Los límites en los niños. Relación con su maduración Espiritual y Emocional – Cerebral por Nancy Ortiz
Los Niños de Hoy
Cuando los niños son pequeños buscan la manera de decir lo que les pasa con los recursos que tienen. Y esta manera pareciera que no tuviera filtro entre lo que está «bien o mal».
A menudo recibo consultas de padres o educadores que tienen a cargo a niños pequeños. Ellos comparten que muchos niños tienen una marcada tendencia a pegar, morder o reaccionar desmedidamente cuando no aceptan un límite. Surgen de aquí éstas preguntas ¿cómo saber qué necesita el niño en realidad? ¿Cómo saber si el niño necesita un límite o un abrazo? ¿Si necesita más atención o menos atención? ¿Hasta qué punto comprenden lo que hacen? ¿Hasta qué punto puedo exigirles, pedirles ciertos comportamientos y respuestas? ¿Hasta qué punto su maduración emocional – cerebral le permite comprender mis pedidos y poder hacerlos? ¿Hasta qué punto lo que manifiesta es algo suyo o es algo que puede estar percibiendo de su entorno cercano o del colectivo de cierto lugar?
Partamos de esta idea: Siempre un niño está manifestando algo más. En general cuando está reaccionando desmedidamente, pega o muerde, por ejemplo, no lo está haciendo porque quiere ser agresivo. Lo está haciendo porque de ese modo consigue algo que de otro modo no consigue. Resumiendo, el niño no está diciendo lo que verdaderamente le pasa, solo está manifestando como puede algo más que le sucede.
Ante esta situación, quiero ofrecerle al adulto de hoy, padre o educador, dos caminos por los cuales buscar las respuestas a las anteriores preguntas; para que podamos acompañar, lo más madura y conscientemente posible, las reales necesidades de un niño pequeño.
El desarrollo espiritual del niño pequeño
Un niño pequeño es como un ángel inocente en la tierra. Un ser totalmente entregado, fusionado con el afuera. Espiritualmente, el niño pequeño, aún no tiene un filtro que le permita discernir entre lo que es suyo y lo que no; o que le permita dejar pasar a su interior ciertas cosas y otras no. El niño está totalmente entregado, siendo una unidad con todo.
El niño pequeño no sabe discernir entre lo que siente él y lo que sienten sus padres, por ejemplo. Él no solo escucha, sino que siente las emociones y pensamientos de sus padres. Quien es padre no podrá negar que cuando tiene un mal día, está muy cansado, mal humorado o irritable, el niño está del mismo modo o peor. Y uno piensa “Justo hoy que yo estoy así, este niño está más demandante que nunca”, ¡es que la demanda está directamente relacionada con el cómo me siento!
Esta una cualidad espiritual única, que es estar unido a todo, creo que jamás volveremos a sentirla de una forma tan inocente. Puede que alcancemos ciertos grados de entrega y fusión con el mundo, pero nuestra experiencia de vida siempre tenderá a marcarnos el límite entre lo que es nuestro adentro y el afuera.
Pero esta entrega, tan especial y única, puede traerle al niño ciertos desequilibrios si el entorno no es consciente de las vivencias y experiencias a las que el niño está expuesto.
Entonces, volviendo al tema de la agresividad en los niños pequeños, en general cuando un niño se manifiesta pegando, mordiendo o “faltando el respeto”, lo primero que se piensa es “¿qué le pasa a este niño?” o “este niño necesita límites”. Pero si estamos hablando de niños pequeños, niños menores de 5-6 años, lo primero que hay que observar, antes de que toda la atención y reacción recaiga sobre el niño, es a su entorno: ¿en qué entorno está creciendo? ¿qué alimento espiritual, emocional, verbal, visual está recibiendo?
Insisto, las vivencias fuertes atraviesan al niño pequeño como en oleadas indigeribles por su espíritu; y al no poder verbalizar, ordenar y equilibrar lo que vive o siente, lo manifiesta como puede.
Primer camino a recorrer
Entonces el primer camino que aconsejo recorrer cuando un niño pequeño muestra algún desequilibrio, es el recorrer el camino de su origen. Lo primero es buscar en los padres: simplemente revisando su propio mundo de sentimientos y pensamientos.
Si soy padre podría empezar revisando «¿cómo me siento?» «¿estoy enojado con algo, alguien o alguna situación?», «¿cómo me siento al ir al trabajo y volver de noche? ¿Hay culpa, enojo, tristeza?» “¿qué me está pasando hoy?”, «¿qué relación puede tener lo que me pasa o está pasando en el hogar con lo que el niño manifiesta?»
Luego revisar el día o la semana que comparto con el niño: “¿cómo trato a este niño?” “¿le dedico tiempo de calidad, entrega total de mi presencia en los momentos en que lo necesita? ¿o solo estoy con él plenamente cuando me llama la atención con sus reacciones?”. “¿Estoy presente?” “¿juego con él, le leo un cuento, lo acaricio, le hablo, lo escucho con todo mi Ser?”…
Si encontramos algo que sintamos que pueda tener relación con lo que el niño está manifestando y nos dedicamos a transformarlo, algo significativo cambiará. Empezaremos a resolver una fórmula matemática que no teníamos idea de cómo resolver. El niño se aliviará, no necesitará llamar la atención de ciertas maneras porque usted le dará esa misma atención antes de que la necesite y la pida fervientemente.
La balanza se comenzará a equilibrar. La relación se hará más fluida, y en sencillas palabras, se hará más disfrutada por usted y por el niño.
El desarrollo cerebral – emocional del niño pequeño
Lo segundo que quiero compartir es lo que sucede con un niño menor de 5-6 años, lo cual puede explicar el por qué pega o no puede contenerse y evaluar si está bien o mal lo que hace.
El desarrollo del sistema nervioso humano es un proceso que se inicia en la gestación y continúa durante la mayor parte de la primera infancia.
La comunicación en el cerebro la llevan a cabo las neuronas. Estas son las que emiten impulsos y se comunican entre sí para que nosotros podamos realizar ciertas respuestas o aprender ciertas cosas.
Las neuronas están recubiertas por una vaina de mielina, una pelicula grasa, que permite que se efectivicen y potencien las conexiones neuronales. Cuanto más pequeños son los niños, sus neuronas tienen menos recubrimiento de mielina, lo cual hace que no puedan tener dominio de ciertas reacciones.
Hay un área del cerebro, la corteza prefrontal, que es la encargada, entre otras cosas, de inhibir o detener los impulsos emocionales y reflexionar antes de hacer o responder. Es decir, esta parte del cerebro colabora en el autocontrol y la autorregulación de nuestras emociones.
Esta parte del cerebro es la última en lograr la maduración; es decir, es la parte del cerebro que aún no está completamente recubierta de mielina. Esto genera como consecuencia que un niño pequeño no pueda inhibir o reprimir lo que siente, simplemente responde con una acción o una palabra.
La impulsividad, carencia de autocontrol, falta de un objetivo, desequilibrio emocional, son signos de una corteza prefrontal no madurada; lo cual caracteriza a todos los niños hasta los cinco años.
Es por eso que un niño pequeño no puede contener un grito de dolor ni permanecer despierto cuando lo invade el sueño; o ante un disgusto, simplemente pega, no sabe, ni fisiologicamente puede, detenerse porque su cerebro aún no está maduro.
A medida que las neuronas del área frontal se van interconectando más, y sus neuronas se van mielinizando, su maduración va culminando. Esto en lo cotidiano se verá cuando el niño comience a poder regular, frenar o contener sus emociones más sana y maduramente.
Segundo camino a recorrer
Sabiendo que el niño puede pegar, por ejemplo, porque su cerebro no está maduro para frenar su impulso de pegar, debemos ser nosotros, los adultos, quienes le indiquemos el camino que aun ellos no conocen. Me refiero a la necesidad de marcarle el límite de lo que no está bien o no es sano hacer.
No podemos exigirle a un niño la madurez que no tiene, pero si le podemos ofrecer esta madurez nosotros, los adultos. Es como si nosotros, sus educadores, actuáramos por ciertos años del niño como su parte del cerebro madurada, y le indicáramos hasta dónde puede y hasta dónde no.
A falta de límite (maduración) interno, el niño necesita más que nunca el límite externo (adultos maduros y conscientes). Es necesario que el niño se encuentre con alguien que le señale por dónde, ya que aún él no puede ver claro hacia dónde es correcto o más sano dirigirse.
Si permitimos constantemente que un niño pequeño se desborde, controle todas las situaciones, manipule con berrinches; si justificamos sus reacciones, le damos lo que exige porque tememos a su descontrol, no estamos ayudando a que su estructura interior madure sanamente.
Los niños necesitan que les marquemos el camino para volver al orden y la tranquilidad. Lo necesitan aunque cuando marquemos el límite o el camino de alguna manera, se quejen, lloren más o parezca que todo es peor. En el fondo, en su interior, están necesitando de la contención que le da un sano límite con amor, respeto y conciencia de sus procesos internos.
Somos nosotros los encargados de contener con palabras, gestos, abrazos, contención clara, firme y amorosa, sus impulsos des-controlados. Somos nosotros los encargados de marcarles el camino hacia una maduración sana.
Para terminar
Estos dos caminos: uno sobre la mirada del adulto en relación a la maduración espiritual del niño, que es el que debe estar primero; y el segundo, que es sobre la mirada de la maduración emocional-cerebral del niño, nos ofrecen ahora otro lugar en donde pararnos ante determinadas reacciones de un niño.
Pero repito, debemos acompañar al niño sin dejar de hacer el trabajo interior sobre nosotros mismos, sobre lo que le ofrecemos en el cotidiano.
No olvidemos que para un niño el alimento no solo son los nutrientes de la comida física. Ellos se alimentan de todo lo que los rodea. Por eso ante una situación que no comprendemos, podemos empezar preguntándonos ¿Qué alimentos no físicos está recibiendo de mí y del entorno?
Autora: Nancy Erica Ortiz
Creadora del Curso a distancia «Los Niños de Hoy»
www.caminosalser.com/nancyortiz