La pulsión mística de Teresa de Ávila a través de su poesía, por Domingo Díaz
“Aquesta divina unión
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo
y libre mi corazón.
Y causa en mi tal pasión
ver a Dios mi prisionero
que muero porque no muero”
Desde el siglo XVI nos llegan los ecos místicos de Teresa de Ávila, Santa Teresa de Jesús para los católicos, del instante percibido en la tierra, por un mortal, de la unión con lo divino que se produce en el caldo de cultivo del Amor.
El Amor alimenta el fuego místico, la llama de amor viva, produce la unión, el tacto etérico de la divinidad en un sagrado instante de plenitud luminosa. Luz que actúa a la vez como motor y combustible del Amor, dando vida al divino triángulo Amor-Fuego-Luz-Amor, a una mágica Trinidad-Una que se expande e irradia, mediante las leyes cuánticas, a los más remotos confines del universo manifestado.
“Vuestra soy, para vos nací,
¿Qué mandáis hacer de mí?”
Cuando se ha ardido en hoguera de la fusión, o en palabras del místico sufí Rumí, “cuando se ha bebido el vino de la unión”, el ego humano sabe que ha concluido su camino; que ya solo queda arrojarse en brazos de la divinidad, sin ataduras ni condiciones; que no hay espacio ni tiempo para la satisfacción del humano, que no hay regalo ni premio en las dimensiones físicas, que el final de la personalidad es un precipicio sin fondo donde solo las almas de los corazones puros se arrojan impulsados por la fe de que los brazos de Dios esperan:
Vuestra soy, pues me creasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra, pues que me llamasteis.
Vuestra, pues que me esperasteis,
Vuestra, pues no me perdí:
¿Qué mandáis hacer de mí?
Se percibe el eco de la entrega incondicional a través del verbo rimado de Teresa. Transmite ese ansia de fusión insobornable, la pasión desbordada de ser Suya, en el unísono de la rima, esa dejación voluntaria de la personalidad, una vez reconocida la frecuencia divina en las entrañas.
“Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó rendida
en los brazos del amor,
mi alma quedó caída.
Y cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que es mi Amado para mí
y yo soy para mi Amado”
Todo Amor viene de Dios, el ser humano es receptáculo de ese Amor cuando, como decía Teresa, prepara en su interior el trono del Rey y éste viene a tomarlo, porque ha sido llamado, convocado por el Alma, para el instante sagrado de la divina fusión que nos deja rendidos en los brazos de ese Amor divino, que a través de nuestra existencia manifestada se humaniza y expande para goce y plenitud de todas las criaturas.
El 15 de Octubre, el santoral católico celebra a Santa Teresa de Jesús, a quien yo prefiero llamar, más familiarmente, Teresa de Ávila.
En una sociedad necesitada de ejemplos de vida, Teresa de Ávila ofrece muchos y de mucho valor, pero aquel en que brilla con luz más propia e intensa, con una luz específica que trasciende su época y su religión, es en el de su poderoso e innegociable impulso de fusión con Dios.
Por eso hemos elegido este día, el día de esta Mística Universal para abrir la asignatura de Mística de Montecarmelo, en un intento por radiografiar su alma en ebullición a través de los momentos álgidos de su poesía mística.
Continuará
Que la llama de amor viva prenda en los corazones humanos.
Domingo Díaz.
Coordinador Montecarmelo, alta espiritualidad ibérica.