces hay entre ambas mentes una hendidura, una contradicción. Tratamos de tender un puente sobre este abismo mediante la disciplina, mediante prácticas diversas, sanciones y demás, pero no es posible lograrlo de ese modo.
La mente consciente está ocupada con lo inmediato, el limitado presente, mientras que la inconsciente está bajo el peso de los siglos y no puede ser reprimida o desviada de su curso por una necesidad inmediata. Lo inconsciente tiene la cualidad del tiempo profundo, y la mente consciente, con su cultura recién adquirida, no puede habérselas con ello conforme a sus urgencias pasajeras. Para erradicar la contradicción interna, la mente superficial tiene que comprender este hecho y permanecer tranquila -lo cual no implica dar oportunidad a los innumerables impulsos de lo oculto-. Cuando no hay resistencias entre lo manifiesto y lo oculto, entonces lo oculto, a causa de que tiene la paciencia del tiempo, no invadirá lo inmediato.
La mente oculta, inexplorada y no comprendida, con su parte superficial que ha sido «educada», entra en contacto con los retos y las exigencias del presente inmediato. Puede que lo superficial responda al reto adecuadamente, pero a causa de que hay contradicción entre lo superficial y lo oculto, cualquier experiencia de lo superficial sólo incremento el conflicto con lo oculto. Esto produce más experiencias aún, ampliando así el abismo entre el presente y el pasado. La mente superficial, al experimentar lo externo sin comprender lo interno, lo oculto, sólo ocasiona un conflicto más vasto y profundo.
La experiencia no libera ni enriquece a la mente, como por lo general pensamos que hace. En tanto la experiencia fortalezca al experimentador, tiene que haber un conflicto. Al tener experiencias, una mente condicionada sólo refuerza su condicionamiento y así perpetúa la contradicción y la desdicha. Sólo para la mente que es capaz de comprender en totalidad sus propios comportamientos, la experiencia puede ser un factor de liberación.
Una vez que se perciben y comprenden los poderes y las capacidades de las múltiples capas de lo oculto, entonces los detalles pueden ser sabia e inteligentemente investigados. Lo importante es la comprensión de lo oculto y no la mera educación de la mente superficial a fin de que adquiera conocimientos, por indispensables que sean. Esta comprensión de lo oculto libera del conflicto a la mente total, y sólo entonces hay inteligencia.
Tenemos que despertar la plena capacidad de la mente superficial que vive en la actividad cotidiana y también tenemos que comprender lo oculto. En la comprensión de lo oculto existe un vivir total en el que llega a su fin la contradicción interna con su dolor y su felicidad alternantes. Es esencial estar familiarizado con la mente oculta y percatarse de sus operaciones; pero es igualmente importante no estar ocupado con ella ni darle una significación indebida. Es sólo cuando la mente comprende lo superficial y lo oculto que puede ir más allá de sus propias limitaciones y descubrir esa bendición que no pertenece al tiempo.
JIDDU KRISHNAMURTI
EXTRACTO DEL LIBRO «EL ARTE DE VIVIR»
CAPITULO 1
¿Alguna vez han pensado ustedes por qué se les educa, por qué están aprendiendo historia, matemáticas, geografía o lo que fuere? ¿Alguna vez se han preguntado por qué asisten a escuelas y colegios? ¿Acaso no es muy importante averiguar por qué se les atesta con información, con conocimientos? ¿Qué es toda la así llamada educación? Sus padres les envían aquí, tal vez porque ellos mismos han aprobado ciertos exámenes y han obtenido diversos títulos. ¿Se han preguntado alguna vez por qué están aquí, y los maestros les han preguntado por qué están aquí? ¿Saben los maestros por qué ellos están aquí? ¿No deben ustedes tratar de averiguar qué significa toda esta lucha, esta lucha para estudiar, para aprobar exámenes, para vivir en cierto lugar lejos de sus casas y no tener miedo, para ser hábiles en los deportes y demás? ¿No deberían sus maestros ayudarles a investigar todo esto y no a prepararlos meramente para que aprueben los exámenes?
Los chicos aprueban los exámenes porque saben que tendrán que obtener un empleo, que deberán ganarse la vida. ¿Por qué aprueban los exámenes las chicas? ¿Para poder conseguir con su educación mejores maridos? No se rían, sólo piensen en esto. ¿Acaso sus padres les envían lejos, a la escuela, porque en su hogar son ustedes un estorbe? Pasando los exámenes, ¿van ustedes a comprender toda la significación de la vida? Algunas personas son muy ingeniosas en la aprobación de los exámenes, pero eso no significa necesariamente que sean inteligentes. Otras, que no saben cómo aprobar los exámenes, pueden ser mucho más inteligentes; pueden ser más capaces con sus manos y pueden considerar las cosas más profundamente que la persona que sólo rellena su cabeza para aprobar los exámenes.
Muchos chicos estudian solamente para tener un empleo y ésa es toda la aspiración que tienen en la vida. Pero después de que consiguen el empleo, ¿qué sucede? Se casan, tienen hijos y por el resto de sus vidas están presos en la maquinaria, ¿no es así? Se vuelven oficinistas, abogados, policías o lo que fuere; viven en perpetua lucha con sus esposas, con sus hijos; la vida que llevan es una batalla constante hasta que mueren.
¿Y qué es lo que ocurre con ustedes, las chicas? Se casan -aspiran a eso, así como el interés de sus padres es que se casen- y después tienen hijos. Si disponen de algún dinero se interesan en sus saris y en cómo lucen; se preocupan por las reyertas que tienen con sus maridos y por lo que dirá la gente.
¿Alcanzan a ver todo esto? ¿Acaso no lo advierten en sus familias, en sus vecinos? ¿No han notado cómo esto ocurre todo el tiempo? Casi ninguno de ustedes averigua cuál es el significado de la educación, por qué necesitan que se les eduque, por qué sus padres quieren que se les eduque, por qué se pronuncian elaborados discursos acerca de lo que se supone que la educación está haciendo en el mundo. Ustedes quizá puedan leer las obras de Bernard Shaw, quizá puedan citar a Shakespeare o Voltaire o a algún nuevo filósofo, pero si en sí mismos no son inteligentes, si no son creativos, ¿cuál es el sentido de esta educación?
¿No es, entonces, esencial tanto para los maestros como para los estudiantes descubrir cómo ser inteligentes? La educación no consiste en que sean meramente capaces de leer y de aprobar exámenes; cualquier persona lista puede hacer esto. La educación consiste en cultivar la inteligencia, ¿no es así? Por inteligencia no entiendo la astucia o el tratar de ser hábil a fin de superar a otros. La inteligencia, por cierto, es algo completamente distinto. La inteligencia existe cuando no sienten temor ¿Y cuándo sienten temor? El temor surge cuando piensan en lo que la gente puede decir de ustedes o en lo que podrán decir sus padres; temen ser criticados, temen ser castigados o fracasar en la aprobación de un examen. Cuando el maestro les reprende o cuando no son populares en su clase, poco a poco se introduce furtivamente el temor.
El temor es, obviamente, una de las barreras para la inteligencia, ¿no es así? Y la esencia misma de la educación consiste en ayudar al estudiante -ustedes y yo- a tomar conciencia de las causas del temor y a comprenderlas, de modo tal que desde la infancia misma en adelante pueda vivir libre de temor.
¿Se dan cuenta de que están atemorizados? Sienten temor, ¿verdad? ¿O están libres de temor? ¿Acaso no sienten temor de sus padres, de sus maestros, de lo que la gente podría pensar? Supongamos que hicieron algo que sus padres y la sociedad desaprueban. ¿No sentirían temor? Supongamos que las chicas quisieran casarse con alguien que no pertenece a la clase o a la casta de ellas, ¿no tendrían miedo de lo que la gente podría decir? Si el futuro marido no ganara el dinero suficiente o si no tuviera posición o prestigio, ¿no se sentirían avergonzadas? ¿No temerían que sus amigas pudieran pensar mal de ellas? ¿Y no temen todos a la enfermedad, a la muerte?
La mayoría de nosotros tiene miedo. No digan «no» tan rápidamente. Quizá no hayamos pensado al respecto; pero si lo hacemos advertimos que casi todos en el mundo, tanto los adultos como los niños, tienen alguna clase de temor que les corroe el corazón. ¿No es función de la educación ayudar a cada individuo a librarse del temor, de modo que pueda ser inteligente? A eso aspiramos en la escuela, lo cual significa que los propios maestros han de estar realmente libres de temor. ¿De qué sirve que los maestros hablen de no tener miedo si ellos mismos temen lo que sus vecinos podrían decir, si temen a sus esposas?
Si uno está atemorizado, no puede haber iniciativa en el sentido creativo de la palabra. Tener iniciativa en este sentido es hacer algo original, hacerlo espontáneamente, naturalmente, sin ser forzado, guiado, controlado. Es hacer algo que uno ama. Ustedes deben haber visto a menudo una piedra en medio de la carretera y un automóvil que choca contra ella. ¿Alguna vez han quitado esa piedra? ¿O alguna vez, cuando salían a pasear y observaban a la gente pobre, a los paisanos, a los aldeanos, han hecho alguna cosa, la han hecho espontáneamente, naturalmente, por iniciativa propia, sin esperar que alguien les dijera lo que deben hacer?
Vean, si sienten temor, todo esto está excluido de sus vidas; se vuelven insensibles y no observan lo que ocurre alrededor de ustedes. Si sienten temor están atados por la tradición, siguen a algún líder o gurú. Cuando están atados por la tradición, cuando temen a sus maridos o a sus esposas, pierden su dignidad como seres humanos individuales.
¿No es, entonces, tarea de la educación liberarlos del temor y no prepararlos meramente para que aprueben ciertos exámenes, por necesario que esto pueda ser? Esencialmente, profundamente, ése debe ser el propósito vital de la educación y de todos los maestros; ayudarles desde la infancia a que se liberen del temor, de modo que cuando salgan al mundo sean seres humanos inteligentes, plenos de verdadera iniciativa. La iniciativa se destruye cuando están meramente copiando, cuando están amarrados por la tradición, cuando siguen a un dirigente político o a un swami religioso. Seguir a alguien es sin duda perjudicial para la inteligencia.
El proceso mismo de seguir crea una sensación de temor; y el temor cierra las puertas a la comprensión de la vida con todas sus extraordinarias complicaciones, sus luchas, sus sufrimientos, su pobreza, su opulencia y su belleza -la belleza de los pájaros o de la puesta del sol sobre el agua-. Cuando están atemorizados, son completamente insensibles a todo esto.
¿Puedo sugerirles que pidan a sus maestros que les expliquen lo que hemos estado hablando? ¿Lo harán? Descubran por sí mismos si los maestros han comprendido estas cosas, eso contribuirá a que ellos los ayuden a ser más inteligentes, a no tener miedo. En cuestiones de esta clase necesitamos maestros que sean muy inteligentes, inteligentes en el verdadero sentido, no sólo en el sentido de haber aprobado los exámenes de maestría o de licenciatura. Si les interesa, vean si pueden arreglárselas para disponer durante el día de un período en el que discutan y conversen sobre todo esto con sus maestros. Puesto que se volverán adultos, van a tener maridos, esposas, hijos, y tendrán que saberlo todo acerca de lo que es la vida, la vida con su lucha para ganarse la subsistencia, con sus desdichas, con su belleza extraordinaria. Todo esto tendrán que conocerlo y comprenderlo; y la escuela es el lugar para aprender acerca de estas cosas. Si los maestros les enseñan meramente matemáticas y geografía, historia y ciencia, es obvio que eso resulta insuficiente. Lo importante para ustedes es que estén alerta, que hagan preguntas, que descubran, de modo que puedan despertar la propia iniciativa.
CAPITULO 2
Hemos estado considerando el problema del temor. Vimos que casi todos estamos atemorizados y que el temor impide la iniciativa porque hace que nos aferremos a la gente y a las cosas como una enredadera se aferra a un árbol. Nos aferramos a nuestros padres, a nuestros maridos, a nuestros hijos e hijas, a nuestras esposas y a nuestras posesiones. Ésa es la forma exterior del temor. Estando internamente atemorizados, tenemos miedo de estar solos. Podremos poseer muchos saris, joyas y otras propiedades, pero internamente, psicológicamente, somos muy pobres. Cuanto más pobres somos en lo interno, tanto más tratamos de enriquecemos exteriormente apegándonos a las personas, a la posición, a la propiedad.
Cuando estamos atemorizados nos aferramos no sólo a las cosas externas sino también a las internas, tales como la tradición. Para la mayoría de las personas de edad avanzada y para las que en lo interno son insuficientes y vacías, la tradición importa muchísimo. ¿Han notado esto entre sus amigos, sus padres y maestros? ¿Lo han notado en sí mismos? En el momento en que hay temor, temor interno, tratan de ocultarlo bajo la respetabilidad, siguiendo una tradición, y así pierden la iniciativa. A causa de que les falta iniciativa y sólo siguen a otros, la tradición se vuelve muy importante, la tradición de lo que dice la gente, la tradición de lo que ha sido transmitido desde el pasado, la tradición que carece de vitalidad, del sabor de la vida, porque es una mera repetición sin significado alguno.
Cuando uno tiene miedo, hay siempre una tendencia a imitar. ¿Han notado eso? Las personas que tienen miedo imitan a otras; se aferran a la tradición, a sus padres, a sus esposas o maridos, a sus hermanos. Y la imitación destruye la iniciativa. ¿Saben?, cuando dibujan o pintan un árbol, no imitan el árbol, no lo copian exactamente como es, lo cual sería una mera fotografía. A fin de tener la libertad necesaria para pintar un árbol o una flor o una puesta del sol, tienen que sentir lo que estas cosas les comunican, el significado, el sentido que tienen. Esto es muy importante: que traten de comunicar el significado de lo que ven y no que meramente lo copien, porque de ese modo están abiertos al proceso creativo. Y para esto tiene que haber una mente que sea libre, que no esté cargada con la tradición, con la imitación. ¡Miren nada más que sus propias vidas y las vidas de quienes los rodean, vean lo tradicionales, lo imitativas que son!
En ciertas cuestiones están ustedes obligados a ser imitativos, tal como en las ropas que visten, en los libros que leen, en el idioma que hablan. Éstas son todas formas de imitación. Pero es necesario ir más allá de este nivel y sentimos libres para pensar las cosas por nosotros mismos, de modo que no aceptemos irreflexivamente lo que algún otro dice, sin ¡importar quién sea: un maestro en la escuela, un padre o uno de los grandes instructores religiosos. Es esencial que piensen las cosas por sí mismos y no sigan a nadie, porque el seguimiento indica temor, ¿no es así? En el momento en que alguien les ofrece algo que ustedes desean -el paraíso, el cielo o un empleo mejor-, hay temor de no obtenerlo; por consiguiente, empiezan a obedecer, a seguir. En tanto estén deseando algo se hallan atados al temor; y el temor mutila la mente de tal modo, que no pueden ser libres.
¿Saben lo que es una mente libre? ¿Alguna vez han observado la propia mente? No es libre, ¿verdad? Siempre están a la expectativa de lo que sus amigos dicen de ustedes. Esa mente es como una casa cercada por una valla o por un alambre de púas. En este estado nada nuevo puede acontecer; lo nuevo sólo es posible cuando no hay temor. Y es extremadamente difícil para la mente estar libre de temor, porque ello implica realmente estar libres del deseo de imitar, de seguir, libres del deseo de acumular riquezas o de amoldarse a una tradición, todo lo cual no quiere decir que hayan de hacer algo extravagante.
La libertad de la mente adviene cuando no hay temor, cuando la mente no desea alardear y no urde intrigas en busca de posición o prestigio. Entonces no hay sentido de imitación. Y es importante tener una mente así, una mente de verdad libre de la tradición, la cual constituye el mecanismo formador de los hábitos.
¿Es esto demasiado difícil? No creo que sea tan difícil como la geografía o las matemáticas de ustedes. Es mucho más fácil, sólo que jamás han pensado al respecto. Pasan diez o quince años de sus vidas en la escuela adquiriendo información; sin embargo, nunca se toman tiempo -ni una semana, ni siquiera un día- para pensar plenamente, completamente en algunas de estas cosas. Por eso parece tan difícil, pero en realidad no lo es en absoluto. Al contrario, si le dedican tiempo podrán ver por sí mismos cómo trabaja la mente de ustedes, cómo opera, cómo responde. Y es muy importante que empiecen a comprender su propia mente mientras son jóvenes, de otro modo crecerán siguiendo alguna tradición, lo cual tiene muy poco sentido; imitarán, o sea, que seguirán cultivando el temor y así nunca serán libres.
¿Han advertido lo atados que están a la tradición aquí, en la India? Deben casarse de cierta manera, sus padres eligen al marido o a la esposa. Deben practicar ciertos rituales; puede que éstos no tengan ningún sentido, pero están obligados a practicarlos. Tienen líderes a quienes deben seguir. Todo alrededor de ustedes, si lo han observado, refleja un estilo de vida en el que la autoridad se halla muy bien afirmada. Está la autoridad del gurú, la autoridad del grupo político, la autoridad de los padres y de la opinión pública. Cuanto más antigua es una civilización, tanto mayor es el peso de la tradición, con su serie de imitaciones; y, estando agobiada por ese peso, la mente de ustedes jamás es libre. Pueden hablar de libertad política o de cualquier otro tipo de libertad, pero como individuos nunca son libres para descubrir por sí mismos; siempre están siguiendo, siguiendo un ideal, siguiendo a algún gurú o maestro, alguna superstición absurda.
Por lo tanto, toda la vida de ustedes está restringida, limitada, confinada a ciertas ideas; y muy en lo hondo, está el temor. ¿Cómo pueden pensar libremente, si hay temor? Por eso es tan importante estar conscientes de todas estas cosas. Si ven una víbora y saben que es venenosa, se apartan, no se acercan a ella. Pero ignoran que se hallan atrapados en una serie de imitaciones que impiden la iniciativa; están atrapados en ellas inconscientemente. Pero si comienzan a tomar conciencia de ellas y de cómo los tienen sujetos, si se dan cuenta del hecho de que quieren imitar porque sienten temor de lo que la gente pueda decir, porque temen a sus padres o a sus maestros, entonces podrán mirar todas estas imitaciones en las que están atrapados, podrán examinarlas como estudian las matemáticas o cualquier otra materia.
¿Están conscientes, por ejemplo, de que tratan a las mujeres de distinta manera que a los hombres? ¿Por qué tratan desdeñosamente a las mujeres? Al menos los hombres lo hacen con frecuencia. ¿Por qué van a un templo, por qué practican rituales, por qué siguen a un gurú?
Vean, primero tienen que darse cuenta de todas estas cosas y después pueden investigarlas, cuestionarlas, estudiarlas; pero si todo lo aceptan ciegamente porque por los últimos treinta siglos ha sido así, entonces eso no tiene sentido, ¿verdad? Lo que indudablemente necesitamos son individuos como ustedes y como yo que están comenzando a examinar todos estos problemas, no de manera superficial o casual sino más y más profunda, a fin de que la mente tenga libertad para ser creativa, libertad para pensar, libertad para amar.
La educación es un medio para descubrir nuestra verdadera relación con las cosas, con otros seres humanos y con la naturaleza. Pero la mente crea ideas. Y estas ideas se vuelven tan fuertes, tan dominantes, que nos impiden mirar más allá. En tanto haya temor hay seguimiento de la tradición, hay imitación. Una mente que sólo imita es mecánica, ¿no es así? En su funcionamiento es como una máquina: no es creativa, no examina los problemas. Puede producir ciertas acciones, ciertos resultados, pero no es creativa.
Ahora bien, lo que todos debemos hacer -ustedes y yo igual que los maestros, los directores y las autoridades- es investigar juntos todos estos problemas, de modo que cuando dejen este lugar sean individuos maduros, capaces de considerar las cosas por sí mismos, sin depender de alguna estupidez tradicional. Entonces tendrán la dignidad de un ser humano verdaderamente libre. Ése es todo el propósito de la educación, no el de prepararles meramente para que aprueben ciertos exámenes y después, por el resto de sus vidas, sean derivados hacia algo que no aman, como el convertirse en abogados o en oficinistas o en amas de casa o en máquinas de engendrar niños. Tienen que insistir en que se les imparta la clase de educación que les estimule a pensar libremente y sin temor, que les ayude a investigar, a comprender; deben exigirla de sus maestros. De lo contrario, desperdician la vida, ¿no es así? Se les «educa», aprueban los exámenes de licenciatura o maestría, obtienen un empleo que les desagrada pero que aceptan a causa de que tienen que ganar dinero, se casan y tienen hijos… y ahí se quedan, clavados por el resto de sus vidas. Son desdichados, infelices, pendencieros; no tienen nada que esperar, excepto más bebés, más hambre, más desdicha. ¿Llaman a esto el propósito de la educación? Por cierto, la educación tiene que ayudarles a ser tan agudamente inteligentes que puedan hacer lo que aman y no queden atascados en algo estúpido que les hará desgraciados por el resto de sus vidas.
Por lo tanto, mientras son jóvenes deben despertar en su interior la llama del descontento, deben hallarse en un estado de revolución. Ésta es la época para inquirir, para descubrir, para crecer; por eso insistan en que sus padres y sus maestros les eduquen apropiadamente. No se satisfagan meramente con sentarse en una aula y absorber información acerca de este rey o de aquella guerra. Estén descontentos, acudan a sus maestros e inquieran, descubran. Si ellos no son inteligentes, al inquirir así les ayudarán a que sean inteligentes. Y cuando ustedes dejen la escuela crecerán en madurez, en verdadera libertad. Entonces continuarán aprendiendo durante toda la vida hasta que mueran, y serán seres humanos inteligentes, dichosos.
Interlocutor: ¿ Cómo hemos de adquirir el hábito de vivir sin temor?
K.: Mira las palabras que has usado. El «hábito» implica un movimiento que se repite una y otra y otra vez. Si haces algo una y otra vez, ¿asegura eso alguna cosa, excepto la monotonía? ¿Acaso es un hábito la ausencia de temor? Ciertamente, la ausencia de temor llega solamente cuando uno puede afrontar los acontecimientos de la vida y resolverlos a fondo, cuando puede verlos y examinarlos, pero no con una mente agotada que está presa en el hábito.
Si haces algo habitualmente, si estás preso en el hábito, eres meramente una máquina repetitivo. El hábito es repetición, es hacer irreflexivamente la misma cosa una y otra vez, lo cual ¡implica construir un muro a nuestro alrededor. Si a causa de algún hábito has construido un muro a tu alrededor, no estás libre del temor; es el propio vivir dentro del muro el que te hace temer. Cuando tenemos la inteligencia para mirar todo lo que ocurre en la vida, lo cual implica examinar cada problema, cada suceso, cada pensamiento y emoción, cada reacción, sólo entonces estamos libres del temor.
CAPITULO 3
Hemos estado hablando acerca del temor y de cómo vernos libres de él, y hemos visto cómo el temor pervierte la mente impidiéndole ser libre, creativa y privándola, por lo tanto, de la enormemente importante cualidad de la iniciativa.
Creo que debemos considerar también la cuestión de la autoridad. Ustedes saben qué es la autoridad, pero ¿saben cómo nace? El gobierno tiene autoridad, ¿no es así? Está la autoridad del estado, de la ley, del policía y del soldado. Sus padres y sus maestros tienen cierta autoridad sobre ustedes, les hacen hacer lo que ellos piensan que deben hacer: irse a dormir a cierta hora, comer la clase apropiada de comida, conocer la clase correcta de personas. Les disciplinan, ¿verdad? ¿Por qué? Dicen que es por el propio bien de ustedes. ¿Lo es? Investigaremos eso. Pero primero tenemos que comprender cómo surge la autoridad. La autoridad es coacción, compulsión, el poder de una persona sobre otra, de los pocos sobre los muchos o de los muchos sobre los pocos.
Por el hecho de que alguien sea mi padre o mi madre, ¿tiene algún derecho sobre mí? ¿Qué derecho tiene cualquiera de tratar a otro como basura? ¿Qué piensan ustedes que da origen a la autoridad?
Obviamente, en primer lugar está el deseo que cada uno de nosotros tiene de encontrar un modo seguro de comportamiento: queremos que se nos diga lo que debemos hacer. Estando confundidos, preocupados y no sabiendo qué hacer, acudimos a un sacerdote, a un maestro, a un padre o a alguna otra persona buscando una salida para nuestra confusión. A causa de que pensamos que él sabe mejor que nosotros lo que hay que hacer, vamos a ver al gurú o a algún otro hombre ilustrado y le pedimos que nos diga cómo debemos actuar. Por lo tanto, es nuestro deseo de encontrar un estilo particular de la vida, una forma de conducta, lo que da origen a la autoridad, ¿no es así?
Digamos, por ejemplo, que voy a ver a un gurú. Acudo a él porque pienso que es un gran hombre que conoce la verdad, que conoce a Dios y que, por lo tanto, puede darme paz. No sé nada acerca de todo esto por mí mismo, de modo que acudo a él, me prostemo, le ofrezco flores, le entrego mi devoción. Deseo ser consolado, que me digan lo que tengo que hacer y, de ese modo, creo una autoridad. Esa autoridad no tiene una existencia real fuera de mí.
Mientras son ustedes jóvenes, el maestro puede señalarles aquello que no conocen. Pero si es de verdad inteligente, les ayudará a que crezcan para ser también inteligentes, les ayudará a que comprendan la confusión en que viven a fin de que no busquen la autoridad, ni la de él ni la de ningún otro.
Existe la autoridad externa del estado, de la ley, del policía. Somos nosotros los que creamos exteriormente esta autoridad, porque tenemos propiedades que proteger. La propiedad es nuestra y no queremos que ningún otro la tenga, y así creamos un gobierno para que proteja lo que poseemos. El gobierno se convierte en nuestra autoridad; es nuestra invención, para que nos proteja, para que proteja nuestro estilo de vida, nuestro sistema de pensamiento. Gradualmente, a través de siglos, hemos establecido un sistema de leyes, de autoridad: el estado, el gobierno, la policía, el ejército, para que «me» proteja y proteja lo «mío».
También está la autoridad del ideal, que no es externa sino interna. Cuando decimos: «debo ser bueno, no debo ser envidioso, debo sentirme fraternal con todos», creamos en nuestra mente la autoridad de un ideal, ¿no es así? Supongamos que soy intrigante, estúpido, cruel, que lo quiero todo para mí, que deseo el poder. Ése es el hecho, es lo que realmente soy. Pero pienso que debo ser fraternal porque así lo han dicho las personas religiosas, y también porque es conveniente, provechoso decir eso; en consecuencia, creo el ideal de la fraternidad. No soy fraternal, pero por diversas razones deseo serio; de ese modo, el ideal se convierte en mi autoridad.
Entonces, a fin de vivir conforme a ese ideal, me impongo una disciplina. Me siento muy envidioso de usted porque tiene un abrigo mejor o un sari más bonito o más títulos; por consiguiente, digo: «no debo tener sentimientos de envidia, debo ser fraternal». El ideal se ha vuelto mi autoridad y trato de vivir conforme a ese ideal.¿Qué sucede entonces? Que vida se convierte en una batalla constante entre lo que soy y lo que debería ser. Me disciplino, y el estado también me disciplina; ya sea comunista, socialista o capitalista, el estado tiene ideas acerca de cómo debo comportarme. Si vivo en un estado así y hago algo contrario a la ideología oficial, soy reprimido por el estado, o sea, por los pocos que controlan el estado.
Existen en nosotros dos partes: la parte consciente y la parte inconsciente. ¿Comprenden lo que eso significa? Supongan que estoy paseando por el camino y hablo con un amigo. Mi mente consciente está ocupada con nuestra conversación, pero hay otra parte de mí que está absorbiendo inconscientemente innumerables impresiones: los árboles, las hojas, los pájaros, la luz del sol sobre el agua. Este impacto de lo externo sobre lo inconsciente ocurre todo el tiempo, aunque nuestra mente consciente esté ocupada. Y lo que absorbe el inconsciente es mucho más importante que lo que absorbe la mente consciente. Ésta puede absorber comparativamente poco. Ustedes absorben conscientemente, por ejemplo, lo que se les enseña en la escuela, y eso no es realmente mucho. Pero la mente inconsciente está absorbiendo de manera constante las acciones recíprocas entre ustedes y el maestro, entre ustedes y sus amigos; todo esto ocurre subterráneamente e importa mucho más que la mera absorción de hechos en la superficie. De manera similar, durante estas charlas de cada mañana, la mente inconsciente está absorbiendo constantemente lo que se dice, y más tarde, durante el día o durante la semana, de pronto lo recordarán. Esto tendrá un efecto mayor sobre ustedes que lo que escuchan conscientemente.
Volvamos atrás: nosotros creamos la autoridad, la autoridad del estado, de la policía, la autoridad del ideal, la autoridad de la tradición. Quiero hacer algo, pero mi padre dice: «No lo hagas». Tengo que obedecerle, de lo contrario se enojará y dependo de él para alimentarme. Él me controla mediante el temor, ¿no es así? Por lo tanto, se convierte en mi autoridad. De igual modo, estamos controlados por la tradición: «debes hacer eso y no aquello, debes vestir tu sari de cierta manera, no debes mirar a los muchachos, o a las chicas…» La tradición les dice lo que deben hacer; y la tradición, después de todo, es conocimiento, ¿verdad? Están los libros que les dicen lo que hay que hacer, sus padres les dicen lo que hay que hacer, la sociedad y la religión les dicen lo que hay que hacer. ¿Y a ustedes qué les ocurre? Quedan aplastados, abatidos. Jamás piensan, jamás actúan y viven vitalmente, porque todas estas cosas les atemorizan. Dicen que tienen que obedecer, de otro modo estarán indefensos. ¿Qué significa esto? Significa que han creado la autoridad, a causa de que están buscando un modo seguro de conducirse, una manera segura de vivir. La persecución misma de la seguridad crea autoridad, y así es como nos volvemos meros esclavos, dientes en las ruedas de una maquinaria, viviendo sin ninguna capacidad para pensar, para crear.
No sé si ustedes pintan. Si lo hacen, generalmente el maestro de arte les dice cómo pintar. Ven un árbol y lo copian. Pero pintar es ver el árbol y expresar sobre la tela o en el papel lo que sienten respecto de ese árbol, lo que significa: el movimiento de las hojas con el susurro del viento que pasa entre ellas. Para hacer eso, para captar el movimiento de la luz y de las sombras, tienen que ser muy sensibles. ¿Y cómo pueden ser muy sensibles a cualquier cosa si tienen miedo y están todo el tiempo diciendo: «debo hacer esto, debo hacer aquello, de lo contrario, ¿qué pensará la gente?». Toda sensibilidad a lo bello es paulatinamente destruida por la autoridad.
Surge, entonces, el problema de si una escuela de esta clase debe disciplinarles. Vean las dificultades que los maestros, si son verdaderos maestros, tienen que afrontar. Alguno de ustedes es una chica o un chico desobediente; si yo soy un maestro, ¿debo imponerle una disciplina? Si lo hago, ¿qué ocurre? Siendo más grande, teniendo más autoridad y todo eso, y porque me pagan para hacer ciertas cosas, le obligo a obedecer. Al hacerlo, ¿no estoy mutilando su mente? ¿No estoy comenzando a destruir su inteligencia? Si le fuerzo para que haga las cosas porque pienso que eso es lo correcto, ¿no le vuelvo estúpido? Y a ustedes les gusta ser disciplinados, que les fuercen para que hagan las cosas, aun cuando exteriormente puedan objetarle. Eso les da una sensación de seguridad. Si no les forzaran, piensan que estarían realmente mal, que harían cosas incorrectas; por lo tanto, dicen: «por favor, disciplíneme, ayúdeme a comportarme correctamente».
Entonces, ¿debo disciplinarles o más bien ayudarles a que comprendan por qué son desobedientes, por qué hacen esto o aquello? Esto significa, sin duda, que como maestro o padre no debo tener sentido alguno de autoridad. Debo ayudarles realmente a que comprendan sus dificultades, por qué son malos, por qué huyen; debo desear que se comprendan a sí mismos. Si les fuerzo no les ayudo. Si como maestro quiero ayudarles de verdad a que se comprendan a sí mismos, eso significa que sólo puedo ocuparme de unos pocos niños o niñas. No puedo tener cincuenta estudiantes en mi clase. Sólo he de tener unos pocos, de modo que pueda prestar atención individual a cada uno de ellos. Entonces, no crearé la autoridad que les obligue a hacer algo que probablemente harían por su propia cuenta una vez que se comprendieran a sí mismos.
Espero, pues, que vean cómo la autoridad destruye la inteligencia. Después de todo, la inteligencia puede advenir sólo cuando hay libertad, libertad para pensar, para sentir, para observar, para investigar. Pero si les fuerzo, les hago tan tonitos como yo lo soy; y esto es lo que por lo general ocurre en una escuela. El maestro enseña lo que sabe él y no saben ustedes. ¿Pero qué es lo que el maestro sabe? Un poquito más de matemáticas o geografía. Él no ha resuelto ninguno de los problemas vitales, no ha investigado las cosas enormemente importantes de la vida, ¡y truena como Júpiter o como un sargento mayor!
Por lo tanto, en una escuela de esta clase es esencial que, en vez de ser meramente disciplinados para que hagan lo que se les dice, se les ayude a comprender, a ser inteligentes y libres, porque entonces serán capaces de afrontar sin temor todas las dificultades de la vida. Esto requiere un maestro competente, un maestro que se interese realmente por ustedes, que no está preocupado por el dinero, por su esposa y sus hijos; y es responsabilidad tanto de los estudiantes como de los maestros crear un estado de cosas semejante. No se limiten a obedecer, descubran cómo resolver un problema por sí mismos. No digan: «hago esto porque mi padre quiere que lo haga». Descubran más bien por qué quiere él que lo hagan, por qué piensa él que una cosa es buena y alguna otra es mala. Háganle preguntas, de modo tal que no sólo despierten la propia inteligencia, sino que también le ayuden a él a ser inteligente.
¿Pero qué es lo que suele ocurrir cuando comienzan a hacerle preguntas a su padre? Él les castiga, ¿no es así? Está preocupado por su trabajo y no tiene la paciencia, el amor para sentarse y conversar con ustedes sobre las enormes dificultades de la existencia, de ganarse la vida, de tener una esposa o un marido. No quiere tomarse tiempo para examinar todo esto, de modo que les aparta o les manda a la escuela. Y en esto, el maestro es igual que el padre de ustedes, igual que cualquier otra persona. Pero es responsabilidad de los maestros, de los padres y de todos ustedes, los estudiantes, contribuir al despertar de la inteligencia.
Interlocutor: ¿De qué modo puede uno ser inteligente?
K.: ¿Qué implica esta pregunta? Quieres un método por el cual ser inteligente, lo cual implica que sabes lo que es la inteligencia. Cuando vas a algún lugar, ya sabes cuál es tu destino y sólo tienes que averiguar el modo de llegar más allá. De igual manera, piensas que sabes lo que es la inteligencia y deseas un método por el cual puedas ser inteligente. La inteligencia es el cuestionamiento del método. El temor destruye la inteligencia, ¿no es así? El temor te impide examinar, cuestionar, inquirir; te impide descubrir lo verdadero. Quizá llegues a ser inteligente cuando ya no sientas temor. Tienes que investigar todo el problema del temor y estar libre del temor; entonces existe la posibilidad de que seas inteligente. Pero si preguntas: «¿de qué modo puedo ser inteligente?», estás cultivando meramente un método y así te vuelves tonto.
Interlocutor: Todos sabemos que vamos a morir ¿Por qué le tenemos miedo a la muerte?
K.: ¿Por qué le temes a la muerte? Tal vez sea porque no sabes cómo vivir. Si supieras cómo vivir plenamente, ¿le tendrías miedo a la muerte? Si amaras los árboles, la puesta del sol, si amaras a los pájaros, la hoja que cae, si tuvieras conciencia de los hombres y mujeres que lloran, de la gente pobre, si realmente sintieras amor en tu corazón, ¿estarías temeroso de la muerte? ¿Lo estarías? No te dejes persuadir por mí. Consideremóslo juntos. Ustedes no viven con alegría, no son dichosos, no son vitalmente sensibles a las cosas; por eso preguntan qué va a pasar cuando mueran. Para ustedes la vida es dolor, por eso están mucho más interesados en la muerte. Sienten que tal vez habrá felicidad después de la muerte. Pero ése es un problema tremendo y ustedes no saben cómo investigarlo. Después de todo, en el fondo de esto está el temor: temor de morir, temor de vivir, temor de sufrir. Si no pueden comprender qué es lo que causa el temor y se libran de él, entonces no tiene mucha importancia si están viviendo o si están muertos.
Interlocutor: ¿Como podemos vivir dichosamente?
K.: Cuando estás viviendo dichosamente, ¿lo sabes? Sabes cuando estás sufriendo, cuando tienes un dolor físico. Cuando alguien te golpea o se enoja contigo, sabes que sufres. Pero cuando eres dichoso, ¿lo sabes? ¿Tienes conciencia de tu cuerpo cuando está sano? Ciertamente, la felicidad es un estado del cual somos inconscientes, del cual no nos percatamos. En el momento en que nos damos cuenta de que somos felices, dejamos de ser felices, ¿no es así? Pero casi todos ustedes sufren; siendo conscientes de eso, desean escapar del sufrimiento hacia lo que llaman felicidad. Quieren ser conscientemente felices; y en el momento en que son conscientemente felices, la felicidad se ha ido. ¿Puedes decir alguna vez que eres dichoso? Es solamente después, un instante o una semana después cuando dices: » ¡qué feliz fui, qué dichoso he sido!». En el instante real eres inconsciente de la felicidad, y ésa es su belleza.
CAPITULO 4
El problema de la disciplina es realmente muy complejo, porque la mayoría de nosotros piensa que mediante alguna forma de disciplina tendremos finalmente la libertad. La disciplina es el cultivo de la resistencia, ¿no es así? Pensamos que resistiendo, erigiendo internamente una barrera contra algo que considerarnos malo, seremos más capaces de comprenderlo y de tener libertad para vivir plenamente; pero eso no es un hecho, ¿verdad? Cuanto más resisten o luchan contra algo, tanto menos lo comprenden. Ciertamente, es sólo cuando hay libertad, verdadera libertad para pensar, para descubrir, cuando uno puede llegar a saber alguna cosa.
Pero la libertad, obviamente, no puede existir dentro de una estructura. Y casi todos nosotros vivimos en una estructura, en un mundo creado por ideas, ¿no es así? Por ejemplo, sus padres y sus maestros les dicen lo que está bien y lo que está mal, qué es dañino y qué es beneficioso. Y ustedes saben lo que dice la gente, lo que dice el sacerdote, lo que dice la tradición y lo que han aprendido en la escuela. Todo eso forma una especie de cercado dentro del cual viven, y, viviendo dentro de ese cercado, dicen que son libres. ¿Lo son? ¿Puede un hombre ser libre alguna vez, en tanto esté viviendo en una prisión?
Por lo tanto, uno ha de demoler los muros que lo mantienen preso en la tradición y descubrir por sí mismo qué es lo real, lo verdadero. Tiene que experimentar y descubrir por su cuenta, y no seguir meramente a alguien, por noble o estimulante que sea esa persona y por feliz que uno pueda sentirse en su presencia. Lo importante es ser capaz de examinar, no sólo aceptar, todos los valores creados por la tradición, todas las cosas que la gente ha dicho que son buenas, beneficiosas, valiosas. En el momento en que aceptan, empiezan a amoldarse, a imitar; y el amoldarse, el imitar, el seguir, jamás pueden hacer que uno sea libre y dichoso.
Nuestros mayores dicen que ustedes deben ser disciplinados. La disciplina se la imponen ustedes a sí mismos y les es impuesta por otros, desde fuera. Pero lo importante es estar libres para pensar, para inquirir, de modo que puedan empezar a descubrir por sí mismos. Por desgracia, la mayoría de la gente no quiere pensar, no quiere descubrir; tiene mentes cerradas. Pensar profundamente, investigar las cosas y descubrir por uno mismo lo que es verdadero, resulta muy difícil; requiere percepción alerta, investigación constante, y la mayoría de las personas no tiene ni la disposición ni la energía para eso. Dicen: «usted sabe mejor que yo; usted es mi gurú, mi maestro, y yo le seguiré».
Es entonces muy importante que desde la más tierna edad estén ustedes libres para descubrir y no se hallen cercados por un muro de «debes» y «no debes», porque si les dicen constantemente lo que deben y lo que no deben hacer, ¿qué ocurrirá con su inteligencia? Serán entidades irreflexivas que solamente siguen una carrera, a las que sus padres les dicen con quién deben casarse o no casarse; y eso, evidentemente, no es la acción de la inteligencia. Ustedes podrán pasar sus exámenes y ser muy prósperos, podrán tener buenas ropas y estar llenos de joyas, podrán gozar de amigos y de prestigio, pero en tanto estén atados por la tradición, no puede haber inteligencia.
La inteligencia, por cierto, adviene sólo cuando tenemos libertad para investigar, para considerar cuidadosamente las cosas y descubrir; de ese modo nuestra mente se vuelve muy activa, muy alerta y clara. Entonces somos individuos plenamente integrados, no entidades temerosas que, no sabiendo qué hacer, sienten internamente una cosa y exteriormente se ajustan a algo diferente.
La inteligencia les exige que rompan con la tradición y vivan su propia vida, pero están cercados por las ideas de sus padres acerca de lo que deben y lo que no deben hacer y por las tradiciones de la sociedad. En consecuencia, hay un conflicto desarrollándose internamente, ¿no es así? Ustedes son todos jóvenes, pero no creo que sean demasiado jóvenes como para no darse cuenta de todo esto. Quieren hacer algo, pero sus padres y maestros les dicen: «no lo hagas». Por eso tiene lugar una lucha interna, y en tanto no resuelvan esa lucha estarán atrapados en el conflicto, en la pena, en el dolor, deseando perpetuamente hacer algo y estando impedidos de hacerlo.
Si lo investigan cuidadosamente, verán que la disciplina y la libertad son contradictorias, y que al buscar la verdadera libertad se pone en marcha un proceso diferente que trae su propia clarificación, de modo tal que ustedes simplemente no hacen ciertas cosas.
Mientras son jóvenes, es muy importante que estén libres para descubrir y se les ayude a que descubran lo que realmente quieren hacer en la vida. Si no lo descubren mientras son jóvenes, jamás lo descubrirán y ya nunca serán individuos libres y dichosos. La semilla debe ser sembrada ahora, de modo que comiencen ahora a tomar la iniciativa.
En el camino, han pasado frecuentemente junto a aldeanas que llevan pesadas cargas, ¿no es así? ¿Qué sienten respecto de ellas? Esas pobres mujeres con los vestidos rotos y sucios, con comida insuficiente, que trabajan día tras día por un jornal de hambre, ¿sienten algo por ellas? ¿O están ustedes tan atemorizados, tan ocupados consigo mismos, con sus exámenes, con su apariencia, con sus saris, que jamás les prestan atención? Cuando las ven pasar junto a ustedes, ¿qué sienten? ¿Sienten que son mucho mejores, que pertenecen a una clase más alta y que, por lo tanto, no necesitan tener consideración por ellas? ¿No quieren ayudarlas? ¿No? Eso indica cómo piensan. ¿Acaso están todos tan embotados por siglos de tradición, por lo que dicen sus padres y sus madres, son tan conscientes de que pertenecen a cierta clase, que ni siquiera miran a los aldeanos y aldeanas? ¿Están realmente tan ciegos que no saben lo que pasa alrededor de ustedes?
Es el temor, temor a lo que dirán sus padres, sus maestros, temor a la tradición, temor a la vida, lo que destruye gradualmente la sensibilidad, ¿no es así? ¿Saben lo que es la sensibilidad? Ser sensible es sentir, recibir impresiones, tener simpatía por aquellos que sufren, tener afecto, damos cuenta de las cosas que suceden alrededor de nosotros. Cuando está repicando la campana del templo, ¿se dan cuenta de ello? ¿Escuchan el sonido? ¿Alguna vez ven la luz del sol sobre el agua? ¿Se dan cuenta de la gente pobre, de los aldeanos que han sido controlados, oprimidos durante siglos por los explotadores? Cuando ven a un sirviente que lleva una alfombra pesada, ¿le prestan ayuda?
Todo esto implica la sensibilidad. Pero ya lo ven, la sensibilidad se destruye cuando nos imponen una disciplina, cuando sentimos temor o nos interesamos mucho por nosotros mismos. Interesamos por nuestra apariencia, por nuestros saris, pensar todo el tiempo en nosotros mismos -cosa que casi todos hacemos en una u otra forma-, es ser insensibles, porque entonces la mente y el corazón están cerrados y perdemos toda apreciación de la belleza.
Ser realmente libre implica una gran sensibilidad. No hay libertad si estamos cercados por el interés propio o por distintos muros de disciplinas. En tanto nuestra vida sea un proceso de imitación no puede haber sensibilidad ni libertad. Es esencial, mientras están aquí, sembrar la semilla de la libertad, lo cual implica despertar la inteligencia; porque con esa inteligencia podrán ustedes abordar todos los problemas de la vida.
Interlocutor: ¿Es factible para un hombre librarse de todo sentimiento de temor y, al mismo tiempo, permanecer en la sociedad?
K.: ¿Qué es la sociedad? Un conjunto de valores, un conjunto de normas, regulaciones y tradiciones, ¿no es así? Uno ve estas condiciones externas y dice: «¿puedo tener una relación práctica con todo eso?» ¿Por qué no? Después de todo, si uno encaja meramente en esa estructura de los valores, ¿es libre? ¿Y qué es lo que entiendes por «factible»? Hay muchas cosas que uno puede hacer para ganarse la vida; y si eres libre, ¿acaso no puedes elegir lo que quieres hacer? ¿No es eso factible? ¿O considerarías factible olvidar tu libertad y encajar meramente en la estructura convirtiéndote en abogado, banquero, comerciante o barrendero? Ciertamente, si eres libre y has cultivado tu inteligencia, descubrirás qué es lo mejor para tí. Dejarás de lado todas las tradiciones y harás algo que amas realmente, sin considerar lo que tus padres o la sociedad aprueben o desaprueben. A causa de que eres libre hay inteligencia, y harás algo que es completamente tuyo, actuarás como un ser humano integrado.
Interlocutor: ¿Qué es Dios?
K.: ¿Como vas a descubrirlo? ¿Aceptando la información de alguna otra persona? ¿O tratarás de descubrir por tí mismo qué es Dios? Es fácil formular preguntas, pero experimentar la verdad requiere muchísima inteligencia, muchísima búsqueda e investigación.
Por lo tanto, la primera pregunta es: ¿vas a aceptar lo que otro dice acerca de Dios? No importa quién lo diga, Krishna, Buda o Cristo, porque todos pueden estar equivocados; del mismo modo puede estar equivocado tu propio gurú particular. Ciertamente, para descubrir qué es verdadero, tu mente tiene que estar libre para investigar, lo cual significa que no puede meramente aceptar o creer. Yo puedo darte una descripción de la verdad, pero no será igual que si experimentas la verdad por ti mismo. Todos los libros sagrados describen lo que es Dios, pero esa descripción no es Dios. La palabra «Dios» no es Dios, ¿verdad?
A fin de descubrir qué es verdadero, jamás debes aceptar, jamás debes ser influido por lo que puedan decir los libros, los maestros o cualquier otra persona. Si eres influido por ellos, sólo encontrarás lo que ellos quieren que encuentres. Y debes saber que tu propia mente puede crear la imagen de lo que ella desea: puede imaginar a Dios con barba o con un solo ojo, puede hacer que sea azul o púrpura. De modo que has de estar atento a tus propios deseos y no has de dejarte engañar por las proyecciones de tus propias necesidades y anhelos. Si anhelas ver a Dios de cierta manera, la imagen que verás estará de acuerdo con tus deseos; y esa imagen no será Dios, ¿verdad? Si estás sufriendo y deseas ser consolado, o si te sientes romántico o sentimental en tus aspiraciones religiosas, a larga crearás un Dios que proveerá lo que necesitas; pero eso tampoco será Dios.
Así que tu mente tiene que estar por completo libre; sólo entonces podrás descubrir lo verdadero, no mediante la aceptación de superstición alguna, no mediante la lectura de los así llamados libros sagrados ni siguiendo a ningún gurú. Sólo cuando tengas esta libertad, esta verdadera libertad respecto de las influencias externas, y también estés libre de tus propios deseos y anhelos, de modo que tu mente sea muy clara, sólo entonces te será posible descubrir lo que Dios es. Pero si meramente te sientas y especulas, entonces tu suposición es tan buena como la de tu gurú y es igualmente ilusoria.
Interlocutor: ¿ Podemos darnos cuenta de nuestros deseos inconscientes?
K.: En primer lugar, ¿te das cuenta de tus deseos conscientes? ¿Sabes lo que es el deseo? ¿Te das cuenta de que habitualmente no escuchas a nadie que esté diciendo algo contrario a lo que crees? Tu deseo te impide escuchar. Si deseas a Dios y alguien te señala que el Dios que deseas es el resultado de tus frustraciones y temores, ¿le escucharás? Por supuesto que no. Tú deseas una cosa y la verdad es algo por completo diferente. Te limitas a ti mismo dentro de tus propios deseos. Sólo te percatas a medias de tus deseos conscientes, ¿no es así? Y mucho más difícil es darse cuenta de los deseos que están muy ocultos. Para descubrir lo que está oculto, para descubrir cuáles son sus propias motivaciones, la mente que investiga tiene que ser absolutamente clara y estar completamente libre. Por lo tanto, primero tienes que darte cuenta plenamente de tus propios deseos conscientes; entonces, a medida que te vuelvas cada vez más alerta a lo que está en la superficie, podrás ir penetrando más y más en lo profundo.
Interlocutor: ¿Por qué algunas personas nacen en condiciones de pobreza, mientras que otras son ricas y acomodadas?
K.: ¿Qué es lo que piensas tú? En vez de preguntármelo y esperar mi respuesta, ¿por qué no averiguas lo que tú sientes al respecto? ¿Piensas que es algún proceso misterioso al que llamas karma? En una vida anterior has vivido noblemente y, debido a eso, ¡ahora estás siendo recompensado con riqueza y posición! ¿Es así? O habiendo actuado mal en una vida anterior, ¡estás pagando por ello en esta vida!
Mira, éste es realmente un problema muy complejo. La pobreza es culpa de la sociedad, una sociedad en la que los codiciosos y los astutos prosperan y alcanzan la cúspide. Y nosotros queremos la misma cosa, también queremos trepar por la escalera y llegar a la parte de arriba. Y cuando todos queremos llegar arriba, ¿qué sucede? Pisamos a alguien; y el hombre al que pisan, al que destruyen, pregunta: «¿por qué la vida es tan injusta? Ustedes lo tienen todo y yo no tengo capacidad, no tengo nada». En tanto sigamos trepando por la escalera del éxito, siempre existirán el enfermo y el mal alimentado. Es el deseo de éxito el que tiene que ser comprendido y no por qué hay ricos y pobres o por qué algunos tienen talento y otros no tienen ninguno. Lo que tiene que cambiar es nuestro deseo de trepar, nuestro deseo de ser grandes, de alcanzar el éxito. Todos aspiramos al éxito, ¿no es así? Allí radica la culpa y no en el karma o en alguna otra explicación. El hecho real es que todos nosotros deseamos estar en la cima; quizá no en la cima misma, pero al menos tan alto en la escalera como seamos capaces de treparla. En tanto exista este impulso de ser grande, de ser «alguien» en el mundo, vamos a tener al rico y al pobre, al explotador y a los explotados.
Interlocutor: ¿Es Dios un hombre o una mujer, o es algo completamente misterioso?
K.: Acabo de contestar esa pregunta y me temo que no escuchaste. Este país está dominado por los hombres. Supongamos que digo que Dios es una señora, ¿qué harías? Rechazarías eso porque estás lleno con la idea de que Dios es un hombre. Así que tienes que descubrirlo por ti mismo; pero para descubrir, tienes que estar libre de todo prejuicio.