Poseídos por el tiempo por Marc Torra
Marc Torra
« Creer en un tiempo lineal equivale a creer en una Tierra plana. Y sin embargo por ser redonda, deducimos que el tiempo también es circular. El negar esa dualidad ha causado que al querer poseer el espacio, hayamos acabado poseídos por el tiempo.»
Tiempo circular
ESPACIO Y TIEMPO constituyen dos conceptos duales. Ello significa que son las dos caras de una misma moneda, que son lo mismo pero expresado de dos formas distintas. Es por ello por lo que muchas culturas utilizaron el mismo concepto para referirse a ambos, como la palabra quechua “pacha” o el término sánscrito “akasha”. La ciencia los llamó simplemente espacio-tiempo, y sin embargo no fue hasta hace apenas poco más de un siglo que se percató de tal vinculación.
Por ser las dos caras de una misma moneda, ambos comparten propiedades, pues en una moneda una de sus caras no puede ser redonda sin serlo también la otra. De ahí que pensar que el tiempo es lineal como una flecha equivale a pensar que el espacio es plano como un plato, algo que sabemos no es cierto. Y, pese a eso, muchas fueron las culturas que en el pasado creyeron en una tierra plana, y muchas son las que aún siguen creyendo en un tiempo lineal. Tiempo lineal significa que el pasado nunca se repite, sino que nos encontramos en un constante proceso de evolución hacia algo nuevo que nunca fuimos.
La posesión del espacio
ESA DUALIDAD ENTRE los conceptos de espacio y tiempo significa que cuando creemos poseer uno, acabamos poseídos por el otro, pues al querer apropiarse de uno, sin reconocer que el otro también es una expresión de ese uno, pero una expresión dual, ese otro acaba por poseernos. Constituye la simple consecuencia de la ley de la reciprocidad, según la cual obtenemos lo que damos y perdemos lo que quitamos.
Y de la misma forma, la dualidad combinada con la ley de la reciprocidad que rige el Universo también nos garantiza que cuando aceptamos ser poseídos por uno, pasamos a poseer el otro. Por ejemplo, muchas culturas tradicionales del planeta reconocieron que como hijos de la Madre Tierra, le pertenecían a ella. Ellos pertenecen al espacio, cosa que les impide abandonar su tierra natal.
Y sin embargo, ellos poseen la libertad de navegar en el tiempo, de surcar ese tiempo del sueño que les permite viajar por lo que nosotros denominamos pasado y futuro. Ellos no han acabado dominados por el tiempo, sino que poseen la libertad de transitarlo como les plazca.
Por el contrario, en la sociedad moderna actual poseemos la libertad de viajar en el espacio, pues no consideramos que le pertenezcamos a un lugar sino que ese lugar nos pertenece. Pero hemos acabado poseídos por el tiempo, el concepto dual de aquello que creímos poseer. ¿Cómo fue eso posible?
Poseídos por el Tiempo
COMO FENÓMENO ES bastante reciente. Podríamos decir que todo empezó en la Inglaterra de 1750. Durante los siguientes 110 años el parlamento británico pasó toda una serie de leyes denominadas «enclousure acts» las cuales acabaron con los derechos comunales sobre la tierra. Al cercar la tierra se estaba literalmente diciendo “esto es mío”, permitiendo a su propietario hacer lo que quisiera con ella. La tierra pasó a convertirse en algo que se podía poseer, a diferencia de en la Edad Media durante la cual ésta pertenecía a Dios, y el rey era responsable de salvaguardarla. Ello causó mucha deforestación, pues en el momento en que una parcela era cercada, su propietario procedía rápidamente a talar el bosque para cultivar en ella o utilizarla para el ganado.
El acto de cercar la tierra y de creernos propietarios de la misma desencadenó la Revolución Industrial, la cual también empezó en Inglaterra y tuvo lugar durante el mismo periodo, de 1750 a 1860. Al perder sus derechos de usufructo sobre la tierra que llevaban generaciones trabajando, los campesinos (plebeyos) migraron a los centros urbanos; y allí se convirtieron en obreros.
Pensamos, pues, que podíamos poseer el espacio y dos siglos más tarde el tiempo acabó por poseernos. Vivimos tan pendientes del reloj, que hemos terminado por medir el tiempo ya no sólo en horas, sino incluso en minutos, segundos o milésimas de segundo. Tratamos de alcanzar cada vez más; y gracias a la tecnología, intentamos estar en varios lugares al mismo tiempo, lo cual es una clara pretensión de querer poseer o dominar el espacio. También viajamos en avión, para cubrir en horas distancias para las cuales antes se requerían meses. Es decir, no sólo hemos pretendido poseer el espacio, si no que además no hemos querido aceptar las limitaciones que éste nos imponía. Y sin embargo, en la sociedad moderna nadie tiene tiempo. El tiempo acabó por dominarnos completamente, por imponernos sus propias limitaciones.
Tal vez hayamos incrementado nuestro horizonte espacial, o como mínimo el espacio tridimensional que alcanza nuestra vista, y sin embargo el acabar poseídos por el tiempo ha reducido nuestro horizonte temporal. Así, en la actualidad el ciclo natural más largo que reconocemos es el del año y sin embargo estamos más pendientes de las horas, los minutos o los segundos que de los meses y los años. ¿Para qué estar pendientes de los meses, si ahora uno puede consumir cualquier fruta o verdura en cualquier época del año? Para ello simplemente se necesita cultivarla en invernaderos, guardarla en cámaras de refrigeración o traerla del otro hemisferio, en el que será verano cuando nosotros estemos en invierno. Y los años, ¿acaso no se van sumando uno detrás del otro, en una línea que nunca se repite? Es la línea del progreso, gracias a la cual ahora vivimos mejor de lo que vivíamos en el pasado, ahora somos más inteligentes, más sofisticados, menos bárbaros, menos primitivos… Y yo me pregunto ¿es eso cierto?
!No!, no puede ser cierto, pues puede ser mucho lo que sabemos pero es mucho más es lo que ignoramos y que en su momento supimos. Mucho es lo que hemos olvidado en esa búsqueda ciega por el progreso. Entre otras cosas, hemos olvidado cómo vivir en armonía con la naturaleza, en armonía con nuestros semejantes y con nosotros mismos. Hemos olvidado cómo ser felices, al pensar que la felicidad nos iba a llegar con la posesión del espacio y de los objetos que éste contiene. Nos hemos quedado en el aspecto material de esa dualidad que no supimos reconocer. De dicho aspecto material emana el espacio, haciendo que nos olvidáramos de su aspecto inmaterial, el cual define el tiempo.
Tiempo es aquello que no podemos tocar y, sin embargo, rige nuestras vidas. Es aquello que no podemos ver, pero nos es imposible escapar a su mirada. Tratamos de negarlo, cubriendo las arrugas que surcan nuestro rostro. Tratamos de controlarlo, rigiéndolo por las manecillas de un reloj. Y sin embargo él nos controla, él nos gobierna con su batuta que late 60 veces por minuto, al rimo de nuestro corazón. Nos gobierna pues el tiempo no es más que un producto de la mente, y la mente nos rige.
Los aborígenes australianos nunca dejaron que su mente les proyectara tal concepto. Nunca crearon a un titán llamado Cronos (Saturno para los romanos), hijo de la Tierra (Gea) y del Cielo (Urano), para que éste castrara a su padre y ocupara su lugar. Cronos acabó devorando a sus propios hijos, por miedo a que le hicieran a él lo mismo que él hizo a su padre Urano. Entre ellos, devoró a Deméter, Diosa de la agricultura y a Hera, Diosa de las mujeres y el matrimonio. Representa al tiempo devorándolo todo, el tiempo que acaba con el equilibrio medioambiental y el matriarcado, para crear una sociedad patriarcal desvinculada de la madre naturaleza.
Ese es el sueño que se acaba, un sueño falso que termina. Comprender ese cambio de sueño pide comprender otro tipo de tiempo, al que llamo “tiempo sagrado” y del cual trata mi anterior artículo.
2011, Marc Torra (Urus) para mastay.info