La nueva visión espiritual: Intuiciones Iniciales (The Celestine Vision), por James Redfield

Jorge Gomez (333)

James Redfield

En este libro singular, James Redfield analiza cien años de descubrimientos en física y psicología para mostrar una síntesis inevitable de las ideas de Oriente y Occidente. El mensaje inconfundible de esta convergencia es que la historia humana tiene un propósito, que tanto los milagros como los hallazgos científicos forman parte de la evolución hacia un mundo mejor.

Con la misma inmediatez que hizo tan reveladores sus libros anteriores, Redfield nos guía a través de las estrategias que nos ayudan a reconocer y a explorar nuestra propia visión existencial. Sondea las energías negativas de nuestros dramas personales, las experiencias místicas que los resuelven y el proceso mediante el cual podemos descubrir nuestra misión única en este planeta. Paso a paso, nos ayuda a examinar las fronteras más lejanas de nuestra memoria, evocando los detalles de la Otra Vida y una Visión del Mundo que puede guiar nuestras acciones en el futuro.

La verdad última que nos guía hacia este renacimiento trascendental es que todos somos seres espirituales que actuamos para espiritualizar la cultura de la Tierra. Lo único que debemos hacer es sostener esa visión y actuar con coraje, y el mundo realmente se transformará.

JAMES REDFIELD NOS INVITA A DESCUBRIR NUESTRO ASOMBROSO POTENCIAL INTERIOR Y A PARTICIPAR DEL DESPERTAR PLANETARIO QUE YA ESTÁ EN MARCHA

Cuando James Redfield escribió “La Novena Revelación” y “La Décima Revelación” cristalizó una nueva visión espiritual para millones de personas de todo el mundo. Estos libros describen un renacimiento global que ya se ha iniciado y señalan emocionantes experiencias espirituales que todos podemos reconocer.

Ahora, en “La Nueva Visión Espiritual”, discute por primera vez el trasfondo histórico y científico de este despertar planetario… un despertar que nos modelará, así como a nuestro mundo, en el nuevo milenio.

Capítulo a capítulo, Redfield nos revela esta nueva visión y nos invita a explorar un nuevo universo de posibilidades:

–          Intuiciones iniciales

–         Experimentar las coincidencias

–         Comprender dónde estamos

–         El ingreso en el universo sensible

–         Más allá de las luchas de poder

–         La experiencia de lo místico

–         Descubrir quiénes somos

–         Una evolución conciente

–         Vivir la nueva ética interpersonal

–         El avance hacia una cultura espiritual

–         La visión desde la otra vida

Los que leyeron sus libros anteriores y ansiaban saber más sobre las ideas expresadas en sus páginas, comprobarán que “La Nueva Visión Espiritual” expandirá  aún más su conciencia acerca de los cambios que tendrán lugar en este momento histórico.

Los que lo leen por primera vez se sorprenderán ante la fuerza y claridad de su mensaje transformador.

 

 

*   *   *

 

 

Para todos los que buscan la luz interior

AGRADECIMIENTOS

Las personas que guiaron la evolución de “La nueva visión espiritual” son muchas más de las que puedo citar aquí. Pero debo mencionar a John Diamond y Beverly Cambe por sus intuiciones estratégicas, a John Winthrop Austin por su investigación inagotable, a Claire Zion por su esmerada corrección, y a Salle Merrill Redfield por su apoyo constante. Quiero, sobre todo, dar las gracias a las almas valientes, pasadas y presentes, por producir las verdades que iluminan nuestro despertar.

PREFACIO:

OBSERVAR LA TRANSFORMACIÓN

No hace falta el misterio de un nuevo milenio para convencernos de que algo está cambiando en la conciencia humana. Para quienes tienen una mirada perceptiva, los signos están por doquier. Las encuestas revelan un interés cada vez mayor en lo místico y lo inexplicable. Futuristas respetados ven una búsqueda universal de satisfacción y sentido interiores.’ Y todas las expresiones generales de la cultura -libros, documentales de televisión, el contenido de los diarios- reflejan una creciente protesta cuyo objetivo es volver a la calidad y la integridad y reconstruir un sentido de la ética basado en la comunidad.

Más importante aún: podemos sentir que algo está cambiando en la calidad de nuestra propia experiencia. Nuestro punto de atención parece estar alejándose de los argumentos abstractos sobre la teoría espiritual o el dogma para alcanzar algo más profundo: la verdadera percepción de lo espiritual tal como se produce en la vida diaria.

Cuando me preguntan a qué atribuyo la popularidad de mis dos primeras novelas, La Novena Revelación y La Décima revelación, siempre respondo que esta aceptación no es más que un reflejo del reconocimiento masivo de las experiencias espirituales específicas que estos libros describen.

Aparentemente, cada vez somos más los que tomamos conciencia de las coincidencias llenas de sentido que ocurren todos los días. Algunos de estos hechos tienen un alcance amplio y son estimulantes. Otros son pequeños, casi imperceptibles. Pero todos nos dan pruebas de que no estamos solos, de que algún misterioso proceso espiritual está influyendo en nuestras vidas. Una vez que experimenta­mos la sensación de inspiración e intensidad que evocan estas percepciones, es casi imposible no prestar atención. Empezamos a estar atentos a esos hechos, a esperarlos y a buscar de manera activa una comprensión filosófica superior de su aparición.

Mis dos novelas son lo que yo denomino parábolas de aventura. Fueron mi forma de ilustrar lo que es para mí una nueva conciencia espiritual que desciende sobre la humani­dad. En las aventuras traté de describir las revelaciones personales que cada uno de nosotros experimenta a medida que la conciencia aumenta. Escritas como historias y basadas en mis propias experiencias, resultaba fácil describir estas revelaciones dentro de un argumento específico y un grupo de personajes muy similares a los que se daban en el mundo real.

En ese papel, siempre me imaginé como un periodista o un comentarista social que trata de documentar empíricamente e ilustrar cambios particulares en el ethos humano que en mi opinión ya están ocurriendo. De hecho, creo que la evolución sigue avanzando a medida que la cultura adquiere una percepción espiritual mayor. Están proyectadas por lo menos dos novelas más en la serie de las revelaciones.

Para este libro elegí un formato que no fuera ficción porque pienso que, como seres humanos, estamos en un lugar muy especial en relación con esta conciencia cada vez mayor. Da la sensación de que todos la vislumbramos, la vivimos inclu­so durante un tiempo y luego, por razones que abordaremos precisamente en este libro, muchas veces perdemos el equilibrio y debemos luchar por recuperar nuestra perspectiva espiritual. Este libro plantea cómo enfrentar esos desafíos, y creo que la clave radica en nuestra capacidad para hablar de lo que experimentamos entre nosotros, y hacerlo del modo más abierto y honesto posible.

Afortunadamente, hemos pasado un importante hito en este sentido. Daría la impresión de que hablamos de nuestras experiencias espirituales sin reparar en la timidez o en el mie­do a la crítica. Todavía abundan los escépticos, pero el equilibrio de la opinión parece haberse modificado, de mane­ra que la reacción instintiva de burla del pasado ya no es tan común. En una época tendíamos a ocultar nuestras experien­cias sincrónicas y hasta las desdeñábamos por temor a ser objeto de burlas y de ridículo. Ahora, en apenas unos años, los platillos de la balanza se inclinaron en la otra dirección, y los que son mentalmente muy cerrados ven cuestionado su escepticismo.

La opinión pública está cambiando, creo, porque somos bastante numerosos los que tenemos conciencia de que ese escepticismo extremo no es nada más que un viejo hábito formado por siglos de adhesión a la visión newtoniano­cartesiana del mundo. Sir Isaac Newton fue un gran físico, pero, como afirman muchos pensadores actuales, no captó el universo en su totalidad, y lo redujo a una máquina secular al describirlo como si funcionara sólo de acuerdo con leyes mecánicas inmutables. René Descartes, filósofo del siglo XVII, precedió a Newton popularizando la idea de que lo único que debemos conocer sobre el universo son sus leyes básicas, y que, si bien estas operaciones pueden haber sido puestas en movimiento por un creador, ahora funcionan por sí mismas? Después de Newton y Descartes, toda afirmación en el sentido de que existiera una fuerza espiritual activa en el universo o de que esa experiencia espiritual superior fuera algo más que un delirio fue casi siempre rechazada de plano.

En este libro veremos que esta vieja cosmovisión mecanicista cayó en el descrédito ya en las primeras décadas del siglo xx, sobre todo a través de la influencia de Albert Einstein, los pioneros de la física del quantum y la investigación más reciente sobre la oración y la intenciona­lidad. Pero los prejuicios de la cosmovisión mecanicista permanecen en nuestro consciente, custodiados por un es­cepticismo extremo que sirve para mantener alejadas las percepciones espirituales más sutiles que pondrían en duda sus supuestos.

Es importante comprender cómo funciona esto. En la mayoría de los casos, para vivir una experiencia espiritual superior debemos estar por lo menos abiertos a la posibilidad de que dicha percepción exista. Ahora sabemos que, para poder experimentar los fenómenos espirituales, debemos suspender o «poner entre paréntesis» el escepticismo y tratar de abrirnos a ellos de todas las maneras posibles. Debemos «llamar a la puerta», como dicen las Escrituras, para llegar a detectar alguna de estas experiencias espirituales.

Si abordamos a la experiencia espiritual con una mente demasiado cerrada y dubitativa, no percibimos nada y con ello nos probamos, errónea y reiteradamente, que la experiencia espiritual más elevada es un mito. Durante siglos apartamos estas percepciones, no porque no fuesen reales, sino porque en ese entonces no queríamos que lo fueran, ya que no encajaban en nuestra visión secular del mundo.

Como veremos más adelante en detalle, esta actitud escéptica adquirió supremacía en el siglo XVII porque la cosmovisión medieval declinante que reemplazó estaba llena de teorías artificiales, de charlatanes delirantes, brujas, venta de salvación y todo tipo de locuras. En este contexto, la gente pensante anhelaba una descripción científica y establecida del universo físico que echara por tierra toda esa ridiculez. Queríamos ver a nuestro alrededor un mundo confiable y natural. Queríamos librarnos de la superstición y el mito y crear un mundo en el que pudiéramos desarrollar una seguridad económica, sin pensar que surgirían en la oscuridad cosas extrañas y curiosas para asustarnos. Debido a esta necesidad, de manera muy comprensible empezamos la era moderna con una visión del universo sumamente materialista y simplificada.

Decir que pecamos por exceso de celo es poco. La vida en los tiempos modernos empezó a estar desprovista de la inspiración que sólo puede aportar el sentido espiritual más elevado. Hasta nuestras instituciones religiosas se vieron afectadas. Los milagros de la mitología religiosa fueron reducidos con frecuencia a metáforas y las Iglesias pasaron a ocuparse más de la unión social, la enseñanza moral y la creencia espiritual que de la búsqueda de una verdadera experiencia espiritual.

No obstante, con nuestra percepción de la sincronicidad y otras experiencias espirituales en el momento histórico actual, nos estamos conectando con una espiritualidad genuina que siempre fue un potencial. En cierto modo, esta conciencia ni siquiera es nueva. Es el mismo tipo de experiencia que algunos seres humanos tuvieron a lo largo de la historia, documentada por todo un tesoro de autores y artistas de todo el mundo, entre los cuales se cuentan Williams James, Carl Jung, Thoreau y Emerson, Aldous Huxley (que llamó a ese conocimiento «filosofía perenne») y, en décadas recientes, George Leonard, Michael Murphy, Fritjof Capra, Marilyn Ferguson y Larry Dossey.

No obstante, el nivel en que estas experiencias ingresan actualmente en la conciencia humana no tiene precedente. Son tantas las personas que están teniendo experiencias personales espirituales, que estamos creando nada menos que una nueva cosmovisión que incluye y amplía al viejo materialismo y lo transforma en algo más avanzado.

El cambio social del que hablamos no es una revolución, en la que se destruyen y reconstruyen las estructuras de la sociedad cuando una ideología vence a la otra. Lo que está ocurriendo ahora es un cambio interior en el cual el individuo cambia primero y las instituciones de la cultura humana parecen más o menos iguales pero son rejuvenecidas y transformadas in situ, debido a la nueva perspectiva de quienes las mantienen.

Al producirse esta transformación, es posible que la mayoría de nosotros continuemos en la línea general de trabajo que siempre seguimos, en las familias que amamos y en las religiones específicas que nos parecen más verdaderas. Pero nuestra visión de cómo deberíamos vivir y experimentar el trabajo, la familia y la vida religiosa se transformará considerablemente al integrar las experiencias superiores que percibimos y actuar en base a ellas.

Mi observación -como dije antes- es que esta transfor­mación de la conciencia está extendiéndose en la cultura humana por una especie de contagio social positivo. Una vez que un número suficiente de individuos empiece a vivir esta conciencia en forma abierta, a hablar de ella con libertad, otros verán esta conciencia modelada y enseguida se darán cuenta de que les permite vivir hacia fuera más de lo que ya saben intuitivamente en su interior. Después, estos otros empezarán a emular el nuevo enfoque, descubrirán a la larga esas mismas experiencias -y otras- para sí mismos, y pasarán a ser modelos por derecho propio.

Éste es el proceso de la evolución social y de producción de consenso en el que estamos todos comprometidos en estos últimos años del siglo xx. De esta manera estamos creando, creo, una forma de vida que en definitiva impulsará el siglo y el milenio. El propósito de este libro es analizar de manera más directa las experiencias que muchos compartimos, examinar la historia de nuestro despertar y mirar con atención los desafíos específicos que implica vivir todos los días esta forma de vida.

Espero que este trabajo confirme la realidad implícita en la información ilustrada en las dos primeras novelas de la serie de las Revelaciones y que, aunque diste de estar completo, ayude a esclarecer nuestra imagen de la nueva conciencia espiritual que ya está formándose.

J. R.

Verano de 1997

1

INTUICIONES INICIALES

Nuestra nueva conciencia espiritual empezó a aparecer, creo, a fines de la década de los 50, cuando, en la cima misma del materialismo moderno, algo muy profundo empezó a ocurrir en nuestra psique colectiva. Como si, parados sobre el pináculo de siglos de logro material, hubiéramos hecho una pausa para preguntarnos: «¿Y ahora qué?». Parecía haber una intuición masiva de que algo más era posible en la vida huma­na, que era posible alcanzar un sentido más amplio de realización del que nuestra cultura había sido capaz de articu­lar y vivir.

Lo primero que hicimos con nuestra intuición fue, desde luego, mirarnos a nosotros mismos -o más bien mirar las intuiciones y los estilos de vida que veíamos en la cultura que nos rodeaba- con una suerte de crítica despiadada. Tal como fue claramente documentado, el clima emocional de la época era rígido y centrado en la idea de clase. A judíos, católicos y mujeres les costaba mucho alcanzar posiciones de liderazgo. Los negros y otras minorías étnicas eran excluidos por completo. Y el resto de la sociedad adinerada sufría un caso generalizado de categorización material.

Con el sentido de la vida reducido a la economía secular, el status se alcanzaba por el éxito que se mostraba, a partir de lo cual se inventó todo tipo de esfuerzos desopilantes por no ser menos que los demás. A casi todos nos inculcaron una orientación hacia el exterior terriblemente rígida que nos hacía juzgarnos a nosotros mismos siempre de acuerdo con lo que pudiera pensar la gente que nos rodeaba. Y anhelábamos una sociedad que pudiera liberar de alguna manera nuestro potencial.

LA DÉCADA DE LOS 60

Por eso empezamos a pedirle más a nuestra cultura, lo cual desembocó en los numerosos movimientos reformadores que caracterizaron la década de los 60. Surgieron rápidamente muchas iniciativas legales que buscaban la igualdad racial y sexual, la protección del medio ambiente e incluso la oposición a la desastrosa guerra no declarada en Vietnam. Ahora podemos ver que, por debajo de la conmoción, la década de los 60 representó el primer punto de partida masiva -la primera «grieta en el huevo cósmico», como lo denominó Chilton Pearce- en la cosmovisión secular dominante.’ La cultura occidental, y hasta cierto punto la cultura humana en general, empezaba a superar su orientación materialista para buscar un sentido filosófico más profundo en la vida.

Empezamos a sentir, en una escala mayor que nunca, que nuestras conciencia y experiencia no tenían por qué ser limitadas por la visión estrecha de la era materialista, que todos debían funcionar e interactuar en un nivel más elevado.

Sabíamos, en un nivel más profundo del que podíamos explicar, que de alguna manera podíamos escapar y ser más creativos y libres y estar más vivos como seres humanos.

Por desgracia, nuestras primeras acciones reflejaron los dramas competitivos de la época. Todos mirábamos a los de­más y a las diferentes instituciones que nos irritaban y exigíamos que las estructuras sociales fueran reformadas. En esencia, mirábamos en derredor a nuestra sociedad y les decíamos a los otros: «Deberían cambiar». Si bien este activismo sin duda trajo aparejadas reformas legales básicas que resultaron útiles, mantuvo intactos los problemas más personales de inseguridad, miedo y ambición que siempre constituyeron el núcleo del prejuicio, la desigualdad y el daño ambiental.

LA DÉCADA DE LOS 70

Para cuando llegaron los años 70, empezábamos a comprender este problema. Como veremos más adelante, la influencia de los psicólogos de las profundidades, el nuevo enfoque humanístico en la terapia y el creciente volumen de literatura de autoayuda en el mercado empezó a infiltrarse en la cultura. Nos dimos cuenta de que les pedíamos a los otros  que cambiaran pero pasábamos por alto los conflictos que teníamos adentro. Empezamos a ver que, si queríamos encontrar ese «más» que estábamos buscando, debíamos dejar de lado el comportamiento de los demás y mirar hacia adentro. Para cambiar el mundo, primero debíamos cambiar nosotros.

Casi de un día para otro, ir a ver a un terapeuta dejó de tener un estigma negativo y pasó a ser aceptable; se puso de moda analizar en forma activa nuestra psique. Descubrimos que una revisión de nuestra historia familiar temprana, como bien sabían los freudianos, creaba muchas veces una suerte de percepción o catarsis sobre las ansiedades y defensas indivi­duales, y también cómo y cuándo esos complejos se originaban en nuestra infancia.

A través de ese proceso pudimos identificar las formas en que refrenábamos nuestra realización o nos reprimíamos. De inmediato nos dimos cuenta de que esta focalización interior, este análisis de nuestra historia personal, era útil e importante. No obstante, a la larga, seguíamos viendo que algo faltaba. Veíamos que podíamos analizar nuestra psicología interna durante años y que, no obstante, cada vez que estábamos en situaciones de mucho estrés e inseguridad volvían a presentarse los mismos viejos miedos, reacciones y exabruptos.

A fines de la década de los 70 nos dimos cuenta de que nuestra intuición del «más» no podía ser satisfecha sólo con terapia. Lo que intuíamos era una nueva conciencia, un nuevo sentido de nosotros mismos y un flujo de experiencia superior que reemplazaría los viejos hábitos y reacciones que nos afligían. La vida más plena que sentíamos no tenía que ver con el mero crecimiento psicológico. La nueva conciencia requería una transformación más profunda que sólo podía ser calificada de espiritual.

LAS DÉCADAS DE LOS 80 Y LOS 90

En los años 80, esta percepción nos hizo ir en tres direcciones. La primera estuvo marcada por una vuelta a las religiones tradicionales. Con una renovada chispa de compromiso muchos nos embarcamos en una nueva lectura de las Escrituras y de los rituales sagrados de nuestra herencia, buscando la respuesta a nuestra intuición en una consideración más profunda de los caminos espirituales con­vencionales.

El segundo rumbo fue una búsqueda espiritual más general y personal que nosotros mismos dirigimos, en la que procuramos un entendimiento más ajustado de los caminos espirituales más esotéricos que se habían encontrado a lo largo de la historia.

La tercera dirección fue una huida total del idealismo o la espiritualidad. Frustrados con la introspección de las décadas de los 60 y 70, muchos quisimos volver a capturar el materialismo aletargado de los años 50, cuando la sola vida económica parecía bastar. No obstante, este intento por transformar la gratificación económica en un sustituto de ese sentido de la vida más elevado que intuíamos desembocó tal vez simplemente en una presión interna de enriquecernos rápido. Ejemplos de los excesos que caracterizaron la década de los 80 fueron los escándalos de las empresas de ahorro y préstamo y la gran corrupción en el mercado de valores.

Siempre definí los años 80 como un retorno al Salvaje Oeste, en el que los tres impulsos -un intento de vuelta al materialismo y un renovado análisis de lo espiritual tanto viejo como nuevo- se agitaron y compitieron violentamente. Como vemos ahora retrospectivamente, fueron todos intentos de encontrar ese algo «más» que sentíamos a la vuelta de la esquina. Experimentábamos, fingíamos, competíamos por atraer la atención, con lo cual elevamos gran parte de lo que hacíamos al nivel de una moda superficial y, a la larga, nos sentimos decepcionados.

Con todo, creo que todo lo que pasó en la década de los 80 fue importante, en especial este primer interés masivo en distintos enfoques espirituales. Fue un paso necesario que nos dejó cansados de la publicidad inflada y el comercialismo y nos llevó a un nivel más profundo. En cierto modo fue una depuración que nos llevó a buscar una esencia verdadera y nos convenció al fin de que procurábamos un cambio más profundo en nuestras actitudes y nuestra forma de ser.

De hecho, creo que la intuición colectiva de la década de los 80 adquirió la forma de un mensaje básico: más allá de que analicemos la espiritualidad de nuestras religiones tradiciona­les o las experiencias descritas por los místicos de un camino más esotérico, hay una profunda diferencia entre conocer y debatir la percepción espiritual y experimentar realmente estas percepciones de un nivel personal.

A principios de la década de los 90, pues, estábamos en un lugar muy importante. Si nuestra intuición de los años 60 era acertada y era posible una experiencia de vida más plena, sa­bíamos con claridad que debíamos superar una consideración meramente intelectual y encontrar la experiencia real. Como consecuencia de ello, la publicidad inflada y la moda desaparecieron, pero la búsqueda de la experiencia real no. Por eso nuestra apertura a la espiritualidad alcanzó ahora un nuevo nivel de autenticidad y discusión.

LA BÚSQUEDA DE LO REAL

Dentro de este marco se publicaron La Novena Revelación, La Décima Revelación y toda una serie de libros que abordaban el tema de la percepción espiritual real. Libros que fueron leídos por millones de personas en todo el mundo y que llegaron a la corriente dominante precisamente porque intentaban describir nuestros anhelos espirituales en términos reales, señalando experiencias que de veras podían vivirse.

En la década de los 60, el idealismo predominante de la época me llevó hacia una carrera en la que trabajaba con adolescentes con problemas emocionales y sus respectivas familias, primero como asistente social y luego como administrador. Mirando para atrás, veo una profunda relación entre esas experiencias laborales y la posterior creación de la Revelación. A través del trabajo con esos jóvenes, que en todos los casos habían experimentado un grave maltrato en su infancia, empecé a tener un panorama más amplio de lo que debían superar. Para reparar lo que les había pasado, debían embarcarse en un viaje particular que en cierto modo debía incluir lo trascendente.

La angustia del abuso en los primeros años de vida crea en los niños una marcada necesidad de controlar la existencia. Modelan dramas, a veces graves y autodestructivos, para darse un sentido y por ende reducir su angustia. Romper el esquema de esos dramas puede resultar sumamente difícil, pero los terapeutas lo lograron, facilitando la percepción de los momentos pico de éxito con ejercicios atléticos, interacciones grupales, meditación y otras actividades. Estas actividades apuntan a promover la experiencia de un yo superior que reemplace la vieja identidad y su esquema de reacción concomitante.

Hasta cierto punto, cada uno de nosotros se ve afectado de una u otra manera por el mismo tipo de angustia que experimentan los chicos maltratados. Por fortuna, en la mayoría de los casos esta angustia es de un grado inferior y nuestros esquemas de reacción no son tan extremos, pero el proceso, el nivel de crecimiento que implica, es exactamente el mismo. Esta toma de conciencia a partir de lo que vi en mi trabajo aclaró en mi mente lo que parecía estar viviendo toda la cultura. Sabíamos que la vida, como de costumbre, parecía estar perdiéndose algo a lo que se podía llegar a través de una experiencia transformadora interior, un cambio real en la forma en que nos percibíamos nosotros mismos y nuestra vida susceptible de producir una identidad personal más elevada y más espiritual. El esfuerzo por describir esta trayectoria psicológica fue la base de La Novena Revelación.

LA REVELACIÓN

El período en que escribí La Novena Revelación se extendió de enero de 1989 a abril de 1991 y se caracterizó por una suerte de proceso de ensayo y error. Curiosamente, mientras recordaba experiencias anteriores y escribía sobre ellas, entre­lazándolas en un relato de aventura, ocurrían coincidencias asombrosas que enfatizaban los argumentos específicos que quería plantear. Aparecían libros en forma misteriosa, o tenía encuentros oportunos con la clase exacta de individuos que trataba de describir. A veces se me acercaban extraños sin un motivo evidente y me hablaban de sus experiencias espirituales. Obligado a darles el manuscrito, descubrí que sus reacciones siempre señalaban la necesidad de una revisión o una ampliación.

La señal de que el libro estaba casi terminado se produjo cuando muchas de esas personas empezaron a pedirme copias del manuscrito para sus amigos. Mi primera búsqueda de editor no tuvo éxito y chocó contra el primero de los que ahora califico muros de ladrillos. Todas las coincidencias se interrumpieron y me sentí paralizado. En ese momento, empecé al fin a aplicar lo que considero como una de las verdades más importantes de la nueva conciencia. Fue una actitud que conocía y que había experimentado antes pero que todavía no estaba lo bastante integrada a mi consciente para recurrir a ella en una situación estresante.

Yo interpretaba la falta total de oportunidades de edición como un fracaso, un hecho negativo, y ésa era la interpretación que frenaba las coincidencias que hasta ese momento sentía que me habían hecho avanzar. Cuando me di cuenta de lo que pasaba, de golpe presté atención e hice más correcciones en el libro enfatizando este punto. Y en mi propia vida, supe que debía tratar este avance como cualquier otro hecho. ¿Qué sentido tenía? ¿Dónde estaba el mensaje?

A los pocos días, una amiga me contó que había conocido a un individuo que acababa de mudarse a nuestra zona proveniente de Nueva York, donde había trabajado en una editorial durante muchos años. De inmediato vi en mi mente una imagen de mí mismo yendo a verlo, y la intuición contenía una profunda sensación de inspiración. Al día siguiente fui a verlo y las coincidencias se reanudaron. Quería trabajar con individuos que proyectaran publicar personalmente, me dijo, y ya que mi manuscrito estaba obteniendo una cantidad considerable de referencias boca a boca, le parecía que ese enfoque podía tener éxito.

Al poco tiempo ya estábamos listos para imprimir y yo había conocido a Salle Merrill, quien me aportó una perspectiva femenina sensible y un énfasis oportuno en la importancia de dar. De los primeros tres mil ejemplares del libro que imprimimos, enviamos por correo o entregamos en forma personal mil quinientos a librerías pequeñas y a individuos de Alabama, Florida, North Carolina y Virginia. Las recomendaciones boca a boca de los primeros lectores se encargaron de todo lo demás.

En seis meses, el libro tenía más de 100.000 ejemplares en impresión, circulaba por los cincuenta estados y se publicaba en países de todo el mundo. Se vendieron tantos ejemplares

tan rápido por la publicidad que yo hice sino porque otros empezaron a regalárselo a amigos de todas partes.

IR EN POS DE NUESTROS SUEÑOS

Menciono esta historia para ilustrar que nuestra nueva conciencia espiritual tiene que ver con la concreción de nuestros sueños, una experiencia que siempre estuvo en el centro del esfuerzo humano en todas partes. El universo parece en verdad estar armado como una plataforma para la cristalización de nuestras aspiraciones más íntimas y profundas. Es un sistema dinámico impulsado por nada menos que el flujo constante de pequeños milagros. Pero hay una trampa: el universo está armado para responder a nuestra conciencia, pero nos devolverá sólo el nivel de calidad que pusimos en ella. Por lo tanto, el proceso de descubrir quiénes somos y para qué estamos aquí y de aprender a seguir las coincidencias misteriosas que pueden guiarnos depende, en gran medida, de nuestra capacidad para ser positivos y encontrar una perspectiva consoladora en todos los hechos.

Vivir la nueva conciencia espiritual implica atravesar una serie de pasos o revelaciones. Cada paso amplía nuestra perspectiva. Pero cada paso presenta asimismo su propia serie de desafíos. No basta simplemente con echar un vistazo a cada nivel de conciencia expandida. Debemos tener la intención de vivirlo, de integrar cada grado aumentado de conciencia a nuestra rutina diaria. Basta una sola interpretación negativa para frenarlo todo.

En las páginas que siguen analizaremos esos pasos no sólo en términos de experiencia interior sino desde la perspectiva de sostenerlos firmemente en nuestras vidas y llevarlos a una práctica efectiva.

Extracto del libro:  La nueva visión espiritual

Capítulo:  1. INTUICIONES INICIALES: La década de los 60 – La década de los 70 – Las décadas de los 80 y 90 – La búsqueda de lo real – La revelación – Ir en pos de nuestros sueños.

La nueva visión espiritual, (The Celestine Vision), por James Redfield

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

xxx