La Naturaleza Guía a los más Pequeños
Adriana Pérez Pesce • 11/11/10 • En la Categoría Educación y cultura
“Guten Morgen, good morning, buenos días, buongiorno”. Porque saben y sienten la importancia de empezar el día con alegría, los niños que acuden a El Lirio Azul entonan con energía y entusiasmo esta canción, invariable para cualquier época del año. El resto de las melodías, casi siempre acompañadas por los suaves pero firmes acordes del piano que algún padre se anima a tocar, cambian para el invierno, la primavera, el verano y el otoño.
Los chicos viven de manera intuitiva los procesos de la naturaleza en las distintas estaciones del año y por ello, a cada tiempo le corresponden cuentos, historias, artesanías y cánticos determinados, que profundizan la unión del niño con su entorno.
La jornada comienza a las 9 con canciones y la compañía de muchos padres que participan de un corro, junto a profesores y alumnos. Luego de despedirse, cada peque acude a su grupo donde, entre otras actividades, podrá pintar con ceras o acuarelas, amasar pan o practicar euritmia, según el día de la semana.
En el exterior, un arenero, un gallinero, columpios y una huerta con forma de sol; en el interior de la casa, piñas, maderas, piedras, conchas, trozos de lana, telas, muñecas de trapo y bloques de madera son algunos de los objetos que alimentan la imaginación de los pequeños durante el día.
La Asociación Cultural El Lirio Azul, ubicada en Torrelodones, al norte de Madrid, es un espacio donde se trabaja con la pedagogía Waldorf y fue creada por el maestro Javier Dorda en 2005 junto a un grupo de padres interesados en la filosofía concebida por el pensador austríaco Rudolf Steiner.
Al igual que otras iniciativas Waldorf, la familia y los profesores trabajan en forma conjunta en la tarea educativa, administrativa y económica de la entidad. En este marco, la madre de una niña ha comentado a Noticias Positivas cómo ve y siente al Lirio Azul:
“Al principio, dos esbeltos cipreses nos saludan, rasgando la visión de una robusta casa de piedra con ventanas rojas. Al final, el gallinero donde una pava blanca pasea ostentosa entre sus amigas, más humildes, las gallinas, que saluda a propios y extraños, con su inconfundible gorjeo.
Al girarnos para cerrar el portón, una huerta como un sol nos sorprende, los caballones como rayos de oscura tierra, extienden sus brazos cargados de coloridas primaveras, ajos y cebollas, berzas y rojos tomates en el verano. Un arco y tejos, tejos de copa baja, el lugar en el que al cobijo de sus ramas se producen grandes aventuras… barcos asaltados por piratas, cuevas mágicas y niños, siempre niños encaramados a sus ramas.
Una diminuta campanita alegra la puerta de la casa y desde su privilegiada posición todo lo observa. La tenue luz que nos acoge en la entrada y un olor embarga el ambiente, olor de niños, de acuarelas, de alimentos que se escapan de la cocina donde se calientan en sus ollas. Si hay suerte y es jueves el pan en el horno recién hecho, amasado por manos diminutas, llenará todos los rincones y su sabor será inigualable.
El aire está lleno de serenidad, seremos partícipes del bullicio infantil, risas, canciones, incluso algún llanto al comienzo de la mañana pero la serenidad forma parte de ello. Niños grandes, niños que recién caminan, comparten pinturas, ceras de modelar, bloques de madera, casitas preparadas para ofrecer un diminuto café, muñecas de trapo que contemplan con su admirada carita el mundo desde sus cunas. Una silla será un trono o una torre de vigía en sus juegos, una tela cobijará, siendo capa, a un rey o será la larga falda de una lavandera. Se cuidan entre ellos, aprender a ceder ante el más débil, a admirar las destrezas del mayor, a darse cuenta de sus propios progresos.
Los niños son los protagonistas, los que cada mañana reciben con una sonrisa, una caricia, una pequeña celebración con su llegada por parte de sus jardineros. Ninguno se siente rechazado, por su decir, por su comportamiento o su rabieta, serán dirigidos, guiados pero nunca dejados de lado y eso, les dará seguridad para crecer.
¿Con qué quedarse? ¿Con la mirada brillante de los niños cuando les alumbra la luz de sus farolillos en las noches más oscuras del año? ¿Con los bracitos que inundan el aire de ángeles y estrellas que celebran la Navidad? ¿Con la ilusión en que buscan los huevos de Pascua que la saltarina liebre ha escondido en el jardín? ¿O con las coronas de cintas de colores ondeando en la calidez del principio del verano?
Elegid pues”.
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