¿Por qué nos cuesta tanto entendernos?
A veces, como seres humanos, se nos hace muy difícil entendernos, incluso hablando el mismo idioma. Voy a hablar de comunicación, pero no en un sentido técnico, sino más bien de la comprensión del mensaje imbuido en la comunicación, que se articula a través de la palabra, o que se transmite a través de gestos y señales, con el objetivo de manifestar o hacer saber algo a alguien. Eso es lo que significa el verbo comunicar de acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española.
La comunicación es el medio que usamos para manifestar o hacer saber algo a alguien. Pero este proceso requiere de un emisor, tenga la capacidad de expresar el mensaje de manera clara; de un receptor, que tenga la capacidad de decodificarlo apropiadamente; y de un canal de comunicación, que les permita interactuar. Este canal puede ser una conversación, que usa la palabra hablada o escrita como medio de comunicación, pero también puede ser lenguaje de señas o cualquier otra forma de comunicación.
Esto es lo que representa todo un desafío para la humanidad, porque muchas veces el emisor y el receptor no están en sincronía. ¿Qué significa esto? Que uno de ellos, o ambos, no están en capacidad de interpretar apropiadamente los mensajes que recibe del otro.
Cuando la decodificación tiene fallas
La interpretación de los mensajes es lo que llamo decodificación. Para que exista comunicación, el receptor debe ser capaz de decodificar el mensaje recibido del emisor. Y es ahí donde empiezan las dificultades para entendernos. Porque muchas veces, la decodificación del mensaje no es lo suficientemente buena como para que este mantenga su integridad.
Para ilustrar mejor lo que pretendo explicar voy a usar un ejemplo de una discusión de una pareja, la cual se desarrolla cuando el hombre llega a casa tarde sin haber notificado la causa de su retraso.
Ella: ¿Por qué no me avisaste que llegarías tarde?
El: Disculpa. No me di cuenta de la hora. Tenía mucho trabajo acumulado y tuve que quedarme más de lo que tenía planeado.
Ella: Siempre me haces lo mismo. Nada te costaba enviarme un mensaje avisándome que llegarías tarde. ¿No te das cuenta que me preocupo?
El: Ya te dije que lo sentía. No sé por qué te enojas. Ni que me hubiera quedado tomando tragos o de parranda con amigos. Estaba trabajando. ¿Por qué haces tanto escándalo?
Ella: Porque siempre me haces lo mismo. No entiendo cuál es la dificultad de enviarme un mensaje diciéndome que estás trabajando. Bueno, si es que estás trabajando. Porque eso es lo que me dices. ¿Pero cómo se yo que en realidad estabas en la oficina?
El: ¿En serio? ¿Ahora vas a dudar de mí? Me parto el lomo trabajando para que aquí no falte nada y tú me tratas como si te estuviera engañando. La verdad no me merezco esto.
Ella: Ah sí. Ahora resulta que tú eres la víctima. Eso era lo que me faltaba. Te pierdes, no dices nada y luego apareces diciendo cualquier cosa y yo tengo que creerte. Además. Ni que fuera la primera vez que lo haces…
El: ¿Sabes qué? Estoy demasiado cansado y no tengo que calarme tu mal humor. Ya no voy a hablar más contigo. ¡Me voy a dormir!
En esta simulación de una discusión de pareja, es obvio que hay mensajes que van y vienen entre ellos, pero que no se están decodificando correctamente, razón por la cual no se están entendiendo. Y es que parece que cada uno tiene una perspectiva distinta de la situación:
- Para ella, lo correcto era que él la llamara para informarle que se quedaría trabajando hasta tarde.
- Para él, quedarse trabajando hasta tarde y no avisar no representa un «delito mayor» sino más bien una omisión perdonable porque, a fin de cuentas, estaba trabajando.
- Para ella, la repetición de ese error representa una falta de consideración hacia ella (mejor escenario) o que él está ocultándole algo (peor escenario).
- Para él, una disculpa con una explicación de lo que estaba haciendo es más que suficiente para terminar la discusión.
- Para ella, él se hace la víctima para zafarse de las consecuencias de sus acciones.
- Para él, la desconfianza de ella es inmerecida, siendo que estaba trabajando.
Entonces, en este ejemplo, a pesar de que existe un canal de comunicación establecido, en realidad esta pareja no se está entendiendo. ¿Por qué? Bueno, básicamente porque cada uno está viendo la situación desde su propia perspectiva sin considerar la perspectiva del otro. Es decir, ninguno de los dos muestra señales de empatía hacia el otro. Por tanto, cada uno saca sus conclusiones en base únicamente a su situación personal. A lo que cada quien piensa y siente. De la conversación podemos inferir que:
- Ella quiere sentirse amada, valorada y respetada, por lo que espera que él la llame cuando algo inusual surja.
- Él quiere sentir que el esfuerzo que hace trabajando sea apreciado y valorado por ella.
Si te fijas, podrás notar que, en el fondo, ambos quieren básicamente lo mismo. Reconocimiento y valoración. Y, a pesar de querer lo mismo, no se están entendiendo porque ninguno de los dos está prestando atención a lo que el otro quiere. Cada uno de ellos actúa de manera egocentrista, creyendo que son el centro sobre el cual gira la vida del otro. Por tanto, cada uno piensa que es el otro el que debería ser más considerado.
Así mismo, piensan que ellos son los únicos que se esfuerzan en la relación, lo que convierte a la otra persona en una carga, en una molestia, además de considerarlo malagradecido. Eso explica por qué cada argumento que esgrime el otro lo ven como una excusa. Eso es lo que hace muy difícil que se puedan entender.
Cuando la empatía falta en uno de los dos extremos
Pero también puede ocurrir que solo uno de los miembros de la pareja posea empatía. En ese caso, el resultado de la discusión podría ser algo diferente. Supongamos que sea ella la que es capaz de ponerse en los zapatos de él. En ese caso, el resultado de la comunicación variaría a algo como lo siguiente:
Ella: ¿Por qué no me avisaste que llegarías tarde?
El: Disculpa. No me di cuenta de la hora. Tenía mucho trabajo acumulado y tuve que quedarme más de lo que tenía planeado.
Ella: Siempre me haces lo mismo. Nada te costaba enviarme un mensaje avisándome que llegarías tarde. ¿No te das cuenta que me preocupo?
El: Ya te dije que lo sentía. No sé por qué te enojas. Ni que me hubiera quedado tomando tragos o de parranda con amigos. Estaba trabajando. ¿Por qué haces tanto escándalo?
Ella: No estoy enojada. Antes de que llegaras estaba preocupada por tu seguridad. Pero ahora que llegaste estoy preocupada porque parece ser que no entiendes cómo esta situación me hace sentir. O si lo entiendes, no parece importarte. Te lo he explicado en varias oportunidades de diferentes maneras, pero sigue ocurriendo.
El: Ya te dije que tenía mucho trabajo. El tiempo se me pasó y no me di cuenta. ¿Qué más quieres que te diga? Ya me disculpé. Estoy cansado, y ya no quiero discutir más al respecto.
Ella: Entiendo que estás cansado. Y también entiendo que cuando estás concentrado no le prestas atención al reloj. Para evitar que vuelva a ocurrir, ¿te molestaría si yo te llamara si se te hace tarde y no te das cuenta, solo para saber que estás bien y así no me preocupo?
El: ¿Me vas a vigilar? ¿Es que acaso no confías en mi? Yo me mato trabajando y tú crees que estoy haciendo sabe Dios qué. Eso era lo que me faltaba. ¿Sabes qué? Estoy demasiado cansado y no tengo que soportar tu acoso. Ya no voy a hablar más contigo. ¡Me voy a dormir!
Aunque una de las partes pueda decodificar adecuadamente los mensajes, ponerse en los zapatos del otro y tratar de llegar a acuerdos ganar-ganar, si la otra parte no puede, igualmente habrá problemas en la comunicación. Y el resultado será un deterioro gradual de la relación, hasta que la comunicación ya no sea posible. Lo que terminará por acarrear una eventual separación.
Cuando hay empatía en una relación es más fácil entendernos
Entonces, para decodificar adecuadamente los mensajes que fluyen entre la pareja del ejemplo, debe haber empatía de parte de ambos. No es suficiente que la haya solo en uno de los dos extremos para que la comunicación sea eficaz. Se requiere que cada uno de ellos sepa cómo la otra persona se siente, lo que piensa, para una comunicación eficaz.
Siguiendo el mismo ejemplo de conversación anterior, podríamos asumir que ambos son conscientes de las siguientes características del otro:
- Ella entiende que él es un poco despistado y que pierde con facilidad la noción del tiempo cuando está concentrado en algo.
- Él entiende que ella se preocupa cuando él se retrasa sin previo aviso.
- Cada uno de ellos confía en el otro.
En este escenario, la comunicación tomaría una ruta completamente diferente a la de las conversaciones anteriores. Digamos que podría ser algo como esto:
Ella: ¿Por qué no me avisaste que llegarías tarde?
El: Disculpa. No me di cuenta de la hora. Tenía mucho trabajo acumulado y tuve que quedarme en la oficina con «fulano» preparando una propuesta que debemos entregar mañana.
Ella: Siempre me haces lo mismo. Nada te costaba enviarme un mensaje avisándome que llegarías tarde. ¿No te das cuenta de que me preocupo?
El: Tienes razón. Yo siempre ando despistado con el tiempo. ¿Sabes qué? Voy a programar una alarma en el teléfono a la hora de salida para que me recuerde que debo llamarte en caso de que tenga que quedarme hasta más tarde.
Ella: Gracias, amor. Eso ya es un avance. Pero, si a ti no te molesta, yo podría llamarte si se hace tarde y no llegas, solo para saber que estás bien, y así no me preocupo. No lo he hecho antes porque no quiero invadir tu espacio en el trabajo.
El: Claro que no me molesta que me llames. De hecho, estaría agradecido que lo hicieras. Así me desconecto un rato del estrés del trabajo. Pero igual voy a tratar de estar más pendiente de la hora de salida para que, si me llamas, no sea porque yo no lo hice, sino porque querías saludarme…
Ella: ¡Ah! Qué tierno. Te amo.
Él: Y yo a ti.
En esta nueva versión de la discusión, cada uno de ellos sigue teniendo sus propias necesidades, pero al mismo tiempo reconoce las necesidades del otro. Hay un conocimiento de la otra parte que permite no hacer conjeturas apresuradas y fuera de contexto de los mensajes que reciben de la otra persona, lo que les permite decodificarlos apropiadamente.
Es así como se alcanza la sincronía en la comunicación. Cuando ambos decodifican los mensajes del otro apropiadamente. Una sincronía que no es posible cuando se asumen posiciones egocéntricas, pero que es posible cuando ambos deciden «ponerse en los zapatos del otro» para entender cómo se sienten y así poder actuar desde un paradigma ganar-ganar. Eso sólo es posible desde la empatía.
La empatía. Una cuestión de consciencia
La empatía es la capacidad de identificación con los sentimientos de otra persona. Trata sobre «ponerse en los zapatos del otro» para entender sus puntos de vista, sus razonamientos y actitudes. Pero la empatía es una capacidad que se va desarrollando en la medida que se va avanzando en el proceso de evolución espiritual. Tiene que ver con nuestra proximidad a Dios, a La Fuente. Cuanto más nos acercamos a La Fuente, mayor potencial para la empatía tendremos.
Si la empatía crece en la medida en que nos vamos acercando a La Fuente, lo opuesto ocurre con el egocentrismo. Una persona es más egocéntrica mientras más alejada está de La Fuente. Por eso, para una persona espiritual es tan sencillo ser empática como para una persona materialista lo es ser egocéntrica. Empatía y egocentrismo son extremos dependientes del nivel de consciencia de cada persona, de la misma forma que lo son el amor y el miedo, tal como explico en este artículo.
Las relaciones interpersonales son un tema por demás complicado, así que no pretendo explicarlo, ya que no lo entiendo aún lo suficiente. Pero sí he observado que en ellas hay un factor de resonancia importante. Sintonizamos con personas que vibran en la misma frecuencia que nosotros, tal como lo explica la Ley de Atracción: «los similares se atraen«. Y pienso que es esa atracción la que nos hace establecer relaciones con otras personas. Por eso hacemos amistad con ciertas personas, mientras que con otras no. Y por eso nos casamos. Por un tema de atracción, de resonancia.
Ese mismo factor de resonancia explica por qué las relaciones se terminan. Por qué los amigos se separan y ya no se hablan más, y por qué las parejas se divorcian. Porque se alejan de la frecuencia vibratoria de la otra persona. Es así que la resonancia desaparece. O, lo que es lo mismo, aparece la disonancia, lo que ocurre cuando una de las partes, o ambas, varían su frecuencia y se alejan del rango de la otra. Entonces, empiezan a dejar de entenderse, por el mismo factor que una vez las unió.
Y no creo que esto sea algo normal. Tampoco creo que sea algo anormal. En mi proceso de observación, considero que esto es solo cuestión de causa y efecto. Cuando la frecuencia de resonancia de dos personas se aproxima, estas personas se atraen. Cuando sus frecuencias de resonancia se alejan, estas personas se repelen. Y en la medida que se alejan, les va costando cada vez más trabajo entenderse, porque la distancia en frecuencia se traduce en una manera diferente de interpretar su relación.
Aunque todos los seres humanos transitamos el mismo camino de evolución espiritual, cada uno de nosotros lo hace a su propio ritmo y forma. Por eso, he aprendido a disfrutar de la compañía de quienes están a mi lado ahora, a agradecer por aquellos que compartieron un pedazo de sus vidas conmigo y que se alejaron, y por quienes lo harán en el futuro pero aún no han llegado. Porque entiendo que no hay nada escrito.
Si como producto de nuestros procesos personales de evolución podemos mantener la resonancia con las personas que amamos, excelente, porque seguirán formando parte de nuestro entorno hasta el fin de nuestros días. Si no es así, entonces no nos queda sino agradecer haber podido compartir una fracción de nuestras vidas con ellos y dejarlos ir con amor y en armonía divida. Porque si en algún momento nuestras frecuencias vuelven a coincidir, puede ser que nos encontremos de nuevo.
AUTOR: Rafael Bueno, redactor en la gran familia de hermandadblanca.org